martes. 30.04.2024
Black Lives Matter
Protesta de Black Lives Matter en contra de la brutalidad policial de St. Paul (EEUU). (Imagen: Wikipedia)

El mecanismo de tradición histórica de la extrema derecha global es insuflar de odio a las facciones propensas al descontento, fácilmente manipulables e irracionalmente sumergidas en sus propias miserias. Los discursos de los mesías que ofician de voceros del rebaño dominable, están plagados de escenas apocalípticas que predisponen al individuo corroído por su propia imbecilidad a tomar cartas en el asunto. La amenaza externa proviene de ese “enemigo” moldeado por los supuestos defensores de causas que corren a la inversa de la historia. El sujeto a combatir es presentado por los referentes del odio como el factor principal de los males que asolan a las democracias modernas.

El brote criminal de supremacistas blancos que salta a las portadas de los medios estadounidenses, guarda estrecha relación con la islamofobia recrudecida en un amplio sector de la Comunidad Europea que agita las banderas de un nacionalismo a contramano. 

Los tiroteos contra afrodescendientes en el país que cree ser ejemplo y estandarte de la Democracia, no son hechos aislados perpetrados por lobos solitarios. O, en el mejor de los casos, los llamados lobos solitarios son el último eslabón de una cadena de odios que se gesta en los mítines de la derecha más anacrónica pero irremediablemente vigente. Son el brazo ejecutor, el dedo que jala el gatillo para reafirmar una supuesta defensa de los valores culturales que el fascismo pretende sostener.  

“Existe una élite liberal globalista que conspira para sustituir a la civilización europea, blanca y cristiana, de origen grecolatino, y aplastarla bajo toneladas y toneladas de inmigrantes musulmanes, africanos o latinoamericanos”, reza uno de los párrafos de la teoría de la conspiración conocida como “El Gran Reemplazo”, difundida por el pensador francés Renaud Camus. Y aunque esta ficción conspiranoica resulte extravagante y alocada, está provocando terribles consecuencias en el mundo real; porque en conexión con “el gran reemplazo” existen centenares de actos violentos perpetrados por supremacistas blancos: La matanza de la isla noruega Utoya, en la que Anders Behring asesinó a 77 personas para evitar una invasión musulmana, o los  atentados de 2019 en Christchurch, Nueva Zelanda, en los que Brenton Tarrant, seguidor del gran reemplazo, asesinó a 51 personas en dos mezquitas. También en 2019 un hombre entró en un Walmart de El Paso, Texas, y mató a 22 personas al tiempo que lanzaba un manifiesto racista donde citaba esta teoría de la conspiración, en versión estadounidense: la invasión hispana de Texas. Y estos son solo algunos ejemplos de la extensa estadística de crímenes de odio que, según el número de víctimas resultante, obtiene mayor o menor eco en los medios de comunicación.

El conocimiento de una nueva masacre en los Estados Unidos no debiera sorprender a nadie medianamente informado. Más de 10.000 personas fueron víctimas de un delito de odio debido a su raza, etnia o religión en 20021; un número que ha ido en aumento en los últimos años, según el informe anual de estadísticas de delitos de odio del FBI.

El caldo de cultivo en donde se cuecen estas matanzas se gesta en los medios de comunicación, a través de los discursos xenófobos y racistas que previamente han sido naturalizados en los lineamientos proselitistas de los representantes de la derecha neofascista.

Desde 1930 los ataques dirigidos a personas negras en Estados Unidos han aumentado a 2.755. Los datos publicados por la Agencia Federal de Investigación mostraron que el prejuicio contra los afrodescendientes comprendía abrumadoramente la categoría más grande de delitos de odio denunciados relacionados con la raza, con un total del 56%.

La brutal y casi olvidada era de los linchamientos de negros en Estados Unidos, que se extendió desde 1870 a 1950, dejó un saldo de más de 4.500 afroamericanos asesinados en plazas y sitios públicos a plena luz del día. Los blancos ricos eran la élite y los blancos pobres usaban el linchamiento para reforzar ese sistema de castas raciales y reducir las probabilidades de ascenso social de los negros sureños. De este modo los negros fueron amenazados hasta que quedaron completamente privados de derechos de participación política en torno al año 1900, y el sur quedó gobernado por el sistema de castas raciales, en el cual había una línea clara que separaba a la "raza blanca superior" de la "raza negra subordinada".

Después de más de cien años de dilaciones, el presidente Joe Biden finalmente convirtió el linchamiento en un crimen de odio que puede ser juzgado en todo el país. Sin embargo el odio racial continúa, y es fogoneado desde los grandes medios de comunicación que durante la Era Trump acentuaron los mensajes de claro contenido racial. La nueva matanza que se cobró la vida de diez personas en Buffalo, estado de Nueva York, reactivó el debate en Estados Unidos en torno al odio racial, el supremacismo blanco y sus promotores.

Desde la Cadena Fox, el presentador de noticias Tucker Carlson ha defendido la teoría del “Gran Reemplazo”. En 2020, un joven supremacista blanco que había asesinado a dos personas después de una protesta antirracista, eligió el programa de Carlson para dar su primera entrevistaPromotor de toda clase de teorías conspirativas, Carlson representa a la América blanca que mezcla el miedo con la furia. Enemigo permanente de lo que define como medios de izquierda estadounidense, el animador les dispara cada noche desde el prime time de Fox News.

El resultado de este odio se materializa en las matanzas que se suceden una detrás de otra y que durante los últimos años se han incrementado de costa a costa de los Estados Unidos.

La extrema derecha europea moviliza desde sus bancadas representativas el mismo odio, aunque dirigido hacia los inmigrantes y los pobres, “enemigos” a los que están dispuestos a combatir desde el poder para evitar lo que consideran “una conspiración”.

La naturalización del odio en EEUU