viernes. 29.03.2024
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En anteriores artículos hemos visto las grandes pandemias que ha padecido el mundo. Pero aparte de éstas, a lo largo de la historia de la humanidad se han sufrido otras pero quizá no tan extensas y mortales como las anteriormente publicadas.

En este nuevo artículo vamos a ver otras pandemias que fueron también importantes, pero no tan letales como las anteriores.

  1. La plaga o peste de Atenas
  2. La peste cipriana o de Cipriano
  3. La viruela de Japón 735 a 737
  4. La epidemia del sudor inglés 
  5. La gripe rusa de 1889

La plaga o peste de Atenas

Fue una epidemia devastadora, que afectó principalmente a la ciudad estado de Atenas en el año 430 a. C. y transcurría el segundo año de la guerra del Peloponeso. Se cree que llegó a Atenas a través del puerto de El Pireo, que era el puerto de la ciudad y única fuente de comida y suministros de la ciudad que se encontraba cercada por el ejército espartano. Tenía entonces Atenas unos 300.000 habitantes y la pandemia produjo la muerte de unas cien mil personas.

La ciudad-estado de Esparta y gran parte del Mediterráneo oriental también fueron afectados por la epidemia, aunque en menor medida. La plaga volvió en dos ocasiones, en el 429 a. C. y en el invierno de 426-425 a. C.

Esparta y sus aliados, con la excepción de la ciudad estado de Corinto, eran casi exclusivamente potencias basadas en tierra firme, capaces de concentrar grandes ejércitos de infantería, que eran casi imbatibles. Bajo el mando de Pericles, los atenienses se retiraron tras las murallas de Atenas, esperando mantener a Esparta controlada, mientras que su marina era muy superior arrasaba los transportes de tropas espartanas y cortaba las líneas de suministro.

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Entre los líderes atenienses sobresale Pericles, cuya habilidad política y militar facilitaría el desarrollo del imperio ateniense en el siglo que lleva su nombre.

Al desatarse las hostilidades, Pericles, consciente de la superioridad de los hoplitas espartanos en el combate terrestre, impuso la estrategia de dejar los campos a merced del ejército invasor, protegiendo a la población en Atenas y su puerto, el Pireo. Estas ciudades estaban amuralladas y se encontraban unidas por un largo corredor defendido por las Murallas Largas que Temístocles había erigido al retirarse el ejército persa, como puede verse en el plano anterior.

Este complejo fortificado constituía una posición inexpugnable para las posibilidades bélicas de la época, mientras que la conexión marítima y la hegemonía ateniense en el mar, aseguraban el abastecimiento indefinido de la población y permitían desarrollar ataques en las costas del territorio enemigo.

A consecuencias de esta estrategia, la población de Atenas se había cuadruplicado con los refugiados, muchos de los cuales vivían hacinados en precarias chozas improvisadas, situación que creó en la capital del imperio y su puerto las condiciones ideales para el ataque de una pandemia.

Desafortunadamente, la estrategia también llevó a que mucha gente del campo entrase en la ya sobrepoblada ciudad de Atenas. A su vez, gente que vivía fuera de las murallas se desplazó asimismo hacia el área central, convirtiendo a Atenas en el lugar perfecto para el contagio masivo de la enfermedad.

f15“La Peste de Atenas” por Michiel Sweerts. 1652–1654

El historiador Tucídides nos dice, que la aglomeración en la que vivían los refugiados agravó la miseria, ya que fueron ellos los que más sufrieron, junto a los médicos y quienes cuidaban a los enfermos, pues adquirían la enfermedad con mayor frecuencia.

La plaga atacó a todos sin distinción y quienes sobrevivían no volvían a tener la enfermedad o por lo menos no con resultado fatal. Las aves y animales que se alimentan de carne humana, a pesar de la cantidad de cadáveres disponibles, no se aproximaban a estos o bien morían luego de comer de ellos.

