viernes. 26.04.2024

Low Cost

Mi suegra solía contar una anécdota referente a la visita de una marquesa al caserío familiar. Muy complacida, la señora observaba cómo las gallinas de Adoración, sueltas por el patio comían grano y verde, picaban el suelo por lo del calcio, se disputaban ferozmente algún gusano, y ponían huevos en la paja mullida. Kíkirikí. Cocoricó, cocoricó.

Mi suegra solía contar una anécdota referente a la visita de una marquesa al caserío familiar. Muy complacida, la señora observaba cómo las gallinas de Adoración, sueltas por el patio comían grano y verde, picaban el suelo por lo del calcio, se disputaban ferozmente algún gusano, y ponían huevos en la paja mullida. Kíkirikí. Cocoricó, cocoricó.

Le pidió cuatro docenas de ellos para llevárselos a la capital. Huevos de dos yemas. Huevos de gallinas cautivas pero felices.

“Son veinte duros”, veinte duros de los de antes. La marquesa, aunque no aparecía mucho por el mercado, le preguntó a la paisana si había escasez de huevos en aquella zona, por que le parecían bastante más caros de lo normal. “Señora, lo que por aquí escasean son las marquesas”.

Al margen de sus evidentes diferencias organolépticas, lo que me enseñó mi suegra es que la principal diferencia entre los huevos de las gallinas felices y de sus hermanas esclavas, no era el precio sino, por decirlo de alguna forma, su metaprecio.

Un espacio de apenas una cuarta para cada prisionera, la luz encendida hasta el límite de su resistencia (incluso las gallinas necesitan dormir algo para no volverse locas), hartas de fast-food, envueltas todas en gallinaza, sin conocer ni corral, ni pollito, ni gallito kiriko. Y ya viejas, por haber dejado de poner huevos, caldito y croquetas. Cocorocó.

Y huevos, y huevos, y más huevos normales, huevos codificados, huevos absolutamente baratos en su normalidad. Huevos de calidad controlada. Huevos fabricados que no llevan pollito dentro, pero que guardan un infierno.

Supongo que por eso nos limitamos a llevar a nuestras niñas y a nuestros niños a las granjas escuela, porque queremos protegerlos y por ello es conveniente que no sepan toda la verdad. Además, si los lleváramos a las granjas de verdad, a las maquilas animales, si supieran cómo se transforma un cerdito en salchicha industrial, seguro que la Inspección Educativa investigaba y sancionaba al colegio entero por crueldad. “¡Y es que así no hay quien quiera seguir jugando a la gallinita ciega!”.

Poco a poco, el low-cost nos invade.

Ya mayorcitos, ¿nos interesa algo la realidad de industria gallinera?.¿Le echamos un ojo a la codicia, al abuso, al dolor, a la porquería, a la mierda de vida que arrastramos las gallinas ponedoras?.

(Dedicado a la hija pequeña de Adoración)

Low Cost
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