domingo. 28.04.2024

Desde Waterloo un prófugo de la justicia impone sus condiciones para respaldar a Pedro Sánchez en una hipotética investidura. Cualquier podría pensar que su ideario está más próximo al socialismo y esa es la razón de no negociar con Alberto Núñez Feijóo. Eso sería lo suyo, pero habría que venir de otro planeta para fingir esa hipótesis política. En realidad, nadie conoce ningún programa político del President fugado. ¿Es partidario de subir o bajar los impuestos? ¿Apuesta por fortalecer las prestaciones publicas en asistencia, educación y sanidad o es más bien partidario de privatizarlo absolutamente todo? ¿Qué opina de los programas ejecutados por Vox y el Partido Popular en las comunidades donde gobiernan conjuntamente? ¿Por qué se han distanciado de un partido independentista como Ezquerra Republicana? ¿Cómo valora la gestión que hizo Salvador Illa en el Ministerio de Sanidad? ¿Le gustaría derogar la reforma laboral? 

A nadie parece interesarle nada de todo esto desde luego él no se molesta lo más mínimo en aclararlo. ¿Acaso sintoniza más con las políticas de Sumar y por eso se ha entrevistado con Yolanda Díaz? Esto sería noticia por suponer un cambio de rumbo en su formación política. Sus ilustres predecesores al frente de CiU aplicaron más bien políticas neoliberales, tremendamente afines a las del gobierno de Aznar y su intachable ministro económico Rodrigo Rato. Es cuestión de revisar sus actuaciones y compararlas. Pero a Puigdemont estos detalles le son indiferentes. No está claro si el mismísimo Putin le animó a declarar la República Independiente de Cataluña durante un breve instante, Luego puso pies en polvorosa, mientras Oriol Junqueras y muchos otros afrontaban sus problemas con la justicia. Incluso se hizo eurodiputado. Podría haber aprovechado para consultar cómo acogería la Unión Europea esta secesión en su seno.

Sus ilustres predecesores al frente de CiU aplicaron más bien políticas neoliberales, tremendamente afines a las del gobierno de Aznar y su intachable Rodrigo Rato

Quizá sea muy simplista decirlo así, pero temo que los chanchullos económicos de la familia y del gobierno Pujol tienen mucho que ver en esta huida hacia delante. Convenía reivindicar la independencia para echar tierra sobre los escándalos financieros. El discurso podría prosperar en tiempos de malestar social. ¿Acaso no viviría mejor el pueblo catalán si alcanzase su autodeterminación y no se viera reprimido por el Estado español? El mecanismo es algo muy socorrido y se vende bien. Basta con repasar la historia por doquier. Siempre he creído que, de hacerse dos consultas paralelas, el separatismo podría perder en Cataluña y ganar en España. El Reino Unido se fue de la UE, tras convencer a buena parte de los británicos que podrían vivir mejor insularmente. ¿Ha sido así?

Todo esto no quiere decir que no se pueda cambiar nuestro modelo territorial y estudiar lo que daría de sí una federación hispánica. Máxime cuando el Estado de las Autonomías pretendía difuminar los anhelos compartidos por el País Vasco y Cataluña. La duda es que Puigdemont y su formación política sean unos interlocutores privilegiados para llevar a cabo ese análisis. Triunfa el ruido y la insensatez donde pescan en aguas revueltas partidos como Vox, que precisan de la polarización y el atrincheramiento para ocultar su falta de ideas. Lo malo es que les haga el juego la derecha presuntamente centrista. Esto ya sucedió sin ir más lejos en la República de Weimar, con el resultado que conocemos. 

Deberíamos dejar de mirar a los dedos que apuntan en una dirección y otear el horizonte. A la gente común le da bastante igual esta pantomima circense que se hace pasar por política. Les interesa que los contratos no sean indefinidos nominalmente, pero se acaban al medio años por estar en prácticas y ahorrar con ello mucho dinero a las empresas. La ciudadanía quiere saber si puede llegar a fin de mes con un trabajo bien remunerado. Se pregunta porqué mantener su deuda bancaria tras verse desahuciado tras pagar varios años una hipótesis cuyos intereses no dejan amortizar el capital del préstamo.

Estos tiempos exigen grandes pactos que se pueden suscribir desde la oposición o el gobierno

No entiende que algunos intermediarios cobren comisiones astronómicas y no pase absolutamente nada, mientras que la justicia persigue implacablemente a quien toba comida en un supermercado. Que alguien como Rubiales mantenga su cargo y no se investiguen las escándalos finanzas que podrían estar detrás de sus apoyos. La justicia dice ser igual para todos, pero hay inmunidades infames y tratos muy desiguales. ¿Qué demonios piensa Carles Puigdemont de todas estas cuestiones y otras por el estilo? ¿Cuál es la legitimidad que le otorga oficiar como arbitro en el Parlamento español e imponer condiciones meta-políticas, por no decir metafísicas, para respaldar una investidura sin entrar en cuestiones capitales para la mayoría de los votantes? 

Puede que Yolanda Díaz haya dado en el clavo con su acercamiento simbólico. Los indultos parecían fuera de lugar y se mostraron eficaces para rebajar una tensión absurda, favoreciendo que se rompiera un bloque nacionalista bipolar y con ideologías antagónicas, hasta el punto de propiciar un acuerdo entre quien ganó las últimas elecciones catalanas (PSC) y ERC para desbloquear los presupuestos de la Generalitat. Una repetición electoral pospone que se pueda ir legislando y atendiendo a los problemas de la ciudadanía. 

Estos tiempos exigen grandes pactos que se pueden suscribir desde la oposición o el gobierno. Feijóo ha demostrado poca cintura institucional con su oferta de gobernar dos años en los que acometer grandes reformas. A un político de raza le interesaría favorecerlas desde cualquier posición, pero ha demostrado que a él solo le interesa hacer el paripé por si cuela. En realidad, al igual que Abascal, responden a un perfil político similar al de Puigdemont. Sabemos lo que critican, mas no lo que proponen. Su ideario político es un misterio bien guardado. 

¿Puigdemont es progresista, conservador o solo independentista?