Por último, describe con detalle la desesperanza que descendió sobre la población, y la disolución del orden social y moral como consecuencia de la gran mortandad y de la inefectividad de las plegarias, de los médicos y de las autoridades.

Los muertos eran abandonados en cualquier lugar o bien se aprovechaban las piras funerarias ajenas para arrojar a los muertos propios. Los enfermos eran abandonados a su suerte, y los desórdenes y crímenes se multiplicaban, sin que el temor a los dioses o a la ley sirviese de freno.

Reconstrucción de Myrtis, una niña de 11 años que murió por la Plaga de Atenas

Quienes tenían bienes o quienes se hacían de riquezas, por herencia o por no quedar dueños, derrochaban lo que tenían ante un futuro incierto. La plaga duró todo ese año y se mantuvo con casos esporádicos para reaparecer con fuerza en el verano siguiente y luego en el invierno entre los años 427-426.

Tucídides describe la llegada de la epidemia, que comenzó en Etiopía, atravesó Egipto y Libia y llegó luego al mundo griego. La epidemia brotó en una ciudad completamente abarrotada y en estado de guerra. Atenas perdió posiblemente un tercio de las personas que se cobijaban tras sus muros.

El propio Tucídides padeció la peste pero consiguió sobrevivir, El mayor alivio de los infectados era meterse en agua fría, de manera que el agua les servía contra el calor y la sed. Decía de ella: “Quiero hablar aquí de ella para que el médico que sabe de medicina, y el que no sabe nada de ella, declare si es posible entender de dónde vino este mal”.

Pericles

Tucídides deseaba dejar una descripción precisa para la posteridad, intención que declara explícitamente también para su obra completa. En relación a la plaga, dice que deja a cada lector, médico o profano, la opinión sobre su origen o causa y agrega: "por mi parte, simplemente la describiré por su naturaleza y explicaré sus síntomas por los que pueda ser reconocida por el estudioso si alguna vez se vuelve a presentar; esto lo puedo hacer mejor pues yo mismo sufrí el mal, y fui testigo de su actuar en el caso de otros".

Ni los médicos ni los rezos a los dioses atenienses lograron parar. Así describen los síntomas de los enfermos, decía: “Primero sentían un fuerte y excesivo calor en la cabeza; los ojos se les ponían colorados e hinchados; la lengua y la garganta sanguinolentas, y el aliento hediondo y difícil de salir, produciendo continuos estornudos; la voz se enronquecía, y descendiendo el mal al pecho, producía gran toso, que causaba un dolor muy agudo; y cuando la materia venía a las partes del corazón, provocaban un vómito de cólera, que los médicos llamaban apocatarsis”.

Externamente el cuerpo no estaba muy caliente al tacto, ni pálido en apariencia, sino que colorado, lívido y rompiendo en pequeñas pústulas y llagas. Pero internamente ardía tanto que el paciente no era capaz de soportar ropa o sábanas, incluso aquellas de la más liviana descripción, o en verdad de estar de cualquier otra manera que completamente desnudo.

Los enfermos de la plaga se hubiesen lanzado al agua helada; como en efecto lo hicieron algunos de los enfermos descuidados, que se lanzaron a los estanques de agua de lluvia en su agonía de sed inextinguible, aunque no había diferencia si tomaban poco o mucho.

Al lado de esto, la sensación miserable de no ser capaces de descansar o dormir jamás dejaba de atormentarlos. El cuerpo mientras tanto se consumía mientras la enfermedad estaba en su apogeo, de manera que cuando sucumbían a la inflamación interna, la mayoría de los casos al séptimo u octavo día, todavía tenían alguna fuerza.

Si pasaban esta etapa de la enfermedad, y esta descendía más allá a los intestinos, induciendo allí una violenta ulceración acompañada de una intensa diarrea, esto traía una debilidad que era generalmente fatal.

