jueves. 02.05.2024

En el año 1813, Napoleón fue vencido en la batalla de las Naciones desarrollada el Leipzig y tras esta derrota es consciente en la necesidad de acabar con el conflicto en España y así poder dedicar todas sus tropas contra los ejércitos centroeuropeos.

Comisionó al conde de La Foret, que había sido embajador en España para que se entrevistase con Fernando VII en Valencay. El plan de Napoleón era restablecer a Fernando VII y firmar un tratado de paz. 

  1. EL DECRETO DE CUATRO DE MAYO
  2. LA POLÍTICA INTERIOR
  3. LOS PRONUNCIAMIENTOS
  4. LA CAÍDA DEL RÉGIMEN
  5. ASPECTOS PERSONALES DE FERNANDO VII
  6. LOS MATRIMONIOS DE FERNANDO VII

Con esta postura Napoleón quería convertirse en el garante de Fernando VII como rey no constitucional y al mismo tiempo enemistarle con los ingleses, lo que evitaría la invasión de Francia por los Pirineos.

Fernando VII dos días después de la visita de La Foret el responde a Napoleón “Negándose a tratar ni hacer nada sin el consentimiento de la nación española y, por consiguiente de la Junta”.

Napoleón se encontraba acuciado por dar fin al problema español. Hizo ir a Valencay, al exiliado duque de San Carlos y a Pedro Macanaz, quienes presionaron al rey para que aceptara las proposiciones francesas.

El once de diciembre, el conde La Foret firmaba con el duque de San Carlos un tratado de paz y amistad por el que “S.M. el emperador de los franceses y rey de Italia reconocía a don Fernando VII y sus sucesores, según el orden de sucesión establecido por las leyes fundamentales de España, como rey de España y de las Indias, al mismo tiempo que mantenía la integridad del territorio español”.

Fernando VII envió a España al duque de San Carlos y al general Palafox, también liberado por Napoleón, con la finalidad de conseguir la ratificación temporal del Tratado, más como un intento de quebrar el orden constitucional, porque la ratificación habría supuesto el incumplimiento del decreto de uno de enero del año 1811 y el reconocimiento de Fernando VII como rey absoluto, que por deseo de guardar las formas.

En carta a la Regencia, Fernando VII pedía que “en testimonio de la confianza que tengo en los miembros que la componen, haga las ratificaciones según el uso y me devuelva sin pérdida de tiempo el tratado revestido de esta formalidad”.

La misión de ambos aristócratas resultó un fracaso porque la Regencia se mantuvo firme, invocó el decreto que las Cortes habían aprobado y pasó una copia del mismo al duque de San Carlos, para que el rey tuviera exacto conocimiento de él.

Todo el mundo deseaba la vuelta de Fernando VII. Los realistas, para que acabará con el régimen constitucional, y los liberales para el reconocimiento del texto constitucional.

Los liberales en las sesiones secretas de las Cortes, debatían acaloradamente el medio de lograr la aquiescencia del rey desde el momento mismo en que pasara la frontera, aprobando la propuesta de Martínez de la Rosa por la cual sería condenado a muerte cualquiera que propusiera el más mínimo cambio constitucional.

Las Cortes se apresuraron a promulgar el decreto publicado el dos de febrero, fijando el recorrido real y los medios para restablecer a Fernando VII en el trono. Este decreto intentaba tener controlado al rey desde su entrada en el territorio nacional hasta su llega a Madrid y se exponía con toda la claridad que no se le reconocería hasta que prestara juramento a la Constitución promulgada en Cádiz.

Para evitar cualquier enfrentamiento en Madrid, la Regencia de corte liberal designó al general Copons, capitán general de Cataluña que era uno de los militares más adictos al movimiento liberal como encargado de recibir al rey y de entregarle un pliego de la Regencia solicitando aprobase la obra de las Cortes y jurase la Constitución de 1812.

