domingo. 28.04.2024
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El despertar

Una niña salió a buscar libros. La otra —como no tardarán ustedes en descubrir— salió a comprar golosinas”. (Un reino de olivos y ceniza. Dos historias, muchas historiasColum McCann, Waldman y Chabon editores, Random House) [3].

Me gustaría pensar que las dos niñas, Smadar, catorce años, y Abir, diez años, se despertaron alegres, quizás remolonas, que fueron atendidas con cuidado y con amor, que tal vez desayunaron o tal vez se llevaron el avío para el almuerzo, que se despidieron contentas con la cabeza puesta en sus amigas y amigos, en la escuela y en todos los pequeños grandes problemas que a esa edad ocupan y preocupan a los niños.

Quiero pensar que en la memoria de sus padres queda una penúltima imagen que les pueda transmitir sosiego y serenidad, la del beso o la caricia del adiós matutino que les dieron al despedirse de buena mañana.

Y lo deseo por la dolorosa tragedia que sus padres, Rami Elhanan y Bassam Aramin, relatan a Colum McCann para que éste lo transcriba y lo dé a conocer, porque es necesario saberlo, es necesario escribir y leer “historias [que] logran abrir nuestra caja torácica y nos retuercen un poquito el corazón”. Historias que nos despierten, con dolor, con emoción, de la mano de personas valerosas -los que las narran, los que lo escriben- y de sus hechos y de su coraje para aceptar el dolor del otro y no callar: “«Si te quedas callado, mueres. Si hablas, mueres. Así que habla y muere»”, dijo el poeta argelino Tahar Djaout poco antes de ser asesinado por ser, según el GIA, “una pluma temible”.

La muerte

"Por fin un último elemento: si reúnes dos factores de miedo, creas una reacción de odio." (Cuatro manosPaco Ignacio Taibo II, ed. Planeta, 2012)

La muerte es una realidad onerosa y obscena en todo el territorio palestino-israelí. Permea cualquier intento de analizar, de comprender o de explicar cuanto acontece. No nos debe extrañar, por más de una razón, que así sea. Y una de ellas es la historia.

La muerte, como casi todo en esa torturada historia, tampoco está libre de manipulación. Eli Cohen, ministro de Asuntos Exteriores de Israel, y Rashid Khalidi, historiador y escritor estadounidense de origen palestino y libanés, titular de la cátedra Edward Said de Estudios Árabes de la Universidad de Columbia, protagonizan dos tristes episodios de esa capacidad de considerar de segunda clase a los muertos de los otros:

"Israel actúa y seguirá actuando según el derecho internacional, y continuaremos la guerra hasta la liberación de todos los secuestrados y la eliminación de Hamás en Gaza[...] sólo hay un factor responsable de la masacre del 7 de octubre y de la situación actual en Gaza, y es la organización terrorista Hamás, que comete crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad contra los ciudadanos de Israel y los residentes de la Franja Gaza " (Eli Cohen, a raíz de las declaraciones del presidente español, Pedro Sánchez, solicitando contención y acción. en base al derecho internacional humanitario. El subrayado es nuestro)

En 2022, tras una serie de ataques a civiles llevados a cabo en territorio israelí por palestinos de la Cisjordania ocupada, el ejército y los servicios de seguridad de Israel lanzaron una salvaje campaña que comportó asesinatos de militantes, la muerte gratuita de transeúntes inocentes, detenciones masivas, demoliciones de viviendas, y cierres y tocas de queda impuestos en pueblos, ciudades, campos de refugiados y barrios urbanos enteros.” (Rashid Khalidi, en su prólogo a la edición española de Palestina. Cien años de colonialismo y Resistencia [4]. El subrayado es nuestro)

Cuando lo nuestro es un ataque (ofensivo o defensivo) y lo del otro es una masacre y un asesinato, algo no funciona en ese discurso. Y da igual quiénes sean los nuestros y quiénes los otros.

La muerte, como lóbrega -e ineficaz- forma de solucionar el problema entre árabes y judíos, entre palestinos e israelíes, empezó antes de la creación del nuevo estado de Israel. Y lo ocurrido entre el 14 de mayo de 1948 y hoy da la razón a Bassam Aramin y Rami Elhanan: la muerte sólo llama a la muerte.

