viernes. 26.04.2024
pablo casado convencion PP

España mantiene, desde siempre, ciertas incoherencias que se manifiestan de forma más o menos constante y que nunca acabamos de eliminar. Una de esas incoherencias se centra en asumir la verdadera naturaleza del franquismo de acuerdo con la categoría que el abrumador consenso histórico le asigna. Sin profundizar sobre las manidas justificaciones del golpe militar protagonizado por los generales golpistas, en cuyo grupo Franco no era, ni mucho menos el llamado a las más altas glorias, el régimen de Franco sólo merece un calificativo: Dictadura. Sin más, sin paliativos, sin matices, sin distinciones.

Por supuesto, a mucha gente que vivió ese periodo largo, gris, terrible y sangriento le fueron bien las cosas y para muchos supuso un tiempo de prosperidad y bonanza, por mucho que los análisis más rigurosos pongan de manifiesto lo paupérrimo de los resultados económicos, sociales y culturales que se perpetuaron desde el 39 al 75. Entre el 39 y el 59, momento en el que los USA bendicen al régimen y nos visita Eisenhower, España fue un páramo desolado, un solar de pobreza, represión, hambruna, subdesarrollo y absurdo intento de autarquía movida por gasógenos, sin más. Pensemos que uno de los grandes momentos propagandísticos se basó en la adquisición del Dédalo, cascarón inservible que el ejército americano nos endosó tras haber sido inutilizado por un kamikaze de la II Guerra Mundial que lo puso al borde del desguace. El otro, la llegada de Evita Perón y sus barcos cargados de trigo tras años de racionamiento del asqueroso pan de centeno y astillas.

Ni AP ni el posterior PP ni mucho menos Vox asumen que el franquismo fue una dictadura

Admitido el hecho de que una parte de los españoles convivieron con ese régimen de forma cómoda, la derecha española nunca ha asumido la verdadera naturaleza de ese periodo y se ha mostrado remisa a la hora de cerrar página con el franquismo de una forma decidida y rotunda. Ni AP ni el posterior PP ni, mucho menos, Vox, asumen que el franquismo fue una dictadura, algo que es obvio y que nadie, con dos dedos de frente y una ligera pátina de objetividad histórica, puede negar. Y esa falta de condena rotunda, lo quieran o no, supone una convivencia y connivencia demasiado cómodas con el franquismo y con el propio Franco que es algo muy difícil de compaginar con los usos y costumbres que la democracia exige.

La última demostración de esa incómoda comodidad, la ha protagonizado Pablo Casado, que se ha sentido cómodo y muy a gusto en un aquelarre franquista de banderas, coronas y cánticos en honor al dictador. Según él, se metió en una iglesia cualquiera a oír misa y, una vez allí, no reparó en nada que no fuera su propio arrebato de misticismo y comunión con Dios. Sr. Casado, con perdón: vaya Vd. al carajo. Eso, salvo que Vd. sea tonto de baba y bastante estúpido, no se lo cree nadie, así que asuma su realidad: a Vd. no le molestan nada ni los símbolos ni las manifestaciones que exaltan a Franco, más bien le ponen cachondo. ¿O no?

No tengo la intención de argumentar sobre la conveniencia de que un político alemán asista a una misa por Hitler, pues eso dispara los comentarios exaltados de “No vamos a comparar”, aunque es muy comparable y el régimen propició la masacre de españoles en la desastrosa aventura de la División Azul, pero sí es una evidente falta de sensibilidad y una demostración de que los líderes del PP actual ni quieren sumarse a la condena del régimen, ni les parece que todo ese periodo es repudiable. Y ese es el verdadero problema: que su comodidad con uno hace que la convivencia con la otra -la democracia- les resulte incómoda como un traje mal hecho.

Sr. Casado y demás prebostes del PP -no para sus votantes, cuya mayoría, supongo ajena a esta dinámica- hagan los deberes ideológicos y formen en las filas de los demócratas europeos que tienen claros los principios de la democracia y no pastelean ni con Petain, ni con Mussolini, ni con Franco, ni con Stalin ni con todos esos que pisotearon los derechos humanos, arrasaron vidas y haciendas y han pasado a la historia como deleznable seres humanos. La cosa es simple y el día que vean Vds. una bandera con el pollo y les salgan ronchas, será el momento de certificar que les ha llegado el deseado momento de la iluminación y la epifanía al comprobar que, por fin, al vestir el traje de demócratas, ya no les tira la sisa.

Mientras ese momento no llegue, es normal que Odón Elorza se suba por las paredes del congreso. 

Posiblemente no muy correcto y pasado de frenada, pero muy humano y comprensible, por cierto.

Una incómoda comodidad