jueves. 25.04.2024
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El fenómeno de la Covid-19, como otras crisis sistémicas, refleja claramente las interrelaciones e interdependencias de los sistemas humanos y naturales ante el Cambio Global. A la vez, los modelos de desarrollo y los modernos estilos de vida, a pesar de los avances tecnológicos, muestran su alto grado de vulnerabilidad biofísica, su necesidad de disponer de fuentes y sumideros naturales y su fragilidad interconectada en una dinámica capitalista hiperglobalizada.

La era pospandemia abre una oportunidad decisiva para reconsiderar el objetivo del crecimiento absoluto a toda costa y de sustituir el trasnochado patrón de economía fósil e ineficiente para lograr un progreso sostenible dentro de los confines planetarios. El modelo de la economía global no puede seguir priorizando el crecimiento material y la eficiencia a corto plazo en detrimento de la sostenibilidad y resiliencia a largo término porque ello supondría enormes costes sociales y ambientales. Este es buen momento para repensar el sistema económico, la globalización y también el propio capitalismo. 

La humanidad se enfrenta a una crisis de sostenibilidad global que requiere respuestas basadas en nuevos paradigmas

La nueva crisis sanitaria y económica ha puesto de relieve veladas vulnerabilidades de nuestros sistemas económicos y sociales que han venido a sumarse a la visible emergencia planetaria y demostrar más fehacientemente que la humanidad se enfrenta a una crisis de sostenibilidad global que requiere respuestas basadas en nuevos paradigmas, en los que la “producción ecoeficiente” y el “consumo suficiente” son determinantes para avanzar hacia la “nueva racionalidad”.

El cambio de modelo de desarrollo ya no solo es imprescindible para reducir el impacto ambiental, ecologizar la economía y generar empleo sostenible, sino para hacer frente a la escalada de la escasez de materias primas, al aumento de la inseguridad, a la competencia por el acceso a los recursos clave y a la autosuficiencia estratégica.

El mundo está evolucionando hacia un periodo de divergencia en la globalización o, incluso de desglobalización, que está reconfigurando las relaciones comerciales y de inversión de los países y aumentando los potenciales riesgos de conflictos geopolíticos y geoeconómicos.

GEOESTRATEGIAS DE SUMINISTRO Y REGLOCALIZACIÓN INDUSTRIAL

Los diagnósticos sobre la nueva crisis económica inducida por la pandemia son coincidentes al señalar que se está produciendo un frenazo en la producción de los países afectados que, por un lado, conlleva una contracción pronunciada del consumo y del empleo con un desplome de la confianza, mientras que, por otro lado, se conmocionan las cadenas de suministro de la economía mundial, altamente integrada e interdependiente (OCDE).

En todo este embrollo global de emergencia sanitaria y recesión económica, la búsqueda de soluciones sostenibles y resilientes plantea nuevos interrogantes sobre la seguridad, el suministro y la eficiencia de los circuitos comerciales internacionales que se han venido desarrollando al compás de la globalización y el juego de los mercados abiertos. De esta manera, están cambiando las reglas de los intercambios mundiales, los sistemas de aprovisionamiento y el papel del Estado en las decisiones económicas a medida que se ven sometidos a una fuerte competencia entre los países luchando por adquirir suministros médicos y otros productos básicos imprescindibles. En este sentido, se han disparado las alarmas sobre las cadenas de valor y la relocalización de ciertas actividades estratégicas no solo de forma prioritaria en materia de salud y producción farmacéutica, sino en relación a otros suministros esenciales de materias primas, bienes de inversión y equipamientos industriales, lo que podría convertirse en la punta de lanza para avanzar en los variados procesos de transición hipocarbónica, ecológica y digital.  

En materia de salud se ha hecho bien patente la fragilidad de las cadenas de suministro por la localización y concentración espacial de determinadas producciones sanitarias

En materia de salud se ha hecho bien patente la fragilidad de las cadenas de suministro por la localización y concentración espacial de determinadas producciones sanitarias (mascarillas, equipos de protección individual, EPIS, respiradores, pruebas diagnósticas, etc) y productos farmacéuticos, que a raíz del colapso de abastecimiento se han revelado de singular importancia estratégica. En este tema, la dependencia mundial de China es bien relevante, a lo que se añade la predominante posición de este país, conjuntamente con la India, en la producción de muchos de los principios activos farmacéuticos de las medicinas comunes que condicionan la geopolítica de los medicamentos. Pero también, a la luz de esta pandemia, la dependencia de pocos proveedores o de países hegemónicos como China se ha dejado sentir en numerosos sectores industriales, como en la automoción o la fotovoltaica por la falta de suministro de componentes para baterías y paneles solares.

Con todo ello, las largas y complejas cadenas de valor mundiales se han revelado más vulnerables y más inseguras para adquirir suministros médico-farmacéuticos y otros productos estratégicos. El acercamiento geográfico del aprovisionamiento y el alejamiento de los circuitos de low cost con mano de obra barata, especialmente concentrados en el continente asiático, se reavivan a raíz de la pandemia y refuerzan algunas tendencias en esta dirección ya iniciadas en la recesión de la década de anterior.

La concentración geográfica de suministradores y las modalidades productivas interconectadas presentan puntos débiles en los ciclos de producción, distribución y suministro en situaciones de crisis sistémicas. La producción y el comercio mundiales se han venido orientando en los últimos decenios hacia la fragmentación de productos complejos que permite a los países especializarse en partes y tareas más sencillas mediante un aumento de los vínculos entre las empresas que se dedicaron a buscar la eficiencia en el intercambio de partes y componentes a nivel mundial.