La muerte es una realidad onerosa y obscena en todo el territorio palestino-israelí. Permea cualquier intento de analizar, de comprender o de explicar cuanto acontece

Estas dos personas buenas, Rami Elhanan y Bassam Aramin, miran al otro como se miran a sí mismo, ven en el otro el dolor que ven en sí mismo, y aunque no lo sepan, siguen al pie de la letra la que tal vez sea la máxima ética posible en una contienda entre colonizadores y colonizados, la que Camus expresó en un viaje a Suecia sobre la violencia en Argel contra la colonización francesa: 

En este momento se arrojan bombas contra los tranvías de Argel. Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es la justicia, prefiero a mi madre”. 

Y eso vale tanto para Netanyahu como para Hamás.

Para Camus, como para Bassam Aramin y Rami Elhanan, el fin, la justicia de lo reclamado, nunca justificará los medios, la muerte de un civil.

Dos historias

Contra la ética de los números, que nos lleva a insólitos parajes morales, contra la historia en mayúsculas, contra la cantidad en las muertes, la calidad de toda, una y cualquier vida: el valor inconmensurable, inmarcesible de una vida sólo permite decir que veinte no, una, tampoco.

El padre de Smadar, 14 años.

Me llamo Rami Elhanan, jerosolimitano de séptima generación [...] En cierto modo podrían decir ustedes que vivíamos dentro de una burbuja, completamente alejados del mundo exterior [...] el 4 de septiembre de 1997, cuando esa burbuja nuestra estalló, rota en mil pedazos por tres terroristas suicidas palestinos, que hicieron estallar sus cinturones bomba en medio de la calle Ben Yehuda, en pleno centro de Jerusalén [...] Aquel día mataron a cinco personas, entre ellas tres chiquillas. Una de ellas fue mi Smadar. Fue un jueves por la tarde. Había salido a comprar libros.”

El padre de Abir, diez años.

Me llamo Bassam Aramin. Soy un terrorista. Es broma. O quizá no lo sea, así es como me ve mucha gente, mucha gente quiere que sea verdad [...] No fue hasta 2005 cuando algunos de los que creíamos en la no violencia empezamos a reunirnos en secreto con antiguos soldados israelíes, los refúsenik [...] El 16 de enero de 2007, dos años después de la fundación de Combatientes por la Paz, mi hija de diez años, Abir, resultó muerta de un tiro disparado a sangre fría por un miembro de la policía de frontera israelí [...] No era miembro de Al-Fatah ni de Hamás. Había ido a comprar golosinas.

Una a una, la vida de cada persona tiene un valor inmenso, infinito, incontable. Por eso los números nos alejan de cualquier ética. Son necesarios, es cierto, para una justicia transaccional y reparativa, pues más ha de pagar quien más mata, pero no por ello es menos asesino el que menos mata. Tan asesino es quien mató, quien organizó, quien alentó, la institución y la sociedad que está detrás de la muerte de Abir como quien mató, quien organizó, quien alentó, la institución y la sociedad que está detrás de la muerte de Smadar.

La ética de los números nos lleva a situaciones esquizofrénicas: el ocho de octubre de 2023 deberíamos haber salido a las calles gritando contra Palestina y el atroz crimen de 1200 israelíes asesinados por el terrorismo de Hamás. Y el nueve, y el diez y el once... y así hasta que los palestinos muertos por la desmedida respuesta militar israelí hubieran superado los 1.200, momento en el cual deberíamos seguir saliendo a la calle, pero entonces gritando contra Israel y el no menos crimen atroz que comete contra los palestinos. Por eso no sólo no abonamos la ética de los números, sino que abominamos de ella. De los números, que se cuide la justicia reparativa. 

Los palestinos asesinados desde el 13 de octubre lo han sido en tanto que ajusticiados de forma colectiva e indiscriminada: encontrados culpables de crimen colectivo, y sin entrar en la nula calidad del juicio sumarísimo –no contradictorio– que se les ha aplicado, son inmolados a hierro y fuego en el banal altar de la Nación (israelí, en este caso).                 

Contra la ética de los números, que nos lleva a insólitos parajes morales, contra la historia en mayúsculas, contra la cantidad en las muertes, la calidad de toda, una y cualquier vida

Ninguna diferencia es posible encontrar, ni en la forma ni en el fondo, con el ajusticiamiento (asesinato) de israelíes por el raid de Hamás del 7 de octubre o por cualquier cohete made in Gaza: también inmolados a hierro y fuego en el banal altar de la Nación (palestina, ahora).

Ninguna, excepto la cantidad, lo que nos lleva a decir que la ética de los números parece más un juicio estético que no ético, transigimos, por verlo de alguna manera aceptable, con un asesinato, pero la visión de 20 nos revuelve.

