jueves. 18.04.2024
tren

“Sin una reducción inmediata en todos los sectores –afirma el último informe científico de Naciones Unidas sobre cambio climático-, será imposible limitar el calentamiento global a 1,5ºC. En los escenarios evaluados, para limitar el calentamiento a 1,5ºC es necesario que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo antes de 2025, como muy tarde, y se reduzcan en un 43% para 2030…”. La subida de temperaturas contemplada en la cumbre de París para los próximos años y asumida por Naciones Unidas dan por hecho que ya no se puede evitar un incremento inferior a 1,5ºC, lo que supondrá, si sólo se queda ahí, veranos absolutamente contrarios a la vida en casi toda África, muchos países de Asia y América, teniendo una incidencia muy negativa para España, uno de los países más amenazados de Europa, y para los movimientos migratorios, que se incrementarán de manera exponencial a medida que la presión climática sea más agresiva.

En el mismo informe de Naciones Unidas –presentado como una especie de ultimátum- se afirma que las nuevas fuentes de energía de que disponemos, podrían facilitar el tránsito hacia un mundo libre de emisiones de gases contaminantes, cambio al que ayudaría mucho una adecuación racional del transporte terrestre de personas y mercancías. Aparte de otras consideraciones, la huelga del transporte que sufrimos durante las últimas semanas ha puesto de manifiesto dos realidades indubitables: Por un lado que la mayor parte del transporte terrestre se hace por carretera a cargo de camioneros autónomos cada vez más precarizados; por otra, que la distribución de mercancías en España depende casi exclusivamente de un medio de transporte que contamina mucho y erosiona sobremanera las vías de comunicación interurbanas, ocasionando por ello pérdidas millonarias en horas de trabajo de quienes se ven afectados por retenciones y gastos enormes en mantenimiento de infraestructuras.

La reconstrucción de la atmósfera es tal vez la empresa más grande a la que se haya enfrentado el hombre

El transporte por ferrocarril es el medio más barato y menos contaminantes de cuantos hoy disponemos. Un tren puede llevar cientos de contenedores de un punto a otro del país o de Europa sin apenas emitir dióxido de carbono ni perjudicar al transporte de viajeros porque la mayoría de las vías no se utilizan por la noche, es decir que con las debidas mejoras en los centros logísticos ligados a los puertos, en un solo viaje un mercancías podría llevar al punto elegido lo mismo que cien camiones gastando una décima parte de energía y sin contribuir a incrementar el efecto invernadero.

España, que es el país que más kilómetros de autovía y vías de alta velocidad ferroviaria tiene de Europa, sólo transporta el 4% de lo que produce utilizando el ferrocarril, dejando el 96% restante al transporte por carretera. Aunque no estuviésemos viviendo un periodo de cambio climático crítico que amenaza la vida del hombre y de la naturaleza, este cuasi monopolio de la distribución habría que considerarlo irracional e ineficiente, dado que hay otras alternativas más eficaces que se descartan y con el paso del tiempo quedan obsoletas.

En Alicante, es un ejemplo que se repite en la mayoría de las ciudades portuarias, se construyó un nuevo puerto de mercancías con terrenos suficientes para carga, descarga y almacenaje. Las vías del tren llegan hasta los muelles pero ningún contenedor va a parar a sus vagones. Cientos de camiones entran y salen del puerto mientras entre las vías crecen yerbas, matojos y algún árbol que ha encontrado en el abandono terreno ideal para su futuro. Lo mismo que ha sucedido con las mercancías sucede con las personas, siendo absolutamente increíble que a estas alturas del siglo XXI el tren de cercanías Alicante-Murcia tarde una hora y media en recorrer ochenta kilómetros, que es lo mismo que tardaba cuando se inauguró la línea allá por el año del Señor de 1885. El tren no se utiliza para el transporte de mercaderías ni los cercanías para trasladar a las personas a las ciudades cercanas con prontitud y comodidad, quedando el primero como reliquia y el segundo para uso de quienes amamos el tren o no tienen otro medio para desplazarse, todo ello en tiempo de inversiones multimillonarias en infraestructuras.

Pese al primo de Rajoy, los votantes de Vox y otros pensadores egregios, ya nadie puede dudar que estamos ante una encrucijada que no puede ocultarse detrás del drama de la guerra de Ucrania, la pandemia o cualquiera otra catástrofe que quieran enviarnos los dioses por nuestra mala cabeza. El cambio climático a que asistimos está provocado por la acción del hombre y es tan urgente combatirlo y derrotarlo como lo es acabar con la guerra como prolongación de la política por otros medios. La guerra mata despiadadamente en el territorio en el que acaece, el cambio climático no tiene territorios, es global y afecta a todos los habitantes de la tierra. Son ya muchos los efectos devastadores que ocasiona, desde lluvias torrenciales donde antes llovía con sosiego hasta temperaturas abrasadoras donde habitualmente los veranos eran moderados y frescos. Tal como dice el informe de Naciones Unidas, el tiempo se acaba, no hay más escusas ni esperas, no podemos mirar a otro lado ni cerrar los ojos porque existen unos umbrales dentro de los cuales la vida humana, animal y vegetal es posible, y otros en los que ninguna de ellas tiene perspectivas de futuro. Estamos llegando a ese punto de no retorno en el que todas las enfermedades pueden convertirse en pandemia, en que la lucha por los alimentos y el agua puede llegar a la máxima crueldad, estamos ante un cambio que puede llevarnos al punto y final pero que es evitable, que puede ser revertido por la mano del hombre que fue quien lo produjo y lo sigue produciendo.

Para que eso sea posible es urgente acabar con empresas como Amazon que destrozan el comercio de cercanía y descargan toneladas de CO2 a la atmósfera, es vital que en plazos muy breves la mayor parte del transporte terrestre de mercancías se haga en tren, que los trenes de cercanías de las medianas y grandes ciudades hagan sus recorridos en tiempos atractivos para los viajeros, que los trenes de larga distancia sean tan asequibles que inviten a un número de personas creciente a dejar el coche en casa, que se construyan infraestructuras logísticas en los puertos a las que lleguen las mercancías por ferrocarril y desde ellos sean distribuidos por camiones a los puntos de venta cercanos, que se dejen de construir autovías y líneas de tren de alta velocidad, que las eléctricas remuneren los sobrantes de los particulares a precio justo, que los poderes públicos incentiven generosamente el autoabastecimiento en casas, oficinas e industrias, que el Estado cree una corporación eléctrica sin ánimo de lucro ni pérdidas que sirva de contrapeso al oligopolio eléctrico e impida las tentaciones de seguir quemando energías fósiles, que se inicie un plan integral de reforestación científica –nunca aterrazando montes y plantando especies esquilmadoras como durante la dictadura- que abarque tierras y montes degradados y de baja productividad.

La reconstrucción de la atmósfera es tal vez la empresa más grande a la que se haya enfrentado el hombre, pero al mismo tiempo es también un reto ilusionante y esperanzador, un horizonte que puede movilizar muchísimos recursos, crear millones de puestos de trabajo y, sobre todo, hacernos creer de nuevo en nuestras posibilidades como especie. No hay que esperar a una guerra para que sea posible gastar lo que no se tiene en construir y comprar armas para matar, en esta guerra, en esta empresa no se trata de eso, se trata de sembrar futuro, de crear optimismo, de poner todos los recursos que tangamos para crear un mundo mejor para todos. La otra alternativa, seguir como hasta ahora, no existe.

Infraestructuras y cambio climático