sábado. 27.04.2024
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Joe Biden, en su reciente visita a Vietnam.

En el mundo actual, cada vez más multipolar (o multilateral, según se quiera), las alianzas (estables o flexibles) ya no son lo que eran, no ya durante la guerra fría, sino en la etapa unipolar corregida que la siguió.

En el hemisferio occidental, esta percepción es menos sentida, porque la OTAN (alianza euro-norteamericana) no ha dejado de crecer, en tamaño y en poder, aunque haya atravesado por momentos de zozobra, de “crisis de utilidad” o de cierta parálisis (“muerte cerebral”, que dijera Macron, tan aficionado al aparente franc-parleur). La guerra de (en) Ucrania le ha insuflado nueva vida a la OTAN, dicen sus benignos exégetas. No hay nada mejor para una alianza político-militar que una exhibición de fuerza de su adversario. Y éste, Rusia, ha concedido una oportunidad excelsa, aunque, para ser rigurosos, la OTAN no dejó de crecer durante los años en los que desde el Kremlin se pretendía la reconciliación con Occidente.

En el otro hemisferio, en el oriental, las alianzas nunca fueron tan duras o tan sólidas, ni siquiera durante la guerra fría, salvo en la fase de congelación de los años 50 (momento álgido: la guerra de Corea). El deshielo fue largo y discontinuo. Incluso durante las guerras de Oriente Medio, las dos superpotencias cooperaron para evitar males mayores, eso que se conoce como escalada, es decir el riesgo de mundialización de un conflicto bélico; o en términos cualitativos, de nuclearización, lo que implicaría el alto riesgo de destrucción planetaria.

ASIA NUNCA FUE COMO EUROPA

Tras esa señalada fase de congelación, la clave de diferenciación entre los dos hemisferios residía en la diferencia en el sistema de equilibrios. En Europa estaba sustentado en dos patas; en Asia, en tres, una vez consumado el cisma comunista. Estados Unidos jugó la carta china para forzar a la URSS a avenirse a ciertos pactos en Europa y en el otrora Tercer Mundo (ahora Sur Global). Moscú y Pekín competían por imponer su relato revolucionario en los países marginados /esclavizados por el capitalismo. Pero la ecuación no era tan sencilla como se puede deducir de la afirmación anterior.

En Vietnam, durante la agresión norteamericana, ambos países cooperaron o defendieron al mismo bando: Vietnam del Norte y la guerrilla del Vietcong en el sur. Cada cual, en función de sus intereses, naturalmente, pero en contra de los designios de Washington. El acercamiento chino-norteamericano, iniciado hace 50 años, coincidió con la fase agónica de esa guerra, en la que Washington blandía con una mano la diplomacia con la otra los bombardeos de alfombra de los campos y el minado de los puertos vietnamitas. Aquellos años demostraron que las consideraciones ideológicas siempre terminan sometidas a los poderes que dominan las naciones. No hemos aprendido la lección.

Asia es ahora el teatro de un mundo multipolar, donde las alianzas rígidas son apenas una rareza o una excepción

Asia es ahora el teatro de un mundo multipolar, donde las alianzas (o pactos, o ententes, o acuerdos) rígidas son apenas una rareza o una excepción. Lo que domina es la multilateralidad, es decir, la alineación flexible, según las condiciones (1). Aparentemente, todo parece ordenado en función del crecimiento de China hacia el liderazgo (¿compartido?) mundial. El libreto occidental dice que “hay que temer a China”, o “desconfiar de China”. A todo diagnóstico debe seguir un tratamiento, pero se ha tardado en elaborar la prescripción. Los más radicales (o lo más irreflexivos) han presionado a favor del decoupling (el desacople de las economías respectivas), para no verse condicionado por la dependencia de las cadenas de suministros en  el tráfico comercial. Se trataba de una estrategia suicida. La URSS sólo representaba el 1% de los intercambios comerciales y económicos de Occidente. China es un cliente imprescindible. Por tanto, se ha terminado por renunciar al decoupling en beneficio del derisking. Dicho en castellano, eliminar los riesgos de la cooperación. Se trataría, simplemente, de eliminar el intercambio de bienes y servicios que puedan ser susceptibles de debilitar la seguridad de Occidente y sus aliados regionales, es decir, los de “doble uso” (civil, pero también militar), o que puedan acrecentar la capacidad tecnológica de China, lo que redundaría también en el refuerzo de su poderío militar. En eso se está: una cuadratura del círculo.