El mal se asentaba primero en la cabeza, y seguía su curso desde allí a través de todo el cuerpo, e incluso cuando no resultaba mortal, aún así dejaba sus marcas en las extremidades.

f12Tucidides

Después, la enfermedad se desarrollaba en las partes pudendas, los dedos y ortejos y muchos escaparon con la pérdida de éstos, algunos también con la de sus ojos. Aún otros también sufrían una pérdida total de la memoria en su primera recuperación y no se conocían a sí mismos ni a sus amigos.

La visión de las piras funerarias, que eran visibles en toda la ciudad. hizo que el ejército espartano se retirara por temor a la enfermedad. Mató a gran parte de la infantería ateniense, algunos de los marinos más expertos y a su líder, Pericles, que murió en uno de los brotes posteriores en el año 429 a. C. además de sus propios hijos.

Tras el fallecimiento de Pericles, Atenas fue dirigida por una sucesión de jefes débiles e incompetentes. Según Tucídides, hasta el año 415 a. C. la población de Atenas no se pudo recuperar.

Los historiadores modernos no se ponen de acuerdo sobre si la plaga fue un factor crucial o no para la derrota ateniense en la guerra. En cualquier caso, se cree que la pérdida de esta guerra pudo allanar el camino para el éxito de los macedonios y posteriormente los romanos.

f11”The Plague At Ashdod”. Nicolas Poussin, 1631

La peste cipriana o de Cipriano

Es el nombre que se da a la pandemia, que asoló el Imperio Romano entre los años 249 y 262 d. C. Se cree que la epidemia estuvo en el origen de la escasez de mano de obra para la producción de comida y también en el ejército romano, debilitando gravemente al Imperio durante esta crisis del siglo III.

Su nombre se debe a San Cipriano, obispo de Cartago y era además un antiguo escritor cristiano, que fue testigo y describió la plaga. Se especula sobre cuál sería el agente de la plaga, debido a la escasez de las fuentes, pero entre los sospechosos se encuentra la viruela, pandemia de gripe y fiebre hemorrágica viral.

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Entre los años 250 a 262, fue el momento álgido del brote, se decía que morían en Roma cinco mil personas al día. Poncio de Cartago habla de esta forma de esta pandemia:

“Después hubo un brote de una tremenda peste, y excesiva destrucción de una odiosa enfermedad invadió cada casa en sucesión del temeroso pueblo, siguiendo adelante día tras día con un ataque repentino a personas innumerables, cada uno de su propia casa.

Todos temblaban, huían, rehuyendo el contagio, exponiendo impíamente a sus propios amigos, como si con la exclusión de la persona que se iba a morir de todas formas de la peste, pudiera librarse uno mismo de la muerte. Allí yacieron por toda la ciudad lo que ya no eran cuerpos sino los cadáveres de muchos, y, por la contemplación de un destino que podrían a su vez ser el propio, exigía la piedad de quienes pasaban, piedad por ellos mismos.

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Nadie consideraba nada más que sus crueles ganancias. Nadie temblaba por el recuerdo de un acontecimiento similar. Nadie hizo nada que no fuera lo que uno mismo deseara experimentar”.

Cipriano realizó sermones moralizantes a la comunidad cristiana. En el siguiente escrito habla sobre esta peste

“Este desafío, ahora que las entrañas, relajadas en un flujo constante, descargan al cuerpo de su fuerza; que un fuego que se origina en los fermentos de la médula en heridas de las fauces; que los intestinos estén sacudidos con un vómito continuo; que los ojos estén ardiendo inyectados de sangre; que en algunos casos los pies o algunas partes de los miembros se arranquen por el contagio de una enfermiza putrefacción; que de esa debilidad que surge por la mutilación y la pérdida del cuerpo, bien la marcha se debilita, o se obstruye el oído, o se oscurece la visión; es aprovechable como una prueba de fe.

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¡Qué grandeza de espíritu es luchar con todos los poderes de una mente inmutable contra tantos estallidos de devastación y muerte!

