jueves. 25.04.2024
alberto y cristina fernandez
Alberto Fernández y Cristina Fernández en un acto electoral en noviembre de 2021.

@jgonzalezok / El presidente argentino Alberto Fernández no se habla con su vicepresidenta, Cristina Kirchner. La última vez que coincidieron físicamente fue el 1º de marzo, en el acto de inauguración del curso parlamentario, donde se los vio incómodos. La vicepresidenta ni siquiera le contestó un par de mensajes escritos el pasado 11 de marzo que le envió Alberto Fernández, según confirmó la portavoz presidencial, Gabriela Cerruti. El canciller Santiago Cafiero admitió que sería necio ignorar el momento político crítico que atraviesa el espacio político que llegó hace poco más de dos años a la presidencia, fruto de la reunificación del peronismo.

El deterioro se aceleró desde el pasado mes de noviembre, cuando el gobierno sufrió una seria derrota en las elecciones parlamentarias, en las que perdió 5 millones de votos respecto a las generales de dos años antes. Cristina Kirchner, que fue quien ideó la fórmula presidencial, sabiendo que si ella encabezaba la candidatura iba al fracaso, venía marcando de cerca al presidente, pero con el resultado electoral estalló. No solo lo culpó del fracaso, sino que le impuso un cambio de gobierno que el presidente no quería y que le obligó a desprenderse de personas de su más estricta confianza.

Pero la gota que colmó el vaso fue la negociación con el Fondo Monetario Internacional para refinanciar la deuda tomada por el gobierno de Mauricio Macri. El acuerdo evitó que Argentina cayera, una vez más, en la suspensión de pagos, pero negociar con el FMI y aceptar que habrá que proceder a ajustes importantes en la economía, va contra el relato del kirchnerismo. Es como arriar banderas que forman parte de su capital político.

Por tanto, diputados y senadores kirchneristas votaron en contra o se abstuvieron. Por el contrario, la oposición de Juntos por el Cambio (macrismo), votó a favor del acuerdo, permitiendo su aprobación. El hijo de Cristina, Máximo Kirchner, ya había renunciado a la jefatura del bloque de diputados oficialistas y fue uno de los que votó en contra del acuerdo. Es más, blanqueó su posición contraria a la elección que en su momento hizo su madre y le dijo claramente al presidente: “Te aclaro que yo nunca estuve de acuerdo con tu candidatura, como no apruebo esta negociación”. 

La vicepresidente, por su parte, que tiene como principal función institucional presidir el Senado y votar solo en caso de empate, se ausentó de la sesión que debía ratificar el acuerdo ya aprobado en la otra cámara antes de que se llegara a la votación.

Entretanto, ocurrió algo que definitivamente sirvió para dinamitar los puentes entre las dos principales figuras institucionales del país. Cuando el acuerdo con el Fondo se discutía en la cámara de Diputados, manifestantes violentos atacaron a la policía con cócteles molotov y con piedras el edificio del Congreso, rompiendo las ventanas de algunos parlamentarios, incluyendo la de la vicepresidenta.

Ésta, inmediatamente, publicó dos vídeos mostrando los cristales rotos y tuiteó que “alguien planificó y mandó a ejecutar” el ataque contra su despacho, sembrando sospechas que no especificó: “Paradójicamente fue mi despacho el que atacaron, el despacho de quien hizo frente a los fondos buitres, quien mantuvo fuera del país al Fondo Monetario Internacional, cumpliendo el legado de mi compañero, Néstor Kirchner, y que además construyó con su decisión el Frente de Todos, que permitió derrotar a Mauricio Macri. Paradójicamente o intencionalmente”.

El presidente mandó a su vice un mensaje de solidaridad a través de WhatsApp, donde la tiene agendada como “Doctora”. Al no tener respuesta, intentó comunicarse con su secretario privado, también sin éxito. Después repetiría los mensajes en la red social Telegram. Cristina Kirchner consideró que fue tarde y tibio, ahondando su enojo (o su furia). Cree que el mensaje fue para “poder contárselo a los periodistas”. 

