sábado. 27.04.2024
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Estos últimos días estamos asistiendo a una pirámide de deterioro por cuyas laderas se deslizan como por un tobogán infernal todos los parámetros de nuestra convivencia: la presidenta de una comunidad autónoma defiende su derecho a subirse al coche que quiere y meterse en la cama que quiere sin importarle, al parecer, ni el dudoso origen de tales artefactos ni el tono exigible al discurso de una alta autoridad institucional. Un diario digital publica y documenta que ha recibido amenazas directas del jefe de gabinete de esta señora, con antecedentes en la materia -ya profirió amenazas semejantes contra otro medio cuando era jefe de gabinete, oh sorpresa, del ex presidente Aznar-, y en medio de todo eso una nube de políticos y comentaristas de la derecha defienden el carácter impecable y legal de la actividad de comisionista que, traducida al castellano, consiste en recibir una alta suma de dinero por no hacer nada, por pasarle a un señor el teléfono de otro.

Cuando suceden todas estas cosas juntas, la conclusión más básica es que necesitamos de manera urgente un rearme moral. No teman, no voy a colocarles un discurso. Es que estamos llegando al momento en que esto es una pura cuestión práctica: así no se puede vivir. Lo que estamos sufriendo es la apoteosis y el resultado de una cultura del dinero, orquestada ideológicamente por la derecha ultraliberal, que termina en un sálvese quien pueda en el que solo algunos, los que tienen medios, los que tienen poder, los que tienen voz, se mantienen a flote.

Necesitamos un país de valores en el que vuelva a haber respeto por la gente honrada, y en el que la honradez no la defina solo la legalidad, sino la actitud ante la vida

Los demás nos hundimos. Nos hundimos en un mar de porquería, en el que se hace mofa de quienes hacen bien su trabajo y de quienes empeñan en él su convicción de que lo que hacen tiene un sentido colectivo que va más allá de lo que reciben a cambio en euros. Se hace mofa, y no por casualidad lo ejemplifico en ellos, de los profesionales de la sanidad y de la educación que se dejan la piel por un país decente, y no reciben una remuneración justa. Se hace mofa -y amenaza- de unos periodistas que son ahora mismo la garantía de que aún no nos engañen tanto como quisieran.

Así no se puede vivir, y no pueden vivir tampoco los apóstoles de este sistema caníbal, que no se dan cuenta de que, si solo vale la pena trabajar por dinero, entonces no vale la pena trabajar para ellos, que son los que pagan sueldos de miseria y cobran alquileres de disparate. Si solo vale la pena perseguir el dinero, terminaremos siendo un país fallido, un estado fallido, una sociedad distópica.

Necesitamos un rearme moral. Un país de valores en el que haya una reprobación social a quienes manchan los cargos que ocupan con el insulto y con la justificación, a quienes se codean con gente que vive del engaño y del cuento. Necesitamos un país de valores en el que vuelva a haber respeto por la gente honrada, y en el que la honradez no la defina solo la legalidad, sino la actitud ante la vida. Es una cuestión de supervivencia. Nos hundimos.

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