Qué sublime, permanecer en pie en medio de la desolación de la raza humana, y no quedar postrado con aquellos que no tienen esperanza en Dios; antes bien, regocijarse, y abrazar el beneficio de la ocasión; que de esta manera, mostrando valientemente la fortaleza de nuestra fe, y al soportar el sufrimiento, ¡nos acercaremos a Cristo por la estrecha vía que Cristo trazó, podremos recibir el premio de Su vida y fe según Su propio juicio!”.

La severa devastación de la población europea por las dos pestes puede indicar que la gente no había estado expuesta con anterioridad o no se había inmunizado a la causa de la plaga.

El historiador William Hardy Mcneill dice, que tanto la peste antonina de los años166-180 como la de Cipriano de los años 251-270 fueron las primeras transferencias desde reservorios animales a la humanidad de dos enfermedades diferentes, una de viruela y una de sarampión, aunque no necesariamente en ese orden. D. Stathakopoulos afirma que ambos brotes fueron de viruela.

De acuerdo con el historiador Kyle Harper, los síntomas atribuidos por las fuentes antiguas a la peste cipriana encajan más con una enfermedad viral, que causa una fiebre hemorrágica, más que la viruela. A la inversa, Harper cree que la plaga antonina fue causada por la viruela.

Esta plaga se inició en Etiopía y se extiende posteriormente por todo Egipto amenazando con destruir la ciudad de Alejandría. Los cronistas de la ciudad nos relatan que nunca habían visto una plaga así de dura, pues calculan que falleció el 70% de los habitantes de la ciudad.

Los síntomas que nos relatan de la enfermedad es un agotador flujo de vientre, a lo que seguía nauseas, vómitos, fiebre alta, úlceras en la garganta, ojos inyectados de sangre y gangrena de brazos y piernas.

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Nadie quería entrar en contacto con los enfermos de la ciudad. Sin embargo, aparece un grupo de jóvenes cristianos, que arriesgando sus vidas, actúan como camilleros y serán llamados parabolanos “los temerarios”.

Los parabolanos se encargaban de asistir y lavar a los enfermos y enterrar a los fallecidos. Con el tiempo este grupo de parabolanos se convirtió en el grupo armado del obispo de Alejandría. Este grupo será el que un siglo después destruirá el templo de Serapis y el que acabó con la vida de la célebre matemática, filósofa y astrónoma Hipatia.

La viruela de Japón 735 a 737

Fue una importante epidemia de viruela, que afectó a gran parte de Japón. La epidemia tuvo importantes repercusiones sociales, económicas y religiosas en todo el país y provocó la muerte de aproximadamente un tercio de toda la población japonesa.

Unos decenios antes del brote, los funcionarios de la corte japonesa habían adoptado la política china de notificar los brotes de enfermedades entre la población general. ​ Esta práctica de registro facilitó enormemente la identificación de la viruela como la enfermedad, que afectó a Japón durante los años 735 a 737.

El aumento del contacto entre Japón y el continente asiático había dado lugar a brotes más frecuentes y graves de enfermedades infecciosas. Se registró, que la epidemia de viruela de los años 735-737, se desarrolló alrededor del mes de agosto del año 735​ en la ciudad de Dazaifu, en el norte de la isla de Kyushu.

La infección había sido ostensiblemente portada por un pescador japonés que había contraído la enfermedad después de haber quedado atrapado en la península de Corea.

La enfermedad se extendió rápidamente por todo el norte de la isla Kyushu ese año, y persistió en el siguiente. Hacia el año 736, muchos arrendatarios de tierras en Kyushu estaban muriendo o abandonando sus cosechas, lo que provocó un bajo rendimiento agrícola y, en última instancia, la hambruna.

Además, en el año 736, un grupo de funcionarios del gobierno japonés pasó por el norte de Kyushu mientras la epidemia se intensificaba. Al enfermar y morir los miembros del grupo, éste abandonó su pretendida misión en la península coreana. Al regresar a la capital con la viruela, los funcionarios supuestamente habían propagado la enfermedad al este de Japón y acabó con el periodo de la dinastía Nara.

