viernes. 26.04.2024

Sueño marxista de una noche de verano

Pasé el otro día por la bruselense calle Orleáns -en cuyo número 42 Karl Marx escribió hace 160 años el Manifiesto Comunista- e imaginé que, de estar entre los mortales, viviría estas semanas de crack devorando periódicos digitales (quizás también “Nueva Tribuna”), enviando febrilmente e-mails y sms y escribiendo con urgencia y donde pudiera análisis de lo que está sucediendo.
Pasé el otro día por la bruselense calle Orleáns -en cuyo número 42 Karl Marx escribió hace 160 años el Manifiesto Comunista- e imaginé que, de estar entre los mortales, viviría estas semanas de crack devorando periódicos digitales (quizás también “Nueva Tribuna”), enviando febrilmente e-mails y sms y escribiendo con urgencia y donde pudiera análisis de lo que está sucediendo. Tuve un sueño marxista de una noche de verano que quiero contaros ahora que se puede.

La crisis financiera iniciada en los Estados Unidos hace unos meses �lo mismo que la que hace una década tuvo su origen en los tigres asiáticos-, ha vuelto a abrir los ojos (me temo que momentáneamente) a buena parte de los creadores de opinión� hasta tertulianas y tertulianos desaforados- sobre la capacidad del capitalismo, ahora en su etapa de globalización, para ser un auténtico y pertinaz troublemaker.

No hace falta ser un lince para saber que este modo de producción, distribución y consumo no solo es profundamente injusto, sino claramente ineficiente. El mercado, es decir, su mecanismo para atribuir recursos escasos, nunca ha sido y nunca será capaz de hacerlo sin enormes costes objetivos, que pueden medirse en términos de desempleo, desigualdad, pobreza, destrucción del medio ambiente vía cambio climático o, incluso, freno a los descubrimientos científicos más imprescindibles al poner por delante �siempre e incondicionalmente- el beneficio privado frente al interés general y utilizar un método de prueba y error que se paga con sudor y lágrimas.

Más aún, el capitalismo convierte al dinero en una mercancía, provocando situaciones que serían exclusivas del “Show de Truman” por su irrealidad, si no fuera porque sus consecuencias las terminamos pagando todos en nuestra vida cotidiana: basta leer los reportajes y análisis de lo que está pasando para darse cuenta de que el mundo financiero es, sencillamente, un mundo de locos en el que lo que debería representar la economía real (bienes y servicios), el dinero, adquiere vida propia, como una marioneta enloquecida.

Por si alguien no se había dado cuenta, la globalización es una fase más del desarrollo capitalista. Por primera vez, este modo de producción alcanza a todo el Planeta, “integrando” �y no en el mejor sentido de la palabra- en su funcionamiento a todos los seres humanos que lo habitan, algo que le era imprescindible para mantener su tasa de ganancia al tiempo que la acumulación de capital, la concentración empresarial y los avances tecnológicos en los medio de producción.

O sea, que ni habíamos llegado al final de la Historia ni vivíamos en el mejor de los mundos, ¡mira por dónde! Al contrario, otra vez puede volverse a pronunciar la palabra capitalismo sin que te acusen de izquierdista, de nuevo puede criticarse el mecanismo del mercado sin que piensen que has perdido la cabeza.

Pero una satisfacción así no basta, porque será pasajera. Si no ponemos remedio, el capitalismo volverá a ajustar sus beneficios a costa de los de todos, ya sea tapando los agujeros con dinero público, ya sea dejándonos más pobres de lo que éramos. Eso sí, hasta su próxima gran trastada de zascandil impenitente.

Por eso creo que lo que ahora toca es proponer medidas estructurales que vayan avanzando en una gestión pública imprescindible del curso de los acontecimientos. Avanzo dos.

Una, promover la economía real frente a la financiera abriendo juego al comercio en un marco multilateral regulado que promueva el crecimiento económico. Para eso hace falta concluir con éxito la Ronda de Doha para el Desarrollo en el Organización Mundial del Comercio, como hace unos días he defendido en tanto que ponente del Parlamento Europeo en la Asamblea Parlamentaria de esa institución, que ha reunido en Ginebra a 250 diputados de 86 países.

Dos, que la Unión Europea �ese gran ejercicio de planificación democrática que garantiza nuestro bienestar a pesar del capitalismo- se dote de una auténtica Política Económica Común, de la que hoy carece más allá del exitoso euro, para conseguir tres objetivos: aprovechar al máximo nuestras capacidades para crear empleo y fortalecer el estado del bienestar, intervenir en la economía mundial para democratizar y socializar la globalización y, en fin, seguir modulando el mercado de acuerdo con nuestras necesidades colectivas.

¡Ah!: y el 7 de octubre, con la Central Sindical Internacional, a la calle por un trabajo decente que el capitalismo puro y duro es incapaz de garantizar.

Sueño marxista de una noche de verano
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