domingo. 12.05.2024
barbenheimer
Cartel combinado de ambas películas. (Montaje: Joan Segovia)

Joan Segovia |

En cuanto se anunció el estreno simultáneo de Oppenheimer y Barbie para este 20 de julio, desde todos los rincones de internet se comenzó a hablar de la rivalidad entre las dos películas. Centenares de carteles de películas falsas donde se fusionaban ambas, memes a cuál más original con una bomba de color rosa o una Barbie con una explosión atómica a sus espaldas, hashtags  en twitter y tendencias por instagram y tiktok, llenaron las redes. Nadie tenía clara la calidad de las películas o si acaso las irían a ver, pero la batalla entre las dos estaba clara.

Acercándose la fecha señalada, la tensión crecía y Barbenheimer (o Barbieheimer dependiendo donde lo leas) estaba en boca de todos. Aun sabiendo que nada tienen que ver la una con la otra, era evidente que este fenómeno requería un análisis distinto al habitual: ver ambas películas consecutivamente para poder evaluarlas en conjunto.

Dispuesto a sacrificarme, entré en mi cine de confianza preparado para encontrarme lo inesperado: el auténtico y único Barbenheimer.

Oppenheimer

Por cuestiones de horarios de la cartelera empecé con Oppenheimer. Una película más de Christopher Nolan que está bien si la pillas haciendo zapping por la tele un sábado noche, pero que es indiscutiblemente densa para ir al cine llevado solo por la curiosidad. La trama se basa, como ya avanza el título, en la vida de Oppenheimer durante y después de la creación de la bomba atómica en la segunda guerra mundial. Una travesía por los años más conocidos del físico estadounidense y un repaso de sus polémicas posteriores a su gran logro.

Las tres horas exactas de metraje se hacen respetar por muy mal compensada que esté la historia en ellas. Con un inicio muy ágil, nos presentan al científico en sus años jóvenes, mientras en paralelo vemos eventos futuros donde se le hace una caza de brujas en pleno macartismo. Al poco tiempo, la película pierde fuelle en pos de crear una narrativa de tensión y suspense forzados que no consigue funcionar hasta la última media hora. Y aun con esas, las intenciones del supuesto antagonista son superfluas, por muy basadas en hechos reales que sean, y tienen tan poco desarrollo que se resumen en poco más que “hizo que una persona me mirase mal”.

En todo momento da la sensación de que Nolan rellenó la película de escenas bonitas y eslóganes en vez de conversaciones solo para llegar a esas tres horas de duración, sin dejar tiempo al crecimiento de los personajes y sus relaciones. La obvia comparación The imitation game (Descifrando enigma en España) le juega en contra en esos puntos, demostrando si acaso que la intención real del director no era profundizar en el físico americano y su bomba. El trabajo actoral es cuestionable como mínimo y a excepción de Cillian Murphy y Robert Downey Jr., los demás actores parecen caricaturas de sus personajes. En especial Emily Blunt que parece incómoda en la obra y con más ganas de que termine que nadie en la sala.

Por supuesto, no todo es malo en la Oppenheimer. La banda sonora tiene todo lo necesario para optar al Óscar y los efectos visuales, casi en su totalidad libres de CGI, están entre los mejores que se han podido ver en una película de Nolan. Aunque en detrimento de esto último, el maquillaje es horrible en todos sus aspectos, llegando a ser de risa los envejecimientos de los personajes o las personas heridas por la bomba. He visto mejor factura en este apartado en sketchs del Saturday Nigth Light.

Salgo de la sala preocupado por la decadencia de Nolan en los últimos años. Está claro que esta película no se realizó con la intención de agradar al gran público, si no para sacar pecho de sus dotes como director y guionista. ¿El atractivo que pudiese tener el tráiler y la trayectoria de su autor eran más que suficientes para atraer al público o parte de la gente debe haber entrado en la sala por culpa del Barbenheimer?

