lunes. 29.04.2024

La futilidad de la izquierda pueril

Lo que está ocurriendo en España en los últimos tiempos es un buen ejemplo –en versión pueril─ de lo que puede ocurrir en una sociedad en la que existe una mayoría sociológica y electoral de izquierdas.

tezanos130416En los debates históricos de la izquierda siempre han estado presentes los análisis sobre los riesgos derivados de la presencia de aquella parte de la izquierda inclinada a análisis y comportamientos alejados de la realidad. Comportamientos que generalmente han acabado siendo contraproducentes para toda la izquierda en su conjunto, dando lugar –objetivamente─ a un reforzamiento de las posibilidades de los gobiernos conservadores. Son célebres, en este sentido, las diatribas sobre el “infantilismo” y el “izquierdismo” como enfermedades políticas de ciertos grupos de la izquierda, por no mencionar los debates entre los partidos de la Segunda y la Tercera Internacional, en aquellos tiempos infaustos en los que los estalinistas consideraban a los socialdemócratas como los principales enemigos a batir. Tiempos en los que ser tratado como “enemigo” no era ninguna broma.

Lo que está ocurriendo en España en los últimos tiempos es un buen ejemplo –en versión pueril─ de lo que puede ocurrir en una sociedad en la que existe una mayoría sociológica y electoral de izquierdas, pero en la que el proceder errático y confuso de ciertos líderes, que se presentan como muy de izquierdas, acaba fortaleciendo las opciones conservadoras, con las consecuencias que una permanencia de la derecha en el gobierno tienen para los sectores más débiles de la sociedad. Es decir, con todo lo que supone que se pueda continuar gobernando en función de intereses socio-económicos muy concretos, y en contra de lo que piensa la mayoría de los ciudadanos.

¿Cómo se puede comprender una situación tan anómala? Desde luego, existen varias razones que explican –aunque no justifican─ que se pueda llegar a resultados contra natura de este tipo, entre ellas las disfunciones comunicativas y las inclinaciones hacia la demagogia y el simplismo analítico que son frecuentes en determinadas tertulias y plataformas de comunicación, que no está muy claro quién financia.

Pero, más allá de los ruidos emitidos desde las cajas de resonancia, el problema de fondo es que las tendencias al narcisismo, junto a la falta de inteligencia política y la inmadurez de algunos líderes políticos están abocando a España a un auténtico callejón sin salida. Desde luego, es bastante pueril pretender que cuando solo se tiene un 20% de los votos (con tendencia a descender) se puede llevar a cabo en su totalidad el programa político que fijas tú mismo, en base a tus propios cálculos y a tus compromisos territoriales; programa que dejas encima de una mesa, de la que a continuación te levantas, convocas una rueda de prensa y descalificas demagógicamente a tus interlocutores antes de escuchar sus respuestas, con una actitud más propia de una mentalidad inmadura y demasiado creída de sí misma. Obviamente, el propósito de quien así procede no es otro que evitar un gobierno alternativo al PP, apostando por nuevas elecciones, en las que piensas que vas a lograr fagocitar por completo ─¡ahora sí!─ a determinadas fuerzas con las que compites en la izquierda.

Cuando algunos dicen que lo que pretenden es un “gobierno a la valenciana” demuestran, entre otras cosas, que ni siquiera saben sumar, ya que en España esa misma coalición de fuerzas no suma lo suficiente, ni los propios líderes dePodemos en España están dispuestos a tener el mismo comportamiento que los de la Comunidad Valenciana.

Por lo tanto, estamos ante una impostura política y ante una flagrante inexactitud matemática, que algunos sostienen sin mover una ceja, con una sangre fría que no desmerece en nada la que demostraron en su día los más conspicuos representantes de esa mentalidad política.

Lo cierto es que los españoles estamos bastante hartos y hastiados de tales maneras de proceder, de tantos rifirrafes cruzados y de tanta impostura, mientras los grandes problemas sociales, laborales y económicos continúan sin ser atendidos, y algunos se entretienen practicando juegos florentinos propios de una política entendida como el arte de la simulación, el engaño y la manipulación emocional de los sectores más débiles y precarizados de la sociedad.

