domingo. 05.05.2024

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NUEVATRIBUNA.ES - 6.8.2009PARA FUNDACIÓN SISTEMA Hace tanto calor que es disculpable la tendencia a realizar el mínimo esfuerzo. Por eso se comprenderá que no aporte la identidad del político que acuñó en su momento una máxima de obligado cumplimiento por quienes aspiran a dedicarse a esas tareas: “Hay que tener una salud de hierro”.
NUEVATRIBUNA.ES - 6.8.2009

PARA FUNDACIÓN SISTEMA

Hace tanto calor que es disculpable la tendencia a realizar el mínimo esfuerzo. Por eso se comprenderá que no aporte la identidad del político que acuñó en su momento una máxima de obligado cumplimiento por quienes aspiran a dedicarse a esas tareas: “Hay que tener una salud de hierro”. He podido comprobar la exactitud de ese imperativo a lo largo de mis ya demasiadas décadas de trabajo en la proximidad de numerosos personajes públicos. La cuota de bajas por enfermedad, así como el número de días dedicados a la recuperación de cualquier problema físico, es inversamente proporcional al grado de responsabilidad ejercida.

He conocido a líderes políticos con brazos o piernas escayolados acudiendo a recepciones oficiales u ocupando sus escaños, a otros, dependiendo de medicamentos milagrosos para conservar el último resquicio de voz para afrontar un mitin. Solbes quedará en la historia de la televisión con su parche en el ojo debatiendo sobre Economía. Felipe González no presentó certificado médico para eludir un “cara a cara” con Aznar, en que la fiebre lo debilitaba. Y se notó. A Sarkozy le han bastado unas horas para reponerse de un susto, con pérdida de conocimiento incluido, que nos hubiera permitido al resto de los mortales disfrutar de unas jornadas de recuperación. Aunque no fuera en la compañía de Carla Bruni.

Si no tienen salud de hierro, los políticos parecen obligados a parecerlo y no se abren a la posibilidad de confesar su cansancio, o su transitoria debilidad, ni a las personas de su círculo de confianza más próxima, aquéllos que les marcan sus agendas sin ninguna compasión para las horas de descanso. El político acude a desayunos de trabajo tras haber recibido los primeros informes de prensa o haber contestado a las preguntas de un informativo radiofónico madrugador, con el peso de una cena, también de trabajo, prolongada, en la que mira de reojo el reloj y calcula que va a disponer de apenas cuatro horas de sueño. Salvo Fraga, que dice buenas noches cuando le place y se va. La mañana y la tarde se llenan con un programa sobrecargado que responde a la idea del horror al vacío. Hay que ver, dialogar, pactar, con mucha gente. La comida, de trabajo, por supuesto. Los políticos son una clase especial de atletas que corren siempre contra el reloj y que, como los campeones, sólo reciben el aplauso y sienten el fervor popular cuando se suben al podio de los vencedores, que suele ser un balcón. Un momento fugaz, porque al día siguiente suena el pistoletazo de salida para una nueva carrera.

De los políticos corruptos no hablo. ¡Qué tragedia tener que diseñar, además, tramas sofisticadas para disimular los incrementos de patrimonio mientras se intenta transmitir la imagen de que están desbordados por sus responsabilidades públicas! ¡Qué esfuerzo!

No puedo ni quiero ocultar mi simpatía por la tan denostada clase política. Me subleva la descalificación sin matices que se intenta introducir como dogma, con la suficiencia del ignorante o la perversidad de quien aspira más a desprestigiar a la democracia que a quienes la representan. En estas fechas en las que aparecen tantas Encuestas sobre los libros que nos acompañan en las vacaciones, me permito recomendar la lectura o relectura de un clásico: “La destrucción de la democracia en España”, de Paul Preston, uno de los mejores análisis sobre la conspiración contra la República. Parecen tan próximas algunas actitudes… A la vuelta del verano lo comentamos.

Eduardo Sotillos es periodista y, actualmente, secretario de Comunicación y Estrategia del PSM.

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