jueves. 25.04.2024
cristina y alberto fernandez

@jgonzalezok / En medio de la más delicada situación económica y social de los últimos años, quizá de las últimas décadas, el gobierno de Alberto Fernández se ha tenido que rendir ante la despiadada arremetida de su vicepresidenta, Cristina Kirchner, que ha logrado deshacerse del ministro de Economía, Martín Guzmán, último reducto de autoridad que le quedaba al presidente. 

Guzmán renunció publicando un texto de 7 hojas justificando su decisión, con duras acusaciones contra la lucha interna dentro de la coalición de gobierno. A última hora de este domingo, algo más de 24 horas después de conocerse su renuncia, se hizo público el nombre de su reemplazo: Silvina Batakis, que entre 2011 y 2015 fuera ministra de Hacienda de la provincia de Buenos Aires. Considerada heterodoxa, es muy próxima a Cristina Kirchner, lo que supone que el presidente entregó el manejo de la economía al cristinismo.

El anuncio de la nueva titular de la cartera de Economía se hizo después de una conversación telefónica del presidente con la vicepresidenta, después de semanas sin cruzar palabra. La nueva ministra fue quien propuso hace unos meses que el gobierno central le quitase fondos a la ciudad de Buenos Aires, bastión opositor, para dárselos a la provincia de Buenos Aires, feudo del kirchnerismo.

Puede que haya una remodelación del gobierno más amplia, que se conocería en las próximas horas o días. Pero era urgente determinar este domingo (3 de julio) el nuevo nombre del titular de Economía para no tener que hacer un feriado cambiario, la medida clásica para prevenir una disparada del dólar. 

NEGOCIACIONES CON EL FMI

Cristina Kirchner y su sector dentro de la coalición de gobierno, le habían hecho la cruz al renunciado ministro Martín Guzmán, como consecuencia de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para reestructurar la deuda. Su figura fue sometida a un desgaste incesante. A pesar de que sin el acuerdo que aprobó el Congreso el 11 de marzo pasado el país habría caído en la suspensión de pagos, Cristina Kirchner nunca estuvo dispuesta a asumir el costo político que implicaba el ajuste contenido en el compromiso. En aquel momento la crisis llevó a la renuncia de Máximo Kirchner, hijo de la vicepresidenta, a la jefatura del bloque de diputados del oficialismo, que acabaría votando en contra del acuerdo.

Guzmán tuvo el apoyo del presidente Alberto Fernández hasta ahora, pero el mandatario no le dio todo el poder que requería para hacer frente a una situación económica aterradora. Ni siquiera pudo desplazar a funcionarios de rango inferior en su ministerio, como el subsecretario de Energía, que boicoteaban algunas de las medidas, porque eran la cuota del cristinismo y La Cámpora, la agrupación que responde al hijo de la vicepresidenta.

Las relaciones entre el mandatario y Cristina Kirchner fueron difíciles desde el comienzo, pero nadie debería sorprenderse por el rumbo que tomó el gobierno desde el principio. Fue la señora Kirchner la que eligió a Alberto Fernández para encabezar la fórmula presidencial, consciente de que si fuera ella la cabeza de cartel perdía la elección. Adoptó a alguien con imagen de moderado, pero era ingenuo pensar que ella no iba a intentar manejar las decisiones e imponer su visión.

El acuerdo con el FMI significó la ruptura definitiva entre ambos, manteniendo a duras penas las formas. Pero es a partir de ahí que se cortaron los contactos entre ambos y empezaron a mandarse mensajes a través de discursos y declaraciones. Por mucho menos, durante su gobierno, Cristina se quejaba de que querían destituirla.

En los últimos días el enfrentamiento fue brutal, con una Cristina Kirchner que ya no guardaba las formas. Viernes y sábado de la semana pasada, presidente y vicepresidenta encabezaron sendos actos para recordar lo mismo -aniversario de la muerte de Perón-, pero usaron al fallecido fundador del movimiento al que ambos pertenecen para defender sus posiciones. En el caso de Cristina Kirchner, gran parte del auditorio que la recibió en dicho acto, coreaban consignas a favor de su candidatura presidencial en 2023. Está en marcha lo que periodísticamente se ha definido como un “operativo clamor”, para que se postule para un tercer período, soñando con que la deseada victoria de Lula en Brasil ayude de alguna manera a su propio éxito, aunque las encuestas son demoledoras en su contra.   

