viernes. 26.04.2024

El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta

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En 1788 el Santo Oficio incautó todos los ejemplares de la Encyclopédie Methodique, donde apareció el artículo Espagne, de Masson de Morvillers, en el que se dice: “El español tiene aptitud para las ciencias, existen muchos libros, y, sin embargo, quizá sea la nación más ignorante de Europa. ¿Qué se puede esperar de un pueblo que necesita permiso de un fraile para leer y pensar? Si es una obra inteligente, valiente, pensada, se la quema como atentatoria contra la religión, las costumbres, el bien del Estado: un libro impreso en España sufre regularmente seis censuras antes de poder ver la luz, y son un miserable franciscano o un bárbaro dominicano quienes deben permitir a un hombre de letras tener genio”.

Hoy afortunadamente se ha producido un cambio radical. España brilla en todas las ramas científicas. Lo estamos constatando. Hoy Masson de Morvillers tendría que rectificar su opinión. 

Cuando el niño Julen, ingenieros a tutiplén. Los cuñaos desde las barras de los bares, ahora no, ahora desde las redes sociales, muchos daban lecciones de ingeniería de montes, de minas, de puentes y caminos. Hagamos un inciso. El asunto del niño Julen lo utilizaron algunos partidos políticos para lanzar consignas a la familia gritando que ese partido está con ellos, que no los olvida, como hizo el padre de Mari Luz, la niña de cinco años asesinada en 2008. “Julen, desde el pozo tan oscuro donde estés metido, el PP y España entera está contigo”, dijo en la convención del PP en la que defendía la presión permanente revisable. Y en el cenit del cinismo y desvergüenza los dirigentes de este partido, paradigma de patriotismo, acusan a otros partidos de “populistas”.

Cuando la exhumación de Franco, al oír las palabras tan contundentes y firmes de muchos españoles sobre el tema daban la impresión de ser catedráticos de Universidad de Historia de España. Hagamos otro inciso. En este tema se ha producido un hecho lamentable, del que son responsables algunas cadenas de televisión y de radio, y algunos medios, en su gran mayoría privados, ya que permitieron la presencia de portavoces de asociaciones franquistas, familiares de Franco y diferentes revisionistas históricos, o tertulianos indocumentados y tronitronantes, que han generado una inseguridad informativa en cuanto al conocimiento de nuestra historia. Parece que el ambiente de reyerta y planteamientos de encendida defensa del franquismo, fascismo puro y duro, y la negación de las realidad por parte de franquistas, buscados a conciencia por las Ana Rosa Quintana, Susana Griso o Iñaki López para sus programas en sus cadenas con motivo de la exhumación, aumentaban la audiencia y su lógica repercusión en las redes sociales. La audiencia es la audiencia. Por ende, un ciudadano normal sin conocimientos históricos de nuestro país que asistiera a un debate sobre la exhumación del Funeralísimo, así llamado por Rafael Alberti, inevitablemente llegaría a la conclusión de que el régimen de Franco fue un remanso de paz y que nos introdujo en el desarrollo económico, por lo que deberíamos estarle todos los españoles bien nacidos eternamente agradecidos. Como hizo en su primer discurso oficial como Rey, Juan Carlos I: “Una figura excepcional entra en la Historia, con respeto y gratitud quiero recordar su figura. Es de pueblos grandes y nobles saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda su vida a su servicio”. Lo grave no solo es la falsificación de la historia, sino que también el encrespamiento de la sociedad por este periodismo de trincheras. En todos los debates estaba presente el paradigma de la profesionalidad ética del periodismo: Eduardo Inda. Y en estos programas no han participado determinados historiadores como Ángel Viñas,  Julián Casanova, Francisco Espinosa o Helen Graham, no sé si porque no fueron invitados o porque estos rehusaron la invitación para no debatir con personajes sin ninguna solvencia académica. Lo cual está plenamente justificado. No obstante, me parecen muy oportunas las palabras de Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia, que ganó el Premio Nacional de Historia por su ‘Isabel II. Una biografía (1830-1904)’, el mejor libro de Historia escrito en el 2010: Creo que la presencia social de los historiadores en España no puede compararse con la de los franceses o, incluso, los ingleses y los alemanes. Puede ser culpa nuestra por no entrar, con excepciones, en los grandes debates, pero también de unos medios que no parecen respetar demasiado lo académico y optan más bien por afianzar esa figura tan chocante del "tertuliano" habitual. En lo que a nuestra responsabilidad se refiere, creo que deberíamos participar más de la conversación social a partir de lo que puede darnos de "autoridad" nuestra disciplina. A veces, incluso, entre los académicos se minusvalora esa función y se dice, con cierta condescendencia malévola, que fulanito o menganita es "muy mediático". Debemos tomarnos en serio la función social de la historia y compaginar, en la medida de lo posible, la investigación de base con la alta divulgación y el debate.

Ahora inmersos en una pandemia mundial, que supera ya los 3 millones de contagios, los epidemiólogos doctorados, unos en Oxford y otros en Harvard, aparecen hasta debajo de las piedras. No hay aspecto de la enfermedad del Covid19 que sea desconocido para ellos. Saben dónde y cuándo apareció; cómo se transmite y cómo hay que combatirla. Es algo maravilloso. No me resisto a plantear unas preguntas. Si somos 47,1 millones de epidemiólogos, ¿cómo hemos llegado a esta situación? Si todos sabíamos lo que se nos venía encima con días, semanas, incluso con meses de antelación, ¿por qué nadie avisó a las autoridades sanitarias para protegernos a todos? Si las autoridades sanitarias no tenían ni idea, ¿por qué no nos aprovisionamos por nuestra cuenta de mascarillas, epis, test, respiradores…? ¿Por qué no nos confinamos antes?  

Y ya empiezan a vislumbrase en el horizonte egregios y conspicuos economistas con todo tipo de soluciones para salir de la crisis social y económica actual y futura, aunque sea la más profunda en 100 años, que seguro han leído, subrayado y reflexionado Teoría general del empleo, el interés y el dinero de John Maynard  Keynes, La gran trasformación de Karl Polanyi y El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty. Esto es un lujo. ¡Qué gozada vivir en esta España con tanta materia gris desparramada a raudales por doquier!  No obstante, el académico, Francisco Ayala ya nos advirtió: «El español acostumbra a creer que lo sabe todo. Lo más sospechoso es que nadie se sorprende de tal desfachatez». En esta España nuestra se podría aplicar aquello del maestro Ciruela: no sabía leer y puso escuela. O como dijo muy bien Antonio Machado: “Los que están siempre de vuelta de todo, son los que nunca han ido a ninguna parte”.

El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta