lunes. 29.04.2024
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Imagen: Palestina Hoy

“El hombre es la más cruel de todas las fieras,
cuando a las pasiones se une el poder sin virtud”.
Plutarco

“Tristes guerras si no es amor la empresa.
Tristes armas si no son las palabras”.
Miguel Hernández


En nuestro mundo globalizado, en nuestra actual sociedad, estamos asistiendo a un sinfín de desastres, de desenfrenada barbarie, pero nadie se responsabiliza de ellos, nadie los ha causado, se producen solos; todos se sienten ajenos a la responsabilidad; estamos inmersos en el reino de la realidad impune. Y la pregunta es: ¿quién es, entonces, toda esa gente tan rara que go­bierna la realidad?, ¿de dónde vie­ne?, ¿a dónde va?, ¿a dónde nos quiere llevar? Tengo claro que cualquiera que lea estas reflexiones puede contradecirme; sólo pido aquel adarme de comprensión sin la cual ninguna empatía es posible y reclamar el ejercicio de la sensata razón como lugar donde todos nos deberíamos encontrar: estar codo con codo con todos los que piensan en grande.

En la llamada época de la modernidad se cuestionó, como en ninguna otra época de la historia de la filosofía, el problema del conocimiento; con ella nacía un nuevo modo de pensar. En la actualidad, en el marco de la globalidad de nuestra actual época histórica, se está cuestionando no sólo nuestra forma de pensar, sino también nuestra forma de actuar. Por mucho que algunos desmemoriados acudan al olvido de la historia, o a la ceguera de la misma, como escribió Saramago, la memoria puede ser un paraíso del que no podemos ser expulsados, pero también puede ser un infierno del que no podemos escapar; y nos tenemos que decir, con una metáfora que pretende ser optimista para acelerar y alcanzar la deseada e inmediata paz, suspendiendo toda acción de barbarie, que hoy necesitamos volar, pues caminar resulta agotador; la vileza y la barbarie de la guerra se están instalando y contagiando en la vida política de nuestras sociedades; llevan ya años recorriendo el mundo.

La vileza y la barbarie de la guerra se están instalando y contagiando en la vida política de nuestras sociedades

En el escenario histórico actual, la guerra entre Israel y Gaza, que en estos momentos nos conmociona a todos, desde la ética de los valores y de acuerdo al Derecho Internacional Humanitario (DIH), al que más tarde me referiré, el permanecer insensibles ante esta barbarie sería deshumanizar nuestras relaciones humanitarias de convivencia universal. De ahí que inicie estas reflexiones recordando una frase pronunciada por uno de los políticos más indeseables de la historia, un personaje del que, en un artículo en Nueva Tribuna en noviembre de 2016 titulé “Un ‘payaso’ en la Casa Blanca”. Y me equivoqué; no fue ni es un payaso, sino un vil y despreciable personaje que ha contaminado el ambiente político y social del mundo, el que fuera y pretende serlo de nuevo Presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. Su frase: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”. Inaceptable frase que hoy podemos poner en boca de Putin, de Netanyahu, de Abdullah Barghouti, Mohamed Al-Deif y Yahya Ibrahim Al-Sinwar, principales líderes actuales de Hamás y de tantos otros que alientan, con la expresión latina de Lucio Sergio Catilina, la “cupiditas belli” (“el deseo incontenible de venganza”).

El derecho a la libertad de expresión está consagrado en el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, artículo que describe sus elementos fundamentales como derecho consustancial a todas las personas y posteriormente, protegido en infinidad de tratados internacionales. Es un derecho a decir lo que piensas, a compartir información, a reivindicar un mundo mejor, a estar o no de acuerdo con quienes ejercen el poder y a expresar tus opiniones al respecto en actos pacíficos de protesta. La libertad de expresión abarca toda clase de ideas, incluidas aquellas que puedan considerarse ofensivas. El ejercicio de esos derechos, sin temor ni interferencias indebidas, es esencial en una sociedad abierta y justa, en la que se pueda acceder a la justicia y disfrutar de los derechos humanos. En el marco de la democracia, aunque los gobiernos tienen el deber de prohibir aquellos discursos y expresiones que promuevan el odio e inciten a la violencia, no es infrecuente que algunos gobiernos, abusando de su autoridad, intenten silenciar la disidencia pacifica con leyes que criminalizan la libertad de expresión.