El general Copons no pudo entregarle la correspondencia de la Regencia, hasta que Fernando VII quiso recibirla. El rey se dio cuenta del ascendiente que ejercía sobre las poblaciones. Fernando VII contestó con vaguedades a la Regencia haciendo constantemente referencia a la fidelidad que le mostraba el pueblo.

Desde Gerona se dirigió tal y como le había marcado la Regencia, hacia Valencia, pero atendió a la invitación del general Palafox y con la excusa de ver a la Virgen del Pilar, fue a Zaragoza. Se ha considerado esta modificación como un desafío a las órdenes de la regencia, aunque también como una forma de ganar tiempo y realizar un mayor número de consultas posibles antes de tomar una decisión en firme.

La mayor parte de la nobleza se había sentido herida por la supresión de los señoríos, y la mayoría de la jerarquía eclesiástica se oponía a las reformas liberales de forma manifiestamente hostil y belicosa.

Fernando VII se trasladó de Zaragoza a Valencia, pero antes de llegar se encontraron en los llanos de Puzol con el presidente de la Regencia, el cardenal Borbón, que había ido a su encuentro con instrucciones precisas de no ceder el poder ejecutivo que él representa hasta que el rey no hubiese jurado la Constitución.

Asi describió Justo Pastor el encuentro entre ambos: “Llega el cardenal Borbón, vuelves la cara como si no hubieras visto, le das la mano en ademán de que te la bese ¡Terrible compromiso!..... Esta lucha duró como seis o siete segundos en que se observó que el rey hacia esfuerzos para levantar la mano y el cardenal para bajársela. Cansado, sin duda, el rey de la resistencia del cardenal……, extiende su brazo y presenta su mano, diciéndole “besa”. El cardenal no pudo negarse a esta acción de tanto imperio y se la besó….Triunfaste, Fernando, en este momento, y desde este momento, empieza la segunda época de su reinado”.

EL DECRETO DE CUATRO DE MAYO

Al llegar a Valencia un grupo de diputados no liberales de las Cortes ordinarias presentaron al rey un Manifiesto, llamado de los Persas, porque comenzaba afirmando que “era costumbre en los antiguos persas pasar cinco días de anarquía después del fallecimiento de su rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor, para que a la entrada en España, de vuelta de su cautividad, se penetrase del estado de la nación, del deseo de sus provincias y del remedio que crían oportuno”.

El Manifiesto de los Persas hizo daño a los liberales lo prueba no solo el hecho de que fuera tildado de aborto, sino que hubo una represión contra los firmantes en el trienio liberal. El rey se encontró en Valencia con que un tercio de los diputados, le exigían que acabara con el proceso reformador liberal. El Cabildo catedralicio le pedía el restablecimiento de la Inquisición, mientras que el general Elio con toda la oficialidad del II ejército juró conservarle en el trono todos sus derechos.

A estos apoyos, total de la población y parciales en el campo clerical, militar y político, se une el hecho de que se produce la abdicación de Napoleón y desaparece la amenaza de invasión francesa. Fernando VII firma el decreto del cuatro de mayo.

El decreto fue redactado conjuntamente por Juan Pérez Villaamíl y el exregente Miguel de Lardizábal en el camino de Madrid a Valencia, donde fueron llamados por el rey.

Fernando VII se comprometía a defender la libertad y seguridad individual como muestra de un gobierno moderado que aborrecía tanto el despotismo como la arbitrariedad, permitiría la libertad de prensa y establecería la separación entre las rentas del Estado y de la Corona.

Al final de dicho decreto, Fernando VII declara abiertamente que no piensa jurar la Constitución de 1812, valorando los decretos de las Cortes como “nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quiten de en medio del tiempo”.

El embajador inglés. Wellesley, comunicó a su gobierno que el cambio de régimen debía considerarse más como un acto de la nación misma que de poder arbitrario por parte del rey.