La ruptura está colocando en bandos diferentes a dirigentes políticos y sociales que hasta ahora formaban parte del espacio político gubernamental. Del lado de Cristina se colocaron, entre otros, La Cámpora -la organización interna que lidera su hijo- y Hebe de Bonafini, de las Madres de la Plaza de Mayo. Respaldan al presidente el Movimiento Evita -organización social con enorme capacidad de movilización- y Luis D´Elía, dirigente social que hasta hace nada era un fanático cristinista.

La misma división se produjo entre el numeroso grupo de intelectuales, periodistas y artistas que hasta ahora se identificaban genéricamente como kirchneristas. El día 14 de este mes se conoció un documento titulado La unidad del campo popular en tiempos de crisis, en el que connotados artistas y pensadores pregonaron la necesidad de la unidad dentro de las filas del peronismo, defendiendo una posición pragmática: “Hay momentos en la historia en los cuales la moderación puede ser transformadora y la radicalización impotente (…) hay decisiones que un dirigente debe tomar porque son necesarias para el país y el bienestar de la población, aunque a veces pueden ser no convenientes para su capital político o su futuro electoral”.

El documento fue contestado una semana después por otro grupo de intelectuales, manteniendo una postura radical y principista. Unidad del campo popular, unidad o pueblo, titularon su texto. Reconocen en el mismo que la unidad del Frente de Todos, sello electoral con el que el peronismo se presentó a las elecciones, se rompió después de las elecciones parlamentarias de noviembre. Afirman que la unidad no se sostiene porque se la nombre, sino que se mantiene “si continúan activas las políticas que le dieron origen”. Acusan al gobierno de Alberto Fernández de blando y moderado y aseguran que “sería un acto irresponsable, casi al borde de la lesa Patria, dejarle un campo orgánico al fascismo al apostar por la moderación política” (sic).

En los dos años largos de este gobierno, Alberto Fernández viene soportando un recorte de sus atribuciones insólito, y también desplantes y humillaciones públicas por parte de su vicepresidenta y su entorno. A veces en público, otras veces mediante cartas incendiarias publicadas en sus redes sociales. Esta situación solo es comparable a la que sufrió durante años Daniel Scioli, vicepresidente de Néstor Kirchner, dos veces gobernador de la provincia de Buenos Aires durante los gobiernos de Cristina, y candidato presidencial derrotado en 2015.

En el caso de Alberto Fernández, hizo todo lo posible hasta ahora para evitar la ruptura y calmar a su socia. Ella era la accionista mayoritaria del frente, pero esa condición ahora está en discusión, ya que no fue solo Alberto el que perdió los 5 millones de votos; muchos se perdieron en el principal distrito del país, la provincia de Buenos Aires, feudo del kirchnerismo.

Desde el principio, el presidente argentino aseguró que nunca volvería a pelearse con Cristina. Después de estar diez años enemistados, se recompuso la relación y el ahora presidente cambió radicalmente sus declaraciones del pasado, que contenían graves acusaciones contra la señora de Kirchner, en temas sensibles de corrupción y otros problemas judiciales que le quitan el sueño a la ahora vicepresidenta.

Así las cosas, todos los observadores se preguntan si este gobierno aguanta los casi dos años que tiene por delante con este nivel de enfrentamientos y reproches. No se sabe si habrá renuncias en el gobierno, que hasta ahora se mantuvo en un difícil equilibrio, con reparto de cargos entre kirchneristas y albertistas. Preocupa que esté en peligro la gobernabilidad, en un país con 50% de pobres, una inflación desbocada que golpea a toda la población, y teniendo que pasar examen cada tres meses ante los enviados del Fondo Monetario Internacional.

Lo que parece seguro es que se acabó un modelo (populista) de gobierno. No hay cómo sostener las masivas subvenciones a la energía, que en 2021 costaron 11.000 millones de dólares y este año podrían ser de 15.000 millones; tampoco cómo pagar pensiones y jubilaciones con cientos de miles de personas que nunca aportaron; ni seguir con planes sociales que suman millones de personas, mientras una minoría que tiene trabajo en blanco -aún así muchos son pobres- es acribillada a impuestos. Ese modelo le sirvió al kirchnerismo para ganar varias elecciones, aunque el precio está a la vista: un país hace años estancado -incluso antes del gobierno de Macri-, con índices de pobreza y de inflación insostenibles y una deuda que siempre parece una maldición argentina.

El divorcio político entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner ya es inocultable