La enfermedad siguió haciendo estragos en el Japón en el año 737. Una manifestación del gran impacto de la pandemia fue que para agosto de 737, se produjeron grandes hambrunas y haciendo que el gobierno extienda una exención de impuestos a todo Japón.

f6El Daibutsu-den de Todai-ji

Sobre la base de los informes fiscales, la mortalidad de adultos por la epidemia de viruela de los años 735-737 se ha estimado en un 25% al 35% de toda la población de Japón, y en algunas zonas se registraron tasas mucho más altas.

Todos los niveles de la sociedad se vieron afectados. Muchos nobles de la corte perecieron a causa de la viruela en el año 737, incluidos los cuatro hermanos del políticamente poderoso clan Fujiwara.

La epidemia no solo mató a un gran segmento de la población, sino que desencadenó una importante desestructuración social, migración y desequilibrio de la mano de obra en todo Japón. Los más afectados fueron la construcción y la agricultura, especialmente el cultivo de arroz.

Además de conceder exenciones fiscales, los nobles de Japón adoptaron otras medidas sin precedentes en respuesta a los efectos de la epidemia para ayudar a frenar la migración generalizada de la población y revitalizar las comunidades agrícolas.

f5Varios años después de que la epidemia de viruela hubiera seguido su curso, los dirigentes japoneses trataron de estimular la productividad agrícola ofreciendo la propiedad privada de la tierra a quienes estuvieran dispuestos a trabajar las tierras de cultivo.

El emperador Shōmu, que se sintió personalmente responsable de la tragedia, incrementó enormemente el apoyo oficial al budismo al encargar la construcción del gran templo Todai-ji y de Daibutsu, y proporcionando un importante apoyo financiero para la construcción de otros templos provinciales, estatuas y estructuras religiosas relacionadas en todo el país. Se dice que el coste de fundir el Daibutsu por sí solo estuvo a punto de llevar al país a la bancarrota.

En los siglos siguientes, Japón siguió sufriendo epidemias de viruela. Pero a principios del segundo milenio, la viruela se volvió endémica para la población japonesa y por lo tanto menos devastadora durante los brotes.

La epidemia del sudor inglés 

Conocida también como “sudor anglicus o pestis sudorosa”, fue una enfermedad muy contagiosa y generalmente mortal, que afectó a Inglaterra en varias oleadas durante los siglos XV y XVI, para desaparecer luego. Su síntoma principal era una sudoración intensa, lo que le dio el nombre.

Se desconoce el origen de esta enfermedad, aunque se piensa en varias como la gripe o los hantavirus. No atacaba a los bebés ni a los niños pequeños, y sus víctimas eran, mayoritariamente, hombres jóvenes, sanos y fuertes y cosa sorprendente de buena posición económica.

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La epidemia de sudor inglés comenzó en Milford Haven a principios del reinado de Enrique VII, entre su entronización al trono el siete de agosto del año 1485, y antes de la batalla de Boswortt, el veintidós del mismo mes.

En el año 1485, la flota que transportaba las tropas del duque de Richmond en el transcurso de la guerra de las Dos Rosas, se contagiaron de una extraña enfermedad. Con su llegada a puerto se propaga la enfermedad.

Lo sorprendente de esta enfermedad es que ataca a las clases sociales altas y medias, siendo el primer muerto el Lord Mayor de Londres (el alcalde) y los concejales de la ciudad. Murieron en Londres más de 15.000 personas en cuatro semanas. También, no dejó de sorprender, que esta plaga no se extendió ni a Irlanda, ni a Escocia.

Otra de las características es su alta mortalidad donde por ejemplo algunas ciudades británicas perdieron hasta un tercio de su población. Otro de los aspectos sorprendentes es que pandemia tenía una duración muy corta, solamente dos semanas.

