sábado. 20.04.2024

Hungría: La perversión democrática en casa

Viktor Orban, el primer ministro húngaro, ha sido revalidado el domingo pasado en las urnas, al obtener su partido, el FIDESZ, un 44% de los votos...

Viktor Orban, el primer ministro húngaro, ha sido revalidado el domingo pasado en las urnas, al obtener su partido, el FIDESZ, un 44% de los votos. Se trata de un porcentaje envidiable, aunque haya perdido más de ocho puntos con respecto a 2010.

Lamentablemente, este resultado es motivo de inquietud para Europa. Desde que este abogado, de ideología originariamente liberal, tornada luego en populismo cristiano, ha conseguido consolidar su hegemonía política, Hungría es el mayor punto negro en el mapa de las libertades y derechos de los 28.

UN VIRAJE OPORTUNISTA

Orban creó FIDESZ (Alianza de Jóvenes Liberales) un año antes del derrumbamiento comunista. Lo acompañaban jóvenes liberales que al calor de la apertura que se vivía en Hungría a finales de los ochenta, consiguieron abrir un espacio de tolerancia. Fue en Hungría donde se produjo la grieta definitiva que precipitó el fin de la división europea,  al permitir a sus ciudadanos salir del país por la frontera austríaca, en mayo de 1989.

En los noventa, se produjo una recomposición del paisaje político húngaro. Como ocurriera en otros países vecinos, el sector más reformista del partido comunista se paso a la socialdemocracia. En el otro lado del espectro político, el Foro Democrático, de orientación conservadora, entró en decadencia. Orban aprovechó esta circunstancia, para convencer a la mayoría de sus compañeros de partido de dar un giro a la derecha y abandonar sus credenciales liberales. La estrategia resultó rentable, ya que FIDESZ ganó las elecciones en 1998. Desde entonces, el liberalismo del partido sólo puede encontrarse en el nombre.

La primera experiencia en el poder de Orban fue un fracaso. En 2002 perdió el gobierno. Les tocó el turno a los socialistas, que intentaron atemperar algunas medidas neoliberales de FIDESZ. Pero los casos de corrupción y los efectos de la crisis terminaron desacreditando su gestión. Durante su etapa en la oposición, Orban fue madurando un proyecto basado en tres componentes: autoritarismo, populismo y religión. El éxito fue arrollador: en 2010, se hizo con casi el 53% de los votos y los dos tercios del Parlamento.

LA DERIVA AUTORITARIA

Orban abusó de este mandato para sacar adelante una reforma constitucional y más de 800 leyes que sancionan el control y la persecución de los medios no afectos, lesionan la independencia judicial, invaden áreas de la sociedad civil, modelan las circunscripciones electorales a la conveniencia del partido gobernante y restringen derechos y libertades ciudadanas.

Este proyecto político y social autoritario se combina con un populismo rampante en materia económica. Sus orígenes neoliberales, propios de los noventa, están ahora camuflados con un retórica populista. Se clama contra las exigencias de austeridad de Bruselas o del FMI. Pero se ejecuta una política económica errática, que combina un confuso intento encubierto de nacionalización bancaria parcial con medidas fiscales claramente neoliberales (como la tasa única del 15%), que han favorecido a los más ricos, entre ellos, a numerosos simpatizantes del gobierno.  El crecimiento económico de los primeros años de gobierno se ha atascado. Las previsiones para este año apuntan a un escuálido 1%, y ello gracias a los fondos europeos para inversiones en infraestructura.

Pero el componente más inquietante del proyecto autoritario es el religioso. Orban se ha convertido en un auténtico ‘apóstol’ de un ‘cristianismo renacido’ en Hungría (1). Calvinista de origen, Orban ha ido publicitando una serie de actos propagandísticos propios de un régimen confesional que haría palidecer al nacional-catolicismo franquista. Asiste diariamente a misa y sus visitas al Vaticano son frecuentes. El control de la educación se le ha entregado a un pequeño partido aliado de orientación católica ultraconservadora. Para compensar los efectos fiscales dañinos, Orban ha establecido un sistema de compensaciones o subvenciones a una treinta de comunidades religiosas que están en su línea. Para proteger a la Iglesia católica que colaboró con el comunismo, se han cerrado el acceso a los archivos que albergan los documentos acreditativos de esa lacra histórica.

Paradójicamente, esta apuesta oportunista de Orban por el renacimiento católico no va de la mano con las creencias sociales. Los húngaros que se declaran católicos han pasado de cinco millones y medio a menos de cuatro millones en los últimos diez años. Otros casi tres millones se han negado a declarar su pertenecía confesional.

Todo este panorama abrumador se complica con la confirmación de un partido de extrema derecha, Jobbik, que se reclama heredero del mariscal Horthy, el militar que dirigió el país con puño de hierro en el periodo de entreguerras (1920-1944), elaboró las primeras leyes antisemitas en Europa y colaboró abiertamente con Hitler. Ante la pasividad del gobierno, estos años es frecuente contemplar en los espacios públicos de Hungría los estandartes de la Cruz de Hierro, la organización paramilitar aliada de los nazis y responsables de odiosos actos de genocidio durante la segunda guerra mundial. Con el 20% de los votos, Jobbik consolida su alarmante influencia en la sociedad húngara y permite a Orban declarar que la suya no es la opción política extremista. Pero entre el FIDESZ y Jobbik hay numerosas coincidencias de discurso y a nadie extrañaría que se produjera un trasvase de militantes y simpatizantes.

La ilustre pensadora húngara Agnes Heller, víctima de Holocausto y marxista disidente, o el respetado disidente y luego presidente de la Republica Checa Vaclav Havel denunciaron en su día las “inclinaciones dictatoriales” del sistema político implantado por Orban. El último embajador norteamericano bajo el régimen comunista, Mark Palmer, sostuvo en su momento que los líderes europeos deberían expulsar a Hungría de la UE debido a las políticas antidemocráticas de su primer ministro (2).

La posición del diplomático de EEUU no es tan descabellada. En 1993, los entonces doce miembros de la UE establecieron en Copenhague unos criterios  democráticos de admisión para los aspirantes a formar parte del club. Veinte años después,  muchos de esos estados del este de Europa, ya miembros de pleno derecho, no pasarían una reválida, como reflejaba recientemente el profesor de Princeton, Jan-Werner Müeller (3). La Hungría de Orban se ha situado a la cabeza de los incumplimientos de Copenhague. Los líderes de la UE critican a Putin y sancionan a Rusia, pero tienen entre ellos a un personaje político que, en materia de calidad democrática, es tan reprobable como el presidente ruso.

(1) Viktor Orban, apôtre de la Hongrie. JOELLE STOLZ. LE MONDE CULTURE ET IDEES, 3 de abril de 2014.
(2) El profesor James Kirchik recogía estos testimonios en un artículo publicado para FOREIGN AFFAIRS, en julio de 2012.
(3) Dissapearing Democracy in the EU's Newest Members. JAN-WERNER MÜELLER. FOREIGN AFFAIRS. Abril de 2014.

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