Por suerte Rami Elhanan y Bassam Aramin no se dejaron arrastrar por esa falsa ética de los números y nos muestran el único camino ético posible, el de las personas.

El duelo

El padre de Smadar, 14 años.

Tienes que despertarte, levantarte y mirarte a la cara. Tienes que tomar una decisión. ¿Qué vas a hacer con esa ira, que te devora vivo por dentro? Solo hay dos opciones. La primera es evidente. Cuando alguien mata a tu hija de catorce años, estás tan furioso que lo que quieres es ajustar cuentas. Es natural. Es humano. Y esa es la vía que la mayoría de la gente escoge: la vía de la venganza y la represalia. Esa opción es la que crea este ciclo interminable de violencia que no para nunca. Una bala conduce a otra bala. Un terrorista suicida conduce a una granada disparada por un lanzacohetes [...] De modo que, a través de un complicado proceso gradual, llegas a la otra opción, que es mucho más difícil: intentar comprender qué fue lo que le ocurrió a tu hija. ¿Por qué ocurrió? ¿Cómo pudo tener lugar una cosa tan terrible? ¿Qué pudo hacer que alguien estuviera tan furioso, tan loco, tan desesperado, tan desamparado, que estuviera dispuesto a hacerse volar por los aires junto a una niña de catorce años? ¿Cómo vas a poder comprender ese instinto? Y luego la pregunta más importante de todas: ¿Qué puedes hacer tú, personalmente, para evitar este dolor insoportable a otras personas, a otras familias? En fin, no es fácil, lleva su tiempo.”

El padre de Abir, diez años.

Quiero llevar a ese hombre ante la justicia porque mató a mi hija de diez años; no porque él sea israelí ni porque yo soy palestino, sino porque mi hija no estaba participando en ninguna lucha. No era miembro de Al-Fatah ni de Hamás. Había ido a comprar golosinas. Para que haya reconciliación y para que yo considere la posibilidad de perdón, Israel tiene que reconocer crímenes de ese estilo. [...] Decidí que la paz solo funcionaría si podíamos empezar a establecer contacto con los israelíes. Porque durante más de cien años hemos estado intentando matarnos unos a otros, derrotarnos unos a otros, destrozarnos unos a otros. ¿Y qué hemos conseguido? Israel no está seguro, y Palestina no es libre. Y cada día, cada semana, cada año, más sangre, más dolor, más víctimas; y ni siquiera pensamos en ello [...] Pero al final morimos, nos matamos unos a otros. Teníamos que encontrar otra manera de sobrevivir juntos. [...] El asesinato de Abir habría podido llevarme por el camino del odio y de la venganza, pero para mí, una vez en la senda del diálogo y la no violencia, no había posibilidad de dar marcha atrás.

La paz sólo será posible, pero nunca será segura ni rápida ni fácil, si todos, cada uno desde su lugar, renuncian -renunciamos- a delirios de soluciones finales

¿Qué podemos hacer para “evitar este dolor insoportable a otras personas, a otras familias”, para que “una vez en la senda del diálogo y la no violencia, no [haya] posibilidad de dar marcha atrás”?

¿Cómo transitar el duelo, sin que ese tránsito signifique remachar los clavos que hoy cierran el ataúd de la paz? 

¿Qué estrategia nos puede permitir construir puentes y evitar cavar trincheras?

Bassam Aramin y Rami Elhanan nos enseñan cómo no sentirse moralmente superiores por ser víctimas (ni nosotros nos debemos sentirse moralmente superiores por sentir compasión por ellas, especialmente si dejamos a unas, las israelíes, de lado), nos enseñan cómo transitar el duelo creando puentes en lugar de ahondar zanjas, y nos recuerdan que ni es fácil ni rápido. Es difícil, lento y de incierto resultado.

Decidí que la paz solo funcionaría si podíamos empezar a establecer contacto con los israelíes. Porque durante más de cien años hemos estado intentando matarnos unos a otros, derrotarnos unos a otros, destrozarnos unos a otros. ¿Y qué hemos conseguido? Israel no está seguro, y Palestina no es libre [...] Resulta siempre muy difícil reconocer el dolor de tu enemigo: en nuestro caso, como palestinos, reconocer el dolor de los israelíes, o de los judíos que ocupaban nuestra tierra [...] La cosa llevó tiempo. Necesitábamos conocernos unos a otros. Como siempre he dicho, es un desastre descubrir la humanidad y la nobleza de tu enemigo… porque entonces ya no es tu enemigo. No fue así después del primer encuentro. Se necesitó más de un año de reuniones.” (Bassam Aramin)

