jueves. 25.04.2024
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Durante los últimos días, las noticias sobre lo que pasa en este estado del occidente de México se suceden con agitación: las autodefensas, formadas por civiles para hacer frente al cártel de los Caballeros Templarios, liberan una decena de ciudades; se conoce una trama criminal que lleva hasta China; el gobierno federal —hasta hace poco, el gran ausente— interviene de forma ambigua: negocia, envía al ejército, crea una Comisión Especial; se abre un nuevo flanco en el conflicto, hay nuevos enfrentamientos y más muertos; un helicóptero de la policía cae, enredado en el cable de una tirolesa. ¿Qué ocurre en Michoacán?



Tierra Caliente

Lejos de las fantasías que forjó la dictadura del PRI, la existencia del Estado mexicano ha sido siempre precaria. En términos de infraestructura y vías de comunicación, existen regiones como la cuenca occidental del río Balsas, en el suroeste del país, en donde la falta de presencia del Estado se ha traducido en un aislamiento centenario que las vuelve propicias para la producción y tráfico de drogas.

Ahí está la Tierra Caliente de Michoacán, una decena larga de municipios que, con la excepción de Apatzingán, eran prácticamente desconocidos hasta hace algunas semanas. De ahí surgieron los comandos de autodefensa que vemos hoy en la prensa: en un lugar complicado, de difícil acceso y mal comunicado —no hay carreteras de primer orden que lo atraviesen; una tierra en la que sus pocos pobladores se saben huérfanos de Estado y conviven altos índices de marginalidad con elevadas tasas de homicidios.

El orden político de esta región —como en todo México— había sido mantenido más por una compleja trama de intermediarios, que administraban lo mismo las elecciones que el control de los mercados ilegales, que por la aplicación irrestricta de la ley. Y eso es lo que parece haber hecho crisis: el auge del narcotráfico  y los cambios políticos han abonado para que el complejo sistema para dirimir conflictos haya dejado de funcionar y “aparezcan los fusiles”, como explica el sociólogo Fernando Escalante.

La Familia y los Caballeros Templarios

Hablar del crimen en Michoacán es hablar de los Caballeros Templarios y de la organización de la que son herederos: la Familia Michoacana, que se dio a conocer en 2006 al arrojar cinco cabezas cercenadas a la pista de baile de una discoteca en Uruapan, entre Tierra Caliente y la meseta purépecha. Un lustro más tarde, en 2011, aparecieron los templarios. Su carta de presentación fue una serie de pancartas dirigidas a “toda la sociedad michoacana”, en las que informaban que “a partir del día de hoy estaremos laborando en el lugar, realizando las actividades altruistas que antes realizaban los de La Familia Michoacana”. Esa mezcla de sedicente altruismo y violencia es quizá su principal característica. Ambas organizaciones se presentaron en su momento como grupos de autodefensa con una retórica religiosa y populista: lo mismo prohíben el alcohol que patrocinan fiestas o dicen combatir a otros cárteles. De ahí proviene también su fortaleza: los templarios son una mafia con una amplia base social que parece operar con la complicidad de funcionarios de los tres órdenes de gobierno. No sólo se dedican a producir y traficar drogas —especialmente marihuana y drogas sintéticas— sino a delitos predatorios como la extorsión, el secuestro, el asesinato y la violación. Incluso, a la exportación de productos agrícolas como el aguacate y de minerales como el hierro —que sería transportado desde el puerto de Lázaro Cárdenas a China, a cambio de los precursores químicos necesarios para fabricar metanfetaminas.

Las autodefensas

Las autodefensas de Tierra Caliente surgieron a principios de 2013. En su momento, imperó la confusión entre estos grupos de vecinos organizados para enfrentar a los Caballeros Templarios y las policías comunitarias, con décadas de existencia y más relacionadas con los usos y costumbre de algunos pueblos indígenas. Sobre esto último ya existía un precedente en Michoacán: en 2010, ante la omisión de las autoridades, los pobladores purépechas del municipio de Cherán se armaron para enfrentar a talamontes ilegales presuntamente financiados por La Familia. Eventualmente, el gobierno intervino para contener la espiral de violencia y reconoció a las nuevas guardias indígenas. Entonces, las imágenes mostraban a campesinos mal armados, con machetes, palos y algunas carabinas. Lo que ocurre hoy en Tierra Caliente es distinto: las autodefensas son grupos sofisticados, con armas de alto poder, vehículos blindados y chalecos antibalas. Avanzan replegando a los criminales y toman o liberan territorios —sin que se sepa bien a bien lo que ocurre a continuación.

