viernes. 26.04.2024

Banquo, el personaje del Macbeth shakesperiano, al salir del castillo junto a su hijo comenta de pasada a los hombres que están fuera: let it come down. Cuatro palabras sucintas en referencia a la lluvia que se aproxima y de las que el novelista Paul Bowles extrajo toda una reflexión sobre ese lento transitar hacía lo inevitable. La interiorización psicológica y moral de lo inevitable ha sido a través de la historia el sesgo más sustantivo y característico de la renuncia y la resignación. Y aunque el Papa Francisco quiera ahora sustituir la resignación cristiana por la paciencia, en ambos casos siempre es el resultado de una impasibilidad mecánica e intelectual que conlleva una renuncia, una aceptación de derrota.

La hegemonía cultural es un concepto gramsciano, fronterizo a lo que el sociólogo Pierre Bourdieu llamaba violencia simbólica, que designa la dominación de la sociedad, culturalmente diversa, por una minoría dominadora, cuya cosmovisión, creencias, moral, explicaciones, valores o costumbres se convierte en la norma cultural aceptada y en la ideología dominante, válida y universal. La hegemonía cultural justifica el statu quo social, político y económico como natural e inevitable.

La interiorización psicológica y moral de lo inevitable ha sido a través de la historia el sesgo más sustantivo y característico de la renuncia y la resignación

Los económetras, arúspices, gurús, santones, especuladores y usureros, proclaman el meme de una próxima crisis económica, que según los últimos tiempos críticos que hemos sufrido, volverá a hacer a los ricos más ricos y a los pobres más pobres. El capitalismo radical, y lo es todo el existente desde la demolición del muro de Berlín, necesita, en períodos cada vez menos espaciados, una crisis metafísica que aporte racionalidad a la irracionalidad de la explotación. Aunque más bien podríamos calificarlas de crisis patafísicas, ese descubrimiento de Faustroll, que nos mostró Alfred Jarry y cuya ciencia se fundamenta en el estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan lo excepcional. No otra cosa que patafísica fue la consigna que uno de los padres del neoliberalismo, Milton Friedman, cuando afirmó que había que conseguir que lo políticamente imposible fuera políticamente inevitable.

La hegemonía cultural justifica el statu quo social, político y económico como natural e inevitable

En la última crisis la metafísica que al final imperó no fue que el sistema financiero expelía una toxicidad que no era sino el timo elevado a la categoría de producto financiero, que la bolsa funcionaba mediante la fantasmagoría de la especulación, que la ventaja competitiva de las grandes empresas no se buscaba en la excelencia o la innovación sino en la explotación intensiva de la mano de obra, la conclusión de la causa de todos los males se sustanció en la más inverosímil de las teorías: los trabajadores ganaban mucho y los gobiernos gastaban demasiado. Después de este diagnóstico la solución era clara: degradar los salarios y las condiciones de trabajo por debajo de la subsistencia y constreñir al máximo las políticas sociales. 

Llegó a ser un excelente negocio quebrar a una entidad bancaria, después de haberla esquilmado en beneficio privado, ya que entonces para salvar al banco los gobiernos acometían lo que los capitalistas dicen que no funciona y que es un desastre, la nacionalización. Se saneaba con dinero público, con gestión pública y después de devolvía a manos privadas, que “es lo que funciona.” En su momento, el caos lo desataron los llamados bancos ‘too big to fail’(demasiado grandes para quebrar), que se terminaron beneficiando de los rescates públicos. Se recompensaban de esta manera las decisiones fallidas de una serie de banqueros, cuanto menos, irresponsables. Henry Ford, fundador de la ‘Ford Motor Company’ advertía lo bueno que resultaba que la mayoría de los estadounidenses ignorase el funcionamiento de la banca, indicando “Porque si no fuera así, habría una revolución antes del amanecer”.

La conclusión de la causa de todos los males se sustanció en la más inverosímil de las teorías: los trabajadores ganaban mucho y los gobiernos gastaban demasiado

Socialismo de Estado para los capitalistas y laissez passer para las clases populares. Cuando las grandes empresas obtienen enjundiosos beneficios, pagan pocos impuestos y las transferencias de las rentas del trabajo a las rentas del capital son escandalosas en el contexto de un sistema donde el crecimiento crea ricos pero no riqueza, una nueva crisis patafísica es necesaria para justificar como políticamente inevitable tanta desigualdad, injusticia social y degradación del mundo del trabajo y penalización generalizada de las mayorías sociales.

Socialismo de Estado para los capitalistas y laissez passer para las clases populares

Es por ello, que la nueva irracionalidad inoculada en la realidad social es la crisis inflacionaria por el encarecimiento arbitrario de la energía, lo que ha conllevado severas contradicciones por acumulación, y, consecuentemente, la quiebra de las lógicas del mercado energético: las grandes compañías ven cómo la rentabilidad de su negocio, que no deja de ser la gestión de una actividad estratégica privatizada por los Estados, se dispara a un desconocido ritmo de crecimiento mientras aspiran a ingentes inyecciones de dinero público a través de los fondos europeos y sin que ello sea un obstáculo para oponerse a pagar un impuesto de nueva creación que se llevaría menos de la mitad de ese beneficio extraordinario.

Un capitalismo sin alternativas que solo puede subsistir empobreciendo a las mayorías para enriquecer a unos pocos

El escenario se completa con una clientela cautiva que ve cómo sus bolsillos se vacían a un ritmo vertiginoso como consecuencia de la misma coyuntura económica, y de las prácticas especulativas desatadas a su socaire, que está disparando los beneficios de esas compañías, y con un Estado, el mismo que privatizó el negocio y que ahora impulsa el nuevo tributo 'paliativo', al que las acciones de socorro a los ciudadanos le están costando casi cuatro veces más de lo que ingresará con ese impuesto. Los efectos inflacionarios del encarecimiento energético supone un nuevo proceso de depauperación de las clases medias y populares en el contexto de un capitalismo sin alternativas que solo puede subsistir empobreciendo a las mayorías para enriquecer a unos pocos.

Las eléctricas que nos empobrecen