La operación es compleja, porque las potencias medianas de Asia temen y a la vez necesitan a China. Temen lo que perciben como amenaza militar, con sus fortificaciones, despliegues, el crecimiento de sus fuerzas navales en el Mar del Sur de China y su negativa a reconocer los dictámenes de las convenciones internaciones sobre frontera marítimas, etc. Pero necesitan seguir comerciando con China, recibiendo sus fondos de inversión en infraestructuras, por mucho que llevan aparejadas riesgos deudores y trampas crediticias. China, además, no pone condiciones políticas o ideológicas, contrariamente a lo que suele decir hacer Occidente.

UN COMPLEJO MECANO

Estados Unidos (y en alguno modo, Europa) han sido conscientes de ello, razón por la cual han diseñado un complejo mecano diplomático-militar, que permite garantizar ciertas provisiones de defensa, sin parecer agresivo. Se ha huido deliberadamente de la noción de bloque, como en Europa, para privilegiar una arquitectura multipolar, diversa, heterogénea y lo menos ideologizada posible, salvo una vaga referencia a la democracia o a la soberanía de los pueblos, pero sin contraste práctico.

El núcleo duro del hemisferio occidental en Asia (Australia, Reino Unido y EE.UU) han forjado el pacto AUKUS (acrónimo trilateral) para coordinar la cooperación militar. El espejo regional de esta coalición es el “partenariado estratégico” muñido por la administración Biden con Japón y Corea del Sur, sus dos aliados tradicionales en Asia, pero mal avenidos entre sí por las heridas de la II Guerra Mundial, aún por cauterizar del todo (2).  Era de esperar la irritación china (3).

El ámbito acuñado como Indo-Pacífico reúne a las tres potencias orientales recelosas de China (Japón, India y Australia) bajo el paraguas de EEUU

En cambio, la otra “novedad” diplomática de los últimos años, el QUAD (abreviatura de Cuadrilátero, en inglés) tiene una vocación más amplía, tanto geográfica como temáticamente. En el ámbito acuñado como Indo-Pacífico, reúne a las tres potencias orientales recelosas de China (Japón, India y Australia) bajo el paraguas de EE.UU, en un esquema que trasciende lo militar para ampliarse a multitud de áreas de cooperación (social, sanitaria, tecnológica...).

Con esta ambición de agrandar el perímetro de la seguridad en sentido amplio (no sólo militar), se ha creado también el grupo I2U2, que conecta el Extremo y el Medio Oriente. El acrónimo responde a sus participantes (en inglés): Israel, India, EE.UU (USA) y  Emiratos Árabes Unidos (United Arab Emirates), con un agenda centrada en la cooperación tecnológica, que no oculta, empero, su eventual dimensión militar.

En Occidente se justifica todo este esfuerzo de cooperación reforzada como réplica a la denominada diplomacy warrior, traducible como “diplomacia guerrera o agresiva”, destinada a tejar una tupida red de alianzas y dependencias que favorezca la extensión del poderío de China, o a la neutralización de las resistencias, por omisión o por amenaza. China, en efecto, ha liderado la consolidación de entidades como la Organización de Cooperación de Shanghai (OSC), de la que forman parte Rusia y los estados exsoviéticos de Asia Central. Pero, y este detalle importa, también la India, e incluso el enemigo estratégico de ésta, Pakistán. Difícilmente, se dice en Pekín, puede considerarse una alianza contra alguien aquella que alberga en su seno a dos miembros antagónicos. O incluso dos rivales con disputas fronterizas, como India y China.

Esta superación aparente de antagonismos se encuentra también en los BRICS, donde el liderazgo que Occidente atribuye a China, está muy compensado por las influencias regionales de India, Brasil y Suráfrica y el poderío militar (sobre todo nuclear) de Rusia.

A esta arquitectura asiática compleja, que el profesor indio C. Rajan Mohan ha definido como “minilateralismo” (4), se suman los acuerdos bilaterales, profusos y en aumento. Acabamos de asistir a dos puestas en escena opuestas.

La visita del líder de Corea del Norte a Rusia parece consagrar el acercamiento entre dos países que otrora fueron aliados, luego se alejaron y ahora, empujados por la necesidad, se reencuentran, aún no se sabe con qué propósito. Los intérpretes del mundo occidental han disparado las alarmas sobre esta convergencia de “dos dictadores en apuros” (5), predecible licencia propagandística.

Putin y Kim pueden ayudarse, sin duda, pero con límites muy marcados, como han admitido algunos analistas en EE.UU (6). El supuesto suministro de munición norcoreana, compatible con la rusa, para reponer el arsenal vaciado en la guerra contra Ucrania podría no ser tan útil, por la cuestionable calidad y modernidad de la mercancía. A la inversa, la tecnología nuclear y espacial que Pyongyang esperaría obtener de Moscú está muy acotada por las sanciones impuestas al régimen norcoreano, del que Rusia participa, y que Putin asegura que seguirá respetando (7).