La llegada del rey el día veintiocho del mismo mes a Londres, provocó una gran mortandad. Esta alarmante enfermedad, que pronto se conoció como “la enfermedad del sudor”, era muy diferente a la peste hasta entonces conocida, no solo a causa de sus síntomas, sino también por su muy rápido y a menudo mortal desenlace.

Hubo brotes virulentos en los años 1485/1486, 1502, 1507, 1517, 1528/1529 y 1551/1552, aunque la proporción de muertos debido a la epidemia no está documentada. Fue estudiada a fondo y documentada por el médico inglés John Caius en el año 1551. Desde el año 1578 no se han conocido nuevos casos.

El brote del año 1528 se exportó del Reino Unido a la ciudad hanseática de Hamburgo, donde provocó más de un millar de muertes en una semana. Se extendió posteriormente hacia el sur llegando a Suiza. Hacia el norte se dirigió a Dinamarca, Suecia y Noruega y también hacia el este, desarrollándose en Lituania, Polonia y Rusia.

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Se extendió también en Bélgica y los Países Bajos, probablemente por transmisión directa desde Inglaterra, puesto que apareció simultáneamente en las ciudades de Ámsterdam y Amberes.

Como hemos visto, la infección no duraba más de un par de semanas y antes de finalizar el año había desaparecido, excepto en el este de Suiza, donde permaneció hasta el año siguiente. Después, no volvió a aparecer en la Europa continental, donde se la conoció como “peste inglesa”.

Una enfermedad similar se produjo en Francia, Italia y el sur de Alemania entre los años 1718 y 1861, afectó durante un período de una a dos semanas y era menos mortal, además de ir acompañada de una erupción cutánea, denominada la miliaria.

Las causas de la enfermedad son desconocidas, aunque algunos estudiosos han culpado a las aguas residuales y a la falta de higiene. Los brotes ocurrían en verano, desapareciendo al llegar el otoño.

La primera epidemia surgió a finales de la guerra de las Dos Rosas, lo que significa que la enfermedad la llevaron a Inglaterra los mercenarios franceses de Enrique VII, que fueron inmunes a ella.

El hecho de que la epidemia atacase por igual a ricos y pobres explica la razón por la que se estudió en particular, a diferencia de otras enfermedades de la época. Las conjeturas acerca de la causa de la enfermedad incluyen de la gripe a fiebre reincidentes y se piensa que fue transmitida por pulgas o piojos o a infecciones hantavirus.

El sudor inglés ha sido estudiado recientemente por los médicos, John Caius y Euricous Cordus, los síntomas que describen de la enfermedad son los siguientes;

- Miedo intenso, seguido de escalofríos, mareos, dolor de cabeza y en el cuello, hombros y extremidades, todo ello acompañado de un gran agotamiento, etapa que duraba entre media y tres horas.

- En las últimas etapas de la enfermedad los síntomas eran de agotamiento general, somnolencia y, en algunos casos, convulsiones. Otro de lso síntomas era el sudor intenso, de ahí su nombre

- Frecuentes hemorragias nasales.

Los pacientes fallecían entre cuatro y doce horas después de manifestar los primeros síntomas de la enfermedad.

f2La epidemia del sudor inglés, que asolaba a los ricos

La epidemia del sudor inglés también afectó a los turcos que en el año 1529 ejercían un cerco sobre Viena. Esta enfermedad hizo que se tuvieran que retirar y levantar el cerco.

La gripe rusa de 1889

Fue una pandemia de gripe que tuvo lugar entre octubre del año 1889 y diciembre del año 1890, con reapariciones en marzo-junio del año 1891, noviembre de 1891-junio de 1892, la primavera de 1893 y el invierno de 1893-1894. Causó la muerte de alrededor de 1. 000. 000 de personas en todo el mundo.

La pandemia recibió el nombre de “gripe rusa”, pero no debe confundirse con la epidemia que tuvo lugar entre los años 1977-1978, causada por el virus A/USSR/90/77 H1N1, que fue conocida con el mismo nombre.