Los grupos de autodefensa se presentan como una respuesta social y justiciera al reino de terror de los Caballeros Templarios y a la incompetencia del gobierno. “Todo detonó cuando el narco abusó de nuestras esposas e hijas”, dice en un video el médico José Manuel Mireles, uno de los líderes en Tepalcatepec. Aunque estos grupos han canalizado el descontento popular y una importante corriente de opinión les confiere legitimidad, el asunto parece más complejo. De entrada, se desconocen aun ciertas claves del conflicto, seguramente locales, de relaciones entre vecinos. Tampoco se conoce cabalmente la heterogeneidad de estos grupos. El propio gobierno se ha mostrado ambivalente, distinguiendo entre autodefensas “muy autóctonas de la ciudadanía”, y  otras que “en algún momento pudieran estarse identificando con otros miembros del crimen organizado antagónico”.



La nueva guerra contra el narcotráfico

Frente a un conflicto gestado a la vista de medio mundo, la estrategia del gobierno federal del PRI fue contemporizar y apoyar tácitamente a algunos grupos de autodefensa (llegando a proteger al propio José Mireles cuando una avioneta en la que viajaba se accidentó). Sin embargo, la semana pasada la situación pareció cambiar: los comandos de autodefensa se volvieron protagonistas del repliegue del crimen —recuperando una decena de municipios de manos de los templarios y acercándose a Apatzingán, su nido mayor—, los combates en Tierra Caliente aparecieron en medios nacionales e internacionales, y el gobierno dio un golpe de mano. Se ordenó el desarme de las autodefensas y fueron desplegados en Michoacán decenas de miles de militares y policías federales. Casi simultáneamente, se admitían negociaciones con algunos de sus dirigentes, quienes —luego de una serie de declaraciones y desmentidos— condicionaron su desarme a la captura de los principales líderes templarios.

El escenario se complicó: tiroteos entre militares y civiles dejaron un saldo de varios muertos en lo que parecía el inicio de una guerra contra de las autodefensas y los ciudadanos que las apoyan. Lo anterior abría un nuevo frente en el conflicto y hacía aparecer al gobierno como un aliado de facto de los criminales. Ahora mismo, la seguridad de la mayoría de los municipios de Tierra Caliente está a cargo de la Policía Federal y existe un arreglo tenso de colaboración entre los vecinos armados y las fuerzas de seguridad del Estado, mientras los templarios parecen replegarse.

Michoacán y el futuro

La intervención de las fuerzas armadas está lejos de ser el fin de esta historia. Fue en Michoacán donde la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón inició hace 7 años -la experiencia mostró que, donde se realizaban operativos de este tipo, la violencia aumentaba y se mantenía alta una vez que los soldados se retiraban-. En el mejor de los casos, el éxito la intervención implicará que las actividades criminales se reubiquen por medio del “efecto desplazamiento”, de ahí la prisa por blindar los estados colindantes. En el peor escenario, ante un eventual desarme de las autodefensas el narco recuperará las poblaciones liberadas y los civiles, ya desarmados, correrán el riesgo de convertirse en víctimas de una represalia anunciada.

Como señala el periodista Jorge Zepeda, tal parece que, sin el apoyo de las autodefensas, el gobierno será incapaz de enfrentar con éxito a los cárteles de Michoacán; sin embargo, no puede depender de estos comandos armados sin abdicar —ahora sí, de forma manifiesta— de una de sus principales responsabilidades: la simpatía por el vigilantismo es comprensible en una sociedad harta de violencia criminal, pero no puede ser el eje una política de Estado. ¿Sería posible una vía de integración de las autodefensas a la legalidad, aprovechando su éxito y previniendo los riesgos que su deriva puede entrañar? En nuestra historia existen pocos precedentes.

Mientras tanto, la tensa colaboración entre vecinos y uniformados continúa, el cerco sobre Apatzingán —base política y económica de los templarios— se cierra, y la canción de Bolaños dice: “Palomas mensajeras, deténganse en su vuelo/ si van al paraíso, sobre él volando están/ Dios hace mucho tiempo que lo quitó del cielo/ y por cambiarle nombre le puso Michoacán”.

Michoacán: Descripción de un conflicto