viernes. 26.04.2024

Elon Musk despide a miles de trabajadores y pretende que los restantes trabajen por dos o cuanto haga falta prometiéndole además pleitesía. ¿Qué sería este multimillonario, el hombre más rico del planeta, sin haber heredado una fortuna que su padre amasó explotando minas de diamantes en Zambia? Cabe imaginar la remuneración y el trato que recibirían los mineros. De tal palo, tal astilla. 

Otro heredero de un promotor inmobiliario debió aprender esa misma lección. A Donald Trump, le fascina despedir, como nos recuerda el título de su show televisivo y el trato dispensado a sus colaboradores en La Casa Blanca, pero no soporta que las urnas hagan otro tanto con él. Su peor epitafio sería el de que “aquí reposa quien siempre fue un perdedor e intentó disimularlo porque su complejo de inferioridad no asumía un rasgo tan específicamente humano”. 

Amazon y Facebook también despiden al mismo tiempo masivamente a sus empleados, a la espera de que los robots puedan ser explotados en su lugar. Jeff Bezos promete que donará la mayor parte de su fortuna. Más valdría que los magnates velaran por sus empleados, quienes contribuyen a procurarles un dineral imposible de malgastar en barias reencarnaciones, antes de hacerse pasar por caritativos filántropos Esto podrían hacerlo tras pagar unos tributos proporcionales a su inmenso patrimonio y con porcentajes homologables al de un salario bien remunerado.

En sus orígenes la venerable teoría liberal buscaba proteger la prosperidad bien conquistada. Entendía que cada cual debiera recoger los frutos de su propio esfuerzo y competencia. Pero este principio no parece regir para todos

Cancelar puestos de trabajo lo ejecuta igualmente la gran banca tras una nueva fusión, cobrando más comisiones a su clientela. Los clientes tienen que utilizar aplicaciones fuera del alcance de muchos para hacer sus operaciones. Este mecanismo lo reproduce también el sector público, al informatizar todas las gestiones administrativas, como si cualquiera estuviese obligado a ser un usuario medio de ciertos dispositivos electrónicos. No son pocos los ciudadanos que deben recurrir a una gestoría y pagar por hacer unos trámites que ya deberían estar pagados con sus impuestos.

 En sus orígenes la venerable teoría liberal buscaba proteger la prosperidad bien conquistada. Entendía que cada cual debiera recoger los frutos de su propio esfuerzo y competencia. Pero este principio no parece regir para todos. Al menos para quienes reciben un salario. Este debe contenerse para salvaguardar los dividendos de las grandes corporaciones y sus avisados accionistas. Por muchas que sean las ganancias nunca se repartirán equitativa o proporcionalmente. Unos pocos reciben sumas descomunales y los demás tienen que vivir por debajo de sus posibilidades potenciales. Cuando hay pérdidas, tampoco se ven afectados los ganadores, porque se pagan a escote por todos los contribuyentes para salvar el sacrosanto sistema financiero y el entramado empresarial de gran tamaño, ya que la suerte de los pequeños comerciantes y los autónomos parece homologarse con la del asalariado.

Ayuso, esa gestora pública que quisiera privatizarlo todo en aras de una mayor libertad para los más privilegiados, aplica la misma fórmula que los oligarcas financieros con el personal sanitario de la Comunidad madrileña. Los trata como si fueran parte del mobiliario de sus parafernalias propagandísticas. Hay que reabrir centros de salud aunque no haya médicos y estos tengan que abandonar sus destinos actuales o incluso atender a distancia mediante una videoconferencia, porque así nos adelantamos al futuro, tiene la desvergüenza de añadir el incompetente consejero del ramo. 

La manifestación parece haber logrado que acepte cosas que resultaban evidentes para los colectivos concernidos, el personal sanitario y los usuarios del sistema público

Como no le gusta nada rectificar, Ayuso decide interpretar una copiosa manifestación de hartazgo y apoyo al profesional sanitario como una campaña contra su persona orquestada por quien encabeza la oposición y, dicho sea de paso, es una profesional de la medicina. Quizá le preocupe que los votantes puedan tener en cuenta este último dato, la profesión de Mónica García, en una próxima contienda electoral. Eso explicaría de forma muy alambicada que a su contrincante “le ha salido mal el referéndum” (sic) y que debería irse de la política tras ese rotundo fracaso, al no reunir más que a un porcentaje insignificante de madrileños. 

Parece obvio que Ayuso vive obsesionada con las campañas electorales que pueden jalonar su itinerario hacia La Moncloa. La manifestación parece haber logrado que acepte cosas que resultaban evidentes para los colectivos concernidos, el personal sanitario y los usuarios del sistema público. Fiel a su estilo, no dejó de intentar distraernos con estrambóticas extravagancias, algunas de las cuales deberían inhabilitar a quienes profieren gratuitamente calumnias tan graves, como aseverar que su presidente del gobierno pretende “matar a toda la oposición“ (sic), para implantar una República laica de facto” (sic).

Si lo que cuenta, sobre todo desde una mentalidad ultra neoliberal, son los resultados, esta cuenta no puede ser más funesta y deficitaria en Madrid. Hay chanzas que no tienen maldita la gracia, como ponerse a buscar pobres bajo el atril desde donde pontificas para decretar su inexistencia y afirmar al mismo tiempo que las colas del hambre son maquinaciones izquierdistas para ganar un puñado de votos. 

Esforzarse sin poder salir de la pobreza es lo más contrario al espíritu liberal, aunque por supuesto sirva para maximizar beneficios economicistas a muy corto plazo

Ciertos barrios madrileños aglutinan a una población muy pudiente que habita su condominio mirando al resto de la ciudad como un parque temático. Allí se acumula gente que trabaja mucho por una miseria y no puede afrontar los gastos más perentorios para comer o tener un techo. Esforzarse sin poder salir de la pobreza es lo más contrario al espíritu liberal, aunque por supuesto sirva para maximizar beneficios economicistas a muy corto plazo. 

Sin duda estamos ante uno de los mayores fracasos morales del género humano. Pero desconcierta que también sea un rotundo fracaso para la economía capitalista en su paroxismo. Su hegemonía con la caída del socialismo real ha conseguido que compruebe sus muchas limitaciones de sostenibilidad. El nuevo premier británico tiene que dar un golpe de timón al rumbo fijado por su fugaz antecesora. Sube los impuestos, en lugar de bajarlos. También opta por subir el salario mínimo, con el fin de que puedan afrontar un poco mejor la inflación los ciudadanos más desfavorecidos. También vuelve a gravar los beneficios caídos del cielo, plantea subsidios para capear la carestía energética y blinda las pensiones. ¿Qué piensan Ayuso y Feijóo de tales medidas? A buen seguro lo que más les convenga para persuadir a su público.

El fracaso moral y económico del neoliberalismo a ultranza