Barbie

Con la duda en la cabeza, entro a la sesión de Barbie. Gente disfrazada haciendo cola frente la sala, un arco de globos rosas decorando la puerta de entrada y un photocall al lado donde todos paran para su foto de Instagram. No sé la película, pero el marketing sí lo han hecho bien.

Empieza bien, con los chascarrillos esperables sobre Barbie y su mundo de fantasía. Donde no existe el dolor, ni los líquidos y casi todo es plástico y pegatinas. Sobre la construcción de esta, no sé, dimensión paralela de color rosa, no se nos explica nada y toda referencia a lo que es en realidad termina en gag, evitando inteligentemente meterse en explicaciones extrañas que raramente convencen y que generan más agujeros de guion y dudas. Un inicio redondo que se ve truncado en cuando la parejita rubia llega al mundo real.

La directora Greta Gerwing aprovecha el estereotipo desfasado que representa Barbie de la mujer idealizada para lanzar un mensaje feminista sobre todo lo que queda aún por hacer. El mundo real que muestra está fuertemente masculinizado, hasta el punto que la única mujer trabajadora que aparece es la protagonista (y una doctora en un chiste con Ken). Todos los hombres le lanzan piropos a Barbie e incluso le dan algún cachete, mientras que las mujeres la miran con asco, como una competidora.

Esta visión exagerada de un mundo extremadamente machista, una caricatura burda del mundo real, le resta fuerza al mensaje de la película y, más que traer humor a la cinta, da cringe. Llegan a ser tan extremas algunas de estas bromas sobre el patriarcado que plantean la idea de que la directora esté realmente banalizando el tema y que el mensaje feminista de la obra no sea si no otro chiste más. La parodia de la parodia sobre el feminismo y patriarcado.

Pero lo que realmente hace de Barbie el fenómeno que es, es su estética. La producción es perfecta en este sentido y tanto la fotografía como el vestuario son lo que uno quiere ver cuándo piensa en la muñeca rosa. Estoy convencido de que Youtube se va a llenar de vídeos de “los 50 detalles que no viste en Barbie” descubriendo de qué catálogo del Mattel del siglo pasado es cada coche, chaqueta, pantalón y maceta que sale en la película. La interpretación de Margot Robbie está bien, sin más, mientras que Ryan Gosling se come la pantalla en todo momento, convirtiendo a Ken en el mejor personaje de la obra.

La película termina con un final existencialista que nadie pidió. Una reflexión sobre lo que nos hace humanos y el derecho que tenemos en decidir qué somos. Una visión simplista de las implicaciones morales a la que está sujeta la propia Barbie y que da la sensación, una vez más, de estar en algún seminario de autoayuda o reeducación, según se mire. Si la intención era hacer reflexionar al público, lo siento Greta Gerwig pero erraste. La gente quería reírse de Barbie como se reían con el tráiler, volver a ser niñas y niños jugando a las muñecas, no una charla motivacional de diez minutos sobre fondo blanco.

***

Tras casi cinco horas salgo de la doble sesión de cine. Ninguna de las dos obras por separado vale más que la media de estrenos de este año y juntas tampoco suponen una mejora sustancial. Cierto es, por curioso que parezca, que al ser tan diferentes tanto en estética como en temática, combinar ambas supone una experiencia que las hace brillar más en sus diferencias. Es conocido que un chocolate es más dulce acompañado de un café muy amargo.

Ahora entiendo a la perfección las camisetas de “Yo sobreviví al Barbenheimer” que he visto por internet. Solo hay una duda que me asalta al salir del cine y que creo que nunca tendrá respuesta: ¿Cómo hubiese sido este acontecimiento si Nolan dirigiese Barbie y Gerwing Oppenheimer? Ojalá, en otra dimensión, seguramente una rosa y de plástico, un yo alternativo sabe la respuesta.

El fenómeno #Barbenheimer