LA POLÍTICA INTERIOR

Fernando VII se convierte a partir del año 1814 en el único monarca legitimista de España cuya manifestación más clara es el gobierno personal, en el que la labor del gobierno no es más que la voluntad del rey sin estar limitada o contrapesada por la acción colegiada de los Consejos.

Su desconfianza total y su tendencia al disimulo, achacadas normalmente a que fue educado rodeado de personas que contaban absolutamente todo lo que hacía no sólo a sus padres, sino también a Godoy, le llevó a recelar de todos los hombres valiosos que le pudieran hacer sombra.

Era listo, lo que le permitía resolver pequeños problemas, pero no inteligente por lo que no supo comprender la gravedad del problema por al que atravesaba el país. Como decía Du-Hamel “sólo pensaba salir de las dificultades de momento sin reflexionar que desviar una dificultad no es resolverla”.

A estos rasgos de la personalidad de Fernando VII habría que añadir la mediocridad de las personas que le podían aconsejar como podían ser los ministros y y sus amigos.: El propio Frenado VII tuvo que cesar a su primer ministro de Gracia y Justicia, Macanz, por un flagrante caso de cohecho con la venta de cargos de Filipinas. El último ministro de la Guerra, José María Alós, se dedicaba a confeccionar alegraluces de papel que luego iba echando en un cesto.

La falta de un sistema político, el carácter del rey, la mediocridad de sus consejeros y la inestabilidad ministerial, tuvo veintiocho ministros para sólo cinco ministerios, hiso que el sexenio absolutista, que fue juzgado por sus resultados, fue un auténtico fracaso que defraudó las esperanzas de la mayoría de los españoles.

A lo largo de estos seis años hay tres cuestiones que deben ser resaltadas:

  • La represión contra los afrancesados y los liberales.
  • Los intentos de reforma de la Hacienda.
  • El robustecimiento de la oposición liberal.

El artículo noveno del Tratado de Valencay, firmado el ocho de diciembre del año 1808, estipulaba que “todos los españoles adictos al rey José que le han servido en los empleos civiles o militares y que le han seguido, volverán a los honores, derechos y prerrogativas de que gozaban; todos los bienes de han sido privados les serán restituidos”.

El rey se encontró con un ambiente de hostilidad y repulsa hacia los que habían colaborado con el gobierno intruso, por lo que el día de su primera onomástica en el trono firmó un decreto de proscripción, desterrados a todos cuantos desempeñaron argos políticos, aceptaran dignidades eclesiásticas o recibieran empleos militares superiores al de capitán del ejército,

Al poco tiempo del decreto de Valencia, se mandó encarcelar a aquellos liberales que habían atentado contra la soberanía de Su Majestad, votando en las Cortes el dogma de la soberanía nacional. Hubo cerca de un centenar de detenciones y procesamientos, que, según el vizconde de Wellington, eran innecesarias e impolíticas, pero que contaban con el apoyo popular.

La situación económica que se encontró Fernando VII en el año 1814 era deplorable: el país se encontraba destrozado, la agricultura esquilmada, la industria deshecha, las comunicaciones inservibles y las arcas de la Real Hacienda vacías.

A todo ello hay que añadir el comienzo de la emancipación americana, que trajo como consecuencia el corte casi brutal de la llegada de metal acuñable y del comercio ultramarino.

La falta de numerario paralizó la vida económica, donde los precios cayeron estrepitosamente, las casas de banca y las empresas quebraron y el tráfico comercial se redujo sustancialmente.

Era el marasmo de la depresión que los ministros de Hacienda, ocho en seis años, no lograban detener. Ane el déficit presupuestario, se calcula que rondaba los 383 millones de reales en el año 1816, el rey se negaba a rebajar la ley de la moneda, que desaparecía en manos de los comerciantes y contrabandistas, como a conseguir dinero, ya fuera del exterior mediante un empréstito o del interior por la instauración de una contribución especial al clero y la nobleza.

