domingo. 28.04.2024
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El histórico miembro de la organización ETA conocido (por su nombre de guerra, nunca mejor dicho) como Josu “Ternera” habla con Jordi Evole en el documental No me llame Ternera. La expectación era máxima por lo delicado del tema. Sin embargo, en el pase matinal del K2 tampoco había un lleno absoluto. Algunos abandonaron la sala y cierta tensión se mascaba en el ambiente. Me pregunto cuál es la lectura que pueden hacer las nuevas generaciones para quienes “el conflicto” es, afortunadamente, cosa del pasado, de aquellos tiempos en que no se podría hablar con franqueza porque algunos pagaban con su vida el significarse.

En 1968, con solo diecisiete años, Josu Ternera ingresa en ETA, llegando a participar en la logística del atentado contra Carrero Blanco. Al parecer la organización contaba con cuatro frentes, el militar, el político, el cultural y el Internacional. Según su versión, Ternera nunca perteneció al primero y ni siquiera le dieron una pistola que hubo de comprase con su dinero, aunque sí fue pasando sucesivamente por los otros tres. Aunque se le consideró el máximo líder político de la organización en un determinado momento, esto nunca habría podido ser así al haber direcciones colectivas y desestimar los testimonios de sus camaradas en tal sentido. 

Al repasar su medio siglo de activismo en la organización, se le preguntan por muchas cosas. Aunque no fuesen amigos del alma, conoció a Yoyes e incluso la visitó un par de veces durante su estancia en México. ¿Acaso reprueba que fuese asesinada delante de su hijo en la plaza del pueblo? No deja de lamentarlo, pero al mismo tiempo entiende que “un análisis político” no podía tolerar semejante heterodoxia, puesto que su abandono significaba dar oxígeno al enemigo. Poco importa que le hubiese garantizado lo contrario y tildase de prácticas mafiosas las amenazas recibidas.

Las víctimas de Hipercor lo fueron por un error logístico y también por negligencia del Estado (sic), dado que no supieron desalojar a tiempo las instalaciones pese al aviso recibido. Rocambolesca manera de repartir las responsabilidades de la masacre entre ambos bandos. De igual modo, habían advertido que las casas cuartel de la guardia civil eran un objetivo y habría sido irresponsable no evacuar a las familias de los guardias civiles lo que propició la muerte de algunas criaturas. Una y otra vez se propende a justificar lo injustificable por peregrinas e incoherentes que sean las explicaciones.

Resulta descorazonador escuchar unas declaraciones con ese hilo conductor, por mucho que se lamente las consecuencias irreversibles derivadas de la espiral violenta del “conflicto”. Pero el colmo es echar de menos la dimensión ética que faltaba, como si el terrorismo pudiera tener tal cosa. Se condenan las masacres de otros terrorismos por indiscriminados, pero se mantiene que los muertos en un centro comercial o un autobús fueron únicamente fruto de la mala suerte. 

Ternera entiende que matar no está bien (menos mal) y asegura que nunca lo ha hecho, pese a que se responsabiliza de haber suscrito una obediencia inquebrantable hacia las decisiones tomadas por su organización. Pendiente de una extradición a España, declara que dejó de militar hace muchos años. Con todo, su papel fue decisivo en las conversaciones con Jesús Eguiguren​, cuyo propósito era no legar a las futuras generaciones esa lacra. También es quien lee a cara descubierta el comunicado en que se confirma el definitivo desmantelamiento de la organización armada y su voz es la del encapuchado que anunció años antes una tregua indefinida.

Sólo le pesa no haber contribuido a dar ese paso mucho antes. Y en esto no le falta razón. La lucha contra el franquismo podía dar pie a ciertas mitologías, pero hubo quien tardó mucho menos en dejar las armas para subirse a la tribuna política, como fuera el caso de Onaindia. Pero Ternera no supo apreciar los cambios acometidos por una Transición que amnistió a los presos políticos y una democracia tan garantista que le permitió ser elegido como parlamentario mientras estaba en la cárcel.

La entrevista deja mal cuerpo y Évole ha perdido una gran ocasión para haberle apretado las clavijas a su interlocutor, aunque intente hacerle ver sus múltiples contradicciones. De no ser por el escándalo mediático suscitado, quizá hubiera pasado con más pena que gloria. Conviene verlo como un documento instructivo, al modo en que lo son por ejemplo las Memorias de Albert Speer.

La polémica entrevista de Jordi Evolé a Josu Ternera