lunes. 06.05.2024

Para entender el 15-M

En 1899, mientras Joaquín Costa exigía la disolución del ministerio de Marina (ya no había barcos, pues todos se habían perdido en Santiago de Cuba o en Cavite) y el cierre de cuarteles para abrir escuelas, Antonio Maura clamaba en el Congreso de los Diputados que o la revolución se hacía desde arriba o se haría desde la calle.

En 1899, mientras Joaquín Costa exigía la disolución del ministerio de Marina (ya no había barcos, pues todos se habían perdido en Santiago de Cuba o en Cavite) y el cierre de cuarteles para abrir escuelas, Antonio Maura clamaba en el Congreso de los Diputados que o la revolución se hacía desde arriba o se haría desde la calle. Cualquiera puede tener sus dudas si la situación ahora es comparable o no al 98, pero me atrevo a opinar que las palabras de Maura son exactamente lo que hay que tener presente para enjuiciar el movimiento que los medios internacionales empiezan a denominar la «Spanish revolution».

A uno le molesta una sumisión cultural tan manifiesta, como la que denota la aceptación una tal denominación, en lengua extranjera. A otra, que se critique de raíz el sistema democrático y no se valore lo que costó traerlo a España. A un tercero no se le ocurre nada mejor que decir que la crítica debe manifestarse en las urnas. Un cuarto, en fin, se indigna de que el movimiento surja ahora, precisamente en campaña electoral y con el propósito manifiesto de influir en el sistema que critica. Ninguno se ha enterado de nada. La advertencia al establishment es recibida por el establishment haciendo oídos sordos.

Las formas del movimiento son todas prestadas; empiezo a sospechar que incluso el eslogan que tanto me gusta («El poder nos teme porque la revuelta enamora») es copia de otro de Mayo del 68. Pero todo eso es secundario. O mejor dicho, es de importancia cardinal, pero no se entiende nada. ¿Es que no se han enterado de que se trata de una crítica a la democracia formal, y que por tanto las formas son objeto de desprecio? Duro reto para una sociedad oficial que ha envejecido en la adoración de las formas. ¿Que no quieren la democracia que tenemos? Sí la quieren, pero quieren más. ¿Que por qué no votan para expresar su descontento, como quiere el presidente del gobierno? Puede que lo hagan por el partido que defiende los derechos de los animales o cualquier otro. El punto crucial es que no son tontos y saben que ése es un voto inútil, y que para votar útil tan sólo se les da un par de opciones, ninguna de las cuales les gusta. Podrían formar un nuevo partido político, pero no hay tiempo y además no es eso lo que primariamente les interesa. El hecho de que hayan surgido en una campaña electoral es prueba de que no son «antisistema» al uso, puesto que quieren influir en el sistema a su manera; el establishment debería alegrarse. Y el PSOE debería alegrarse más todavía, porque aparecen cuando las encuestas dan una abrumadora victoria al PP, al que ellos no quieren votar porque saben que no cambiara la política ni un ápice. Y el PP debería alegrarse bastante, porque ésos son votantes naturales del PSOE que en estas elecciones no van a ir a votar, o votarán inútil. Entonces, ¿a qué viene tanto aspaviento, tanto miedo a la calle?

Por una razón muy sencilla, la democracia formal, desprovista de cualquier contenido real, ha demostrado ser una mentira. No es verdad que los ciudadanos decidan la política, porque los ciudadanos no decidieron los ajustes del 10 de mayo de 2010 y todo lo que ha venido después. Si el presidente del gobierno hubiera consultado, la mayoría del país habría dicho NO. Por eso asumió toda la responsabilidad en solitario, como un héroe de tragedia romántica. Pero eso no es importante, es más bien materia para una ópera bufa. Lo importante es que ese día se dio un golpe de Estado en España. ¿Pues que a lo peor no había otro remedio que darlo? Pues a lo peor, pero se dio. Y el golpe de Estado no lo dio el gobierno, ni siquiera el presidente del gobierno, con toda su trasnochada gallardía. El golpe lo dieron los organismos internacionales y lo dieron los mercados, utilizando la debilidad del gobierno como instrumento. Y la calle ha percibido que esta democracia formal está desequilibrada, porque el interés de un hedge fund de las Islas Cayman pesa en la definición de nuestra política más que el voto de los ciudadanos. Los ciudadanos han salido a la calle para contrarrestar ese desequilibrio, de la única forma que el sistema les deja. A eso se reduce todo. Pero eso, con lo poco que parece, a lo mejor es el inicio de un gran cambio. El riesgo es que no estamos preparados.

Para entender el 15-M
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