viernes. 26.04.2024

Los fantasmas históricos del secesionismo extremista

La historia de los nacionalismos ha sido una historia de conflictos, problemas, tensiones e, incluso, de guerras y luchas armadas.

La historia de los nacionalismos ha sido una historia de conflictos, problemas, tensiones e, incluso, de guerras y luchas armadas.

Buena parte de los nacionalismos han tenido su  momento de mayor expansión en situaciones problemáticas, crisis e inestabilidades políticas y, sobre todo, en coyunturas de deterioro económico y de problemas carenciales.

En este sentido, la situación que se vive actualmente en España, tanto en el plano económico, como en el político y social, es un caldo de cultivo propicio para la ebullición de los sentimientos nacionalistas.

Cuando las cosas marchaban bien era poco creíble que España, como tal, pudiera ser presentada como la fuente de todos los problemas de Cataluña. Si España iba bien, Cataluña también prosperaba y funcionaba. Pero, ahora, cuando las cosas se han torcido y cunden las dificultades es muy fácil echar las culpas a España.

De esta manera, los líderes secesionistas catalanes han aprovechado la coyuntura actual para construirse una gran coartada, que piensan que les va a permitir proyectar hacia fuera todos los problemas de su mala gestión, posibilitándoles salir indemnes de sus dificultades. Incluidas las procesales. Al mismo tiempo, manipulan a una parte importante de la opinión pública, creando un “chivo expiatorio” hacia el que pueden proyectar la indignación y los malestares existentes. Lo cual es algo, por lo demás, bastante propio de las mentalidades autoritarias y nacionalistas extremistas.

Para evitar entrar en debates racionalizados y sosegados, los líderes secesionistas alientan un clima de alta emocionalidad, en el que es difícil que penetren –e influyan─ los argumentos y los cálculos meditados. Para ellos, lo importante no es que los ciudadanos puedan reflexionar y llegar a las conclusiones más adecuadas. Sino que lo que pretenden es que todo discurra en términos de una exaltación extrema, de una vivencia al límite de los sentimientos más básicos y elementales como catalanes. ¡Qué importan las consecuencias y el cálculo de riesgos!

Lo peor es que todo esto se intenta hacer al margen de cualquier posibilidad de establecer controles organizativos internos, y sin tener que someterse a refutaciones o debates abiertos y libres. De ahí, la manera en la que se está prescindiendo de los partidos existentes que, en cuanto organizaciones dotadas de estructuras internas articuladas y democráticas, pueden “opinar” y “evaluar” situaciones, riesgos y posibilidades con autonomía propia, al margen de los grandes líderes y las “masas” emocionadas y exaltadas.

La demolición controlada que se ha perpetrado contra Unió Democrática de Catalunya y la paralela difuminación que se ha “aplicado” a CIU, como tal, a partir de las peculiares listas secesionistas presentadas, amén de ser una desgracia para la buena funcionalidad del sistema de representación democrática en Cataluña, es una acción de una enorme irresponsabilidad, cuyo efecto puede ser la destrucción de una parte central –y hasta ahora responsable─ del sistema de partidos políticos en Cataluña. Por no hablar del acoso y ninguneo al que se ha venido sometiendo a aquellos partidos calificados como “españolistas” y “traidores”, a los que el potente aparato de propaganda creado por los secesionistas (utilizando recursos públicos en abundancia) ha venido descalificando y denostando de manera sistemática e inmisericorde desde hace tiempo, con unos enfoques propagandísticos que recuerdan en no pocas cosas los peores modos de actuar de otros tiempos.

Sorprendentemente, parece que ninguno de estos recuerdos, riesgos, ni problemas cuentan ante la ola de emocionalidad a la que ha sido llevada una parte apreciable de la opinión pública catalana que, como en las tragedias griegas, o en determinados episodios de la épica histórica más sacrificada, camina inexorablemente hacia un destino fatal, sin importar las consecuencias ni los efectos que pueda tener la conformación de un nuevo gobierno de la Generalitat –con Mas o sin Mas─, dispuesto por encima de todo a separarse unilateral, alegal y violentamente de España. Ciertamente, de manera violenta y unilateral. ¿Qué otra cosa es lo que dicen que van a hacer?

Otra vez, pues, nos podemos encontrar ante un panorama dominado por los peores fantasmas históricos del nacionalismo más extremo y menos racional, en el que se hace prevalecer el peso de las emociones, sin considerar hacia qué confrontaciones, problemas y tragedias puedan llevar estas. Con sus correspondientes efectos económicos y sociales negativos, tanto para los que viven en Cataluña, como para los ciudadanos que residimos en otros lugares de España. Ciudadanos que, si la secesión se culmina, sufriremos también las consecuencias negativas, sin que se nos haya dado la oportunidad de opinar y debatir sobre esta cuestión.

El mejor ejemplo de la ceguera suicida de algunos de los líderes más extremistas del secesionismo es la manera simplista y desdeñosa en la que vienen soslayando y despreciando las reflexiones y advertencias sobre los peligros y riesgos de la secesión, con bromas y chascarrillos del peor gusto y de la máxima irresponsabilidad. ¡Que se vayan los Bancos! ¡Y las empresas! ¡Que nos expulsen del euro y de Europa! ¡Que el resto de los españoles –y de los europeos─ dejen de comprar nuestros productos! –dicen con complacencia─ ¡Peor para ellos!

Aunque la mayoría sociológica de la población residente en Cataluña no comparte tales criterios y opiniones, si la mayoría silenciosa no acude a las urnas el 27 de septiembre, es harto probable que el problema que se va a crear sea de los que hacen época, causando daños irreparables a toda una generación. Al final será el pueblo llano el que sufrirá las consecuencias del proceder irresponsable de líderes carentes de altura de miras y de visión de futuro. Pueblo llano al que, incluso, se intentará llevar en su momento por la vía de la confrontación y la resistencia activa sistemática, si las cosas no resultan ahora como los líderes secesionistas tienen programado.

¿Hay arreglo? Por supuesto que sí. Pero eso exige volver al terreno de la responsabilidad, la reflexión ponderada, el sentido común y el diálogo constructivo. Pero para dialogar hace falta que existan dos partes dispuestas a ello. Y, desde luego, es difícil dialogar con quienes se deleitan con los fantasmas del pasado y con quienes no aceptan más opinión que la suya.

Los fantasmas históricos del secesionismo extremista