lunes. 29.04.2024
luz

La nominación culposa de las tensiones inflacionistas que sufre la economía de nuestro país, es polémica que dura ya largo rato, como el lector probablemente habrá podido comprobar. Para el carpetovetonismo de guardia, como todas las desgracias ciertas o posverdaderas que pudiera descubrir, la autoría del desarreglo economicista es claro: Sánchez.

Para el gobierno y la izquierda patria el excesivo coste de la vida sólo tiene un protagonista: Putin. Empero, en la memoria de la ciudadanía, al menos de la ciudadanía menos inatenta, los hechos ocurrieron con una simpleza cotidiana, doméstica, de hurto de supermercado, a quemarropa: cuando ciudadanos, autoridades, pacientes, sanitarios y  sursum corda en pleno coronavirunazo se vieron sorprendidos con un alza estratosférica de los precios de la energía con carácter diario y exponencial.

Ni siquiera hacía falta que las eléctricas lo justificaran: el producto era más caro porque podía ser más caro y los oligopolios están tan bien engrasados en la maquinaria de la influencia política  que podría decirse que encarnan un poder dramáticamente  verdadero y absoluto que puede hacer cualquier cosa sin que las consecuencias les alcancen. Ningún político, ningún mass media, se ha atrevido a tildar lo ocurrido a una especulación abusiva de las empresas eléctricas.

¿Quién manda en España? ¿Qué limites tiene el poder fáctico? Son preguntas que nadie formula a pesar de que plantean la realidad sumaria que condiciona nuestra cotidianidad material y nuestra convivencia democrática. Vivir en una permanente crisis institucional se ha convertido en la agrimensura ordinaria del régimen político. El carácter autoritario y poco ejemplar de la jefatura del Estado, la capilaridad dolosa entre poderes, calco de la “unidad de mando y diversidad de funciones” del caudillaje y por lo que Montesquieu  andará revuelto en su tumba; la pobreza estructural; la desigualdad crónica e inducida, la imposibilidad de implementar en un ciclo amplio y transformador políticas progresistas de altura es por lo que España es el paraíso de los golpes de Estado blandos o golpes suaves, golpes encubiertos o golpes no tradicionales al uso, sino vertebrados por un conjunto de técnicas no frontales y principalmente no violentas, de carácter conspirativo, con el fin de desestabilizar a un gobierno y causar su caída, sin que parezca que ha sido consecuencia de la acción de otro poder.

La expresión ha sido atribuida al politólogo estadounidense Gene Sharp. En algunas ocasiones, el golpe de Estado blando se relaciona con el llamado lawfare (guerra jurídica o guerra judicial), cuando la desestabilización o derrocamiento del gobierno se realiza mediante mecanismos aparentemente legales. Como señalaba Pierre Rosanvallon ser representado no es sólo votar y elegir un representante, es ver nuestros intereses y nuestros problemas públicamente, nuestras realidades vitales expuestas y reconocidas.

Sin embargo, primero nos suben la luz a unos precios escandalosos, generando una espiral viciosa de escalada tarifaria lo que acompañado de una subida de carburantes y la oportuna paralización logística del país con carácter político, puesto que se incardina la protesta contra el gobierno y no contra los causantes del ascenso de los precios, todo conduce al intento de boicot a un ejecutivo, que aun con la limitación de uniformidad conservadora del sistema, se compadece con el provecho de las mayorías sociales.

¿Están subiendo el recibo de la luz o dando un golpe de Estado?