sábado. 20.04.2024
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Marcha por el clima en Madrid. (Foto: PACMA)

"Esta década es de vital importancia para revertir la situación de emergencia planetaria (…) El tiempo disponible se acaba y los impactos ambientales cada vez provocan procesos más irreversibles (…) El sistema económico dominante tiene que reajustar su estructura y funcionamiento (…) Quizá otro futuro sostenible, resiliente y equitativo es posible y deseable para la humanidad y la naturaleza, pero solo con otro capitalismo y otra economía".

Luis M. Jiménez Herrero

Vivimos en la era del ‘antropoceno’ o ‘capitaloceno’ donde el ser humano se cree el dueño de la naturaleza y donde el capital modela el mundo a su antojo. Este siglo XXI nos está poniendo frente al espejo de nosotros mismos: pandemias, guerras, catástrofes naturales… Términos como ‘calamidad climática’, ‘puntos de no retorno’, ‘emergencia planetaria’ nos pintan un negro horizonte que nos obliga a cambiar radicalmente nuestras dinámicas y la forma de cohabitar con la naturaleza. Salvar al plantea es salvarnos a nosotros mismos. 


POR UNA TRANSICIÓN SOCIOECOLÓGICA

Ex director del Observatorio de la Sostenibilidad en España y actualmente presidente de ASYPS (Asociación para la Sostenibilidad y el Progreso de las Sociedades) además de profesor honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, Luis M. Jiménez Herrero lleva toda una vida dedicada al medio ambiente y al desarrollo sostenible. Autor de varios libros, acaba de publicar un último trabajo, ‘Emergencia Planetaria y Transición Socioecológica', donde aborda nuevas formas de gobernar en alianza con la naturaleza en la llamada era del Antropoceno o del Capitaloceno. ¿Estamos a tiempo de salvar el planeta? ¿Somos verdaderamente conscientes de que nos precipitamos hacia el abismo? ¿Hay voluntad política para encarar con valentía acciones que ya no pueden postergarse más? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso como ciudadanos para vivir en paz con la naturaleza? Esta y otras cuestiones son analizadas en esta entrevista con la mirada crítica del experto.


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Luis M. Jiménez Herrero. (Imagen de archivo)

Nuevatribuna.es | ‘Emergencia Planetaria y Transición Socioecológica’ es la tercera publicación de la colección de ASYPS Sostenibilidad y Progreso. ¿Qué le llevó a escribir el libro?

Luis M. Jiménez Herrero | Pues plantear un análisis de la situación en un momento clave para la humanidad y el planeta. Después de muchos años trabajando en este ámbito, creo necesario seguir haciendo pedagogía de la sostenibilidad en su verdadero sentido genuino y transformador.

Es una reflexión sobre la emergencia planetaria que está bien visibilizada por un cambio Global y por la crisis climático-ambiental que nos adentra en la nueva era del  Antropoceno. Ahora se habla mucho de este concepto entendido como la capacidad del ser humano para decidir los designios de la Ecosfera. Pero sería mejor hablar del Capitaloceno, por ser el capital el que modela el mundo moderno y el sistema económico dominante. Y lo que se requiere es un cambio sustancial del sistema económico a fin de que se puedan satisfacer las necesidades humanas y mantener el equilibrio ecológico.

El sistema económico dominante tiene que reajustar su estructura y funcionamiento

Para ello, no tenemos más remedio que transitar urgentemente hacia patrones de producción y consumo sostenibles, resilientes y equitativos. Este gran objetivo del siglo XXI exige hacer viable la gobernanza de una “familia” de transiciones de sostenibilidad interconectadas (energía renovable, economía verde, circular, hipocarbónica). Es ahora cuando el sistema económico dominante tiene que reajustar su estructura y funcionamiento para encarar una gran “transición socioecológica” por sendas sostenibles y procesos coevolutivos de la humanidad en el ecosistema global.

NT | En su último informe, el panel de expertos sobre cambio climático de la ONU (IPCC) alerta de la urgencia de actuar de manera inmediata para frenar el cambio climático. ¿Cuál es el diagnóstico a día de hoy y qué se puede hacer en el corto plazo para revertir la situación?