Desesperanzado el ministro de Hacienda, Martín de Garay dimitió a finales del año 1817, justo cuando se produce una contracción del tráfico comercial y un nuevo derrumbe de los precios. El resentimiento y el descontento de la burguesía comercial ante la caótica situación económica hace que sus esperanzas se dirijan hacia la oposición liberal.

LOS PRONUNCIAMIENTOS

El ejército tenía motivos específicos de queja. A raíz de la guerra de la Independencia se integraban en él dos tipos de militares, los regulares que eran los antiguos oficiales de cuartel, casi todos fieles al rey, y los guerrilleros, hombres de cuya profesión anterior no era la castrense y que, sin embargo, se habían distinguido en la lucha.

A la vuelta de Fernando VII, los hombres más destacados en la guerra, pasaron a ocupar puestos de mando más importantes, mientras que los segundos se vieron relegados y hacían patente su disgusto aun cuando no fuesen partidarios de ninguna manera de un golpe militar.

Santillán refleja perfectamente la situación en sus Memorias cuando decía “que veía en la desgracia de la Corte a los generales y jefes que más se habían ilustrado en la guerra, al paso que no sólo los mando principales sino aun muchos de los subalternos estaban confiados a hombres oscuros e ineptos”.

Sus jefes comenzaron a alinearse con los liberales y la tendencia se acentuó después del fracaso de Ballesteros, nombrado ministro de la Guerra, ante el peligro que suponía el imperio de los Cien Días de Napoleón. Muchos de éstos se hicieron masones y pasaron a formar parte de la facción que aspiraba a un cambio de sistema.

No hay ningún año del sexenio en el que el descontento no se manifieste en la intervención armada del elemento militar en contra del gobierno establecido. Esta intervención, propia en sus orígenes de la historia española del siglo XIX, recibe el nombre de pronunciamiento.

En septiembre del año 1814, Espoz y Mina, uno de los guerrilleros más famosos de la guerra de la Independencia, movilizó sus fuerzas con el objeto, según él, “de apoderarme de la plaza y de la ciudadelas de Pamplona, figurando fuerza y plantar en ellas la bandera de la libertad”.

Parece ser que el liberalismo de Espoz y Mina fue más consecuencia que causa, ya que el pronunciamiento estaba determinado porque el monarca no le nombró virrey de Navarra y eligió a un militar de la vieja estirpe. Cuando llegó a las puertas de Pamplona, sus guerrilleros le abandonaron al no poder mostrar las órdenes del rey para el asalto a la ciudad y tuvo que esconderse y, posteriormente, huir a Francia donde se dedicó a conspirar.

Caricatura inglesa sobre el gusto taurino de Fernando VII
Caricatura inglesa sobre el gusto taurino de Fernando VII

El segundo pronunciamiento lo llevó a cabo en el otoño del año 1815, en La Coruña, un joven militar idealista y romántico llamado Juan Díaz Porlier, cuyos éxitos en la guerra de la Independencia fueron premiados con el nombramiento de mariscal de campo a la edad de veintiséis años.

Esta vez el pronunciamiento ya no es exclusivamente personal ni aislado del contexto general del país, sino que tuvo un claro matiz general y liberal. La ideología liberal de Porlier, está fuera de toda duda desde el momento enb que fue confinado en el castillo de San Antón, de La Coruña, debido a una denuncia de su propio secretario, por mantener correspondencia peligrosa.

Con el apoyo de la guarnición de El Ferrol, Porlier dominó buen parte de Galicia, pero en el camino hacia Santiago, donde se habían reunido las tropas fieles al gobierno, fue traicionado por sus propios suboficiales y detenido en Ordenes.

Fue condenado a muerte en Consejo de Guerra y ahorcado en La Coruña, sabiendo morir con gallardía. En el pronunciamiento de Porlier participaron no sólo militares sino también comerciantes e incluso clérigos. Nos encontramos pues con participación de la burguesía comerciante que veía lesionados sus intereses por la desastrosa política económica que llevaba a cabo el gobierno.

