viernes. 26.04.2024

La imaginación al poder

Lo que más me gusta de los nuevos dirigentes políticos llamados a gobernar en varias ciudades españolas tras las pasadas elecciones es, precisamente, que no parecen dirigentes políticos.

Suele decirse que las buenas intenciones no son suficientes en política. Sin embargo, después de tantos años de incompetencia y saqueo institucional, de intencionado deterioro de lo público... después tanta miseria, decía, no me parece que las buenas intenciones de estos nuevos protagonistas políticos sean tan poca cosa

Lo que más me gusta de los nuevos dirigentes políticos llamados a gobernar en varias ciudades españolas tras las pasadas elecciones es, precisamente, que no parecen dirigentes políticos. Ada Colau, Manuela Carmena, Xulio Ferreiro… se desenvuelven con una naturalidad muy alejada de los cánones tradicionales estipulados por esas hordas de asesores que nos gobiernan en la sombra. Son diferentes. Tampoco hablan como sus predecesores en los cargos que pronto ocuparán, porque no han asimilado (espero que no sea por falta de tiempo sino por virtud) el lenguaje vacío, contradictorio y mendaz del político, digamos, profesional. Visten como quieren y no como creen que deberían vestirse para parecer o aparentar esto o lo otro. Son ellos mismos, no figuras construidas con arquetipos estadísticos a imagen y semejanza de un idealizado ciudadano medio al gusto de la mayoría. Dicen lo que creen oportuno y parecen creer de verdad en lo que dicen, lo que les confiere cierta aura de ingenuidad, condición muy desprestigiada en política (y en la vida en general), pero que a mí me parece casi revolucionaria en estos tiempos.

Suele decirse que las buenas intenciones no son suficientes en política. Sin embargo, después de tantos años de incompetencia y saqueo institucional, de intencionado deterioro de lo público, de la Sanidad, de la Educación, de la Cultura… de asistir al insultante vaivén de puertas giratorias propiciado, entre otras cosas, por la privatización injustificable de empresas y recursos públicos, y de atestiguar cómo se propaga una ideología política empeñada en convertir a los ciudadanos en súbditos de los poderes económicos, a los países en marcas a la venta en los mercados y a las democracias en concesiones revisables por los inversores… después tanta miseria, decía, no me parece que las buenas intenciones de estos nuevos protagonistas políticos sean tan poca cosa. Podrán conseguir o no sus objetivos, y, tal vez, la realidad acabe mostrándose más obstinada de lo que creían, pero habrá merecido la pena intentarlo, porque, como dijo Tony Judt: “Como mejor se mide el grado de esclavitud en el que una ideología mantiene a un pueblo es por la colectiva incapacidad de este para imaginar alternativas”. Hemos tenido que sufrir esta crisis y ver recortados derechos fundamentales para poner a prueba nuestra imaginación. Démosle ahora una oportunidad.

La imaginación al poder