viernes. 26.04.2024

Ser de Sansueña

NUEVATRIBUNA.ES - 4.7.2010Desde su exilio mexicano, Luis Cernuda, abierta el alma en canal, gastada la vista de tanto mirar el horizonte marino, escribió uno de los poemas más hermosos y desgarrados de la literatura universal.
NUEVATRIBUNA.ES - 4.7.2010

Desde su exilio mexicano, Luis Cernuda, abierta el alma en canal, gastada la vista de tanto mirar el horizonte marino, escribió uno de los poemas más hermosos y desgarrados de la literatura universal. Para el exiliado que no se había perdido en los espejismos del destierro, que no seguía imaginando milagros, que conocía la piel de su patria, y de otras patrias “amigas”, sólo existía realidad y deseo, añoranza perpetua:

“Acaso allí estará, cuatro costados

Bañados en los mares, al centro la meseta

Ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra

Original de tantos, como tú, dolidos

De ella y por ella dolientes…

La nobleza plebeya, el populacho noble,

La pueblan; dando terratenientes y toreros,

Curas y caballistas, vagos y visionarios,

Guapos y guerrilleros. Tu compatriota,

Bien que ello te repugne, de su fauna.

Las cosas tienen un precio. Lo es del poderío

La corrupción, del amor, la no correspondencia;

Y ser de aquella tierra lo pagas con no serlo

De ninguna: deambular, vacuo y nulo,

Por el mundo, que a Sansueña y sus hijos desconoce…


Cernuda describía, hecho sentimiento, la España madrastra del dolor, de la historia cien veces repetida y nunca escarmentada del Ave Fénix que alumbra y oscurece en medio del tormentoso existir de sus hijos. Para él España era un sueño tal vez perdido para siempre.

Unos años antes, veinticuatro días después de acabar la guerra civil, un Azaña enfermo y herido en lo más hondo de su alma escribía a Carlos Esplá una carta en la que le anunciaba que no estaba dispuesto a firmar un manifiesto en defensa de la República en el que figuraran él, como Presidente de España, Companys como Presidente de Cataluña y Aguirre como Presidente de Euskadi. “Le he dicho a Barcia –explicaba Azaña- que yo no paso por eso, y aunque no tuviera otras razones (que las tengo), para abstenerme, me bastaría esas división inadmisible para negarme a firmar. Si catalanes y vascos quieren continuar en la emigración los costosísimos dislates que han cometido durante la guerra, allá ellos…”.

Hablaba así Azaña, una vez dueño de su palabra y desposeído de cualquier responsabilidad política, después de haber sido el inventor de la España de las autonomías, después de haber ensalzado a Cataluña como motor de la República, después de haber visto perder a un pueblo valiente y desorganizado una guerra contra un ejército centralizado y feroz, después de vislumbrar que la posguerra también la iban a perder debido al individualismo hispano, a la división de los demócratas republicanos que no habían sido capaces de unirse y olvidar sus diferencias para recuperar la libertad de su pueblo (las derrotas, decía Esplá, suelen tener siempre los mismos resultados, iguales actitudes), después de la traición de las grandes democracias.

Hoy, tras varios años de absurdos e irresponsables debates en el seno de un Tribunal Constitucional que va perdiendo legitimidad conforme se prolonga la agonía de sus miembros caducados, los neocentralistas castizos de traje viejo -que identifican España con su bolsillo, su irracionalidad secular y su desprecio absoluto hacia un país que aborrecen si no está sometido- y algunos nacionalistas periféricos –que piensan que esa España odiosa, cateta y zafia es más madrastra para ellos que para un ciudadano de cualquier otra parte más pobre del Estado-, vuelven a agitar el fantasma del desmembramiento sin dejar sitio a quienes nada tenemos que ver con Pelayo, la Inquisición, las rutas imperiales, las montañas nevadas, ni con los salvajes generales africanistas, ni con los plutócratas de cualquier territorio, ni con Cambó ni con Vázquez de Mella, ni con Prat de la Riba ni con Fraga y su viva España ni con el Cordobés ni con Bisbal, a quienes creemos que el catalán es parte de nuestra cultura, que Lluis Llach, Fonollosa, Martí i Pol y Salvador Espriu, son parte de nuestra alma y nuestras emociones.

