miércoles. 17.04.2024

Creo, como ya he dicho en otras ocasiones, que el actual jefe de la diplomacia española, el Sr. Albares, es un mediocre que se cree Salvador de Madariaga, aquel intelectual español del que decía Manuel Azaña que era “tonto en siete idiomas”. Se gusta, se escucha mientras habla, se siente orgulloso de su mirada y piensa que tiene cogido al mundo por su parte más sensible. Sin embargo, Albares es el autor del pacto con el rey de Marruecos a sabiendas que de nada sirven los pactos con el rey feudal, que donde dijo digo dirá diego en cuanto algo no le guste, que una vez consolidado su poder en el Sahara Occidental, volverá a lanzar a los pobres de su país contra las alambradas de Ceuta y Melilla, que su decisión ha puesto en peligro el suministro de gas argelino en un momento energético crítico y que el amigo americano nunca confiará tanto en él como lo hace en su homónimo marroquí, un país estable, un aliado indiscutible que siempre estará dispuesto a obedecer sin disensiones internas.

Albares vendió como un éxito incomparable el hecho de que la próxima cumbre de la OTAN se celebre en España a finales del mes de junio. Antes, para calentar motores, en Madrid ha organizado el cuarenta aniversario de nuestra entrada en la organización. El proceso de ingreso de España en la OTAN lo inició Leopoldo Calvo Sotelo el 25 de febrero de 1981 -dos días después del golpe de Estado- al incluirlo en su discurso de investidura. Durante las horas tenebrosas de aquel vergonzoso ataque a la soberanía nacional, el Secretario de Estado de Estados Unidos Alexander Haig habia dicho que ese era un asunto exclusivamente interno de España y que su país no tenía nada que decir, como tampoco tuvo nada que decir durante los cuarenta años de dictadura en los que la España de Franco fue tan fiel servidor del Emperador como ahora lo es Marruecos. Nada nuevo, al país más poderoso del planeta, a la primera potencia mundial, a la democracia americana por excelencia siempre le atrajeron más las dictaduras que los regímenes parlamentarios, de ahí su querencia irrefrenable para extenderlas y después aliarse con ellas, es decir, someterlas a sus intereses.

No sé quien dirige la política comunicativa del Gobierno, de un Gobierno que ha tenido que hacer frente a catástrofes inesperadas y a calamidades sin fin sin tener un sólo día de sosiego. Sé que no lo hace bien y que a la mayoría de la gente llegan con más claridad los gritos, descalificaciones y embustes de la extrema derecha que los esfuerzos hechos por el Ejecutivo para aliviar la situación de los españoles más castigados por la pandemia, el volcán de la Palma, la crisis económica o la guerra en Ucrania, lo que indudablemente indica que tiene un problema muy grave para llegar a la gente que debiera solucionar de la manera más rápida y efectiva posible de cara a los próximos comicios generales: En tiempos críticos como estos, las elecciones no las gana quien mejor gobierna, ni el menos corrupto, ni quien más derechos consigue para el pueblo, las gana quien hace que sus mensajes se impregnen en el inconsciente colectivo de que hablaba Carla Jung.

Esa organización importa un bledo a los españoles, lo mismo les da que su cumbre se celebre en Madrid que en Adís Abeba, igual que su Secretario General sea holandés que de Calasparra

En ese sentido, resulta tragicómico que quienes diseñan la propaganda del Gobierno hayan decidido volcarse en los vínculos de España con la Organización del Tratado del Atlántico Norte como máximo exponente de la posición de España en el mundo y por tanto de su Presidente. El Gobierno que puso en marcha los ERTE que evitaron la desaparición de miles de empresas y de empleos, el que ha destinado cientos de millones a restaurar los daños causados por el volcán, el que ha ampliado los derechos de las mujeres y de los que nada tienen al crear el Salario Mínimo de Inserción, el que ha subido el salario mínimo a lo mínimo que debería ser un salario en España, el que ha apaciguado las relaciones con nuestra amada Cataluña, el que aguanta día tras día los insultos destructivos de la oposición ultra, el que nada puede hacer por renovar un poder judicial que está erosionando la calidad democrática española porque para ello necesita entenderse con un Partido Popular enfangado en la corrupción y en la obstrucción total, no encuentra otro palo al que asirse que la OTAN. Empero, esa organización importa un bledo a los españoles, lo mismo les da que su cumbre se celebre en Madrid que en Adís Abeba, igual que su Secretario General sea holandés que de Calasparra.

Durante un tiempo su existencia despertó el rechazo de un sector amplio de la ciudadanía que la consideraba una prolongación de las bases militares americanas instaladas durante el franquismo. De hecho, una de las pintadas más frecuentes en los muros de la España de entonces era el conocido “yankee go home”, pintada que fue sustituida por Felipe González por aquel lema del referéndum de 1986 que decía “OTAN, de entrada no”. Hombre blanco hablar con lengua de serpiente en palabras de Javier Krahe. Después de algunas de las manifestaciones más multitudinarias de nuestra historia contra la entrada en la organización militar, votamos que sí mayoritariamente, sin ningún entusiasmo, por aquello de la estabilidad, porque era condición para ingresar en Europa. Fue como un trágala, como un almuerzo con aceite de ricino, una especie de renuncia colectiva a la rebeldía que algunos interpretaron como normalización de las relaciones exteriores, como prueba de madurez democrática y de asunción de responsabilidades. Yo diría que fue un sacrificio del espíritu crítico, del horizonte utópico que debe tener toda sociedad en aras de la aceptación, del sometimiento a las grandes democracias que habían colaborado históricamente a mantener a Franco en el poder, bien pasivamente como los países europeos, bien activamente como fue el caso de Estados Unidos y el Reino Unido. Aún así, aquello se aceptó y se aprobó, pero ni entonces ni ahora España ha tenido una relación sentimental con la OTAN que pueda llevar a nadie a pensar que la celebración de su cumbre en Madrid pueda ser un triunfo o aportar votos en las próximas elecciones. Será una puesta en escena magnífica en un extraordinario escenario, pero después, cuando los líderes mundiales se hayan marchado, cuando de la cumbre sólo queden los pétalos de rosa secos sobre las aceras, no quedará más que el sonido de los sables, las salvas de honor y las fotos de familia. Y el actual Gobierno, para mí uno de los mejores de las últimas décadas pero con un gravísimo problema de comunicación, podrá comprobar en sus carnes que no habrá servido más que para comprobar el gozo de Albares en su papel de anfitrión, de nuevo rico que pone la mesa a los ricos de siempre. Eso sí, siendo todos conscientes que si mañana Marruecos vuelve a enviar a los pobres del mundo a las frontera de Ceuta y Melilla o a Canarias, la OTAN dirá que son asuntos internos de España.

La OTAN y nosotros