¿Cómo puede uno hacer algo así? ¿Cómo puede uno meterse en la casa de alguien que acaba de perder a un ser querido y hablar de paz? [...] Pero entonces vi otra cosa. Estaba allí de pie y de repente vi a unas cuantas familias palestinas afectadas caminando hacia donde yo estaba. Aquello me dejó pasmado. El enemigo [...] ¿Ven ustedes? Yo tenía por entonces cuarenta y siete años, y me avergüenza reconocer que aquella fue la primera vez en mi vida que veía a unos palestinos como seres humanos. No solo como trabajadores en las calles, no solo como caricaturas en los periódicos, no solo como transparencias humanas, no solo como terroristas, sino como seres humanos. Seres humanos: personas que llevan encima la misma carga que llevo yo, personas que sufren exactamente como yo sufro. Una igualdad de dolor.” (Rami Elhanan)

La estrategia es ser traidor y “descubrir la humanidad y la nobleza de tu enemigo… porque entonces ya no es tu enemigo”.

La paz

—Necesitamos contar historias.

—Necesitamos oír historias.

—Escucharnos unos a otros.

—No a escondidas, bajo tierra…

—Aquí arriba…

—No se puede vencer el odio con más odio.

—Nos negamos a ser enemigos.

—Deben entenderlo ustedes: no hay diferencia entre este, mi hermano, y yo. No estamos contando dos relatos distintos.

—Lo que nos acerca tanto es el precio que los dos hemos pagado.

—Tenemos un aliado enorme de nuestra parte, que es el poder de nuestro dolor.

—Y al final los venceremos con nuestra humanidad.

—Pueden decir que lo decimos nosotros.

—Los dos.” (ob. cit., diálogo entre Rami Elhanan y Bassam Aramin con Colum McCann)

En una manifestación pro-Palestina ¿Escuchamos a los otros? En una manifestación pro-Israel ¿Escuchan a los otros? ¿Es posible en una manifestación partidista decirle al otro, a cualquierotro, algo así como ”no hay diferencia entre este, mi hermano, y yo, no estamos contando dos relatos distintos, lo que nos acerca tanto es el precio que los dos hemos pagado”?

No los escuchamos, no oímos su miedo y su dolor. No los escuchan, no oyen su miedo y su dolor. No cabe decir nada que no sea un eslogan, y además banal y tautológico.

La paz sólo será posible, pero nunca será segura ni rápida ni fácil, si todos, cada uno desde su lugar, renuncian -renunciamos- a delirios de soluciones finales. Ni Gran Israel sin palestinos, ni Palestina sin israelíes: tan cierto es que “Israel no está seguro [si] Palestina no es libre” como que “Palestina no está segura [si] Israel no es libre”. Y si no hay seguridad, ya lo sabemos: “si reúnes dos factores de miedo, creas una reacción de odio.”

Si dos miedos crean odio, entonces entenderlos, darles salida y no atrincherarnos en uno de ellos, es la condición de posibilidad de una paz, entonces sí: justa

La seguridad y la libertad para palestinos e israelíes, alejadas de delirios basados en derechos históricos, ya la tenía en mente Sánchez Ferlosio en el lejano año 1982:

“[Es válido] aceptar, modesta y razonablemente que por mucho que haya sido una injusticia originaria contra los palestinos la fundación del actual Estado de Israel, en cualquier caso, al cabo de tres decenios, ha dado lugar a una situación de hecho que hoy no sería ya sino una nueva injusticia deshacer echando a los judíos al mar, como decían los palestinos.” (Rafael Sánchez FerlosioEl País, 25/09/1982)

Y treinta años más tarde, el traidor de Bassam Aramin le da la razón: entre todos debemos ayudar para que ellos, todos, palestinos e israelís puedan “encontrar otra manera de sobrevivir juntos”.

Un Estado, dos Estados, cinco Estados o quinientos...

(Imagen creada con licencia Bing[2])
(Imagen creada con licencia Bing [2])

“—Tenemos que propagar un solo mensaje —dice Bassam—. Que tenemos que compartir esta tierra con el enemigo, como un Estado, como dos Estados, o como cinco Estados o quinientos. De lo contrario lo que compartiremos será una misma tierra para abrir tumbas para nuestros hijos y para nuestro pueblo. Los israelíes no renunciarán nunca a su lugar seguro, y los palestinos no renunciaremos nunca a nuestra libertad ni a nuestro sueño de crear nuestro propio Estado.

