viernes. 26.04.2024

Más allá de una visita

Luis Buñuel, el genial aragonés, afirmaba que él era ateo gracias a Dios. Detrás de esta aparente contradicción, proclamada con afán provocativo, explicaba que su paso por un colegio de jesuitas le había producido un gran descreimiento. Era un ateo reactivo. Yo ni soy ateo ni creyente, ni siquiera agnóstico. Nunca me ha dado por reflexionar sobre divinas cuestiones. El más allá lo observo con cierta distancia.

Luis Buñuel, el genial aragonés, afirmaba que él era ateo gracias a Dios. Detrás de esta aparente contradicción, proclamada con afán provocativo, explicaba que su paso por un colegio de jesuitas le había producido un gran descreimiento.

Era un ateo reactivo. Yo ni soy ateo ni creyente, ni siquiera agnóstico. Nunca me ha dado por reflexionar sobre divinas cuestiones. El más allá lo observo con cierta distancia. No me corroe ninguna conciencia, tal como le ocurrió al protagonista de Unamuno en San Manuel Bueno, mártir. Un párroco condenado a hacer creer a los demás, sin creer él.

Sin embargo por vocación profesional, me ha interesado el fenómeno social que representan las religiones. Emile Durkhiem recalcaba que la religión tenía una naturaleza intrínsecamente social, nada divina. Afirmaba que la religión surge de la misma sociedad. Es un producto social y en ella desarrolla determinadas funciones y efectos sociales tales como la creación de una conciencia colectiva. Carlos Marx ponía el acento en la vertiente de la religión como apaciguadora de situaciones de explotación, la definía como el opio para el pueblo. Más adelante, la Teología de la Liberación le puso su contrapunto. Max Weber asoció el fenómeno religioso del protestantismo del Norte de Europa con las condiciones necesarias para el nacimiento del capitalismo; en contraposición con el catolicismo del Sur. Nietzsche anunció la muerte de Dios.

En definitiva, que el fenómeno religioso ha sido fuente inagotable de análisis sociológico; a tal tenor que existe una disciplina llamada Sociología de la Religión. En cualquier caso, lo que es palpable es que la religión se encuentra vigente en prácticamente todas las sociedades. También en esta ultimísima Sociedad 3.0. Por lo tanto, más allá de cómo cada uno entienda o viva la religión no podemos obviarla como red social, como elemento vinculante de muchas personas. Además, no me sorprende que ante una sociedad cada día más anómica, sin reglas ni valores, las religiones estén cobrando mucha fuerza y vigor. Son muchas las personas que necesitan creer en algo; necesitan religarse, volver a unirse con otras personas.

Políticamente, me declaro laico en el sentido que ningún poder público debe imponer o preferir confesión o principio teológico alguno al conjunto de la sociedad civil. Las creencias forman parte del ámbito privado y en dicho espacio deben residenciar, desde el respeto a los derechos humanos. Es decir, a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

En este contexto, la visita del Papa ha sido un evento de gran centralidad y debate público. Muchas han sido las aristas para la polémica: de orden ideológico, moral y político; en torno al coste para el Estado; sobre incidentes de orden público… Pero me van a permitir que obvie las mismas para quedarme con dos aspectos. El primero es hacer notar la potencia de la organización eclesial católica. Más allá de las subvenciones, tiene energía social, como hemos visto en sus convocatorias. El segundo aspecto es que la religión católica, al igual que otras religiones, sigue teniendo un peso muy significativo en las opiniones e ideas de muchas personas. Y desde esta consideración un diálogo constructivo entre creyentes, ateos, agnósticos y demás posiciones sobre lo espiritual, sobre los valores y creencias, no viene nunca mal. La interculturalidad, la interacción entre diferentes culturas desde el respeto, diálogo y sinergia de la diversidad, es siempre una buena consejera. Y sobre todo, evitemos que las cuestiones religiosas se conviertan en fuente de conflicto como muchos episodios de la negra historia nos recuerdan.

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