Espoz y Mina
Espoz y Mina

En febrero del año 1816, se conocieron los intentos de otro militar, Vicente Richart, apoyado por el exdiputado Calatrava y el general Renovales. La conjura, llamada la Conspiración del Triángulo, tenía como fine el secuestro del rey que debería ser llevado a palacio para que jurara la Constitución, que sería aclamada por todos los ángulos de Madrid.

La delación de varios conspiradores dio al traste con todos los planes, a Richart se le ajustició en la horca y su cabeza fue cortada, clavada en una pica, exhibirla durante meses al público, como lección y escarmiento de revoltosos.

En la noche de cuatro al cinco de abril del año 1817, un nuevo pronunciamiento tuvo lugar en Caldetas, donde Lacy, militar que en las guerrillas había alcanzado el grado de teniente general, se sublevó con el apoyo de Milans del Bosch en Gerona y de Quer en la propia Barcelona.

Si seguimos a los liberarles, aseguran que en Barcelona “una gran parte del vecindario estaba dispuesto en aquella noche para romper las cadenas de la paria y los cafés públicos se encontraban llenos, más que de costumbres, de gentes que discutían con exaltación, y por todas parecían ocupados de una gran negocio. La oficialidad de la guarnición formaba también reuniones por todas partes, como para disponerse a alguna gran empresa”.

El pronunciamiento fracaso por falta de organización, Lacy fue hecho prisionero, condenado a muerte y fusilado en los fosos del castillo de Belver, de Mallorca, porque Castaños, capitán general de Cataluña, temía que alterase la tranquilidad pública si se verificaba la ejecución de la pena en Barcelona.

En el año 1819, el coronel Vidal intentó eliminar a todas las autoridades de Valencia que debían asistir a una función de teatro de Nochevieja. El plan fracasó porque debido al fallecimiento, el veintiséis de diciembre de la reina Isabel se suspendieron todos los festejos de fin de año.

El pronunciamiento militar era un fenómeno nuevo, pero que se convierte en una forma específica a lo largo de todo el siglo XIX en España y como nos recuerda el historiador Artola “el hecho de recurrir al ejército para resolver una divergencia política no es, en definitiva, sino el reflejo de la crisis social que sufría el país.

LA CAÍDA DEL RÉGIMEN

El pronunciamiento de Riego fue uno más de la larga cadena de los que tuvieron lugar en el sexenio de 1814 a 1820. El objetico que todos ellos perseguían era que el sector liberal alcanzase el poder para realizar una serie de cambios políticos, sociales y económicos desde una base ideológica opuesta a la del Antiguo Régimen.

La incompetencia de las autoridades llegaba al punto de que mientras gran parte de la población se daba cuenta, porque era un secreto a voces de que algo tramaban en Cádiz, los responsables, según Arguelles “se obstinaban en despreciarlo todo, adormecidos no se sabe con qué funesta seguridad”.

Al descontento por el mal gobierno hay que añadir la mala marcha de la economía con una deuda pública en constante aumento, un exceso de empleados civiles y militares, un país deshecho por la guerra que se rehacía muy lentamente, en medio de una recesión general europea.

La falta de recursos americanos y los ingresos procedentes sólo de fuentes tributarias mantenían a la Hacienda en una total penuria y, aunque la presión fiscal era cada evz mayor, la recaudación de los fondos nunca llegaba para atender las necesidades del gasto público.

La crisis del comercio exterior, por la progresiva pérdida de las colonias, acentuaba el déficit comercial que ya no se podía pagar con dinero americano y drenaba la circulación monetaria.

A toda esta situación había que añadir en el año 1829, como causas fundamentales del descontento económico, el fracaso de Garay, la disminución en la recaudación y la expedición a América. El ejército tenía motivos de queja y provocó que muchos de sus miembros se hicieran masones y pasaran a formar parte de la facción que aspiraba a un cambio de sistema. Los pronunciamientos fueron encabezados sin excepción por hombres del nuevo ejército.

