viernes. 19.04.2024
Lula da Silva

Después de la victoria de la extrema derecha en Italia, las elecciones en Brasil atraían el interés de todos. La derrota de Bolsonaro compensa con creces la victoria de Meloni. No se confirma la tendencia al ascenso de la extrema derecha, aunque no hay que cantar victoria. Bolsonaro ha perdido pero consiguió el apoyo de casi la mitad del electorado. En Brasil ha ganado la democracia. Así lo ha anunciado Lula en la noche electoral. Pero me temo que no ha sido una victoria decisiva.

¿Realmente está en peligro la democracia?

En la mayor democracia del mundo, Biden así lo ha afirmado con solemnidad. En efecto, las investigación de los acontecimientos del 6 de Enero dejan claro que hubo un intento organizado por el entonces Presidente Trump de, alterando el resultado de las elecciones presidenciales, mantenerse en el cargo. El primer mandamiento de la democracia dice que se ha de respetar el veredicto de las urnas y dejar el puesto al que ha ganado.

Lejos de ello, Trump coaccionó a diversas autoridades y organizó el asalto al Capitolio para alterar el resultado de las elecciones. La intentona fracasó. Pero lo que vino después ha sido la colonización del Partido Republicano por el trumpismo. Y este nuevo Partido Republicano puede ganar la elecciones de medio mandato. El trumpismo, es decir, el nacionalismo reaccionario derrotado en las presidenciales de 2020 puede ganar en 2022. El peligro para la democracia deviene de que la mitad del electorado norteamericano, en la práctica, no apoya al sistema democrático o si se prefiere el odio a los demócratas, se sobrepone al aprecio por la democracia.

La derecha democrática brasileña, o lo que queda de ella, ha ido con Lula

En Brasil, a la mitad del electorado le importa un carajo la democracia y consideran aceptable cualquier sistema dictatorial con tal de acabar con la izquierda. Lo ha expresado un futbolista brasileño, Donato, llamando al golpe militar para cerrar el paso al «comunismo» de Lula. La desafección del sistema democrático tiene que ver con la gran herida social que provocó la crisis económica que se inició en 2008. Una desafección que va en paralelo con el desprestigio del capitalismo financiarizado que estuvo a punto de hundirse en 2008. No es difícil situar en ese punto el ascenso de esta nueva extrema derecha que tan rápidamente se hizo con el poder en EE UU, Brasil y otros países.

Afortunadamente en Italia la desafección hacia la democracia solo ha sucedido con tan solo un cuarto de los electores. Aquí, lo dramático es que la derecha supuestamente democrática no ha tenido empacho en apoyar a Meloni y sus neofascistas. En definitiva en esta parte del mundo que llamamos «Occidente» la democracia es débil.

La principal debilidad para el sistema democrático viene de la emergencia de un nacionalismo reaccionario que es el rasgo común de los Bolsonaro, Trump, Meloni…. y Putin. Basta con escuchar lo que dicen para encontrar un elemento común: el llamamiento a los valores tradicionales, en muchos casos formulados por movimientos religiosos ultras (evangelistas en Brasil, ortodoxos en Rusia) que consideran a los progresistas una abominación. Sin olvidar, claro, la apelación a las grandezas de la nación: desde el MAGA de Trump hasta la unificación del «mundo ruso» de Putin.

Porque el odio a la izquierda y al progresismo es la principal seña de identidad del nacionalismo reaccionario, un odio que se sobrepone a cualquier otra consideración, incluidas la pésima gestión de la economía

En Brasil ha perdido el nacionalismo reaccionario y quien ha ganado (por los pelos) las elecciones ha sido una coalición de partidos unidos para salvar la democracia. El mérito de Lula ha sido su capacidad de tejer una alianza amplia de partidos unidos por el denominador común del progresismo democrático. Es decir, la batalla brasileña no se ha desarrollado exactamente entre izquierda y derecha. La derecha democrática brasileña, o lo que queda de ella, ha ido con Lula. Nadie sabe como evolucionará el sistema político de Brasil, pero hay que tomar nota de que allí quien ha derrotado al nacionalismo reaccionario ha sido una coalición de partidos, eso sí, vertebrados por el PTE y liderados por Lula.