L.M.J | Efectivamente, los científicos del IPCC de Naciones Unidas nos siguen advirtiendo en su último informe de la evidencia del cambio climático y de las consecuencias de esta “calamidad climática”. Y lo que nos confirman es que se ha perdido mucho tiempo para hacer frente a esta situación. Ahora ya no hay tiempo para demoras ni lugar para excusas que impidan afrontar los desafíos ambientales globales. La ciencia nos advierte que el tiempo para la acción se agota por el sobrepasamiento de los límites planetarios y el riesgo de alcanzar “puntos de no retorno”.

Esta década es de vital importancia para revertir la situación de emergencia planetaria

La  velocidad y contundencia de la perturbación de nuestro clima y de nuestros ecosistemas ya es peor de lo que se pensaba, y se está moviendo más rápido de lo previsto. El anunciado calentamiento global de 1,1 °C por encima de los niveles preindustriales parece que ya se acerca más a 1,3 ºC a nivel global. Si las sociedades, sobre todo las más avanzadas y más responsables históricamente, con todas sus capacidades y sobrados conocimientos, no actúan con la necesaria contundencia y urgencia, estaremos entrando en una dinámica económicamente inaceptable. Y eso, tanto por el coste que supone la “insuficiente acción”, pero también porque es éticamente irresponsable para permitir la salud del Sistema Tierra donde habitamos los seres humanos junto con otras especies. A pesar de todo, los científicos no niegan que todavía no haya tiempo para actuar, aunque cada vez sea más tarde. En lo que más se insiste es que esta década es de vital importancia para revertir la situación.

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NT | Llevamos años, si no décadas, escuchando las advertencias de científicos, investigadores, expertos como tú mismo, y da la sensación de que nada se mueve o que se mueve muy poco, incluso negando la evidencia como los voceros del negacionismo, o en la cara opuesta, los profetas del apocalipsis.  ¿Qué opinas sobre esto?

L.M.J | Pues esa es la cuestión, si estamos haciendo lo suficiente para cambiar el presente y afrontar el futuro. A pesar de la aceptación, cada vez más generalizada, de que estamos ante una “emergencia planetaria”, entiendo que todavía no ha habido la suficiente voluntad política, pero tampoco se ha impuesto con contundencia la exigencia científica, ni se ha ejercido la conciencia ciudadana y, no han emergido las capacidades institucionales transformadoras necesarias para imponer cambios profundos en los sistemas económicos, sociales y financieros del capitalismo depredador imperante.

El mayor desafío sigue siendo la cuestión de la voluntad política

El asunto de la voluntad política es un tópico demasiado repetido. Pero no por ello, menos relevante hoy todavía. No deja de sorprender que uno de los mensajes más claros de la pasada Cumbre de Naciones Unidas denominada “Estocolmo+50” (celebrada en junio de 2022, cincuenta años después de la primera Cumbre de Estocolmo´72), es que “el mayor desafío sigue siendo la cuestión de la voluntad política”.

Pero, aunque parece muy claro que el tiempo de los discursos y compromisos elevados ha terminado, porque es el momento de la implementación de una acción concertada mundial, sigue habiendo una “falta de urgencia”. Parece que líderes mundiales no están a la altura de los grandes retos mundiales y siguen sin entender y aceptar la crisis existencial que hoy enfrenta al mundo con una situación de “emergencia planetaria”. Y es que el tiempo disponible se acaba y los impactos ambientales cada vez provocan procesos más irreversibles.

El tiempo disponible se acaba y los impactos ambientales cada vez provocan procesos más irreversibles

Así que, hay que asumir la necesidad de una “gran transformación socioecológica” y definir bien las transiciones de sostenibilidad para un rápido cambio de rumbo con el llamado “enfoque 2030” y a más largo plazo con la “visión de 2050” para aspirar a un futuro sostenible y solidario; un futuro común que solo se podrá lograr si transformamos nuestra manera de producir, consumir, vivir, trabajar y cooperar.

NT | Una de las amenazas que se cierne en la lucha contra el cambio climático es lo que se ha venido a denominar el greenwashing o blanqueo ecológico. ¿Qué nos puedes decir sobre esto?

L.M.J | Pues es cierto que cada vez más, el sector privado aumenta su interés por la sostenibilidad, la economía circular y la responsabilidad social corporativa. Sin embargo, abundan las prácticas fraudulentas del greenwashing, con sus propagandas de productos o procesos supuestamente sostenibles, cuando en realidad no los son, y que suelen estar encubiertas por un marketing verde inconsistente.

Lo que parece claro es que se necesitan mayores esfuerzos de la economía productiva que vayan más allá del simple cumplimiento de la normativa ambiental, y apostar por procesos sostenibles “reales” que conduzcan a la transición ecológica. Pero todo este proceso transformacional también compete al sector financiero que igualmente suele practicar el greenwashing con “productos verdes”. Este poderoso sector tiene, además, una gran responsabilidad para aportar soluciones reales con nuevas fuentes de financiación alternativas que aseguren los máximos co-beneficios mediante modelos mixtos público-privados de “finanzas sostenibles”. Incluso, considerando la desinversión en el caso en el que las empresas no transiten por vías sostenibles.

En todos estos procesos hay que evitar no solo las perniciosas prácticas de greenwashing, sino también la perversa tentación de favorecer la “mercantilización de la biosfera”.

NT | Hablas en tu libro que, en los últimos 25 años, la humanidad ha ido encadenando una crisis tras otras (policrisis que llaman) y todo apunta a que seguiremos en este clima de inestabilidad a todos los niveles. ¿Es que no hemos aprendido nada?

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L.M.J | Pues quizá no hemos aprendido lo suficiente. Aunque tengamos mucho conocimiento científico, quizá no tenemos tanta “sabiduría” para convivir en paz con la naturaleza. A la vista de los acontecimientos recientes y de otros anteriores que van generando efectos acumulativos, se podría decir que, en general, las percepciones sobre la situación ecológica del planeta y las perspectivas de futuro sostenible y saludable siguen mostrando un mayor grado de incertidumbre y pesimismo.

Estos dos últimos años, la crisis del coronavirus y la guerra de Ucrania, con todas sus lamentables consecuencias, nos han enseñado, de forma mucho más elocuente, la fragilidad de nuestros modelos de desarrollo y la vulnerabilidad de nuestras economías, ecosistemas y sistemas de salud, lo cual nos está llevando a reconsiderar urgentemente, especialmente en Europa y en gran parte del mundo, muchos de los planteamientos convencionales del modelo civilizatorio occidental para poder aspirar a una “salud planetaria”. Ahora, por ejemplo, entendemos mejor la necesidad de contemplar “una sola salud” en un sentido holístico, integrando la dimensión humana, animal y ambiental.

Pero, sobre todo, somos mucho más conscientes de que estas crisis pandémicas, bélicas y de recursos que se superponen a la emergencia climática-ambiental son globales y están claramente interrelacionadas, y cuyo común denominador es la insostenibilidad de los modos de producción y consumo que son propios de una economía capitalista globalizada en permanente crecimiento. De hecho, en Europa vivimos actualmente consumiendo recursos naturales como si tuviéramos disponibles tres planetas. Y eso es claramente insostenible.

NT | La lentitud con la que actúan los gobiernos contrasta con la percepción ciudadana. Diferentes sondeos, estudios… muestran la inquietud de la ciudadanía por el cambio climático, principalmente en climas de opinión donde abundan las noticias de las catástrofes naturales, el aumento de las temperaturas, etc. Pero, ¿crees realmente que hay conciencia ecológica? ¿Y cambia el grado de concienciación por generaciones, por edades, por sexo…?

L.M.J | Muchos ciudadanos pueden compartir también esta visión poco optimista a raíz del sufrimiento directo, tanto por el impacto devastador de la crisis pandémica y todas sus secuelas, que han conmocionado a las sociedades, como por los efectos extremos del cambio climático y de la destrucción acelerada de la naturaleza. Durante el verano de 2022, más concretamente, además de varios episodios internacionales, como las inundaciones en Pakistán, las altas temperaturas en India, las prolongadas sequías en el hemisferio norte e incendios devastadores, también los ciudadanos europeos tuvieron la oportunidad de entender mejor la emergencia climática-ambiental en sus propias carnes. El cambio climático, como señala la Agencia Europea del Medio Ambiente, ha dejado de ser un escenario hipotético de posibles impactos en el futuro porque este verano pasado se convirtió en una penosa realidad diaria para millones de europeos, ya que gran parte de Europa sufrió intensas olas de calor, superando los 40° C en muchos lugares, con tres intensos episodios en España, que han marcado el verano europeo más cálido desde al menos 1880. El año 2022 es el quinto más cálido desde que existen registros. Ahora, el futuro social, justo y ecológico de Europa parece ser más incierto y más vulnerable.

Una gran mayoría de los ciudadanos europeos, pero especialmente los jóvenes, manifiestan en encuestas del Eurobarómetro que los problemas relacionados con el cambio climático, la salud y el medio ambiente son los principales retos mundiales que afecta al futuro de la UE, y que la lucha contra estos desafíos puede contribuir a mejorar su propia salud y bienestar. Además, aparece un nuevo fenómeno ligado no solo al mayor conocimiento y conciencia social, sino que pasa de ser una preocupación a algo más grave que atañe directamente a la salud mental de las personas y que se identifica con la ecoansiedad. Este es un trastorno que aflige, en mayor medida, a los jóvenes y a la ciudadanía más sensible y más activa en defensa de la naturaleza. Las causas de esta situación hay buscarlas más en la falta de acción de los responsables políticos nacionales e internacionales, y en una respuesta gubernamental inadecuada, que genera sentimientos de traición, abandono y frustración personal.

NT | En tu libro hablas de la “gobernanza global de los bienes ambientales”. Cuéntanos, ¿a qué haces referencia?

L.M.J | Apostar por una gobernanza avanzada es ineludible en todos los campos. Pero más aún, si cabe, en el ámbito de la sostenibilidad ambiental y el bienestar global. Existe una mayor urgencia de enfrentar la magnitud de la problemática mundial vinculada al uso de los bienes y servicios ecológicos. La gobernanza y la diplomacia ambiental internacional se iniciaban hace 50 años con la Conferencia de la ONU sobre el Medio Ambiente Humano (Estocolmo, 1972), a partir de la cual se han establecido una plétora de iniciativas políticas y de acuerdos que tratan de cubrir una buena parte de los desafíos ambientales. Existen más de 500 tratados ambientales internacionales. Algunos de ellos han sido muy relevantes como el Protocolo de Montreal sobre la capa de ozono de 1987. En otros casos, como en el Clima o como en los Océanos que ahora se acaba de aprobar, los acuerdos son más difíciles de alcanzar.

La soberanía “responsable” también es “inteligente” para gobernar solidariamente el patrimonio común de la humanidad

A pesar de todo, los caminos de las acciones políticas, económicas y sociales han sido claramente inadecuados para implantar medidas realistas que evitaran la persistente degradación del planeta como consecuencia de los subproductos indeseables y destructivos que emanan de un modelo de crecimiento económico dominante y que ha multiplicado enormemente, en solo siete décadas, el impacto ecológico de la humanidad a lo largo de su historia.

La soberanía nacional, el poder, los recursos y las oportunidades deben compartirse mejor a nivel mundial para reflejar coherentemente las realidades interdependientes de todo el planeta. La soberanía “responsable” también es “inteligente” para gobernar solidariamente el patrimonio común de la humanidad. Aunque los avances son modestos y muy insuficientes, se apuesta por construir un nuevo sistema de gobernanza en base a un multilateralismo renovado y más democrático frente al multilateralismo de “elite” (G-7; G-20). La base del cambio reside en un sistema policéntrico que trascienda generosamente una simple reforma del Sistema de Naciones Unidas que, hasta ahora, ha sido el referente principal.

NT | ¿Cuáles son las soluciones para enfrentarnos a los desafíos globales? ¿Dónde hay que poner el foco?

L.M.J | Precisamente, con este enfoque de gobernanza global se puede abordar un Plan de Emergencia Planetaria con políticas transformadoras en favor de las personas, la naturaleza y el clima.

