lunes. 29.04.2024
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Yolanda Díaz junto con la portavoz de Sumar en el Congreso, Marta Lois González, entrando en el hemiciclo de la Cámara Baja.

Utilizo de forma preferente la expresión ‘izquierda transformadora’, para caracterizar a todo ese conjunto de formaciones políticas, agrupadas hoy en Sumar, que mantienen una actitud más exigente y reformadora en beneficio de la mayoría popular, diferenciadas de la socialdemocracia retórica del Partido Socialista que en el comienzo de este ciclo progresista en 2010 ejercía una gestión dominante de carácter socioliberal ante la crisis socioeconómica. Así, esta izquierda nueva tiene un perfil más crítico, democratizador e igualitario, por la justicia social, laboral y distributiva, además de otros ejes específicos como su feminismo, su ecologismo y su plurinacionalidad.

Son también fuerzas progresistas, aunque con este término también se pueden englobar a otros partidos como el socialista o los grupos nacionalistas periféricos, con sus respectivas ambivalencias, así como otros actores sociopolíticos, movimientos y grupos sociales, en particular el grueso del movimiento sindical, el feminista o el ecologista.

Ello se enmarca en la polarización última entre los sectores progresistas -predominantemente, las izquierdas- y los conservadores -bloque de derechas o reaccionario-. Ambas agrupaciones son diversas y ante el tema que nos ocupa la cuestión a dilucidar es el grado de lo común y lo diferente en el bloque progresista entre Partido Socialista y Unidas Podemos/Sumar. Incluso cabe hablar de tres bloques diferenciados: derecha extrema -con ausencia del centro-centro-, centroizquierda moderado e izquierda transformadora; en todo caso, es diferente a cierto imaginario binario entre bipartidismo gobernante (PP/PSOE), referente de la oligarquía, y fuerzas populares -emergentes-, representantes de la mayoría social, típico del populismo de izquierda.

El problema político es la caracterización del Partido Socialista, su pertenencia a un campo u otro y, por tanto, el sentido de sus estrategias y sus alianzas, o al contrario, la definición de su izquierda o las fuerzas alternativas y la actitud hacia ellas. Aquí, partiendo de la ambivalencia socialista o su doble papel estructural e histórico, se considera el contexto concreto en cada etapa sociopolítica que explica la doble relación que la izquierda transformadora, en su diversidad, tiene con él, desde ser socios y aliados hasta competir como adversarios por tener un proyecto global y variadas políticas diferenciados. La combinación de la cooperación y la competencia por ambas partes será un elemento permanente de evaluación y definición política y de alianzas en cada fase histórica. No me extiendo; es un debate vivo en la propia izquierda transformadora sobre el que haré alguna alusión concreta.

Esos dos rasgos, izquierda y transformadora, definen lo fundamental de su perfil identificativo configurado por su experiencia vital: material, cultural y sociopolítica, y en un contexto estructural y sociohistórico determinado. Pertenecer a la izquierda -complementado con otras identificaciones como progresista o en otros ejes como el género o el étnico-nacional- supone un anclaje en valores y estrategias fundamentales basados en la igualdad, la democracia, la protección social y la regulación pública. Y transformadora porque, más allá de la oposición necesaria a los recortes sociales y la involución política, se plantea avances sustantivos de progreso, no solo retóricos y menos reaccionarios, en los planos socioeconómico, relacional, cultural y político.

Esa denominación es más precisa que otras que, ocasionalmente, se pueden utilizar para definir todo ese conglomerado de formaciones y tendencias políticas como izquierda alternativa, izquierda del PSOE o espacio del cambio de progreso; e igualmente, es más sustantiva y clarificadora respecto de otras expresiones de carácter sociodemográfico o más ambiguas ideológicamente -si no está reflejado su significado en una amplia experiencia inmediata- como unidad popular, movimiento ciudadano o pueblo, salvando el significante frente amplio, por su virtualidad latinoamericana y utilizable como referencia unitaria de masiva articulación cívica, social y política. Además, aunque algunos sectores pueden sentirse incómodos con esta denominación, la gran mayoría de ese espacio -según el CIS o 40dB- se autoidentifica como perteneciente a la izquierda y una minoría al centro.

Entidad de las discrepancias políticas y su tratamiento

Tras el fuerte choque, interno y externo, de 2016 en torno a la estrategia más conveniente de tolerancia y apoyo a un proyecto continuista de PSOE/Ciudadanos o de oposición y exigencia de un acuerdo progresista, junto con el fiasco socialista del aval al Gobierno de Rajoy, se inicia una nueva etapa con el refuerzo victorioso del llamado sanchismo y el acercamiento hacia unas políticas de progreso. Se enmarcan en una nueva colaboración de las izquierdas y los nacionalistas que desemboca en la consensuada moción de censura al Gobierno de Rajoy, en 2018, con un Gobierno socialista en solitario. Se establece otro marco de cooperación política y se va articulando el bloque progresista.

Las diferencias políticas, tácticas y orgánicas, en la izquierda transformadora son significativas pero, en la nueva etapa, en términos estratégicos son irrelevantes y resolubles a través de acuerdos negociados con talante unitario y plural. Es el intento actual en Sumar. No obstante, a múltiples niveles colea la desconfianza política derivada de esa diferencia estratégica anterior -o que se pudiera reproducir en el futuro- y sus consecuencias orgánicas. Y, sobre todo, se recrudece la crispación entre esas dos sensibilidades principales por la prevalencia organizativa y mediática que culmina en la escisión y la polarización extrema en 2019, con el desgaste suplementario de Podemos y el éxito relativo de Más Madrid y el fracaso de Más País con el resto del Estado, en las elecciones autonómicas, municipales y generales de ese año. Y ha llegado hasta las elecciones autonómicas y municipales de 2023 y la tensa negociación de la formación de la coalición Sumar. 

En esta etapa no ha estado en cuestión -salvo para la minoría anticapitalista que se escindió- los acuerdos gubernamentales con el Partido Socialista, en su nueva dinámica de izquierdas e inclinado o forzado hacia una reforma socioeconómica y territorial mínima, sin separarse de los grandes consensos europeos e internacionales. Suponía un pacto con su izquierda, con la participación de Unidas Podemos y más tarde Sumar en un gobierno de coalición progresista, y con el bloque nacionalista, en particular el catalán, una vez reconducido el procés y negociado un nuevo acomodo institucional, todavía pendiente de concretar.

Existen diferencias en este espacio alternativo sobre las prioridades políticas y el grado de colaboración y diferenciación con el Partido Socialista, que necesita la correspondiente regulación de los desacuerdos, la lealtad al proyecto común y la autonomía propia. Es el marco para deliberar y acordar. A veces, hay malentendidos o polarizaciones rígidas que lastran el diálogo y el entendimiento. Reflejan ecos de debates ideológicos, históricos o estratégicos, algunos de interés para una discusión reposada. Sin embargo, suelen tener -más con el carácter simplificador de las redes sociales- una función alicorta de reafirmación corporativa de cada grupo particular con un estilo no dialogador ni constructivo. Me voy a referir a dos temas que tienen cierto calado político y teórico.

Uno es la dicotomía entre lo impugnatorio y lo propositivo, lo resistencialista y lo constructivo, lo minoritario y lo mayoritario, la movilización cívica -masiva- y el diálogo social -institucional-. Otro es el grado de crítica y diferenciación con el Partido Socialista o, bien, el nivel de unidad y colaboración, con el equilibrio y la combinación de ambos, justificado por un plan conjunto.

A veces, se pretende encasillar a unos actores sociopolíticos -por ej. a Podemos- en la primera de esas características, con una identificación de izquierda radical, minoritaria o confrontativa, y a las segundas -por ej. a Más País o a Movimiento Sumar de Yolanda Díaz-, con una de izquierda moderada, mayoritaria o dialogadora. Es bueno tener un enfoque realista y atenerse a la experiencia concreta en cada contexto, para esclarecer el sentido de cada idea. Y luego debatirlas con seriedad, argumentación y talante constructivo.

Esas tendencias políticas y de pensamiento -moderadas y transformadoras- existen en las izquierdas desde hace más de dos siglos. Y en particular en esta década larga. Y hay una base social y de legitimidad que las sostiene. El fondo delicado, aparte del análisis necesario para definir la política a seguir, es la exigencia de responsabilidades y la legitimación de los liderazgos en esta fase convulsa. Y el contenido es cómo explicar el declive y cómo asegurar el refuerzo de la izquierda transformadora y su impacto.

En ese sentido, la experiencia histórica nos ofrece una realidad más complementaria, interactuante y multidimensional de esos polos, y hay que valorarlos en cada contexto. Además de la polarización de opciones estratégicas comentada antes sobre la permisividad o la oposición al gobierno continuista de PSOE/Ciudadanos, en 2016, que ha generado una bifurcación identitaria, se puede aludir a otros dos hechos significativos más mixtos e interactivos de esas rígidas dicotomías.

En el proceso de protesta social y laboral de 2010-2014, tanto en el específico 15-M cuanto en las tres huelgas generales, se combinó el NO a los recortes sociales, laborales y democráticos y el ‘NO nos representan’, como crítica a la clase política gobernante, con la alternativa de un mercado de trabajo más estable, un nuevo modelo de relaciones laborales y mayor democracia y justicia social.

En la reciente campaña electoral del 23J se han tenido que hacer combinaciones -incluso la propia Yolanda Díaz- entre el acuerdo para un nuevo gobierno de coalición progresista entre PSOE y Sumar junto con la expresa diferenciación como proyecto distinto, incluido la definición de dos bloques con perfiles diferenciados -aparte la derecha extrema-: el socialista y el de Sumar. Y, al mismo tiempo, se ha tenido que interrelacionar lo propositivo de un programa alternativo con la crítica y oposición al proyecto autoritario y regresivo que propugnaban las derechas reaccionarias.

Las discrepancias son inevitables. El respeto a la pluralidad y la autonomía personal y grupal necesario. El objetivo de la legitimación de los liderazgos hay que tenerlo en cuenta. Son imprescindibles la regulación de los desacuerdos, la deliberación argumentada y la decisión democrática. Lo que hace falta para amalgamar una formación política en una dinámica transformadora, arraigada entre la gente, solidaria y leal respecto de los intereses de conjunto y los objetivos compartidos. La dirigencia de la coalición Sumar tiene un reto por delante: demostrar su capacidad de rearticulación de la izquierda transformadora e impulsar un proyecto progresista de país.

El perfil de la izquierda transformadora