domingo. 28.04.2024
Javier Milei
Javier Milei

Vargas Llosa y Mariano Rajoy apoyan a Milei en defensa del pueblo argentino. Al parecer saben mejor lo que les interesa y eso les impele a ejercer ese paternalismo político. Ayuso también aprecia esa Libertad con mayúsculas que predica el multimillonario porteño. Como en muchos otros lugares del globo, gran parte de la ciudadanía comparte las críticas a un sistema económico que sigue fracasando estrepitosamente y hace que grandes capas de la ciudadanía se limite a sobrevivir con serias dificultades económicas. Tener que avalar al ministro económico que tiene una enorme responsabilidad en ese desaguisado es un mal trago. Lo malo es que su contrincante no pone sobre la mesa soluciones evaluables, porque solo propone dinamitarlo absolutamente todo, sin aclarar qué pasará exactamente tras el derribo.

El debate de ambos aspirantes a la presidencia, retransmitido por televisión con mucho seguimiento, se asemeja más a un concurso donde pretende ganar quien profiera más descalificaciones e improperios. Basta con acusar al otro de ser un mentiroso para certificar que tú dices la verdad y sueltas lo de Pinocho sacándote un ojo para distraer al público. Estos razonamientos los puedes llevar ya preparados de casa y soltarlos al margen de lo que te diga tu interlocutor. Es una táctica bien conocida por quienes cultivan el trumpismo. Para qué vas a tomarte la molestia de proponer absolutamente nada, si basta con repetir machacona y contundentemente lo que te venga en gana para engatusar a quienes puedan creérselo.

Lloremos por Argentina como símbolo del hurto global de la política y preguntémonos por qué Rajoy decide respaldar a Milei

Al escuchar las ocurrencias de Milei, cuya cordura quizá debiera ser testada, dan ganas de llorar en un doble sentido. Primero porque te partes de risa, como si estuvieras asistiendo a un espectáculo de humor. Luego recuerdas que la cosa va en serio y que no tiene ni pizca de gracia. Entonces tienes que reprimir el llanto ante una situación demasiado generalizada. El trueque de la política por una insostenible demagogia populista que triunfa hoy a costa del mañana. La gente necesita hacer catarsis de sus frustraciones colectivas y cuanto más profundo es el malestar, tanto más intensa será la reacción contra quienes eliges para representarte y gestionar la esfera pública sin reparar en los intereses generales. En ese contexto cualquier espontáneo que salte al ruedo político puede pescar en aguas revueltas.

¿Qué aprecia positivamente Rajoy en las medidas propuestas por Milei? Sería interesante saberlo, puesto que al parecer está llamado a salvar su patria y liberarla de quienes la oprimen. Quizá le guste o envidie su excentricidad. Nunca se sabe. Al fin y al cabo, nos dejó unas cuantas perlas de un discurso estrafalario e incomprensible. “Aquel señor del que me habla” o “nada es cierto salvo alguna cosa”, por ejemplo. Es una lástima que no aplicase a su partido esta sensibilidad para denunciar corrupciones políticas allende los mares, porque siguen coleando bastantes tramas de una corrupción estructural en la formación política que lideraba.

En cualquier caso, Milei es una nueva lección de la que deberíamos tomar buena nota. Nos hace ver con una lente de aumento aquello en que se va convirtiendo la política por doquier. Lejos de confrontarse cosmovisiones ideológicas para ofrecer dialécticamente alternativas que puedan solucionar los problemas, el protagonismo político lo usurpan quienes apuestan por mantener ciertas apariencias en detrimento de cualquier otra cosa. Los medios de comunicación ponen sus focos en las extravagancias y nos cansamos de oír hablar sobre nada en particular, como si esa insistencia no escamoteara las cuestiones más urgentes e importantes.

Milei es una nueva lección de la que deberíamos tomar buena nota. Nos hace ver con una lente de aumento aquello en que se va convirtiendo la política por doquier

Proliferan las discusiones bizantinas y se pactan acuerdos con interpretaciones antagonistas por parte de sus firmantes, desconcertando a quienes asisten atónitos a esa ceremonia de la condición. Se realizan consultas parcialmente trucadas a la militancia de los partidos para legitimar lo decidido desde arriba. Se acentúan los errores ajenos para no hablar de las propias equivocaciones. No se rinden cuentas de los desaciertos, como si no fuera inevitable tenerlos y no resultara sospechosa su ausencia. También se realzan historietas que no vienen a cuento para distraer el personal. En suma, se decide tratar a su audiencia como si no pudieran formarse un criterio propio y debieran limitarse a corear ciertas consignas prefabricadas, proyectando acaso su propia corta mentalidad en sus huestes.

Hoy podremos analizar los detalles contenidos en la polémica ley de amnistía. Tampoco sonaban bien los indultos y algunos cambiamos de opinión. Pero es cierto que las explicaciones han brillado por su ausencia. Sin embargo, enjuiciar de antemano una ley cuyo contenido se desconoce resulta desconcertante. Diferentes órganos colegiados, asociaciones y partidos la han convertido a priori en un anatema. Hay buenas razones para esa desconfianza, pero los modos de manifestarla no parecen muy aconsejables para fomentar la convivencia pacífica y evitar una crispación sistemática que nos hurta ese diálogo político imprescindible para cualquier democracia deliberativa.

El peligro de terminar con un dilema entre lo peor y lo pésimo no es algo específicamente argentino. Con una u otra intensidad ese fenómeno va dándose por doquier. Nuestro llanto por Argentina lo es también por nuestra propia comunidad al mismo tiempo. ¿Qué cabe hacer para evitar desenlaces como ese? Habría que pensarlo muy despacio y tomar cartas en el asunto antes de que sea demasiado tarde, como en tantos otros temas. Este diecinueve de noviembre somos todos argentinos.

Lloremos por Argentina