viernes. 26.04.2024

Cuando éramos felices e indocumentados

NUEVATRIBUNA.ES - 20.7.2010...aseguran ahora los conspicuos analistas, mientras vamos arriando pasmosamente las rojigualdas de nuestros balcones.
NUEVATRIBUNA.ES - 20.7.2010

...aseguran ahora los conspicuos analistas, mientras vamos arriando pasmosamente las rojigualdas de nuestros balcones.

El bochorno nos va aletargando en esta balsa de piedra en la que ya no nos acompaña siquiera José Saramago: ¿cómo levantar la moral si las noticias juegan a la contra, si los mercados nos manejan como títeres y las transnacionales gobiernan a los gobiernos y a la democracia como un juguete roto?

De forma periódica, el Instituto Gallup realiza una encuesta mundial en torno a la felicidad, sobre datos recabados entre miles de personas de 155 países entre 2005 y 2009, justo las fechas comprendidas entre que dejamos de ser eufóricamente ricos y volvimos a ser austeros por decreto ley. Al personal le preguntaban su grado de satisfacción con la vida en general, pero también su bienestar cotidiano, desde el tiempo que dormía a cualquier contratiempo que hubiera enturbiado su ritmo diario.

Las preguntas giran en torno a diez variables que al parecen fijan el bienestar de un país: liderazgo, seguridad, comida y vivienda, educación, empleo, poder adquisitivo, salud, compromiso ciudadano, ocio y posibilidad de ascender en la pirámide social. Entre otras preguntas, se formularon las siguientes: “¿Se sintió usted descansado en el día de ayer?”, “¿Se siente usted seguro para hablar en público de la situación política del país?” pero también: “¿Pudo hacer algo de lo que usted mejor sabe hacer en su trabajo
ayer?”.

Así que, según dicho muestreo, la España del chiste y de la coña marinera, de la charanga y pandereta, este país aparentemente jovial y festivo, se sitúa en el puesto número 43 en el ranking mundial de la producción de sonrisas interiores. Y en el decimoséptimo puesto de la Unión Europea, superando tan sólo al cabreo griego y a la antigua grandeur francesa, así como a ese largo caleidoscopio de pequeñas repúblicas que pronto descubrieron en su día que la felicidad tampoco estaba al otro lado del muro y del infierno soviético.

Uno siente cierta desconfianza ante tales estimaciones, quizá porque durante muchos años, en los estudios de andar por casa, la ciudad española con peor calidad de vida siempre resultaba ser ese lugar maravilloso llamado Sanlúcar de Barrameda, donde los caballos corren por la playa y la manzanilla acompaña el vaivén del mar y del Guadalquivir a orillas de Doñana, nuestro último paraíso. Cierto es que, para estos afanes, hay otros valores y escalofríos, desde el índice del paro a las horas de luz solar, desde la tasa de escolarización a la existencia o no de economía sumergida que palie en las sombras lo que los Estados debieran garantizar a las claras del día.

Sin embargo, a la vista de los resultados de la encuesta Gallup, pareciera como si la vieja España fuera una anciana de luto, aquel estereotipo machadiano del 98 a la que aún vemos de carnaval vestida, pobre, escuálida y beoda, de forma que no acierte la mano con la herida. ¿Qué se hizo de la alegría del ayer cuando, a decir de Gabriel García Márquez, éramos felices e indocumentados? Desde los pulpitos mediáticos, ya no nos amenazan con el fuego purificador del infierno, que también, sino con una siniestra liturgia por la cual sólo encontraremos la salvación en aquellas doctrinas que nos han condenado. Cuando no tocan los índices de la Bolsa, el turno de la amargura lo asume el debate del estado de la Nación o las naciones periféricas que quieren debatir con el Estado, que en el fondo también son ellas más allá de las discutibles y respetables sentencias del Tribunal Constitucional.

¿Por qué la gente se siente feliz o se siente desdichada? A menudo, es el resultado del capricho de la propaganda política o del pertinaz goteo de la información pura y dura. Cuando no nos fastidia la vida algún rival amoroso, vienen a hundírnosla los célebres mercados que de un tiempo a esta parte no sólo nos roban la cartera sino las emociones.

Sorprende que un país tan pobre como Costa Rica –quinta posición en el ranking mundial-- se sienta tan feliz como los países europeos más risueños que son quienes le preceden y que, a la postre, resultaron ser Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia y Holanda, que siguen contando con arcas repletas aunque también se les estén vaciando los baúles del Estado del bienestar.

Les siguen –a pesar del frío—Canadá y Suiza. Luego, Nueva Zelanda: un pacífico muermo con ovejas y paisajes espectaculares. A continuación, Suecia, Austria, Australia, Estados Unidos y la lluviosa Bélgica. Empieza a caldearse el ambiente con Brasil, en el puesto 14. Y en el 15, figura Panamá, la alegría de la huerta, por así decirlo.

Quizá podríamos felicitarnos por ser infelices. Porque tal vez esa insatisfacción nos lleve a luchar por nuestros sueños y no acomodarnos en laureles absurdos. ¿Alguien recuerda cuando la España del pelotazo inmobiliario pretendía codearse con los países más ricos del mundo? Sin embargo, mucho me temo que no sea así y que sigamos mareando la perdiz y responsabilizando exclusivamente de nuestros males al Gobierno de hoy o al del pasado, a la debilidad de los sindicatos o a la mediocridad de los empresarios. Vale que quizá en todos esos actores encontremos un muñeco del pim, pam, pum contra el que dirigir nuestros reproches. Pero algo tendremos que ver los ciudadanos, en exceso acostumbrados a que sean otros los que nos saquen las castañas del fuego.

Eso es lo más preocupante de la encuesta de Gallup. No el albur de que la felicidad realmente exista o de que pueda medirse, sino la percepción de que si un pueblo carece de sensación de bienestar colectivo no puede desarrollarse. Y que cuando esa desazón ocurre, lo más lógico es que su población emigre: ¿volveremos a ver las viejas maletas de cartón subiendo a los expresos de los años 50 y 60? ¿Hacia dónde podríamos huir hoy de esa España triste que dibujan las encuestas?

De estabularnos en esa melancolía que refleja el Instituto Gallup, España entraría en un bucle eterno donde la depresión no sólo sería económica sino psicológica. Y la desconfianza nos impediría incluso volver a ganar un mundial de fútbol. Que es lo peor, seguramente.

Juan José Téllez es escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.

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