Al malestar del ejército y del país en general, hay que sumar no sólo la desilusión de los liberales del año 1814, sino la de aquellos que de buena fe pensaron que el rey cumpliría con las promesas hechas en Valencia, e, incluso, el descontento de algunos realistas que, si bien no eran partidarios de una revolución, tampoco estaban conformes con la política llevada a cabo.

Quienes apoyaron al rey, confiando en las reformas prometidas el cuatro de mayo, tuvieron forzosamente que llegar a la conclusión de que habían sido burlados, pues al cabo de seis años se venía a reconocer que no había siso posible cumplirla.

Los mismos realistas tenían motivo de queja a raíz de la supresión de los periódicos, de la censura… La situación descrita no hubiese sido suficiente, sin embargo, para desencadenarla revolución y asegurar el triunfo. 

Al mar de fondo del descontento hay que añadir unas ideas que llevaban inevitablemente a quienes las profesaban a intentar el cambio, cualquiera que hubiese sido la política llevada a cabo si ésta no contaba con la Constitución y sus hombres.

El ejército expedicionario que se hallaba reunido en Cádiz con el objetivo de hacer frente al levantamiento independentista de Ultramar se sublevó. El historiador Santillán considera que “apenas se hallaba alguno que otro individuo que no fuera allí destinado de una manera violenta o poco menos”, puesto que la mayoría de los soldados habían ya cumplido y su servicio en la guerra de la Independencia.

Las noticias que se recibían sobre el trato que los rebeldes americanos daban a los prisioneros y las condiciones de vida en aquellos territorios hacían repugnante a muchos la idea de embarcarse.

La masonería aprovecho esta ocasión que veía en el ejército expedicionario como el instrumento ideal para protagonizar un levantamiento con probabilidades de éxito, ya que, si bien mal pertrechado e indisciplinado, no existía otra fuerza capaz de oponérsele.

Alcalá Galiano cuenta como desde del año 1818, la sociedades secretas en Andalucía se dedicaron a organizar la sublevación formando una sociedad en cada regimiento, ideando los planes y buscando un mando superior para dirigirlos.

El primer intento tuvo lugar el ocho de julio del año 1819, pero fracasó porque el conde de Labisbal, que dirigía las tropas y que estaba enterado de todo, no se atrevió a dar un paso al frente y la abortó.

A pesar de la escasez de medios materiales y humanos, se levantaron el uno de enero del año 1820, el comandante Rafael de Riego proclamó la Constitución en Cabezas de San Juan contra los planes previstos.

El tres de enero, el coronel Antonio Quiroga, designado para encabezar el movimiento, tomaba San Fernando y se disponía a entrar en Cádiz, que era el objetivo más importante. El retraso en hacerlo y la resistencia encontrada en la Cortadura bastaron para estropear los planes e impedir que pudiesen entrar en la ciudad hasta el quince de marzo en que se proclamó la Constitución.

En febrero del año 1829, era imposible pensar en el triunfo. La razón principal del éxito de eta empresa residió no tanto en los aciertos, que no existieron de los levantados como en los errores que cometió el poder central.

El poder central careció de la energía suficiente para sofocar la rebelión nada más producirse y haber permitido que una fuerza levantada se pasease por toda Andalucía sin hacerle frente. Ninguno de los mandos se atrevió a encabezar la insurrección y declararse abiertamente a favor de aquella, pero tampoco la atacaron e, incluso, la veían con buenos ojos.

Esta falta de claridad a favor de Fernando VII no quiere decir que el rey no contase con personas capaces de sofocar el levantamiento. Elio podía haber sido uno de ellos y también el marqués de Amarillas, militar disciplinado completamente contrario a una revolución que había partido del incumplimiento del deber de embarcarse a América.

La supresión de los periódicos debido al decreto del veintisiete de abril del año 1815, perjudicaba la causa real en lugar de favorecerla, ya que el gobierno guardaba obstinado silencio, al menos la prensa realista podía haber informado.

