sábado. 27.04.2024
IA_laboral

La Real Academia Española nos indica cada año las palabras más significativas de ese año. En 2020 fue, como podemos suponer, “cuarentena y pandemia”, y en 2022 la RAE acordó que era "inteligencia artificial", por algo será. Aunque no existe una definición oficial de la palabra, la Comisión Europea la describe como “todo el software que puede producir contenido, predicciones, recomendaciones o decisiones basadas en el aprendizaje automático que influye en el entorno en el que interactúa”.  Y si buscamos una imagen para representar la inteligencia artificial y la robótica, es muy probable que la que primero aparezca en nuestra pantalla sea la de dos manos desiguales acercándose, la de un humano y un robot, emulando el famoso fresco de Miguel Ángel "La creación de Adán".

Hay que regular con normas europeas las aplicaciones de la AI y muy especialmente cuando se aplican en el ámbito laboral

La IA está presente desde hace unos meses, posiblemente por la irrupción del ChatGPT, en los medios de comunicación, así como en nuestras conversaciones y debates. Con todo tipo de opiniones que van desde su adoración y culto hasta los más radicales rechazos y su demonización. En medio encontramos muchos interrogantes, condicionantes y matices, ante una realidad de la que desconocemos sus últimas consecuencias. Pero que ya está cambiando nuestras vidas, para bien o para mal. Donde debería haber consenso es en la necesidad de la regulación con normas europeas a las aplicaciones de la AI en general y muy especialmente cuando se aplican en el ámbito laboral.

Sabemos que el cambio tecnológico basado en la digitalización y en la industria 4.0 (algoritmos, robots, inteligencia artificial, Internet de las cosas, impresoras 3D, nuevos materiales, etc.), no consiste sólo en unos cuantos robots, en operarios con tablets en la cadena de producción, o compañeros y compañeras trabajando en remoto desde casa, sino que representará un profundo cambio en la visión misma de la empresa a todos sus niveles. Supone un rediseño de su propia esencia, su organización de la producción, su relación entre proveedores, productores y clientes, y por supuesto una transformación muy profunda de las relaciones laborales y sindicales. Las leyes y normas laborales, como el contenido de la negociación colectiva, deberán actualizarse. 

Pero lo que ya no sabemos, con tanta seguridad, son las consecuencias que este profundo y acelerado cambio tecnológico va a representar en el empleo, en las condiciones de trabajo o en la distribución de la riqueza. Ni quién, entre los diversos gurús y expertos que pronostican el futuro, tendrá razón. Si los tecno-optimistas, que describen una futura sociedad del ocio, menos jornada laboral, más y mejor empleo gracias a la tecnología, o los pesimistas, que afirman con igual contundencia que el resultado de esta transformación representará la masiva destrucción de empleo porque entienden que estamos llegando al colapso tecnológico y que por tanto se romperá aquel círculo virtuoso que ha existido hasta ahora entre innovación tecnológica, reparto de la productividad y nuevos empleos.

Ante ello, el sindicalismo de hoy, al que hay quien ya ha bautizado como “Sindicalismo 4.0”, está llamado a ser capaz de organizar y representar la mayor diversidad y complejidad en la empresa, una empresa que incorpora nuevas herramientas digitales que cambian la gestión de las personas y las formas de comunicación tanto interna de la empresa, como entre las personas que en ella trabaja. Unas herramientas que los representantes sindicales deberían tener el derecho de su utilización para poder desarrollar su función en las mejores condiciones de equilibrio y eficacia.

En esta nueva realidad del mundo del trabajo hay que esperar que la capacidad de iniciativa, de fuerza y de talento sindical impidan que esa nueva “fábrica inteligente” del futuro no acabe siendo la fábrica “estúpida” e injusta para sus trabajadores y trabajadoras en la que el trabajo haya perdido toda consideración y valor social.

Ahí está el reto, esperemos que la inteligencia sindical sepa responderle. Porque no será lo mismo en aquellas empresas donde impere el individualismo sin representación sindical que en aquellas otras donde se trabaje por el bien común y cuenten con una sólida implantación sindical, con amplios derechos de información y participación en la marcha de la empresa, aquellas en las que el sindicato trabaje, investigue y se movilice en busca de nuevas ideas, con esfuerzos y compromisos para abrir nuevos campos y nuevas reivindicaciones relacionados con la formación,  la salud en el trabajo, el reparto del empleo o la reducción de las horas de trabajo. Y en las que la gestión sostenible y responsable socialmente sea una exigencia de sus trabajadores y trabajadoras.

Porque esta nueva era de reducción drástica de costes y de robots danzarines, sin enfermedades, sin perdida de concentración y con su energía continua, puede representar tanto una mayor división social, con más desigualdad e injusticia, o impulsar un nuevo renacimiento para la Humanidad, un reparto más inteligente del trabajo con la liberación de largas y penosas jornadas laborales. Dependerá de si, además de hablar de lo inteligentes que serán las maquinas, se habla también de las personas.

Este es el reto del sindicalismo inteligente.

Inteligencia Sindical, ante la Inteligencia Artificial