Admitida esta real posibilidad, uno de los grandes temores del pensamiento crítico actual de muchos ciudadanos es el miedo a tomar posiciones políticas, sociales, religiosas, personales o de identidad de género y ser señalado por ello. He titulado estas reflexiones: Civilización o barbarie y respuestas desproporcionadas, pero, por no alargarlo en exceso he omitido: “y con derecho a la no equidistancia”.

En esta imprevista y destructiva guerra, en la que la mayoría de los ciudadanos reciben informaciones encontradas e interesadas, considero inaceptable ética y políticamente tomar posiciones equidistantes atribuyendo el mismo peso a cualquiera de las partes; conduciría a colocar en el mismo plano a víctimas y verdugos, a opresores y oprimidos. Desde la claridad y correcta utilización del lenguaje, comprendiendo su carácter de mediación, su uso permite caracterizar los modos como los humanos organizamos e interpretamos nuestros conocimientos y experiencias. La verdad informativa constituye la vía de acceso al reconocimiento de las condiciones en las que se construye y explica la historia. Los hechos de la historia son objetivos, pero no siempre es objetivo el cómo se analizan o interpretan.

Resulta difícil de asimilar la equidistancia con la que se están posicionando los países y sus líderes políticos ante lo que está sucediendo entre Israel y Hamás

La masacre y el terrible desenlace que han ocasionados los terroristas de Hamás, o los servicios de inteligencia de Israel (que dicen que son los mejores del mundo) han sido torpes para no enterarse de lo que iba a suceder, o son tan hipócritas que es precisamente lo que esperaban que sucediese. Resulta difícil de asimilar la equidistancia con la que se están posicionando los países y sus líderes políticos ante lo que está sucediendo entre Israel y Hamás; sobre todo, últimamente, en una interesada incertidumbre sobre su autoría, en la execrable masacre en el hospital Al Ahli, al norte de la Franja de Gaza, que ha causado, según el ministerio de Sanidad gazatí, al menos 471 muertes, incluidos muchos niños y otros cientos han resultado heridos entre los refugiados que se habían instalado en el recinto hospitalario para resguardarse de los bombardeos israelís según el último recuento ofrecido por las autoridades gazatíes; los muertos palestinos por los ataques israelíes ascienden ya a 3.200. Israel acusa a la Yihad Islámica y a Hamás de la masacre y la Yihad Islámica acusa a Israel. El propio presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en su visita a Tel Aviv, ha condenado el ataque al complejo hospitalario de Gaza, pero con frívola o interesada información e inexplicable sensibilidad de parte, abrazando a Netanyahu, ha avalado la versión israelí de que fue causado por un error de un cohete palestino. Hay hechos que tienen más valor que muchas declaraciones verbales. Concretamente, el presidente norteamericano ha dicho que todo indica que el responsable fue “el otro bando”: “Por lo que he visto, parece que el bombardeo vino del otro lado, no de vosotros, - ha afirmado abrazando a Netanyahu - pero mucha gente no está segura”. Por otra parte, tras el ataque al hospital en un aumento incendiario de odio, horror y barbarie, Irán ha elevado el tono contra Israel y con Hamás y Hezbolá piden movilizaciones globales tras el bombardeo; mientras, Israel insiste en acusar a Yihad Islámica, afirmando tener pruebas sin mostrarlas. Sin tener certezas en este momento sobre quién ha sido el responsable de este genocidio, recuerdo lo que dijo sobre la guerra Albert Camus: “El que mata o tortura sólo conoce una sombra en su victoria: no puede sentirse inocente. Necesita, pues, crear la culpabilidad en la víctima misma para que, en un mundo sin dirección, la culpabilidad general no legitime más que el ejercicio de la fuerza, no consagre más que el éxito”.

Sin justificar lo injustificable, ante tanta confusión informativa e interesada de parte, la equidistancia que gran parte de la política internacional mantiene, desde la ética democrática, la considero inaceptable, incluida la postura de la Unión Europea, en su apoyo a Israel ante el ataque de Hamás durante la visita de la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen y de la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, sin prever el riesgo de catástrofe humanitaria en Gaza que el asedio de Israel está ocasionando; su visita y afirmaciones han generado tensiones, incluso, dentro de la Comisión Europea y de las demás Instituciones comunitarias, advirtiendo que tal apoyo a Israel debe hacerse respetando el derecho internacional y la ley de guerra; advertencia que sí ha expresado el alto representante para la Política Exterior y Defensa, Josep Borrell, instando a Israel a cumplir el Derecho internacional y el Derecho Internacional Humanitario, al constatar que el asedio y las acciones que está llevando a cabo Israel sobre Gaza los vulnera: “Hay elementos de la respuesta de Israel que ciertamente no cumplen con el derecho internacional”, ha afirmado.