El segundo factor decisivo en el éxito del levantamiento de Riego fue la ola de pronunciamientos que a partir de febrero se produjo en varios lugares del país. El gobierno concedió la ventaja del tiempo a quienes en otros lugares tuviesen la intención de apoyar el pronunciamiento militar.

En todos los lugares donde se proclamó la Constitución antes de que el rey la jurase, o se conociese que lo había hecho, se formaron Juntas de gobierno locales que asumieron el poder a la espera de que se instituyeran nuevas autoridades emanadas de un poder constitucional.

El marqués de Amarillas decía “cansado el pueblo español de verse siempre mal gobernado, dejó hacer a unos pocos conjurados este gran cambio político, y como el enfermo a quien atormentan graves dolores mudó, por decirlo así, de postura, esperanzado de encontrar algún alivio a su padecer”.

La Gaceta publica el tres de marzo un decreto, en el que se reconocía los males que aquejaban al país, las dificultades por las que no habían llevado a cabo las reformas y se dejaba traslucir la intención de realizarlas con la esperanza de que fuesen una firme barrera y sostén fuerte contra las ideas perturbadoras del orden.

Es prácticamente impensable que, sin presiones, se hubiese decidido Fernando VII a emprender reformas profundas y mucho menos ponerse a la cabeza del movimiento liberal a nos er par la fuerza como ocurrió.

Tres días más tarde se mandaba celebrar Cortes con arreglo a la observancia de las leyes Fundamentales que tengo juradas, y al día siguiente, siete de marzo del año 1820, el rey se decidía a jurar la Constitución del año 1812 y a convocar las Cortes con arreglo a ella.

El nueve de marzo, Fernando VII juro la Constitución y el nombramiento de una Junta, lo que ponía en evidencia que nos e tenía una total confianza en que él y sus ministros fuesen a cumplir lo jurado.

Este hecho supone el primer triunfo del liberalismo es pañol en lucha abierta y de esta forma poder ejercer el liberalismo el poder no sólo de forma retórica como en las Cortes de Cádiz, sino de forma práctica.

ASPECTOS PERSONALES DE FERNANDO VII

Además de conocer la historia de Fernando VII desde el punto académico, siempre añado aspectos personales que denotan y hacen cambiar la idea que del persoanje nos cuentan los historiadores oficiales. Ahora verán aspectos de su vida personal que no dejaran de sorprenderles.

Físicamente era gordo, teniendo siempre tendencia a la obesidad. Además era poco agraciado y de salud débil. Era un fumador empedernido y comía muchísima carne, siendo su plato favorito el cocido.

Era llano en el trato personal, pero destaca por su astucia y con humor cruel. Sumamente introvertido, hablaba y reía poco. Los comentarios generalizados de todos aquellos que le conocían eran sus falacias, doblez, cobardía, y no mostraba interés alguno por los Asuntos de Estado, que dejaba en manos de sus ministros. Era profundamente conservador y absolutista.

Le gustaba rodearse de gente ordinaria y vulgar. Era un espectador asiduo del mundo de los toros. También le gustaba la música, la lectura, el teatro y tocaba muy bien la guitarra. Una de sus principales actividades era jugar al billar, que practicaba asiduamente con sus cercanos. 

Deseando agradar al Rey, procuraban fallar y hacer que las bolas le quedasen siempre en buena posición para que así siempre ganará. De la práctica del billar, viene la conocida frase “Así se las ponían a Fernando VII”.

LOS MATRIMONIOS DE FERNANDO VII

Fernando VII en sus cuarenta y ocho años que vivió contrajo cuatro matrimonios. Veamos

En el año 1802, se casó con su prima María Antonia de Nápoles, que era hija de Fernando IV de Nápoles y María Carolina de Austria. Tuvo dos abortos y murió en 1806, sin dejar descendencia.

