viernes. 26.04.2024
Foto: Twitter @Sumar

Oigo al Gran Wyoming en su nuevo programa preguntarse “¿si el Estado no nos ampara, para qué queremos Estado?” Y hace muchos años, a un viejo anarquista “¿quién nos defenderá de las multinacionales si desaparece el Estado?”. Paradójico que un emblema del sentido común de la izquierda de la calle y alguien encuadrado en el pensamiento tradicionalmente más antiestatalista recurran, precisamente, al Estado en defensa de la ciudadanía.

No creo que la finalidad del Estado sea ampararnos a los ciudadanos ni tampoco defendernos de las grandes Corporaciones económicas. Más bien el Estado es un instrumento de dominio al servicio de esos poderes económicos. El monopolio de la violencia y la represión en defensa del statu quo y de los intereses globales del Gran Capital

Pero en esa defensa de los intereses de los antagonistas de la ciudadanía, se producen coyunturas de beneficio social. Y de ellas nace la Seguridad Social, la Sanidad y la Educación Públicas, la Administración de Justicia más imparcial y objetiva, la Policía más democrática y al servicio de todos, las Fuerzas Armadas menos militaristas y más humanitarias…

Pero estas ventajas, como bien sabemos, no son irreversibles, están condicionadas en su mantenimiento a la cláusula de “rebus sic stantibus”, a que se mantengan las mismas circunstancias y correlación de fuerzas. La amenaza de vuelta atrás está siempre presente y los subjetivismos no nos ponen a salvo. La división ideológica de las fuerzas políticas en ultra-liberales y social-liberales no apunta a una diferencia sustancial, sino a una tendencia o dominancia. No son evidentemente iguales, pero unos y otros ceden a las presiones sociales y amplían la cartera de servicios sociales cuando pueden o no tienen más remedio y ambos recortan, con entrega, cuando así se les conmina. El Estado social de Derecho es así un fruto circunstancial de una sucesión de coyunturas.

El movimiento ciudadano y el municipalismo contribuyan a construir desde abajo la alternativa social

Todo lo que disfrazan las ideologías políticas, nos lo descubre, a veces, la lengua que, como los niños y los borrachos, siempre dice la verdad. En su origen las palabras son más auténticas. El Estado proviene de la raíz indoeuropea “-stä” de la que provienen otras palabras como el verbo estar, el adjetivo estable, la expresión statu quo, “stop”, estatua, establecimiento, establo, obstáculo, estatuto, constitución, resistencia, sustituir…Trasladan la idea de algo que está, permanece parado, detenido, inmóvil, que se interpone constituyendo un obstáculo, que obliga a no seguir, que subsiste y resiste, que impide el cambio… Y sustituye. Pero sobre todo Estado (E-stä-do) y Sistema (si-stä-ma), son una misma cosa, lo mismito. 

¿Estado neutro?

El capitalismo es un sistema fundado en la iniciativa económica privada. Por ello, es un sistema que, para funcionar, requiere el desarrollo desigual, la acumulación de riqueza en la mayor medida posible en manos de los menos posibles. E inevitablemente es un sistema generador de desigualdad y pobreza. Y el Estado es el instrumento de los ricos para mantener y aumentar su riqueza y asegurarles su seguridad institucional y personal fundamentalmente frente a los excluidos del sistema. Lo que ahora se llama outsiders. 

Y para ello utiliza la estrategia tradicional del palo y la zanahoria, represión y concesiones, en cada caso y en cada momento. Frente a la broma de que el capitalismo nos quiere hacer ricos a todos y el socialismo nos quiere hacer pobres, lo cierto y real es que el capitalismo empobrece a la inmensa mayoría y el socialismo lo que pretende es la desaparición de la pobreza y la creación de una sociedad más igualitaria. La igualdad es el soporte de cualquier ética y estética decente. Quizás no haya riqueza suficiente para que todos seamos ricos, pero sí la hay para que no haya pobres. Y ya llevando la cosa al extremo retórico, con la igualdad se diluye, relativamente al menos, los mismos conceptos de riqueza y pobreza.

Es una ilusión óptica creer que el Estado es neutro, es un mero lugar susceptible de ser ocupado por los unos o los otros. O que la ideología y los programas políticos sean el centro de la actuación política pues esta siempre gira en torno a la administración y gestión de los intereses económicos de los poderosos.

Esa es, sustancialmente, la visión de la socialdemocracia sobre la que teorizaron Max Weber y otros. El Estado como aparato neutro que disimula y oculta la trastienda de la política. Todavía recuerdo una discusión subida de tono con Gregorio Peces-Barba, q.e.p.d., en una Asamblea de estudiantes y profesores de la Facultad de Derecho, en que sin recato sostenía que los proletarizados P.N.N. -profesores no numerarios-, en plena Dictadura, carecían del derecho a la huelga, por su carácter de servidores públicos. Moralmente se entiende, porque jurídicamente el derecho estaba negado a todos. ¡El Estado aséptico, incluso durante una oprobiosa Dictadura! Siempre pensé que Don Gregorío en aquella época se debatía entre la democracia cristiana y la socialdemocracia.