Cuando hay líneas rojas que Israel ha traspasado, pues nadie puede entrar ni salir de Gaza, ya que el único punto de acceso y salida es el cruce de Rafah, en el sur de la Franja, pequeña infraestructura que conecta con el desierto del Sinaí, en Egipto, sin capacidad para soportar una evacuación rápida de la población como lo exige el ultimátum que el primer ministro israelí Netanyahu ha dado al millón largo de residentes del norte de la Franja para que evacuasen la zona en 24 horas, bombardeada en la última semana. Resulta una sádica quimera que se pudiera llevar a cabo, de tener en cuenta los datos de afluencia de este paso, harían falta 2.200 días para que la población total de Gaza pudiera salir. Así lo ha advertido el secretario general de la ONU António Guterres al afirmar que tal desplazamiento, “a través de una zona de guerra densamente poblada a un lugar sin alimentos, agua ni alojamiento, cuando todo el territorio está sitiado, es una tarea extremadamente peligrosa y, en algunos casos, simplemente imposible”. Señalando, además que desde hace diez días todos los pasos fronterizos con Israel están cerrados y el suministro de electricidad, gas, agua, alimentos, medicinas y combustible está interrumpido, decisión y situación ilegal, además de cruel e inhumana, que condena a un millón de personas, más de la mitad niños y ancianos a no poder satisfacer necesidades básicas. 

Condenando sin paliativos la execrable acción terrorista de Hamás y el justo derecho de Israel a condenar, resarcirse y actuar de forma proporcionada sobre los causantes, desde la legalidad, desde la ética de los valores y del Derecho Internacional de la Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional Humanitario, permanecer insensibles ante esta barbarie que está ejecutando el gobierno israelí, considerada incluso por muchos israelita como una atroz venganza, sería deshumanizar nuestras relaciones humanitarias de convivencia universal y aceptar que bombardear sobre población civil palestina, más de un millón menores de edad, negándoles el suministro de electricidad, gas, agua, alimentos, medicinas y combustible, es un crimen inaceptable contra la humanidad pues no se puede negar la ayuda humanitaria. Así lo dice la Carta de Naciones Unidas y el Derecho Internacional Humanitario, destinados a evitar el sufrimiento humano en tiempo de conflicto armado; limita los métodos y el alcance de la guerra por medio de normas universales, tratados y costumbres y así limitar los efectos de la guerra con el objetivo de proteger a personas civiles y personas que no estén participando en hostilidades. El DIH se aplica en situaciones de conflicto armado; no determina si un Estado tiene o no tiene derecho a recurrir a la fuerza; esta cuestión está ya regulada en el tratado internacional de la Carta de Naciones Unidas, firmada el 26 de junio de 1945 en San Francisco, al terminar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Organización Internacional; entró en vigor el 24 de octubre del mismo año. La Carta de Naciones Unidas, es un instrumento de derecho internacional y vinculante para todos los Estados Miembros; recoge los principios de las relaciones internacionales, desde la igualdad soberana de los Estados hasta la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones internacionales. Asimismo, el DIH se encuentra esencialmente contenido en los cuatro Convenios de Ginebra de 1949. Se completaron con otros dos tratados: los Protocolos adicionales de 1977 relativos a la protección de las víctimas de los conflictos armados y prohibición del uso de ciertas armas y tácticas militares o que protegen a ciertas categorías de personas o de bienes.

Teniendo en cuenta esta legislación universal que nos hemos dado y que todos los Estados deben cumplir, mantener la equidistancia entre lo que ha ocasionado un grupo criminal terrorista (Hamás) y un Estado (Israel) que se dice democrático, es confundir la realidad, pues ser equidistante en esta guerra es confundir, desde la reflexión ética, política y filosófica, los términos “equidistancia con objetividad, imparcialidad o neutralidad”. Es lo mismo que ser equidistante para no comprometerse, para no parecer partidario de nada ni de nadie y no ser etiquetado; lo relativo se convierte, entonces, en un nuevo mantra filosófico, totalmente superficial que no define ni concretiza responsabilidades, en el que lo que importa no es la verdad sino la cobarde autoprotección, haciendo de la equidistancia un nuevo lenguaje universal sin compromiso.