La crisis económica que se inició en 2008 cerró una etapa del capitalismo, la etapa neoliberal, caracterizada por la disminución del papel de lo público (del Estado), la desregulación y el mito de que el mercado, sin trabas, sería capaz de crear riqueza y bienestar para todos. La verdad es que creó riqueza y prosperidad para unos pocos e insatisfacción para muchos y, como remate, la etapa neoliberal desembocó en una crisis que de no haber mediado una gigantesca intervención del Estado, un enorme rescate, podría haber acabado en el derrumbe del sistema.

En la insatisfacción de los muchos se encuentran las raíces de nuevos movimientos políticos, entre otros del ascenso del nacionalismo reaccionario. Parece bastante claro que el balance de Bolsonaro es bastante desastroso, tanto en la gestión de la pandemia como en el desempeño económico. Ello no empece para que Bolsonaro haya tenido 58 millones de votos cuya principal motivación era que no ganara Lula. Porque el odio a la izquierda y al progresismo es la principal seña de identidad del nacionalismo reaccionario, un odio que se sobrepone a cualquier otra consideración, incluidas la pésima gestión de la economía.

Hay quien opina que en 2008 se abrió una nueva fase del desarrollo capitalista. En ella se necesita más intervención pública y más concertación publico-privada. Es una nueva política bien alejada de las recetas neoliberales. En EE UU, una de las iniciativas más importantes de Biden ha sido la creación de un plan, dotado con 50.000 millones, para fabricar semiconductores en EE UU.

Si a pesar de todo eso, la extrema derecha tiene tanto predicamento, seguramente es porque los gobiernos no aciertan con las políticas que se adecúen a esta etapa del capitalismo y acaben con la insatisfacción sobre la que cabalga la derecha extrema

Seguramente los que defienden que la mejor política industrial es la que no existe (Solchaga dixit) se habrán quedado de piedra con el resurgir de una política industrial en la UE, ligada al desarrollo de la energías renovables, una política dotada de ingentes recursos e implementada mediante la concertación público-privada. A donde quiero ir a parar es que a que los hechos económicos van en una dirección tal que hace que las teorías económicas del nacionalismo reaccionario sean no solo equivocadas sino contraproducentes. Quien ha liquidado a Liss Truss no ha sido la movilización popular sino el muy conservador Banco de Inglaterra y los llamados mercados financieros. Viene esto a cuento de señalar que es muy inconveniente que la extrema derecha gestione la economía en esta etapa.

Siempre me ha llamado la atención la afinidad entre la extrema derecha europea y Putin, que, en tiempos de guerra, ha provocado alguna situación incómoda porque si nos atenemos a sus declaraciones, Putin está en guerra con las élites de Occidente. Es evidente que eso se explica por la fascinación del «hombre fuerte» y por una cierta idea de que la democracia liberal no funciona bien, es decir, no es eficiente en la gestión de la economía o al menos no es tan eficiente como las sistemas autoritarios. La guerra de Putin ha traído inflación y estancamiento, lo cual parece que va más contra los pueblos de Occidente que contra sus élites. Las simpatías de la extrema derecha respecto del hombre fuerte de Moscú, no hace aconsejable que la extrema derecha gobierne en tiempos de guerra.

Si a pesar de todo eso, la extrema derecha tiene tanto predicamento, seguramente es porque los gobiernos no aciertan con las políticas que se adecúen a esta etapa del capitalismo y acaben con la insatisfacción sobre la que cabalga la derecha extrema. Sobre todo porque las nuevas políticas económicas deben implementarse sobre la base de prueba y error. En estas circunstancias no queda otra que ser pragmáticos y operar bajo el principio de prueba y error, pero descartando, de entrada las políticas que no funcionan.

Finalmente, lo que la izquierda debe aprender de Brasil es que lo que ha permitido la victoria de Lula ha sido la alianza de fuerzas democráticas. Gobernar Brasil apoyándose en algo parecido a lo que aquí llaman la mayoría «Frankenstein» no será fácil, pero sin ella el problema es que sería Bolsonaro quien gobernara el primer país de Suramérica. 

Brasil: gana la democracia