viernes. 26.04.2024

Subirse al árbol

Me acuerdo muchas veces de Cosimo, el protagonista de ese hermoso libro de Italo Calvino, El barón rampante.

“Cosimo estaba en el acebo. Las ramas se agitaban, altos puentes sobre la tierra… Cosimo miraba el mundo desde el árbol; todo, visto desde allá arriba, era distinto, y eso era ya una diversión…”

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Me acuerdo muchas veces de Cosimo, el protagonista de ese hermoso libro de Italo Calvino, El barón rampante. Cosimo tenía doce años cuando se subió a lo alto de un árbol para no volver a pisar la tierra durante el resto de su vida. Como nos cuenta su propio hermano, el narrador de esta fabulosa historia, tales acontecimientos sucedieron en otra época, un tiempo en que una ardilla podía cruzar toda Europa saltando de rama en rama, de tantos árboles como la poblaban. Lo que al principio fue considerado por todos como una chiquillada, una reprobable excentricidad, acabó convirtiéndose en una forma de vida. Desde la altura, las cosas se veían de otra manera, transformando el significado de cuanto Cosimo había conocido mientras vivía con los pies en la tierra. Desde la experiencia y la sabiduría que fue adquiriendo en esa vida elevada del suelo Cosimo aspiraba a una sociedad donde se estableciese “una república mundial de iguales, libres y justos”, una sociedad que, de una vez por todas, dejase de apegarse al terruño como si se tratase del mismísimo útero materno, que fuese capaz de organizarse realmente en torno a otros valores, “Mi hogar está por doquier, dondequiera que pueda subir, yendo hacia arriba”.

A menudo, me acuerdo de Cosimo, de la urgente necesidad de encaramarnos a los escasos árboles indultados por el ladrillo para tratar de ensanchar nuestra perspectiva, para distanciarnos de esa atracción telúrica, geográfica y convencional, que, en pleno siglo XXI, continúa guiando la política (que no las finanzas, que, por algún motivo, no saben de patrias, banderas ni fronteras) en todos los rincones del planeta. Muchos políticos, más que tener los pies en el suelo, parecen clavados a él, cegados por los acres que ambicionan gobernar. Venden la idea de la tierra, ese marketing sentimental; viven de esa idea, tejen sus leyendas, se llenan la boca de tierra. Pero, como decía Cosimo Rondó, el barón rampante, “Quien está en lo alto está bien a la vista por todas partes, mientras que hay quien se arrastra para esconder el rostro”. Sin duda, necesitamos políticos y ciudadanos capaces de subirse a los árboles, toda una sociedad de altura.

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