viernes. 29.03.2024
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Lo que verdaderamente convierte a Hungría en un caso a considerar sin más dilaciones es el modelo nacionalista autoritario, excluyente, xenófobo y falsario que Orban impulsa

El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, ha reforzado su control casi absoluto del país, con un tercer triunfo electoral consecutivo. Con el 48% de los votos, dispondrá de mas de dos tercios del Parlamento. Esta mayoría le permitirá introducir más cambios en el sistema político y diseñar un país a su medida (1). Se teme que un aumento del acoso, hostigamiento y hasta disolución de ongs y medios hostiles, tibios.

El caso Orban es único en Europa. Ningún otro dirigente continental atesora tal concentración de poder. Tal circunstancia ya es de por sí inquietante. Pero lo que verdaderamente convierte a Hungría en un caso a considerar sin más dilaciones es el modelo nacionalista autoritario, excluyente, xenófobo y falsario que Orban impulsa.

Este encadenamiento de éxitos se debe a un conjunto de factores: manipulación de la geografía electoral, uso de los medios públicos y privados afines como groseros instrumentos de propaganda, clientelismo social y político, propagación del miedo al inmigrante y fabricación de enemigo exterior (2). Pero no puede omitirse la división y la falta de credibilidad del centro y de la izquierda. Es significativo que el segundo partido de Hungría sea JOBBIK, una formación declarada de ultraderecha, que ahora quiere moderarse.  La esperanza de la oposición democrática de limitar el poder de Orban se ha desvanecido.

LA LARGA MARCHA

Orban es un caso paradigmático del desencanto poscomunista. En la Europa central y oriental, no pocos dirigentes querrían ser como él. De hecho, algunos lo imitan. Más que su estilo personal, su discurso. Y sus estratagemas (2).

El rápido derrumbamiento del comunismo obligó a improvisar liderazgos de corte liberal, occidental. Algunos de los viejos apparatchiks se pasaron al socialismo democrático. Otros se convirtieron en capitalistas conversos. Orban era en 1989 un joven revolucionario que estudió sociología política bajo amparo norteamericano. Fundó el FIDESZ como organización juvenil liberal, pero los reveses electorales de los primeros años democráticos le hicieron recapacitar. Poco a poco se fue haciendo más conservador. Hasta que, en 2011, Orbán cabalgó sobre la ola del malestar ocasionado por la crisis financiera iniciada en 2008, con un mensaje identitario, nacionalista, xenófobo. Como otros muchos líderes extremistas europeos, Orban escarbó en las pulsiones más primarias de un electorado airado (3)

Las citas electorales se han convertido en plebiscitos de una gestión tramposa. El gobierno magiar presume de una gestión económica exitosa. Maquilla cifras macroeconómicas y utiliza el dinero público para hacer bajar artificialmente el desempleo (4). Utiliza las crisis migratorias como chivo expiatorio (como en 2015). Apela a oscuras resonancias medievalistas para proclamar la defensa de la cristiandad frente a la amenaza islamista. Se inventa enemigos externos y vitupera a prominentes húngaros (como el judío millonario Soros, que financia actividades de la oposición liberal) como caballos de Troya de un supuesto designio extranjero contra el país.

LA DESAVENENCIA EUROPEA

Ante este despliegue de poder autoritario, que sólo puede compararse a la Rusia de Putin, a quien Orban admira aunque últimamente haya modulado sus manifestaciones de entusiasmo, ¿qué hace Europa?

Europa vacila. No se atreve a responder con la firmeza que la situación exige. Orban ha cimentado parte de su base política con dinero europeo. Abre la mano para recibir euros (5.500 millones en 2016), mientras arremete contra la tecno-burocracia de Bruselas. Esta hipocresía se duplica en la respuesta comunitaria. Pese a que se han abierto expediente, se ha evitado invocar el artículo 7 del Tratado de la Unión, que contempla la imposición de sanciones a los estados miembros. La voluntad política europea de actuar con determinación es cuando menos frágil.

Orban se alinea con los partidos nacionalistas de ultraderecha como el Frente Nacional francés, la Liga italiana, el UKIP británico o el partido xenófobo holandés de Geert Wilders. De ellos ha recibido estos días felicitaciones sin cuento. Sin embargo, FIDESZ no forma parte del grupo que estas formaciones han constituido en el Parlamento europeo: está adscrito al Grupo Popular Europeo, de centroderecha.

Hay una suerte de doble discurso entre los conservadores europeos sobre Hungría. Les repugna el despliegue retórico por su proximidad, cuando no plena coincidencia con las formaciones extremistas, pero, en privado, o en la práctica, asumen su política. Uno de los principales valedores activos de Orbán en Europa es Horst Seehofer, líder de la rama bávara de la democracia cristiana; es decir, el socio por antonomasia de Ángela Merkel. La canciller critica a su colega húngaro, pero comparte gobierno y estrategia política con el padrino de Orbán.

Como en “Tenemos que hablar de Kevin”, la novela de la periodista y escritora norteamericana Lionel Shriver, la negación de un problema no sólo impide su solución. Lo agrava, lo prolonga, contribuye a su expansión. La izquierda y los liberales europeos denuncian esta hipocresía conservadora, pero los rígidos mecanismos del procedimiento político y parlamentario europeo no permiten avances. Ya se sabe que expulsar a un miembro de la UE es tan difícil o más que admitirlo. Pero, aparte de los escollos normativos, hay una complicidad política cada día más difícil de escamotear.

Dirigentes del Partido Popular europeo minimizan el riesgo o lo niegan (como hace Franklin con su hijo Kevin, a pesar de las pruebas alarmantes que le presenta su esposa Eva). Los populares consideran que Orban es muy ruidoso, pero hace menos destrozos de lo que proclama. Por supuesto, admiten que la interferencia en la justicia, el control autoritario de los medios, las manipulaciones del censo y de los distritos electorales, la utilización propagandista de los fondos europeos y otras herramientas típicas y tópicas del populismo nacionalista son prácticas condenables. Pero aseguran que no vulnera principios y leyes europeas. Los conservadores formulan críticas, pero se niegan a tomar medidas punitivas (5). El propio jefe del grupo parlamentario popular, el francés Joseph Daul, deseó el triunfo electoral de Orban, para que “siguiera proporcionando prosperidad y estabilidad a los ciudadanos húngaros”.


NOTAS

(1) “Hongrie: le nationaliste Viktor Orban triomphe aux législatives”. LE MONDE, 8 de abril.
(2) “How Viktor Orban and central european leaders attack civil society”. MICHAEL ABRAMOWITZ Y NATE SCHENKKAN. FOREIGN AFFAIRS, 6 de abril.
(3) “How a liberal dissident became a far-right hero, inMI Hungary and beyond. THE NEW YOR TIMES, 6 de abril.
(4) “An economic miracle in Hungary, or just a mirage? THE NEW YORK TIMES, 3 de abril.
(5) “EU center-right bloc accussed of sheltering Hungary’s Orbán”. THE GUARDIAN, 5 de abril.            

Tenemos que hablar de Viktor (Orban)