Es urgente la crítica y la revisión

Y esa es la visión trasladada desde la socialdemocracia al leninismo, con su peculiar visión de la revolución que hoy vemos más próxima a una conquista de posiciones de poder, cotas y casamatas. En su evolución, el comunismo cada vez se sumergió más en estrategias y tácticas militares, quizás porque nació en una situación de guerra civil. Reconvirtió el concepto de clase en el de masas cercano al de un ejército regular, y el de liderazgo social en vanguardias dirigentes análogas a las estructuras de mando. El estalinismo no fue sino la exacerbación de la militarización aplicada a todos los planos (el político, el económico, el social, el internacional…) Es urgente la crítica y la revisión. Y también la autocrítica. La revolución ha de basarse en la libertad, en lo lúdico y la diversión. Si se trata de repetir la mili o reproducir las estructuras eclesiales, no cuenten conmigo.

Es poco conocida, y debería recuperarse, la crítica que formuló Angel Pestaña de la Revolución rusa ante el Congreso de 1917 de la III Internacional: “La revolución, según mi criterio, camaradas delegados, no es, ni puede ser, la obra de un partido. Un partido no hace una revolución; un partido no va más allá de organizar un golpe de Estado, y un golpe de Estado no es una revolución. La revolución es la resultante de muchas causas cuya génesis la hallaremos en un mayor estado de cultura del pueblo, en el desnivel entre sus aspiraciones y la organización que rija y gobierne ese pueblo”. La crítica feroz del protagonismo que los comunistas atribuían en la revolución al partido bolchevique, como si la revolución fuera el efecto milagroso de la voluntad del estado mayor de un partido político, tras la caída del muro de Berlín, es una clara anticipación histórica de la debacle. “Decirnos que sin el partido comunista no puede hacerse la revolución, y que sin el ejército rojo no pueden conservarse sus conquistas, y que sin la conquista del poder no hay emancipación posible, y que sin dictadura no se destruye a la burguesía es hacer afirmaciones cuyas pruebas nadie puede aportar”. Realmente el transcurso del tiempo, ha acreditado que esa estrategia, supuestamente revolucionaria, condujo a la mera sustitución de un régimen feudal por una dictadura capitalista de Estado. Y la fácil transición posterior a un capitalismo tradicional, “de toda la vida”, con las mayores tasas de concentración de capital, desigualdad, pobreza, desprotección social…Y la continuidad en el militarismo. Tanto tiempo, tantos muertos, tantos sacrificios… para acabar en manos de Putin y su legión de magnates ultra-plus-mega ricos, y un nuevo saqueo de ese desgraciado pueblo.

La nueva izquierda

Hoy la construcción de la nueva izquierda, implica una profunda revisión de la teoría hasta ahora sostenida que implica la necesidad de desenmascarar al social-liberalismo, como instrumento de flexibilidad del sistema. De superar el dogmatismo leninista, inútil, frustrante y contrarrevolucionario, pese a la generosidad, a toda prueba, de sus militantes. Además de aburrido y poco motivante. Y la recuperación de los postulados del posibilismo libertario, debidamente depurados. En el anarquismo encontraremos la mayor productora de valores humanistas y anticapitalistas de la Historia. El pensamiento más radicalmente crítico y la mayor apertura al respeto de cualquier diferencia, del ejercicio no prejuicioso de cualquier manifestación de la libertad.

Alguien dijo que todo anarquista es un socialista, pero que no todo socialista es anarquista. Ya ha habido intentos, tímidos, de superación de la dicotomía (el socialismo autogestionario o el socialismo libertario, desde uno y otro bando, respectivamente). Quizás sea el momento de la integración, desde el no dogmatismo y la libertad de conciencia personal.

Si el objetivo es el cambio de sistema, en términos tradicionales la “revolución social”, hay que resetearse, desandar y reiniciar el camino y definir colegiadamente una nueva vía en la que el protagonismo será colectivo, social; en que la creación de una cultura trabajadora en la calle será el magma; la eclosión de toda clase de organizaciones sociales colectivas, colectivistas, cooperativas (asociativas, culturales, económico-productivas y económico-consumidoras, etc.), anticipen el futuro, lo hagan creíble y nos eduquen para una nueva forma de organización social superadora del Estado ilegítimo; en que los Sindicatos reasuman su protagonismo social, abandonando su papel de gestores de los intereses del capitalismo y defensa de su propia supervivencia y de la aristocracia obrera a cuyo nacimiento han contribuido y constituye hoy su sostén; en que el movimiento ciudadano y el municipalismo contribuyan a construir desde abajo la alternativa social; y en que los partidos de izquierda ejerzan el posibilismo político en los estrechos márgenes en que, su acción electoral y dentro de las instituciones políticas, pueden favorecer la pronta llegada de la utopía. O en la necesaria confrontación ideológica por la consecución de avances y evitar retrocesos en los derechos sociales e individuales. Mostrándonos en todo caso la sustancia del Estado y el Sistema.

Así será. O no será. Es mi opinión.

¡Escucha, Yolanda!