viernes. 26.04.2024
Foto: @Sumar
Foto: @Sumar

Lo que se propone hacer Yolanda Díaz no parece una tarea sencilla. Hay muchos proyectos fallidos de los que aprender. La sopa de siglas no funcionó en las autonómicas andaluzas y también se comprobó que no es fácil confeccionar listas electorales conjuntas intentando combinar las exigencias de distintas fuerzas políticas. No cabe duda de que podía haberse hecho mejor y que la obcecación de una formación por imponer su liderazgo tampoco ayudó. Pero entonces, ¿cuál sería el camino a seguir?

Podemos logró ilusionar al principio con su espíritu asambleario proveniente del 15M. Los Círculos fueron surgiendo espontáneamente, pero luego se cansaron de no poder decidir nada porque la ordenes emanaban del equipo directivo y fueron dimitiendo en bloque. Con su documental Política, Manual de Instrucciones, el cineasta Fernando León de Aranoa radiografió ese proceso constituyente. Quienes apostaron por jalear el hiperliderazgo de Iglesias vieron recompensada su lealtad, como fuera el caso de Ione Belarra.

Pronto se advirtió que los fundadores tenían estrategias diferentes y se produjo la escisión. En las últimas autonómicas madrileñas el propio Iglesias quedó superado por Monica García de Más Madrid. Cuando una formación política recurre al término Unidos esto revela esa carencia. Es lo que pasó con Izquierda Unida tras el ocaso de PCE. Incluir en tu logo la palabra Unidas revela que hay una desunión a resolver.

Escuchar está bien y es un primer paso elemental. Abrir las antenas para tomar nota de los auténticos problemas que preocupan a la ciudadanía. Yolanda Díaz ha demostrado tener esa sensibilidad al frente del Ministerio de Trabajo. Ha logrado pactar una complicada Reforma Laboral que tiende a reducir una inhumana precariedad y propiciar el empleo estable. Su batalla por incrementar el salario mínimo es encomiable. Su crédito político personal parece consolidado.

Mostrar la convergencia de distintas formaciones o movimientos políticos existentes tampoco estaría nada mal, siempre que no acaparasen las listas e impusieran cuotas desmedidas

Falta saber quiénes le acompañarían en la contienda electoral. Es obvio que la clave feminista no puede faltar y que debe ilusionarse a una juventud harto decepcionada con las políticas en general. El color verde tampoco podrá estar ausente. Ahora bien, si el proyecto quiere ser verdaderamente transversal, quizá debiera contar también con una perspectiva intergeneracional, para no desaprovechar la experiencia de quienes pudiesen aportar algo desde su ámbito profesional.

Tampoco se trata de obcecarse por coleccionar todos los registros posibles. Un criterio de selección animado por esa meta no decantaría necesariamente candidaturas eficaces. El programa político sería relativamente sencillo de articular, porque los ejes resultan evidentes. La justicia social necesita respaldar una igualdad que cuente con ciertas condiciones de posibilidad y permita disfrutar de una libertad real. Eso requiere una política fiscal redistributiva cuya recaudación sea proporcional a los recursos de la ciudadanía. Las pensiones deben tener su propia partida presupuestaria y hay que reactivar el ascensor social para no desperdiciar los talentos.

Los más jóvenes deben sentirse interpelados y apreciar que sus problemas resultan prioritarios para el conjunto de la sociedad, porque nos jugamos nuestro futuro colectivo. La educación debe formar personas antes que profesionales. Cambiar la mentalidad predominante reportaría buenos réditos enseguida. Despreciar a los menos afortunados como si se hubieran buscado ese destino sencillamente nos deshumaniza. Nuestro proceso evolutivo próspero por cultivar la cooperación y saber conjugar habilidades tan diversas como complementarias. Objetivos tales como universalizar el acceso a una vivienda que merezca ese nombre o dignificar las condiciones laborales van de suyo.

Foto: @Sumar
Foto: @Sumar

El auténtico desafío es mostrar cómo se pretende abordar todas esas cuestiones y establecer un calendario verosímil donde se prioricen las urgencias. Llevarlo a cabo dependería por supuesto del arte para establecer consensos con otras representaciones parlamentarias, pero los compromisos por intentar hacerlo deberían ser firmes y conllevar una rendición de cuentas periódica, para que no caigan en el olvido. Pero, ¿quién le ha de poner el cascabel al gato? En otras palabras, ¿cómo se confeccionarán las listas electorales? He aquí el gran reto.

Articular un proyecto político de nuevo cuño que no nazca intoxicado por las ponzoñas habituales casi parece una misión imposible. Pero por eso mismo merece la pena intentarlo

Contar con la sociedad civil significa identificar a quienes podrían ser capaces y estar dispuestos a sacrificar un periodo vital de cuatro años. Gestionar lo público es algo que demanda una enorme responsabilidad. Lo ideal sería contar con políticos transeúntes (por emplear la expresión de Manuel Cruz), es decir, que no hayan convertido la política en su exclusivo modo de vida y estén dispuestos a poner un paréntesis en su labor profesional. El compromiso político no se sustancia siempre afiliándose a un partido. Ni una militancia veterana garantiza eficacia en la gestión.

Esto no significa desde luego eliminar sin más a quienes militan en uno u otro partido, pero quizá no fuese aconsejable que la inmensa mayoría debiera tener ese pedigrí como requisito imprescindible para participar en primera línea de fuego. El tiempo va pasando y no sabemos mucho del diseño que Yolanda Díaz tiene sobre su mesa. Sin duda el factor sorpresa contribuye a no desgastar las expectativas en un lapso dilatado. Pero tampoco es cuestión de que no darle tiempo a madurar. La espontaneidad es interesante, siempre que no se convierta en improvisación.

Ojalá no tire la toalla y Yolanda Díaz consiga rematar un proyecto que se muestra incompatible con los afanes de protagonismo. Sería imposible articularlo sin contar con caras conocidas, pero estas pueden provenir de ámbitos muy diversos, como el mundo de la cultura o la ciencia. La gente anónima convenientemente cualificada tampoco debería faltar. Mostrar la convergencia de distintas formaciones o movimientos políticos existentes tampoco estaría nada mal, siempre que no acaparasen las listas e impusieran cuotas desmedidas.

Los tiempos demandan aguzar el ingenio y echarle imaginación para conseguir un proyecto ilusionante

Articular un proyecto político de nuevo cuño que no nazca intoxicado por las ponzoñas habituales casi parece una misión imposible. Pero por eso mismo merece la pena intentarlo. Será difícil hacer calar ese nuevo discurso entre una juventud escéptica con la política y otras gentes que se dejan llevar por las inercias o siguen a una marca determinada. Implicar de modo altamente representativo a la sociedad civil puede ser decisivo para hacerse oír, tras haber sabido escuchar.

Los tiempos demandan aguzar el ingenio y echarle imaginación para conseguir un proyecto ilusionante, capaz de atender a los graves desafíos que nos atenazan y que requieren contar con gestores públicos tan honestos como eficaces. La política es cosa de todos y no hacemos otra cosa con cada uno de nuestros hábitos cotidianos. Cualquiera debería sentirse llamado a dedicar algún tiempo al noble arte de la política y desempeñar transitoriamente un papel en la representatividad ciudadana. Esto debería generar agradecimiento y no desconfianza. Más para eso hay que cambiar el perfil del agente político.

Yolanda Díaz y la sociedad civil