¿Hasta cuándo la paz del mundo estará en manos de quienes hacen el negocio de la guerra? ¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que hemos nacido para el exterminio mutuo?

Escribir en estos momentos sobre lo que estamos presenciando horrorizados es para frotarse los ojos e intentar diferenciar los contornos de este horror entre la bruma de un mundo que hasta ayer ni siquiera sospechábamos que pudiera existir, pero que, en realidad, viene existiendo desde hace 70 años. Actuar o legislar bajo la presión de las emociones suscitadas por un delito es una irresponsabilidad; de ahí que resulte casi imposible tener la fuerza y la valentía necesarias para analizar este escenario; carecemos de la perspectiva y la información suficientes que nos puedan aportar los matices emocionales para saber interpretar estas guerras que hoy nos conmocionan en una sociedad mundial que tendría que luchar por ser más justa para que sus ciudadanos, de cualquier raza, color, país o religión puedan vivir en paz. Y las preguntas que nos vienen a la mente son: ¿Para qué nos hemos dado organismos internacionales como Naciones Unidas o, en nuestro continente, la Unión Europea, si no es con el fin de conseguir fundamentalmente este objetivo: la paz? ¿Hasta cuándo la paz del mundo estará en manos de quienes hacen el negocio de la guerra? ¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que hemos nacido para el exterminio mutuo?; ¿hasta cuándo?”.

Sabemos que las armas exigen guerras y las guerras exigen armas; también sabemos que los cinco países que manejan las Naciones Unidas, los que tienen derecho a veto, resultan ser también los cinco principales productores de armas. Escribía el siempre recordado escritor uruguayo Eduardo Galeano reflexionando sobre las guerras: “Las guerras siempre invocan nobles motivos, matan en nombre de la paz, en nombre de dios, en nombre de la civilización, en nombre del progreso, en nombre de la democracia y si por las dudas, si tanta mentira no alcanzara, ahí están los grandes medios de comunicación dispuestos a inventar enemigos imaginarios para justificar la conversión del mundo en un gran manicomio y en un inmenso matadero”. ¡Ojalá aprendamos la lección de la historia para que lo que está sucediendo en Ucrania, Israel, Palestina, Armenia, Azerbaiyán, Yemen, Etiopía, Taiwán, Sahel, Haití, etc., se pueda parar y ¡jamás! pueda volver a suceder!

Entrando en el análisis de dos de los conceptos que contrapongo en el título de estas reflexiones: “civilización o barbarie”, el filósofo francés Michel Foucault en su primera gran obra, publicada en 1961, “Historia de la locura en la época clásica”, aborda la visión de la sociedad occidental y configura, con agudeza, cómo es la figura del “bárbaro”: “No hay bárbaro sin una civilización que procure destruir y apropiarse. El bárbaro es siempre el hombre que invade las fronteras de los Estados, el que choca contra las murallas de las ciudades; el bárbaro es, en esencia, un vector de dominación. Y en la relación que mantiene con el poder, el bárbaro, a diferencia del salvaje, nunca cede su libertad”.

El ataque terrorista perpetrado por Hamás ha puesto en el centro del debate político y social actual los conceptos de civilización y barbarie

El ataque terrorista perpetrado por Hamás ha puesto en el centro del debate político y social actual los conceptos de civilización y barbarie. Evitar estos maniqueísmos debe ser el primer paso para derrotar a cualquier grupo terrorista. “Civilización” es un término por el que se pueden diferenciar diversas civilizaciones concretas; del mismo modo, “barbarie” describe una proximidad hacia la sinrazón y el salvajismo de cualquier grupo terrorista que no se encuentra en su fondo ideológico sino en sus actos, gestionados para alcanzar objetivos concretos. Entender a un colectivo que gestiona la barbarie es fundamental para entender su éxito. Para analizar el fenómeno “Hamás”, como grupo terrorista, hay que contraponerlo al de civilización y apartarlo del escenario político y social en donde cabe el diálogo y las posturas conciliadoras.

Si coincidimos en calificar el terrorismo de Hamás como una masacre inaceptable, una barbarie en la que deshumanizadamente mueren o son retenidos contra su voluntad ciudadanos civiles (ancianos, hombres y mujeres y niños), responder de igual forma desde un Estado (Israel) que se autodefine como democrático y por tanto “civilizado”, es una sinrazón. Combatir desde la civilización (Israel) a un grupo de bárbaros terroristas (Hamás) que habitan fuera de ella empleando las mismas armas y peores estrategias es una actuación condenada al fracaso. Desde la confusión con la que se posicionan tantos líderes mundiales, unos en un apoyo incondicional a Israel y otros a favor de Palestina, sin condenar la masacre inicial de Hamás, aventurarse a definir los acontecimientos como una guerra abierta de la civilización (Israel) contra la barbarie (Gaza), una guerra en la que están muriendo miles de civiles inocentes o padeciendo sus efectos millones de ciudadanos inocentes también, muchos de ellos menores de edad, es una locura inadmisible de violencia y crueldad a la que, por humanidad, hay que poner fin “ya”.