Hay otro factor que constriñe esta cooperación bilateral: las renuencias de China. Aunque Pekín ve en el hermético régimen paleocomunista un aliado de conveniencia, ha llovido mucho desde la guerra de los 50 y los actuales dirigentes chinos no comparten ni el fondo ni las formas del sistema político, económico y social de su protegido coreano, al que también tienen en la lista negra de las sanciones. Putin no querría desagradar a Xi Jinping jugando a la ruleta rusa con un socio tan imprevisible (8). Es más que probable que el Kremlin haya dado ya garantías a Pekín de que no premiará a la dinastía coreano con material demasiado sensible o peligroso.

El otro referente de estas coaliciones líquidas es el acercamiento ambiguo entre Vietnam y EE.UU. Enemigos sistémicos en un combate desigual con resultado inicialmente imprevisto, ambos países han atravesado décadas de anestesia, neutralización y acercamiento cauteloso. Vietnam ha tenido un aliciente enorme para acercarse a su némesis: la amenaza de China, que en su caso, no es puramente especulativa, ya que se plasmó en la invasión de 1979, repelida con éxito, y que Pekín camuflara como operaciones de castigo y advertencia.

En Asia, no hay alianzas contra nadie, sino a favor de todos. Un sistema líquido, pero engañoso

La evolución del régimen vietnamita del comunismo de guerra a un cierto capitalismo de Estado es similar a la operada en China, pero con perfiles propios, como es natural. Y esa singularidad le ha llevado a entenderse con los países prooccidentales de la región, reunidos en la ASEAN, pero también a seguir avanzando en la cooperación con Washington (9).

La reciente visita de Biden a Hanoi consagra este largo viaje con la constitución de un “amplio partenariado estratégico” (10), cuya traducción del arcano diplomático viene a significar un pacto de cooperación que no llega formalmente a alianza, pero se mueve en sus contornos (líquidos). En la disputas marítimas con China, se asegura cierto apoyo, no definido, de Estados Unidos. Pero como las guerras, o los conflictos, son en estos tiempos más económicos que militares, el campo de cooperación comercial, tecnológico y social es muy amplio (como en el QUAD). Pero, atención, Vietnam no coloca a EE.UU por encima de China en su escala de preferencias, sino en el mismo nivel: el acuerdo firmado con Washington es casi una réplica del suscrito con China, pero también con India, Rusia o Corea (11) . Una señal más de que, en Asia, no hay alianzas contra nadie, sino a favor de todos. Un sistema líquido, pero engañoso.


NOTAS

(1) “Asia’s third way”. KISHORE MAHBUBANI. FOREIGN AFFAIRS, 28 febrero.
(2) “South Korea-Japan rapprochement creates new opportunities in the Indo-Pacific”. ANDREW YEO. BROOKINGS INSTITUTION, 17 marzo.
(3) “A defense agreement likely to deepen Chinese rancor”. DAVID PIERSON, OLIVIA WANG. NEW YORK TIMES, 19 agosto.
(4) “The nimble new minilaterals”. C. RAJA MOHAN. FOREIGN POLICY, 11 septiembre.
(5) “The dangers posed by a deal between Russia and North Korea. THE ECONOMIST, 13 septiembre.
(6) “Kim Jong-un’s visit to Russia hints a grim battlefield math to Putin”. ADAM TAYLOR. WASHINGTON POST, 14 septiembre.
(7) “What Putin and Kim want from each other”. ANKIT PANDA (CARNEGIE CENTER). FOREIGN POLICY, 15 septiembre.
(8) “Putin and Kim’s embrace may place Xi in a bind”. DAVID PIERSON. NEW YORK TIMES, 16 septiembre.
(9) “Entre la China et Etats-Unis, le Vietnam joue la strátegie du bambou”. BRICE PEDROLETTI. LE MONDE, 5 mayo.
(10) “Biden forges deeper ties with Vietnam as China’s ambition mounts”. PETER BAKER y KATIE ROGERS. NEW YORK TIMES, 10 septiembre.
(11) “Hanoi’s American edge”. HUONG LE THU. FOREIGN AFFAIRS, 12 septiembre; “How to survive a Great-Power competition. Southeast Asia’s precarious balancing act”. HUONG LE THU. FOREIGN AFFAIRS, mayo-junio 2023.

Las alianzas líquidas en Asia