viernes. 26.04.2024

Cataluña y el choque de trenes

Las relaciones de Cataluña con el resto de España siempre han estado marcadas por la complejidad. En el siglo de la máquina de vapor, la industrialización catalana tuvo lugar en un país sin carbón, sin hierro, con muy escasas materias primas y con un mercado como el español de muy baja capacidad adquisitiva. Los problemas sociales generados por la industrialización eran fenómenos extraños para la España agraria y artesana y para los gobiernos instalados en un Madrid cortesano y feudal, que veía los conflictos laborales de la Cataluña industrial como simples problemas de orden público que podían ser exportados a las masas agrarias de la España subdesarrollada. La derecha nacional más retardataria, y que es la única que ha existido en España desde que en el amanecer del siglo XVIII se optó, en lugar de por un sistema de gobierno como el holandés o el inglés, por una monarquía absoluta al estilo borbónico galo, ha consolidado siempre regímenes muy poco permeables a la centralidad democrática del poder a favor de las minorías organizadas que configuran el viejo estigma proclamado por Joaquín Costa como oligarquía y caciquismo.

Estas inercias históricas conducen hoy, al igual que en la restauración canovista, a una recurrente paradoja  que consiste en  ignorar que los problemas generados por una actitud y un pensamiento no se pueden resolver con la misma actitud y el mismo pensamiento. La derecha pretende, como arma estratégica y propagandística, que las mayorías sociales empobrecidas reinterpreten las tradicionales querellas contra el nacionalismo catalán de los cerealistas castellanos y los latifundistas andaluces que eran debidas al control del Estado por intereses muy minoritarios. No hay que olvidar que el anticatalanismo nació antes que el catalanismo como tal. La distinta trayectoria histórica y cultural de la burguesía catalana y la del resto de España y la falta de atractivo de un proyecto común de nación produce que los herederos ideológicos de aquella derecha oligárquica y caciquil reproduzcan las viejas tensiones territoriales como una contienda donde debe de haber necesariamente vencedores y vencidos.

Por ello, la derecha desiste de plantear una  batalla política para construir en Cataluña un frente alternativo al gobierno soberanista, simplemente porque siente a Cataluña como un territorio que debe someter y a un territorio apache se manda a los fiscales y a la policía. Es la consecuencia de un Estado sin identidad en el imaginario colectivo, sin proyecto como nación, que empobrece a sus ciudadanos, que expande la desigualdad, que limita los derechos y las libertades cívicas y que carece de lo que Mommsen, al tratar de describir las costumbres del pueblo romano, llamaba  un vasto sistema de incorporación. Y ante eso, la solución al llamado problema catalán, que en realidad es el problema español, no se puede circunscribir a la irreversibilidad de los hechos,  a la imposición de una realidad unívoca, que a los griegos les sirvió para basar sus tragedias, en las cuales lo que pasa es porque una fuerza titánica -el fátum-  obliga a sus personajes a encadenarse sin remisión, Se hace necesaria, por tanto, una auténtica regeneración política para crear espacios donde quepan territorios y ciudadanos, aunque para ello haya que eliminar privilegios y profundizar en una democracia que es deliberadamente tan débil.

Cataluña y el choque de trenes