La gripe rusa de 1889 se cree que fue causada por el virus A subtipo H2N2, aunque no se tiene certeza, dado las limitaciones para el estudio virológico de la época en que sucedió, más modernamente se ha atribuido al virus A subtipo H3N8.

La pandemia se inició en San Petersburgo, el uno de diciembre del año 1889, y se diseminó rápidamente por Europa, dando la vuelta al mundo en solo cuatro meses. Alcanzó los Estados Unidos en setenta días después del inicio. Provocó una mortalidad relativamente baja del 1%, pero debido al gran número de afectados, se cree que causó la muerte de alrededor de 1.000.000 de personas en todo el mundo.

f1Muy rápidamente la pandemia avanzaba inexorable. Su velocidad de transmisión sorprendió a todos. El veintiséis de noviembre del año 1889, la prensa informaba de que en la ciudad rusa de San Petersburgo miles de personas estaban enfermas y obligadas a guardar cama; incluso el zar y su familia enfermaron. No se sabía su procedencia, pero desde allí se propagó hacia Europa.

La epidemia ya estaba muy extendida en Paris el nueve de diciembre y también estaban infectadas ciudades europeas como Berlín y Viena. El diez de diciembre se iniciaba en Londres y el catorce aparecían los primeros casos en Madrid. En enero del año 1890 ya había cruzado el océano Atlántico y se difundía por América y en marzo llegaba a Australia.

Viajaba a una velocidad sorprendente y la culpa la tenían como siempre en la expansión de las pandemias los avances en transportes y en las redes de comunicación propiciados por la revolución industrial y el desarrollo comercial capitalista. El ferrocarril y los barcos habían acortado las distancias y el mal viajaba en ellos.

La enfermedad se manifestaba súbitamente, comenzaba con fiebre alta y dolor de cabeza y su duración no excedía de cuatro días, causando una postración general; también se caracterizaba por la ausencia de congestión en el aparato respiratorio y la aparición de manchas encarnadas en la piel.

Inicialmente no solía tener consecuencias graves, aunque tenía una gran capacidad de contagio y una elevadísima mortalidad. Estos síntomas confundieron a los médicos. Por eso al principio creyeron que se trataba de una epidemia de dengue, pero después la identificaron como una epidemia de gripe, vulgarmente conocida en España como el tradicional trancazo.

Para aliviar sus síntomas se trataba con antipirina o pirazolona. Sin embargo, tras sucesivas nuevas oleadas, la epidemia dejó de ser benigna, provocando una mortalidad relativamente elevada hasta su desaparición.

Las muertes sobrevenían fundamentalmente por complicaciones respiratorias, como las neumonías o las bronquitis agudas, y afectaron sobre todo a las personas mayores de 65 años y a los niños menores de cuatro años, teniendo mayor incidencia en los barrios pobres debido a su falta de salubridad. La pandemia era clasista.

Veamos que pasó en la ciudad de A Coruña con la gripe rusa. Sus primeros casos se dieron el veintiuno de diciembre del año 1889 en el barrio de Garás. A finales de año ya había numerosos afectados y había aguado las fiestas de Navidad.

Favorecida por un frio intenso, que se dio en ese año, los contagios siguieron incrementándose. Según La Voz de Galicia el siete de enero de 1890 el número de atacados era de 6.000 enfermos, un 15% de la población de la ciudad y apenas había alguna familia que no tuviera algún convaleciente; también afectaba a los cuarteles militares.

En sus inicios se mostró benigna, pero a partir de comienzos de enero la mortalidad se incrementó. El número de fallecidos diarios se duplicó, pasando de los seis o siete ordinarios a los diez o doce por causa de las complicaciones de la gripe en los enfermos crónicos de los órganos respiratorios. El dieciocho de enero la epidemia empezó a remitir y el veinticuatro había cesado casi por completo.

Otras grandes pandemias: de la peste de Atenas a la gripe rusa