jueves. 25.04.2024
BRASIL
 

“No hay ningún riesgo. Mis hijos fueron bien educados”, respondió Jair Bolsonaro cuando un periodista le preguntó qué haría si uno de sus hijos se casara con una negra. Poco antes de convertirse en presidente, el ultraderechista había declarado que los negros en Brasil “no sirven ni para procrear”.

La naturalización del odio y el desprecio al negro ha impulsado en Brasil actos de extrema violencia por parte las fuerzas de seguridad, pero también por la facción blanca de la sociedad que considera al descendiente africano “una amenaza”. A estas aberraciones hay que sumarle el creciente rechazo al inmigrante que es fogoneado desde los medios de comunicación, con la anuencia de un Bolsonaro que esgrime con cierto orgullo su apego al fascismo.   

El asesinato del joven congolés Moise Kabagambe, ocurrido en Rio de Janeriro el pasado lunes 24 de enero, ha expuesto nuevamente la complicidad del Estado y sus fuerzas de seguridad. Nadie acudió en defensa del agredido, porque el local nocturno en donde fue molido a palos pertenece a policías militares. Moise había llegado al Brasil en 2012 junto a su madre y sus hermanos, huyendo de la guerra civil entre etnias en su Congo natal. Su asesinato ha expuesto la violencia que forma parte de la rutina del país.

En Brasil el racismo estructural, la discriminación y el odio son moneda corriente

Porque en Brasil el racismo estructural, la discriminación y el odio son moneda corriente. Y la llegada de Bolsonaro al poder no ha hecho más que alimentar una llama que arde cada día con más fuerza. Solo en Río de Janeiro, 1 de cada 10 muertes a manos de la policía resulta en un cargo criminal. Y el 75 por ciento de todos los fallecidos por la acción policial, son negros. Brasil es el país en el cual mueren cada año miles de personas debido a la violencia institucional, aunque rara vez estos crímenes sean reflejados en la prensa nacional.

Debido a esta invisibilización de la barbarie endémica del país presidido por Bolsonaro, la portavoz de Naciones Unidas, Ravina Shamdasani, denunció en 2020 los abusos de las fuerzas del orden y la complicidad entre estas y el máximo responsable del país.  “Todo está documentado. Los afrodescendientes en Brasil padecen el racismo estructural que se traduce en discriminación y violencia”, sostuvo la vocera de la ONU.

Ante las evidencias, Bolsonaro respondió diciendo que, en el tema relacionado a los asesinatos de negros en su país, él era “daltónico”. Desde Naciones Unidas le hicieron saber que el número de víctimas afrobrasileñas de homicidio es desproporcionadamente más alto que otros grupos. "Los brasileños negros padecen racismo estructural e institucional, exclusión, marginación y violencia, con, en muchos casos, consecuencias letales".

Como el último país de las Américas en abolir la esclavitud, Brasil sigue siendo profundamente desigual. Y los brasileños negros y mestizos tienen más probabilidades de experimentar una menor esperanza de vida. Sólo en la última década la policía ha asesinado a más de 33 mil civiles, de los cuales el 75 por ciento eran hombres negros y en situación de extrema vulnerabilidad. Y esta tendencia marcó su nivel más alto desde la llegada al poder de quien ha asegurado que “gastar dinero en afrodescendientes no tiene sentido porque ellos no sirven para nada”.

Las consecuencias de la naturalización del odio