Amén de la necesidad de dar ejemplo de sentido común, y demostrar una más rigurosa capacidad de cálculo político, es preciso entender que, tal como están las cosas en países como España, lo que se precisan ahora son interlocuciones amplias, orientadas a sentar las bases de una recuperación económica dotada de sensibilidad social. Ese es el quid de la cuestión. Lo que necesitamos no es un “gobierno a la valenciana” (como se dice erróneamente), o un “gobierno a la alemana” (como se postula alternativamente, sin tener en cuenta las diferencias de contexto y de protagonistas), sino un auténtico “gobierno a la keynesiana”, es decir, un gobierno capaz de impulsar las políticas de amplio consenso social que ahora se necesitan. Y se necesitan con urgencia.

Después del desastroso ciclo político que acompañó la Gran Depresión, y de una cruenta Guerra Mundial, las fuerzas más sensatas de Europa entendieron entonces que era mucho lo que todos podían ganar si todos cedían un poco y se establecían las bases de ese gran pacto social de inspiración keynesiana que posibilitó un crecimiento económico justo, basado en el fomento del empleo de calidad, la implicación de los trabajadores y sus sindicatos, las políticas de rentas (justas) y el desarrollo del Estado de Bienestar. Es decir, una política razonable que hizo posible –junto al desarrollo del proyecto europeo─ uno de los períodos más estables, pacíficos y fructíferos que se han conocido en el viejo continente. Algo parecido a esto es lo que ahora necesitamos urgentemente, cuando tantas brechas, incertidumbres y tensiones se están abriendo por doquier.

En esa perspectiva, precisamente, se sitúan las 200 medidas (no cerradas) del acuerdo de gobierno alcanzado entre el PSOE y Ciudadanos y que, en opinión de muchos, apunta la perspectiva de un gran acuerdo social de inspiración keynesiana, que no estaba cerrado a mirar hacia ambos lados del espectro político. ¿Cómo se podría reformar la Constitución si no se hace así?

Ese es el auténtico fondo de la cuestión, con todas sus virtudes y potencialidades, que solo una izquierda pueril y bastante limitada intelectualmente es incapaz de entender y apoyar, aun manteniendo todas las cautelas y especificidades identitarias que se quieran mantener.

Cualquier líder de una izquierda coherente y consecuente daría saltos de alegría ante la perspectiva de que un partido como Ciudadanos esté dispuesto a llegar a acuerdos de esa naturaleza –como los dieron Santiago Carrillo y tantos otros ante las perspectivas de la Transición Democrática, con otros compañeros de mesa mucho más problemáticos─. Un partido que además se aviene a sentarse a una mesa para explorar otras posibilidades de entendimiento; claro está, siempre y cuando no se pretenda hacer pasar previamente a los líderes de Ciudadanos y del PSOE por las horcas caudinas de la aceptación del secesionismo y el mal llamado “derecho a decidir”. ¿Acaso ese inasumible “derecho a decidir” es lo prioritario y determinante para Iglesias Turrión? ¿Ese es realmente su elemento definidor de izquierdas? Si es así, que lo diga. ¿Qué entenderá realmente tan curioso protolíder por ser de izquierdas? ¿Acaso el programa de las 200 medidas no es un buen programa para los sectores sociales que algunos dicen representar? ¿Cómo es posible que determinados tertulianos continúen ponderando la inteligencia política de ciertos protolíderes? ¿Qué entenderán por inteligencia?

No comprender que las nuevas realidades sociopolíticas y electorales de España exigen amplios entendimientos –al igual que en la mayoría de los países europeos─ es no entender nada. Y provocar, por ello, la repetición de las elecciones, además de ser irresponsable, es retrasar solo unos meses el problema. Es decir, después de las elecciones de junio, las fuerzas de izquierdas estarán igual o peor que ahora. Por lo que todos los españoles deberíamos tener claro que los votos que vayan a parar a partidos de ese tenor, con líderes que se comportan de tal manera, en la práctica es tirar los votos a la basura y asumir que dichos apoyos no servirán prácticamente para nada. Al menos no servirán para promover gobiernos creíbles de izquierda o de centro-izquierda que puedan llevar a la práctica si no el 100% de unos programas de izquierdas, al menos una parte importante de ellos. ¿Tan difícil es de entender?

La futilidad de la izquierda pueril