sábado. 20.04.2024
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Lula será presidente de Brasil por tercera vez, a partir de enero... si no sucede algo dramático o inesperado, improbable pero no descartable a tenor del ambiente generado por el sector más extremista de la élite socio-económica. Bolsonaro se ha quedado a medio camino entre aceptar los resultados del 30 de octubre y fomentar la rebelión, seguramente aconsejado por quienes han favorecido su mandato. 

Desde fuera, en los sectores liberales y moderados de Occidente, se percibe un doble alivio por los resultados. El primero y más proclamado se deriva de la derrota del actual presidente ultraderechista, que se vende como una victoria de la democracia sobre la autocracia, en línea con uno de los pilares ideológicos y propagandísticos de Biden y con el actual relato con el que se encuadra la guerra de Ucrania.

El segundo alivio se debe a la estrecha victoria de Lula (apenas dos millones de votos de diferencia). Esto resulta más decisivo y práctico para el futuro inmediato de Brasil. Se destaca, ciertamente, el riesgo de desestabilización que puede generar la polarización subyacente. Pero eso es algo que trasciende la cita electoral: es una realidad convenientemente abonada, con especial énfasis durante el gobierno de Dilma Roussef. El alivio de los poderes económicos se deriva de la necesidad que tendrá Lula de gobernar “desde el centro”; es decir, en realidad, sin alterar la actual estructura de poder socio-económico, ni efectuar sacudidas importantes en el reparto de la riqueza, en un país tan desigual como Brasil (1).

La alianza que ha propiciado esta victoria estrecha de Lula ya prefiguraba esta orientación de su tercer mandato. La presencia de grupos políticos de centro e incluso de la derecha un tanto espantada por las exhibiciones ultras de Bolsonaro condicionaron el mensaje del expresidente candidato y envolvieron su programa en una evidente ambigüedad. Los analistas liberales han venido destacando estos meses las incógnitas sobre los propósitos de Lula (2).

El horizonte político que se le presenta a Lula no puede ser más perturbador

Nada de esto constituye una novedad. En sus dos mandatos consecutivos anteriores (elección primera y reelección posterior), Lula gobernó desde el centro-izquierda, sin socavar los fundamentos socio-económicos del país. Se apoyó en los recursos generados por el aumento de la venta de materias primas alentadas por la enorme demanda de la economía china y de otras potencias emergentes para hacer llegar fondos de rescate de la pobreza (como el programa Bolsa Familia y otros). 

Más que intentar poner las bases de un sistema socialista democrático, Lula construyó un populismo social en sintonía parcial con otras experiencias progresistas de la primera década del siglo, pero sin la retórica bolivariana que impregnó los gobiernos de Chávez, Morales o Correa. En cierto modo, conectó más con la gestión de los Kirchner en Argentina, aunque las diferencias políticas y sociales entre los dos países y una difícil sintonía personal entre los líderes imposibilitó un eje regional cohesionado. En las dos izquierdas que cohabitaron esa década en América Latina, Lula estuvo más cerca de Chile que los ensayos izquierdistas.

En una interesante entrevista con la revista izquierdista norteamericana JACOBIN, el que fuera Secretario de Comunicación de Lula, André Singer, expone la transformación de las bases sociales y políticas del entonces presidente del primer al segundo mandato (3). En sus primeros años de Presidente, Lula y el PT se apoyaron en el favor de las clases medias para abordar una estrategia de reducción de la pobreza, no de transformación de las estructuras económicas. Programas sociales como Bolsa Familia y otros (similares a las misiones chavistas, pero sin la mística revolucionaria de éstas) contribuyeron a crear una base socio-política que dio lugar al “lulismo”, según expresión de Singer. Las clases medias comenzaron a sentirse inquietas y encaminaron sus preferencias políticas hacia el PSDB (Partido Socialdemócrata), que sólo en sus orígenes fue de centro-izquierda para situarse enseguida en el muy disputado terreno de la derecha brasileña. 

