martes. 30.04.2024

@jgonzalezok | El gran triunfador en la primera vuelta de las elecciones argentinas, Sergio Massa, que disputará la presidencia con el ultraderechista Javier Milei, inició sin pérdida de tiempo la segunda fase de su campaña, para asegurarse la victoria. Al llegar este lunes (23) a la sede del ministerio de Economía, del cual sigue siendo titular, se dirigió a un numeroso grupo de militantes de gremios sindicales relacionados con el Estado, lanzó la enigmática frase: “En noviembre, cueste lo que cueste”. 

Quedan cuatro semanas para la segunda y definitiva vuelta y en su condición de ministro de Economía tiene en sus manos toda la maquinaria del Estado -y todo el presupuesto-, para asegurarse la lealtad de los votantes que lo impulsaron de la tercera posición en las primarias a la primera el pasado domingo, primera vuelta. 

La primera medida que anunció este lunes fue el establecimiento de un mecanismo de exportación con un precio más alto que el dólar oficial. Es decir, cuando los exportadores vayan a liquidar los dólares conseguidos por sus productos, recibirán más de los 360 pesos en que está establecida la cotización oficial: será algo más de 500 pesos por dólar, aunque menos de los aproximadamente 900 pesos del mercado paralelo. Eso sí, la medida tendrá una vigencia de solo por 30 días, es decir, hasta que pase la segunda vuelta electoral. 

Quedan cuatro semanas para la segunda y definitiva vuelta y en su condición de ministro de Economía tiene en sus manos toda la maquinaria del Estado

En las semanas previas, el gobierno vino publicando diariamente un festival de medidas electoralistas y clientelistas, que impulsaron la candidatura de Massa. Entre las primarias y la primera vuelta, el gobierno gastó 3 billones de pesos en diversos planes, lo que equivale al 1,5 % del PBI. Ahora hay que sostener el esfuerzo para llegar al 19 de noviembre y poder cantar victoria, por lo que seguirá este proceso que pasará factura al próximo presidente, aunque este sea el propio Massa. La frase de Massa este lunes, “en noviembre, cueste lo que cueste”, puede interpretarse como que pondrá toda la carne en el asador para lograr la presidencia, incluyendo el uso del aparato del Estado a fondo. 

Ahora que la posibilidad de que Massa se convierta en presidente está al alcance de la mano, una pregunta que se hacen todos los argentinos es qué poder real tendría. En los cuatro años pasados, Alberto Fernández tuvo un papel cada vez más subordinado a las directivas de su vicepresidenta, Cristina Fernández, que fue la verdadera creadora de su candidatura. El presidente termina su mandato totalmente desaparecido, dejando en manos de Massa la gestión del gobierno, y aprovechando las posibilidades de hacer turismo presidencial, con viajes internacionales como el reciente a China. 

Consultada Cristina Kirchner sobre sus planes de futuro, negó cualquier posibilidad de retirada, señalando que no hace falta estar en un cargo político para seguir en activo. Aprovechó para desligarse del triste balance del gobierno que ahora termina, con la excusa de que el presidente no le hacía caso. Una aseveración insostenible, si se tiene en cuenta todos los cambios ministeriales a que obligó a Alberto Fernández. 

¿Se repetirá la historia con Massa? El candidato peronista tiene una historia de idas y vueltas con Cristina y con el kirchnerismo. En su momento dejó su cargo como jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, rompiendo relaciones y pasando a asegurar que metería presa a la ex presidenta y a los ñoquis de La Cámpora. Se refería a los jóvenes militantes que lidera Máximo, el hijo de la entonces presidenta. Lo de ñoquis es un argentinismo para referirse a los empleados estatales que ingresan a la función pública para hacer política partidaria. En 2019 se reconcilió y fue presidente del Congreso los tres primeros años, para ocupar la cartera de economía en el último año. 

Massa conforma una sólida sociedad política con su esposa, Malena Galmarini, igualmente ambiciosa. De alguna forma recuerda al matrimonio Kirchner

Alberto Fernández también había roto con Cristina y tuvo una etapa de similares críticas feroces. Pero al recibir el llamado de la ex presidenta olvidó sus agravios y se prestó a jugar el papel secundario que se le ofrecía. Pero puede haber una diferencia. Massa es mucho más hábil políticamente. Y conforma una sólida sociedad política con su esposa, Malena Galmarini, igualmente ambiciosa, a la que nombró al frente de Aysa, una empresa estatal. De alguna forma recuerda al matrimonio Kirchner. El ex presidente Néstor Kirchner, por cierto, ya había anticipado que Massa llegaría lejos, y lo hizo hace muchos años, en 2008, cuando llegó al cargo de jefe de Gabinete de Cristina con solo 36 años: “Vos vas a llegar, porque tenés ambición, amigos con plata y, sobre todo, porque sos un hijo de puta (sic)”.

Analistas políticos, columnistas y observadores han publicado en las últimas horas una enorme cantidad de artículos tratando de explicar el éxito del peronismo, que tomó por sorpresa a todos. Además de coincidir en que el uso del aparato del Estado tuvo un papel importante, sorprendió que no tuvo ningún efecto en el voto ni la crisis ni los casos de corrupción que salpicaron al oficialismo. 

Es más, en el municipio de Lomas de Zamora, en el Gran Buenos Aires, feudo político de Martín Insaurralde, sorprendido en un viaje a Marbella con una modelo, exhibiéndose en un yate y con gastos millonarios, ganó por mayoría absoluta su hombre de confianza, Federico Otermín. Insaurralde era alcalde de dicho municipio, cargo del que había pedido una licencia para ejercer como jefe de Gabinete del gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, impuesto por Cristina Kirchner. 

Las historias de corrupción no tuvieron consecuencias electorales. Es uno más de los elementos que hacen tan particular la historia del país

Hay una máxima en Argentina que dice que la corrupción es tolerada por los votantes si la situación económica es buena. Cuando Carlos Menem se presentó a la reelección en 1995, ya habían surgido serios casos de corrupción, pero el país vivía bajo la estabilidad del Plan de Convertibilidad, que durante unos años aniquiló la inflación. Y Menem consiguió la reelección, aunque tampoco se privó del habitual festival de gastos motivados políticamente. En ese momento, la reelección le costó al país 3.000 millones de dólares de aumento del gasto público, según reconoció entonces el presidente del Banco Central, Roque Fernández, que luego sería ministro de Economía.

 Tampoco hubo un voto de castigo a Cristina Kirchner cuando se presentó a la reelección en 2011, logrando un impresionante 54,11 % en la primera vuelta: ya se habían hecho las primeras denuncias por una serie de hechos de corrupción, pero era el momento de mayor auge de Cristina, aunque poco después empezarían problemas económicos que llevarían a terminar su presidencia con dificultades y pobres indicadores sociales.  

Pero en este el caso, Argentina vive una de las crisis más profundas de su historia. Y su presidente, Alberto Fernández, sufre un nivel de desgaste inaudito: una medición de agosto le daba 8 % de imagen positiva y más de 70 % negativa. En este escenario, las historias de corrupción no tuvieron consecuencias electorales. Es uno más de los elementos que hacen tan particular la historia del país. 

Massa: “En noviembre, cueste lo que cueste”