Me parece particularmente útil la visión que sobre estos conceptos realiza Tzvetan Todorov en su ya clásico libro El miedo a los bárbaros. Para el escritor búlgaro, “los bárbaros son aquellos que niegan la plena humanidad de los demás”, mientras que los civilizados son aquellos que “introducen una dimensión moral al reconocer la humanidad del otro, que al mismo tiempo forma parte de una identidad extranjera, expandiendo el círculo de la humanidad”. “Lo bárbaro o lo civilizado son los actos o actitudes, no los individuos o los pueblos -afirma Todorov-. La civilización y la barbarie son dos horizontes a los que podemos acercarnos y alejarnos”. Y cuando es posible el diálogo, entonces el acercamiento entre civilización y barbarie también es posible. “Civilización o barbarie”, he aquí el dilema. Sin diálogo, transitando el camino de la venganza, sea ésta de Hamás o de Israel, sin una razón justa, la barbarie simplemente se opone a la civilización, al orden, a la ley, a la justicia y a la libertad, pues la barbarie, venga de donde venga, vive del caos y en el caos, nada ni nadie está a salvo, es la arbitrariedad absoluta, con actos que no entienden de clemencia ni piedad. De ahí que se imponga no hablar ya de “civilizados ni bárbaros”, sino de relaciones de seres humanos que se respetan. Sólo así podremos imponernos a la barbarie, a la deshumanización del otro y a su exterminio.

Hay que conseguir la paz y el reconocimiento del derecho a existir de Palestina e Israel

Edith Bruck, la escritora y superviviente del Holocausto, poeta de 92 años, deportada a Auschwitz a los 13, desde su dura experiencia afirma con rotundidad que “La venganza, la revancha, no sirven de nada. Lo que estoy viendo en la guerra entre Hamás e Israel, sólo lo he visto durante el nazismo. No hay palabras que puedan expresar todo el dolor que hemos vivido, que estamos viviendo y que viviremos también mañana y las palabras con las que lo describimos parecen vacías. La humanidad ya ha conocido el sinsentido de la violencia extrema, el odio elevado a la máxima potencia, el exterminio”. Según Bruch “desde el inicio del Estado de Israel, el odio se ha multiplicado, en 80 años han crecido al menos ocho generaciones, siempre cultivando el odio, que ya se ha convertido en veneno. Es muy difícil que se produzca un acercamiento, que se entable un diálogo. Tanto árabes como israelíes judíos han tenido todo el tiempo del mundo para firmar definitivamente cualquier tipo de acuerdo de convivencia y paz, incluso mínimo, pero lo han aplazado y aplazado en estos años. No hay manera de salir de ese conflicto. El odio está muy arraigado”. “Me sobrecoge pensar en lo que sucederá en el futuro, si entraran más países en el conflicto: Líbano, Siria, Irán… Los efectos serían muy graves. La venganza, la revancha, no sirven de nada, solo empeoran la situación. Aunque se diera el supuesto de que Hamás o Netanyahu tuvieran uno u otro toda la razón y fuera de justicia lo que, uno u otro, demandan, hay que huir del ‘Fiat iustitia, et pereat mundus’... (Que triunfe la justicia, aunque perezca el mundo). No siempre la justicia total es la justicia deseable. Ni la memoria total es la memoria deseable”.

Cierro estas largas reflexiones con algún considerando para repensar: En el dolor no hay empates posibles, hay que condenar sin matices los brutales atentados, asesinatos y secuestros de Hamás, pero condenar asimismo también los ataques indiscriminados contra civiles que lleva adelante el ejército de Israel en Gaza. Hay que conseguir la paz y el reconocimiento del derecho a existir de Palestina e Israel. Las guerras, además, pueden generar ciclos interminables de violencia y venganza, lo que hace que sea difícil llegar a una solución pacífica y duradera. La guerra, en realidad, es una derrota para todos.

“Civilización o barbarie” y respuestas desproporcionadas