Desde que asumió el gobierno, Alberto Fernández ha tenido que sacrificar a sus más directos colaboradores por presiones abiertas de Cristina Kirchner

La renuncia de Guzmán tuvo una puesta en escena significativa. Se conoció vía mensaje de Twitter cuando la vicepresidenta exigía que el mandatario actuase, “usara la lapicera” (tomase medidas), lo que implicaba deshacerse de Guzmán. Y cuando la situación económica volvía a registrar récords negativos: inflación que puede convertirse en hiper, riesgo país por las nubes, bonos con cotización casi en default, falta de gasoil en todo el país, dólar desbocado, falta de divisas para pagar importaciones, faltantes de medicamentos e insumos para la industria, y enorme desconfianza en el gobierno. 

ABIERTO ENFRENTAMIENTO

Desde que asumió el gobierno, en diciembre de 2019, Alberto Fernández tuvo que ir sacrificando a sus más directos colaboradores, gente de su íntima confianza, por presiones abiertas de Cristina Kirchner. Fueron trece ministros y otros cargos de menor rango. En esta lucha abierta por el poder fueron cayendo, uno a uno, los hombres y mujeres en los que el presidente había confiado para la gestión de su gobierno.  

La primera embestida fue el 27 de octubre de 2020, cuando publicó una carta con la excusa de los 10 años de la muerte de Néstor Kirchner y un año de la victoria de las elecciones. Fue allí cuando habló de “funcionarios que no funcionan”, que pasará a ser la frase de cabecera del espacio kirchnerista, para exigirle cambios al presidente. Con el tiempo la idea pasó a ser que usara “la lapicera”.

  • La primera en ser sacrificada, en noviembre de 2020, fue la ministra de Desarrollo Territorial y Hábitat, María Eugenia Bielsa, que tiempo antes había declarado en un acto partidario: “voy a ser sincera y me da mucha pena tener que sentarme a una mesa y explicar por qué robamos; muchachos, robamos, y no hay que robar en política”.
  • Después, febrero de 2021, fue el turno del ministro de Sanidad, Ginés González García, envuelto en el escándalo de la vacunación para personajes VIP, saltándose las normas, cuando las vacunas eran escasas. 
  • En septiembre de ese mismo 2021, luego de la estrepitosa derrota en las elecciones parlamentarias parciales, los cambios afectaron a varios integrantes del gabinete y al portavoz presidencial. El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, se salvó de la quema y fue recolocado, nombrándole ministro de Relaciones Exteriores. Pero el cambio más doloroso para el presidente fue el de la ministra de Justicia y Derechos Humanos, Marcela Losardo, amiga personal y socia de un bufete de abogados. En su caso, fue sacrificada porque Cristina Kirchner no toleró que no hiciera nada para lograr su impunidad frente a los numerosos casos judiciales que enfrenta, la mayoría por corrupción.
  • El pasado 4 de junio renunciaba el ministro de la Producción, Matías Kulfas. Formaba con Martín Guzmán el equipo económico, pero nunca fue aprobado por la vicepresidenta, que no le perdonó haber escrito un libro sobre los primeros años del kirchnerismo. Aunque solo contenía algunas ideas que pueden considerarse amables autocríticas, Cristina Kirchner creía que había escrito un libro contra ella. 

ACABAR CON LA "FASE MODERADA"

La salida de esta situación es imposible de prever. Incluso hay quien cree que Alberto Fernández puede renunciar, con lo que asumiría Cristina Kirchner. Lo que el sector cristinista sueña es con acabar con “la fase moderada”, como verbalizó Andrés el Cuervo Larroque, uno de los dirigentes más próximos de la vicepresidenta. Esto significaría una vuelta a una política que fracasó, pero que tiene réditos electorales: seguir imprimiendo moneda sin control y sin respaldo para incentivar el consumo, mantener los subsidios a las tarifas, intentar controlar los precios con multas y sanciones, aumentar los impuestos a la exportación y ampliar aún más el número de personas que reciben ayudas estatales. Todo contribuiría a aumentar el déficit fiscal, que es uno de los problemas principales de Argentina. Esto podría ir acompañado por un repudio al acuerdo con el FMI.

El problema es que esta política que sirvió en otros tiempos de cierta bonanza económica, conduce al desastre cuando no hay nada que repartir. Aumenta la pobreza hasta límites intolerables y no hay ninguna perspectiva de que los planes sociales se conviertan en trabajo genuino. De hecho hace una década que el país no crea empleos de calidad. De los 2,8 millones de nuevos ocupados desde el 2012, solo ha crecido el empleo público (un 28 %), el informal (44%) y el de empleadas domésticas y trabajadores por cuenta propia (44 %).   

Si sobrevive Fernández es difícil que logre encarrilar la situación, después de dos años y medio en que no hubo un plan económico, solo parches, y con Cristina Kirchner socavando cualquiera de sus iniciativas. No solo no hubo plan, la impericia y la improvisación fueron la tónica.

El jaque mate de Cristina Kirchner