El subproletariado urbano y la incorporación de las muy pobres masas rurales del nordeste constituyeron el apoyo nuclear de Lula en su segundo mandato. Mientras hubo dinero en los cofres del Estado, la atención coyuntural a estas masas míseras de la población cimentaron la popularidad de Lula. Cuando la demanda de materias primas se contrajo, el lulismo se debilitó. Pero el desencanto se produjo en la etapa política siguiente, con Dilma en Planalto. La derecha percibió el descontento social y orquestó una despiada campaña contra la heredera de Lula. Luego vinieron los casos de corrupción, o, para ser más preciso, las sucesivas manipulaciones políticas, mediáticas y callejeras campañas de demolición de esa izquierda populista. No le importó a la derecha socavar incluso los pilares del sistema democrático, lo que favoreció el triunfo electoral de Bolsonaro.

Bolsonaro no ha ganado la presidencia, pero los suyos, afines y potenciales aliados se han impuesto claramente en las legislativas del 6 de octubre, hasta obtener una mayoría que, a buen seguro, obstaculizará la labor del ejecutivo

La chapuza del procedimiento judicial que llevó a Lula a la cárcel se volvió contra sus propios instigadores. El expresidente recuperó su libertad, mientras el peligroso Bolsonaro se saltaba todos los controles e iba mucho más lejos de lo que el sector más razonable de la oligarquía brasileña habría deseado. Sin Trump y con el nacional-populismo en relativo retroceso, era hora de volver a los cauces de la democracia liberal. Pero la derecha no había generado una figurar para liderar la normalización. Lula sabía que no podía regresar a la Jefatura del Estado con un programa populista y se ha dedicado en estos últimos años a construir una alianza amplia, interclasista, si se quiere, pero sin abandonar, al menos de palabra, a esa base de pobres absolutos y de obreros y empleados urbanos desconfiados (4).

Si echamos un ojo al mapa electoral del 30 de octubre, observamos que Bolsonaro se ha impuesto claramente en el sudeste industrializado y más rico. Las tradicionales bases obreristas del PT no han podido derrotar al presidente-candidato ultraderechista en esas regiones. Lula ha vencido claramente, en cambio, en las regiones más míseras y atrasadas (de donde él procede, por cierto), donde la población ha votado más que nunca. Pero el antiguo líder sindical no hubiera ganado sin los votos minoritarios pero imprescindible de obreros y empleados del sudeste.

Lula ha dicho que quiere gobernar para todo el país, que quiere ser el Presidente de todos los brasileños. Es una fórmula tan manida como hueca, más destinada a tranquilizar a unos adversarios que velan armas que a alimentar la ilusión de quienes sueñan con el cambio social. 

En esa contradicción residen los riesgos del tercer mandato de Lula. Como en todas las sociedades dominadas por una abrumadora desigualdad, el equilibrio entre la estabilidad económica (divisa de las élites) y la justicia social suele ser precario y casi siempre se resuelve a favor de lo primero. Es difícil gobernar como socialdemócrata en un país tan escindido. Las clases medias brasileñas tienen más miedo a las masas pobres (el subproletariado del que habla Singer) que rechazo a la oligarquía financiera y agroindustrial 

Por si la debilidad de los apoyos sociales no fuera poco, en el aspecto político, el horizonte político que se le presenta a Lula no puede ser más perturbador. Bolsonaro no ha ganado la presidencia, pero los suyos, afines y potenciales aliados se han impuesto claramente en las legislativas del 6 de octubre, hasta obtener una mayoría que, a buen seguro, obstaculizará la labor del ejecutivo. Si a eso se suma el estado inquietante de la economía (5) y un panorama internacional desfavorable no es difícil augurar un tercer mandato de Lula plagado de riesgos. 


NOTAS

(1) “Lula da un giro al centro. Jair Bolsonaro, el adversario ideal”. BRENO ALTMAN. LE MONDE DIPLOMATIQUE, septiembre de 2022.
(2) “How left-wing on economics is Luiz Inácio Lula Da Silva?” THE ECONOMIST, 19 septiembre.
(3) “Lula’s former press Secretary on the meaning of ‘lulismo’”. Interview with André Singer. JACOBIN, 30 de octubre 2022.
(4) “Lula se rapproche du centre-droit ‘pour renforcer l’idée d’un front républicaine’”. COURRIER INTERNATIONAL (resumen de prensa brasilena)., 12 de octubre; “Pour gouverner le Brésil, Lula devra négocier et construir des alliances”. LE MONDE, 1 de noviembre; 
(5) “Lula wil be Brazil’s next President. Now for the hard part”. THE ECONOMIST, 1 de noviembre.

Los riesgos del tercer mandato de Lula