Las multicrisis del clima, de biodiversidad, de contaminación generalizada y de insolidaridad, todas en conjunto, requieren de una acción solidaria urgente, pero yendo al centro de la cuestión que no es otro que transformar nuestros modelos económicos, sociales y financieros por vías sostenibles y resilientes para detener y revertir las tendencias actuales, incluidas las desigualdades sociales que sufren desproporcionadamente los colectivos más vulnerables. Quizá otro futuro sostenible, resiliente y equitativo es posible y deseable para la humanidad y la naturaleza, pero solo con “otro capitalismo” y “otra economía”.

Hay que apostar por la gran transformación del sistema socioecológico con un nuevo sentido del progreso y del bienestar colectivo

La senda de los últimos setenta años, marcada por el capitalismo global, ha propiciado un modelo económico que lleva aparejado un crecimiento desequilibrado, insostenible y una riqueza desigual, con una buena vida solo para unos pocos, pero con un deterioro constante de la naturaleza que nos ha llevado a la actual emergencia planetaria. No es suficiente seguir planteando y denunciando las urgencias y las emergencias, cada vez más evidentes. Hace falta empezar a concretar las vías del cambio transformacional con nuevos sistemas de gobierno a través de políticas que aborden multitud de temas esenciales, desde el subconsumo de la pobreza hasta el sobreconsumo de la opulencia, con procesos sostenibles para los subsectores básicos (alimentación, vivienda, movilidad, ocio, etc.), la salud global, la igualdad de género, el empleo digno, el reajuste de los precios para que reflejen su verdad ecológica, las infraestructuras resilientes, entre otras muchas más; en definitiva, apostar por la gran transformación del sistema socioecológico con un nuevo sentido del progreso y del bienestar colectivo.

NT | En esta publicación también hablas de los nuevos modelos de poscrecimiento. ¿Cuáles son esos modelos?

L.M.J | Efectivamente, hay que pensar en nuevos modelos más allá del crecimiento económico y del venerado indicador del PIB, que no reflejan bien los procesos de sostenibilidad y bienestar. El actual dilema entre crecimiento y decrecimiento es muy relevante para afrontar la crisis climática-ambiental y el actual estado de “emergencia planetaria”. Los objetivos cortoplacistas de permanente crecimiento y máximo beneficio imponen inaceptables costes sociales y ambientales. Pero, quizá, lo peor es que el sistema dominante no es capaz de optar por una “economía regenerativa”, para devolver al planeta más de lo que saca de él, ni considerar las transformaciones estructurales a largo plazo para abordar el gran objetivo del “bienestar sostenible global”.

Así que está claro que hay que considerar seriamente las posibilidades de encarar los nuevos paradigmas poscapitalistas  superando la lógica de la “crecimanía” que sustenta los grandes objetivos económicos y políticos de las sociedades modernas y sus gobiernos y, por el contrario, ir asumiendo la “eco-lógica” del “bienestar sostenible”.

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Uno de los nuevos modelos reformistas se basa en el “capitalismo verde”, que tiene en la ecoeficiencia, la desmaterialización y el desacoplamiento entre economía y medio ambiente sus principales mecanismos de cambio. Pero eso sigue siendo un patrón contradictorio de “crecimiento sostenible”; un concepto que es un oxímoron, dado que es imposible ante la demanda incesante de más materia y energía, e incompatible con la finitud de los recursos.

Las propuestas “decrecentistas” pueden sr ser más aceptables cuando se plantean como un “decrecimiento socialmente sostenible”, para que las sociedades decidan dónde hay que decrecer y hasta dónde, garantizando una “dieta saludable” en el consumo de recursos para que sea una opción socialmente justa entre clases sociales y entre países.

NT | En el libro abordas problemas que preocupan y mucho en la actualidad como es la carestía de materias primas en nuevos contextos geopolíticos y de autonomía estratégica. ¿Qué recetas podemos aplicarnos para enfrentar estos desafíos?

L.M.J | Pues cuando aparecen disrupciones como la pandemia o perturbaciones como la guerra de Ucrania, que han multiplicado las tensiones energéticas, económicas y comerciales en buena parte del mundo occidental, se van renovando ciertos conceptos de forma más operativa para abordar una nueva lógica geopolítica donde se concede un mayor valor a la “autosuficiencia estratégica”.

