viernes. 04.10.2024

Francisco Nieto

Para los que ya tenemos una edad no deja de sorprendernos el cambio de paradigma existente en la actualidad en cuanto a la política de estrenos se refiere. Una película como la que nos ocupa hace unos años hubiera llegado a la cartelera sin problemas, añadido el hecho de que fue presentada en una gala especial en la edición de este mismo año del Festival de Berlín. Pero no es el caso y se nos presenta directamente en plataformas sin haber pasado ni pisado una sala de cine. ¿Nos alegramos o nos entristecemos? Pues un poco de todo, porque por un lado la cartelera sigue copada de naderías pero por el otro la accesibilidad de productos de esta calidad nunca debe de dejar de ser una buena noticia.

Ya han pasado nueve años desde que el actor Andrea Di Stefano debutara detrás de la cámara. Lo hizo con “Escobar: paraíso perdido”, un film que obtuvo un relativo éxito de público y crítica. Un lustro después volvió con “The Informer”, otro adrenalítico thriller que contó entre su elenco con Ana de Armas. Di Stefano siempre ha dividido su carrera entre Italia y Estados Unidos, y la influencia del cine americano se nota en todas sus producciones, caracterizadas sobre todo por un constante crescendo de tensión que actúa como leitmotiv a lo largo de todo el largometraje.

El director crea el equilibrio adecuado entre las escenas de acción y dramas personales surgidos de importantes dilemas morales

Estamos en Milán. La historia representada es la del inspector de policía Franco Amore (interpretado por Pierfrancesco Favino). El hombre, tras treinta y cinco años de servicio y sin haber disparado nunca un tiro, está a punto de jubilarse. Sin embargo, unos diez días antes de su jubilación, casi por casualidad salvará la vida de un jefe criminal chino, quien, al percibir inmediatamente su rigor moral y su lealtad, le pedirá que realice una tarea para él, a cambio de una suma importante de dinero. A partir de ahí, como es de suponer, la cosa no sale como estaba prevista y todo se emborronará de tal manera que su vida y la de sus familiares y amigos se verá amenazada.

La cámara se mueve ágilmente en una sugerente panorámica de la ciudad de Milán en noche cerrada. Lentamente se detiene justo delante de las ventanas iluminadas del apartamento del protagonista; allí su esposa y sus amigos le organizan una fiesta sorpresa con vistas a su jubilación. Así comienza el film, que como diría el José María García de los buenos tiempos, no abandona su nocturnidad y alevosía en sus poco más de dos horas de metraje. Una duración, que, por cierto, pasa como un suspiro, ya que la tensión constante y el presagio de que nada bueno está por suceder mantiene al espectador en vilo desde los primeros minutos.

La tensión constante y el presagio de que nada bueno está por suceder mantiene al espectador en vilo

El director sabe gestionar cada elemento con dignidad, creando el equilibrio adecuado entre las escenas de acción (los tiroteos en el interior de un túnel en las afueras de Milán son particularmente impactantes, al igual que las diferentes persecuciones, ahora en coche, ahora a pie) y dramas personales surgidos de importantes dilemas morales, intentando no prejuzgar las acciones de unos y otros. También es a su vez destacable la buena gestión del tiempo y el espacio y el equilibrio de sus personajes, dotados de entidad propia y nunca actuando como meros secundarios. Un buene ejmplo de esto es la figura de Vanessa, la esposa de Franco, personificada por Linda Caridi, quien gana enteros a medida que la trama va avanzando y acaba por tener un rol igual de relevante que el del antihéroe de la función.

Esta revisitación del poliziesco italiano se cuestiona y nos plantea reflexiones del tipo ¿cuánto cuesta ser honesto? y ¿cuál es el precio a pagar por al menos querer intentarlo? no hace falta mucho para hacer vacilar ciertas convicciones o, incluso, podríamos decir, objetivos. . En unas horas, toda la existencia del protagonista volverá a ponerse en perspectiva, cambiará de trayectoria, distanciado de esa plácida tranquilidad en la que vivía el policía, para catapultarse a una noche fría y oscura que lo sujetará con fuerza. 

Es, ante todo, un cine negro orgulloso de su naturaleza oscura, que sin embargo subraya su trasfondo detectivesco. Vamos, a lo que en Francia llaman polar puro y duro, y Di Stefano en su debut italiano (las anteriores son producciones internacionales) realmente quiere hacer de la experiencia una galería de emociones y estados de ánimo tensos, aprovechando al máximo el uso de imágenes. Porque en Última noche en Milán son los planos los que se expresan, los que hablan, los que hablan de un hombre dividido, en la balanza: de un lado hay luz, del otro oscuridad total. Un personaje que camina sobre un fino alambre, arriesgándose constantemente a caer.

Última noche en Milán: Poliziesco de manual