Dicho esto, es preciso aclarar unas cuantas cosas: España es un conglomerado de culturas diferentes, de países diferentes cuya personalidad es preciso reconocer de una vez por todas para acabar con un cuento que parece no tener fin; también que esas culturas diferenciadas que componen el ser de España no son uniformes, sino variadas, plurilingües y multirraciales, no sólo ahora, sino desde la noche de los tiempos: No es posible imponer formas de ser, comportamientos por decreto-ley. Tampoco se puede ignorar, no es bueno ese verbo para nadie, que junto a las diferencias marcadas y respetadas, existen rasgos comunes a todos los pueblos de España: No se debe olvidar que compartimos el mismo suelo, la misma historia, los mismos dolores y gozos desde hace muchos siglos.

Por último, en la creencia de que el nombre de España dejará alguna vez de estar en manos de quienes lo han pervertido y desnaturalizado, de que el Estado irá progresando en su vertebración para bien de todos, es necesario decir a quienes hablan de España, Euzkadi o Catalunya, que esa división es ahistórica, absurda e incomprensible. España es el resultado de un conglomerado de pueblos y naciones, si por cualquier causa mañana algunas partes de España se segregaran, ésta dejaría irremediablemente de existir, pues nos encontraríamos ante un mapa debajo de los Pirineos en el que inexorablemente pondría: Portugal, Galicia, Castilla, ¿Andalucía?, Catalunya y Euzkadi. No se le puede llamar España al resto de lo que quede, a Castilla, pues Castilla es uno más de los pueblos que la componen; del mismo modo que si fuese Castilla la que se separase, tampoco al conjunto de los demás pueblos se les podría llamar España. No es que España sea “una unidad de destino en lo universal” –frase pedante y vacua-, es una realidad histórica de la que hace siglos intentaron apropiarse quienes sólo creen en la uniformidad, en la suya. Confundir España con el “pensamiento” de esas gentes sería algo parecido a darles la razón, incurriendo, además, en un verdadero dislate intelectual.

P.D.: En los años ochenta uno, que estudiaba en Madrid, tuvo la suerte de asistir a los primeros conciertos que Lluis Llach dio en el Teatro Salamanca. Vino para dos o tres días y se tuvo que quedar otros tantos. Nunca, y he visto muchos conciertos, he visto a tanta gente extasiada, entusiasmada y entregada a un músico, a una música que todos considerábamos nuestra. Nunca he visto tantas flores caer sobre un escenario, tantos llantos, tantas emociones, tanta felicidad, tanta euforia: Madrid era una ciudad abierta, seguía siendo el rompeolas de todas las Españas. Hoy, no sé muy bien que queda de aquello con tanto pueblerino en los altares. Terminados los estudios y tras un largo periodo de paro, me instalé en Alicante. Al poco de llegar encontré un bar maravilloso dónde sólo se ponía música de Lluis Llach y flamenco de verdad. Fue, hasta que lo cerraron hace unos años, un lugar único de encuentro para muchos que seguíamos, y seguimos, considerando a Llach parte indisoluble de nuestra crianza: Treinta y cinco años oyéndolo con lágrimas en los ojos y el pelo erizado, no caen en saco roto. Lo diga quien lo diga, la cultura catalana está dentro de mí, me pertenece y nadie me la va a quitar. La España madrastra no quiere a Llach, ni a Espriu, ni a Verdaguer, ni a Almirall, ni a Maragall. A mí tampoco, ni yo a ella: Pero existe otra.

Pedro L. Angosto

Verges 2007 - Que tinguem sort:


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