Ciertamente, con esa visión preventiva es esencial reconsiderar los objetivos geopolíticos de integridad y de “autonomía estratégica” nacional y supranacional en relación a la seguridad global. Además de los clásicos aspectos ligados a la defensa, se incluyen ahora multitud de riesgos climático-ambientales, sanitarios, energéticos, económicos, defensivos, cibernéticos y digitales. La autosuficiencia, entendida como “autodependencia colectiva”, forma parte intrínseca de la sostenibilidad y de la resiliencia transformadora porque pone en valor las capacidades endógenas y los recursos propios.

La “transición de materiales” es prioritaria para facilitar las otras transiciones de sostenibilidad

Entre los primeros pasos que se están dando en esa dirección, se puede destacar especialmente la iniciativa sobre los “materiales críticos” (como los minerales esenciales y las tierras raras), cuya dependencia externa impone riesgos para sectores estratégicos en el ámbito de las energías renovables, la digitalización y la movilidad sostenible. Ante este reto, la Economía Circular, el reciclado y la “minería urbana” adquieren grandes ventajas respecto a otras alternativas extractivistas de mayor impacto ambiental. Pero, lo que queda claro es que la “transición de materiales” es prioritaria para facilitar las otras transiciones de sostenibilidad. A propósito, la Comisión Europea hora pone en marcha una nueva Ley de Materias Primas Críticas con el objetivo de impulsar la producción y el reciclaje en Europa de materias primas clave como el litio, el cobalto y elementos de tierras raras, considerados esenciales para la transformación verde y digital de la UE.

NT | La reciente pandemia que hemos vivido a nivel global, ahora la guerra de Ucrania y su impacto no solo en coste humano sino también medioambiental, los constantes vaivenes del capitalismo que parece reinventarse una y mil veces... El cambio climático es un asunto que afecta a la salud nuestra y a la del planeta, a la supervivencia de la propia especie. Te pido una reflexión final sobre esto.

L.M.J | Lo cierto, es que, en estos momentos críticos los fundamentos y las estructuras de gobernanza existentes, dentro del sistema capitalista y la economía globalizada, son incapaces de abordar coherentemente las formas de vivir dentro de los límites planetarios, en un espacio operativo seguro, y ofrecer un bienestar sostenible para los sistemas humanos y naturales con la urgencia requerida. Seguramente, la tarea de encontrar buenas maneras para aspirar a una buena vida reconociendo un “techo ecológico” y un “suelo social” es extremadamente difícil y compleja. De entrada, se requieren grandes transformaciones no solo en las políticas y en las formas de hacer las políticas, sino, sobre todo, en la capacidad humana para aceptar cambios profundos en las corrientes principales que rigen los esquemas mentales y las formas de pensar dominadas por una visión antropocéntrica y utilitarista.

Las leyes de la naturaleza y de la termodinámica siempre estarán por encima de las leyes del mercado

Es difícil pensar en una regeneración radical del capitalismo y de su sistema económico hegemónico renunciando a sus principios básicos. Sin embargo, se podría pensar incluso que para garantizar su propia supervivencia, como nos sugería Edgar Morin, se pudiera optar por una metamorfosis manteniendo su esencia; al igual que la mariposa que siendo distinta de la oruga original se reconstruye pero sigue siendo ella misma. 

Pensar en sistemas es un buen fundamento para asumir nuevos conceptos para el cambio y la adopción de decisiones más sabias. La economía es un “subsistema” del ecosistema global que funciona como un sistema abierto al medio ambiente y con el que intercambia materia, energía e información y, por tanto, está sujeto a la lógica de “lo vivo” y a las leyes de la naturaleza y de la termodinámica, que siempre estarán por encima de las leyes del mercado. Se trata de reincorporar la biofilia, esa tendencia innata a dirigir nuestra atención a la vida y a los procesos vitales. Y así entender bien el concepto de “sistema socioecológico” (o socioecosistema) como un sistema acoplado de humanos en la naturaleza, donde se funden las fronteras sociales y ambientales, y cuyo fin último debe ser garantizar su sostenibilidad integral.

'Emergencia planetaria y transición socioecológica', de Luis M. Jiménez Herrero (Ecobook)

"En Europa consumimos recursos naturales como si tuviéramos disponibles tres planetas"