Fidel Gómez Rosa | El espacio de América del Sur, integrado por doce países con políticas exteriores tradicionalmente yuxtapuestas, se ha mantenido fragmentado en función de la conflictividad interna y la diversidad de alianzas en sus relaciones bilaterales. Con la creación en 2008 de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la región hizo un intento de dotarse de una instancia multilateral que ha conocido distintas alternativas políticas durante tres lustros. En efecto, el mapa inicial se presenta con una izquierda bolivariana preeminente (fundación UNASUR), el mapa político neoconservador de 2016 es factor determinante de una nueva concertación regional (alternativa PROSUR): y finalmente, el mapa actual que queda configurado con el dominio absoluto de una izquierda diversa, pactista y con vocación socialdemócrata. La reciente victoria de Lula Da Silva en Brasil resulta estratégica para consolidar este nuevo escenario.
La mayor afinidad política, dentro de un amplio caleidoscopio de estilos, de los principales gobiernos suramericanos —Brasil, Argentina, Colombia, Perú, Venezuela, Chile— permite un replanteamiento de la posición geoestratégica del subcontinente a partir de un consenso renovado y con reformas que aseguren la voluntad de permanencia en el tiempo. Un grupo influyente de antiguos presidentes y cancilleres, artífices de UNASUR y representantes de la izquierda latinoamericana con experiencia de gobierno, han lanzado el debate mediante la publicación de una carta abierta en la que instan nominalmente a cada uno de los gobernantes actuales a que aprovechen esta oportunidad para retomar la idea de una autonomía estratégica de la región, a partir de la reactivación de las instituciones de esta organización supranacional común.
La actual coyuntura internacional, marcada por el conflicto sistémico de Ucrania y sus repercusiones sobre la economía mundial y el sistema de seguridad colectivo, junto a grandes retos, amenazas y riesgos, abre también una ventana de oportunidad para la vertebración de bloques regionales con vistas a un nuevo orden mundial multipolar. Con 400 millones de habitantes y una configuración geográfica unitaria, América del Sur representa a dos tercios del espacio latinoamericano y un gran potencial como actor global. El reto de la integración regional, una vez consolidada una arquitectura institucional operativa, pasa por superar el gran diferencial económico-social, no solo entre Estados, sino también en el interior de los propios países.
La fragmentación política de la voz suramericana en el mundo acentúa el carácter crítico de la debilidad estructural de la zona, como se ha visto con la crisis sanitaria de la pandemia, la regresión autoritaria y las iniciativas aisladas de superación de la inseguridad, el fracaso en la erradicación de la pobreza extrema, la fragilidad endémica de las instituciones democráticas, la carencia o insuficiencia de infraestructuras, la marginalidad en la investigación, desarrollo e innovación, la falta de sistemas de educación pública potentes, etc. Una agenda regional que solo puede plantearse con instituciones comunes, constituidas a partir de la cesión de parcelas de soberanía nacional, dotación de recursos y capacidades ejecutivas fundadas en una unión política.
La construcción de instituciones regionales permanentes y desvinculadas del signo político de los gobiernos es condición necesaria para sentar las bases de una futura unión. La actual UNASUR requiere reformas profundas para garantizar un funcionamiento regular en el que no pueda imponerse el veto ideológico por sistema. Superar la fórmula del consenso por el juego de las mayorías ayudaría en esta dirección. Se trata de sustituir la ideología de los gobiernos, tan legítima como cambiante, por el pragmatismo de las instituciones en los distintos ámbitos de gobernanza. La baja tensión militar de la región, con fórmulas actuantes de resolución para dirimir los conflictos, permite conformar un Consejo de Defensa integrado con capacidad para marcar una dirección estratégica, consolidar una región de paz y dar credibilidad a una política común de Relaciones Internacionales, Seguridad y Defensa.
El modelo de integración al que se aspira en América del Sur es el del proceso europeo, basado en el funcionamiento regular de sistemas políticos democráticos y la progresiva creación de un mercado único sobre la base de un banco central y una moneda propia. El camino es largo hasta lograr unas condiciones mínimas de armonización regional, pero nada impide comenzar a recorrerlo, con todas las adaptaciones que sean precisas. Un MERCOSUR ampliado paulatinamente a toda la región, en función del cumplimiento de determinados criterios, parece la opción más realista. El impacto en las economías nacionales supondría un polo de atracción y una forma de desincentivar toda veleidad de retirada del mercado común.
La autonomía estratégica suramericana, compatible con la pertenencia de los países a otros foros de concertación política más genérica, como la Organización de Estados Americanos (OEA), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o la Comunidad Iberoamericana de Naciones, forma parte de la emergencia de un Sur Global que reclama su papel en la gobernanza mundial y su derecho a superar los alineamientos forzados y la subordinación y dependencia de las grandes potencias.
Fidel Gómez Rosa