No creemos que nadie sepa que forma tomará el futuro, si la paz de los cementerios o la paz de la convivencia ¡Ojala -Insh'Allah!- sea la paz por la que luchan Bassam Aramin y Rami Elhanan!

¡Ojalá sea la paz de los traidores!

Ojalá seamos valientes para traicionar nuestros grandes ideales, ojalá que el bosque no nos impida ver los árboles, ojalá no nos sintamos moralmente superiores, ojalá las manifestaciones no sean de parte, ojalá la ética de los números deje paso a la ética de Rami Elhanan y Bassam Aramin.

La convivencia, en “un Estado, dos Estados, o cinco Estados o quinientos”, vendrá de una nueva mirada que niegue la cadena causal [5]: la matanza y asesinato con que Netanyahu asola Gaza no trae causa de la matanza y asesinato que Hamás procuró en Israel; y esta matanza y asesinato no trae causa de los crímenes israelíes de los años anteriores; y estos no traen causa de los pogromos (con el Holocausto a la cabeza) sufridos por los judíos; y los pogromos, lo sabemos, no traen causa de ninguna esencia judía.

Las razones del miedo se pueden entender, como bien dice el traidor de Bassam Aramin (“poco a poco me di cuenta también de que buena parte de la opresión de los israelíes era debida al Holocausto, y decidí así entender quiénes eran los judíos”), pero no son explicación, y aún menos justificación de nada. Y sólo renunciando a esa explicación justificativa cabrá decir con Rami Elhanan “No estamos condenados. Y pueden decir que se lo he dicho yo”.

Si dos miedos crean odio, entonces entenderlos, darles salida y no atrincherarnos en uno de ellos, por considerarlo moralmente superior al otro, es la condición de posibilidad de una paz, entonces sí: justa.

—Necesitamos contar historias.

—Necesitamos oír historias.

—Escucharnos unos a otros...”


[1] Puede utilizar las imágenes creadas para cualquier propósito personal legal y no comercial. Uso de las Creaciones sujeto al cumplimiento de este Acuerdo (https://www.bing.com/new/termsofuse), al Contrato de servicios de Microsoft y a nuestra Política de contenido.
[2] Puede utilizar las imágenes creadas para cualquier propósito personal legal y no comercial. Uso de las Creaciones sujeto al cumplimiento de este Acuerdo (https://www.bing.com/new/termsofuse), al Contrato de servicios de Microsoft y a nuestra Política de contenido.
[3] Todas las citas, excepto nota en contrario, pertenecen al capítulo Dos historias, muchas historias, escrito por Colum McCann, en el libro Un reino de olivos y ceniza (Título original: Kingdom of Olives and Ash: Writers Confront the Occupation), Michael Chabon y Ayelet Waldman editores, Random House, 2017. Libro disponible en la red de bibliotecas públicas eBiblio, y en concreto a través de la red catalana asociada a eBiblio, Biblioteques Públicas de Catalunya.
[4] Palestina (Título original: The Hundred Years' War on Palestine: A History of Settler Colonialism and Resistance, 1917–2017), Rashid Khalidi, Ed. “Capitán Swing Libros, S. L., 2023. Libro disponible en la red de bibliotecas públicas eBiblio, y en concreto a través de la red catalana asociada a eBiblio, Biblioteques Públicas de Catalunya.
[5] La historia nunca es fuente de derecho, nada trae causa sino de la voluntad de alguien de hacer algo, especialmente cuando ese algo es inicuo y malévolo: “Nada de esto [el terrorismo de Hamás] justifica a Netanyahu, pues ya sabemos que su infamia no proviene -sólo- de unos supuestos (y falaces) derechos históricos, sino de la muy conocida costumbre (también aquí la debemos soportar: desde Mas hasta Rajoy) de envolver la corrupción con las banderas del nacionalismo. [...] y aún menos [justifica] a Hamás, por muy moralmente superior que se sienta uno, a olvidar que no debemos -poder, podemos: ya se hace, pero no debemos- tirar de la historia, ni cercana ni lejana, ni propia ni extraña, para hacer valer falsos derechos históricos [...] Resolver un grave problema en base a derechos históricos siempre son idealizaciones románticas, y el terrorismo es un romanticismo llevado a su grado extremo, el nihilista.” (Rafael Granero Chulbi, El ¿suicidio de Israel?, Nuevatribuna.es, 10/10/2023)

Dos historias