Su segundo matrimonio fue en el año 1816 con su sobrina María Isabel de Braganza, que era hija de su hermana mayor Carlota Joaquina y de Juan IV de Portugal. Dio a luz a una hija, que sólo vivió cuatro meses. Posteriormente quedó embarazada pero abortó y falleció. Dicho matrimonio duró dos años.

Su tercer matrimonio fue en el año 1819 se casa con María Josefa Amelia de Sajonia, que tenía entonces dieciséis años mientras que Fernando VII tenía treinta y cinco. Sus padres eran Maximiliano de Sajonia y Carolina de Borbón-Parma. No tuvieron descendencia en los diez años de matrimonio.

Es sabido, que Fernando VII padecía macrosomía genital, siendo esta enfermedad consecuencia de la costumbre borbónica de casarse primos con primos para así preservar la sangre real. El conocido escritor francés Prosper Mérimée describe el miembro viril del rey de esta forma “tan gordo como el puño en su extremidad”. A ello hay que unirle una gran largura de su miembro.

Según sus crónicas, parece ser que las heridas internas que producían el miembro viril del rey pudieran ser la causa de la muerte de sus esposas. Para intentar solucionar este problema de deformación del miembro viril de Fernando VII se le confeccionó un cojín con agujero que hiciera tope en medio del apogeo sexual del rey.

El propio Prosper Mérimée describe de esta forma la noche de bodas entre Fernando VII y María Josefa Amalia de Sajonia, que entonces tenía dieciséis años.

 “Entra su Majestad. Figúrese a un hombre gordo con aspecto de sátiro, morenísimo, con el labio inferior colgándole. Según la dama por quien se la historia, su miembro viril es fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar. Es por añadidura, el rijoso más grosero y desvergonzado de su reino. Ante esta horrible vista, la Reina creyó desvanecerse, y fue mucho peor cuando Su Majestad Católica comenzó a toquetearla sin miramientos, y es que la reina se escapa de la cama y corre por la habitación dando gritos. El Rey la persigue; pero, como ella es joven y ágil, y el Rey es gordo, pesado y gotoso, el Monarca se caía de narices, tropezaba con los suelos. En resumen, el rey encontró ese juego muy tonto y montó en espantosa cólera.

Llama, pregunta por su cuñada y por la camarera mayor, y las trata de Putains y de Brutes con una elocuencia muy propia de él, y por último les ordena que preparen a la Reina dejándoles un cuarto de hora para ese negocio. Luego, se pasea, en camisa y zapatillas, por una galería fumándose un cigarro. No sé qué demonios dijeron esas mujeres a la Reina; lo cierto es que le metieron tanto miedo que su digestión se vio perturbada. Cuando volvió el Rey y quiso reanudar la conversación en el punto que la había dejado, ya no encontró resistencia; pero, a su primer esfuerzo para abrir una puerta, abrióse con toda la naturalidad la de al lado y manchó las sábanas con un olor muy distinto al que se espera después de una noche de bodas. Olor espantoso, pues las Reinas no gozan de las mismas propiedades que la algalia ¿Qué habría hecho usted en lugar del Rey? Se fue jurando y estuvo ocho días sin querer tocar a su real esposa y de hecho nunca tuvieron hijos”.

Ante la negativa de María Josefa Amalia de Sajonia a tener relaciones con Fernando VII, hasta al Papa le hicieron intervenir, haciéndole mandar una carta para convencerla de que el sexo con el monarca era necesario a los ojos de Dios. Este matrimonio duró diez años, hasta el inició de 1829, donde murió la Reina. Nunca tuvo descendencia.

Su cuarto y último matrimonio fue con su sobrina María Cristina de las Dos Sicilias, que era hija de su hermana menor María Isabel de Borbón y Francisco I de las Dos Sicilias. Tuvieron dos hijas:

Isabel I (1830-1904), reina de España durante veinticinco años.

Luisa Fernanda (1832-1897), infanta de España, casada con el duque de Montpensier.


BIBLIOGRAFÍA

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Fernando VII, el sexenio absolutista