miércoles. 01.05.2024
kab

No me gustaría bromear sobre la situación de Afganistán, ni la del pasado, ni la del presente, ni la que, a partir de los antecedentes, se puede presumir para el futuro. Sin embargo, la lectura de los primeros análisis de la situación invita, como mínimo, a la risa floja ya que oscilan entre la queja por lo malos que son los talibán y lo incapaces que son los norteamericanos por no haberse quedado más tiempo en aquel país impartiendo cursos de democracia.

La verdad es que los primeros referidos, los que critican el carácter de los talibán, tienen motivos sobrados para ello. Su concepto de la vida, sobre todo de la vida de las mujeres, su noción de la justicia, y de cómo ha de impartirse, su mismo sentido de la realidad, condicionado por los designios inmutables del más allá y su desprecio por los demás, o sea el infiel, no tienen nada que ver con nosotros. El mero hecho de ver un conjunto de turbante, barba, camisa larga con chaleco y kalashnikov, nos predispone en contra de su portador.

Si, además de ello, y sobre todo, sabemos cómo tratan a la mitad femenina de la población, el temor se convierte en desprecio. Pero, muchos de esos “tics”, sin kalashnikov y con ropajes más caros los vemos en otros países y no solo no nos asustan si no que les reímos las gracias cuando hace falta. 

En el otro lado, están los que lamentan, criticándolo, la derrota del imperio americano en aquellas tierras. No sé si son descendientes de aquellos que, en tiempos, entonábamos el yankees go home pero, ahora, parecen seleccionar mejor de donde se deben marchar los americanos: de Afganistán, no.

Si pensáramos en las soluciones al problema, o sea el talibán, estas van desde el diálogo con ellos hasta su exterminio, pasando por la intervención de tropas extranjeras en Afganistán, cosa que ya han intentado últimamente rusos y norteamericanos con escaso éxito

Y la cuestión es que, si los europeos, por ejemplo, hemos decidido que nuestro presupuesto no debe aumentar en gasto de defensa tanto como en USA, no creo que esa posición moral sea suficiente para decirle al presidente norteamericano, sea el que sea, en qué guerra si y en qué guerra no, deben participar. O qué país, si, y qué país, no, deben ocupar.

Porque, además si el presidente Biden observa que el talibán ha tomado Kabul en pocas horas y sin un solo muerto, pensará que porqué tenían ellos que poner los muertos para asegurar la continuidad de un gobierno, al parecer corrupto. No es por presumir de muertos, pero me viene a la cabeza que a Franco le costó tres años entrar en Madrid.

Y luego, están las críticas locales en cada país. Por ejemplo, el avance del talibán a Kabul ha sido menos rápido que el inicio de las críticas de la oposición a Pedro Sánchez. Y, menos mal que eso ha sido así, ya que, si no hubiera habido talibán, o talibanes, le habrían achacado a Sánchez los cerca de 2.000 muertos en Haití. Pero, siempre nos quedará Kabul.

Si pensáramos en las soluciones al problema, o sea el talibán, estas van desde el diálogo con ellos hasta su exterminio, pasando por la intervención de tropas extranjeras en Afganistán, cosa que ya han intentado últimamente rusos y norteamericanos con escaso éxito.

Ese fracaso repetido, y ya histórico porque no son los primeros que lo intentan, les debe llevar a los partidarios del exterminio a pensar en los drones como método más eficaz. El problema, sin contar la parte ética, es el precio. Si están contabilizados 70.000 talibán y cada misil Hellfire, esos que se disparan desde drones, cuesta más de 150.000 dólares, el costo, solo en material, supera los 10.000 millones de dólares, es decir ten billion, como diría un anglosajón. Y, eso, sin contar la mano de obra, ciertamente especializada y la dificultad de los trabajos de la inteligencia en localizar a todos y cada uno de los 70.000 talibán censados.

En fin, un problema porque, además, la financiación de todo eso no parece fácil. Un crowfundingmundial causaría un cisma moral que, además, no cubriría, ni de lejos, los referidos costes. Y, como se suele decir, ir pá ná es tontería.

Lo del diálogo tampoco parece fácil. Y no por el idioma. En pastún, talibán es el plural de talib, que significa estudiante. Y, aunque lo que más estudian es una versión radical del Corán, muchos de ellos hablan muy bien el inglés. Luego, esa no es la cuestión. El problema estriba en que son muy radicales y, con los radicales hay que tener mucha paciencia, como ya sabemos en España, donde tenemos una buena colección de gente extremista.

El diálogo nos llevaría a tener que aceptar cosas del otro, en este caso del talibán, para que ellos aceptaran cosas nuestras, en un intercambio que condujera a un equilibrio entre las posiciones finales de las partes. Dónde se sitúa ese equilibrio y el tiempo que se tarda en llegar a él, son los problemas del diálogo.

Pero no son los principales. El mayor de los problemas es la actitud inicial. En España, por ejemplo, si hay mucha gente que no quiere ni oír hablar de diálogo con los catalanes, ¿cómo va a pensar en hacerlo con el talibán?

Mientras tanto, quejémonos. O de los talibán, o de los norteamericanos o de Sánchez. Pero, hagámoslo, que se note que tenemos conciencia social para que nos preocupe el asunto, aunque no tanta para apostar por una solución, no sea que nos llamen radicales.

Entre la izquierda champagne y la derecha botellón