Estas largas y complejas cadenas de valor habían evolucionado en las últimas tres décadas sustentadas en los modelos de crecimiento y en las tecnologías, transformado radicalmente la producción internacional, a la vez que se impulsaban por la ola globalizadora hasta ser la manera predominante de hacer negocios internacionales, suponiendo casi el 50% del comercio mundial, como señala el Banco Mundial. Consecuentemente, con la llegada de la pandemia, frente al consagrado objetivo de la eficiencia económica, medida en ahorro de tiempo y costes, surgen nuevas condiciones de viabilidad y capacidad adaptativa ante el turbulento mercado global. Ya se venía advirtiendo de las recientes tensiones e incertidumbres en relación al acceso a los mercados por la guerra comercial y las barreras arancelarias entre las grandes potencias.

Es previsible que los suministros médicos más necesarios y la producción de bienes y servicios estratégicos se vayan replanteando en un contexto de mayor seguridad nacional, relocalización “glocal”, o “reglocalización”, y de reindustrialización sostenible, tratando se sortear los bloqueos y la fuerte competencia entre los países, mientras que, al menos teóricamente, se sigue defendiendo una gobernanza sólida para los mercados internacionales abiertos, el comercio y la inversión exterior en la órbita de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para reconducir la cooperación internacional en áreas clave. En general, asistiremos a una nueva organización de la economía mundial más equilibrada, con estructuras locales y regionales más autocentradas, como se percibe para Europa, según prioridades geoestratégicas y orientadas por una reindustrialización para la producción en proximidad bajo principios de innovación digital, circularidad y sostenibilidad.

De esta manera, se tendrán que conjugar tamaños, riesgos y necesidades para encontrar soluciones internacionalmente competitivas pero adaptadas a la diversidad y complementariedad de los ecosistemas industriales nacionales/regionales. La tendencia es buscar el refuerzo de los propios mecanismos de sostenibilidad y autosuficiencia para lograr un cierto nivel de autoabastecimiento con los mínimos impactos sobre ecosistemas locales o mundiales, y crear capacidad de resiliencia para vencer las fluctuaciones externas. Esto supone concebir un marco de relaciones complejas para la nueva gobernanza multilateral, que ya hemos definido en trabajos anteriores como un nuevo marco de cooperación de sostenibilidad “glocal” para acometer un plan de emergencia planetaria.

SEGURIDAD, AUTOSUFICIENCIA Y AUTODEPENDENCIA COLECTIVA

La autosuficiencia forma parte intrínseca de la sostenibilidad y los enfoques estratégicos en los procesos de transición deben contemplar las dinámicas de cambio vinculadas a la forma en que las sociedades redefinen sus propios estilos de vida y satisfacen sus necesidades (alimentos, energía, movilidad, ocio, infraestructuras, vivienda, etc.), poniendo en valor sus capacidades endógenas y recursos propios (a veces olvidados) frente al supuesto abastecimiento internacional competitivo. Al mismo tiempo, se está planteando una revisión de la política comercial para garantizar el flujo continuo de bienes y servicios. Asimismo, se pueden plantear algunas consideraciones sobre la autosuficiencia nacional, la gestión de las cadenas de suministro, y las implicaciones estratégicas de sostenibilidad ambiental, especialmente las cuestiones relacionadas con la energía y los materiales críticos.

Como consecuencia de la pandemia, el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, acierta en su pretensión de crear una reserva estratégica de material por parte del Estado y las Comunidades Autónomas. Sería recomendable que esta visión estratégica, en principio, más pegada a las cuestiones sanitarias, pudiera ser ampliada para impulsar la actividad inversora en áreas donde se genere mayor valor añadido en torno a la sostenibilidad ambiental y la digitalización, en línea con el Real Decreto-Ley (03/07/2020) de Medidas Urgentes para apoyar la reactivación económica y el empleo. Sería muy recomendable que pudiera extenderse este enfoque con mayor ambición, y más allá de los sectores clásicos, a una serie de productos básicos y “materiales críticos” que son verdaderamente estratégicos para los procesos de transición digital y sostenibilidad cimentados en una economía hipocarbónica y circular.

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Los criterios de autosuficiencia en la producción de bienes y servicios esenciales se deben reconsiderar como parte de una estrategia nacional de largo alcance y contenido, no solo con una visión de postpandemia, sino también de refundación postindustrial del modelo de desarrollo orientado a la sostenibilidad y el bienestar, y no solo al crecimiento económico. La cuestión de los suministros estratégicos y la autosuficiencia se replantean ahora en un nuevo contexto de seguridad nacional y otras exigencias de modos sostenibles de producción y consumo. Se puede recuperar, así, el añejo concepto “autodependencia colectiva” (endogeneidad del desarrollo), tal como se planteaba en el valioso concepto original del ecodesarrollo, iniciado en la década de 1970 y antecesor del actual concepto de desarrollo sostenible, y que estaba guiado por la defensa de las capacidades endógenas, la autosuficiencia y la planificación participativa. A veces, las viejas teorías ayudan a promover los cambios de paradigmas con una mejor visión de futuro.

Frente a las variaciones de la demanda del conmocionado mercado mundial es imperativo acometer una adaptación rápida y estratégica a los cambios de producción y comercialización apostando por cadenas más simplificadas, seguras, resilientes y sostenibles, lo que supone una combinación de estructuras locales, nacionales e internacionales. De esta manera, el próximo futuro de las empresas internacionalizadas y de los propios Gobiernos estará más condicionado por la experiencia de la pandemia y la evidencia de severos riesgos de dependencia externa para una serie de productos esenciales.

En consecuencia, las lecciones aprendidas de la crisis sanitaria y sus derivadas serán fundamentales para abordar los cambios estructurales y los procesos de transición sostenible de la economía. Surgen nuevas preguntas sobre la capacidad de recuperación sistémica de los complejos métodos de producción global y de los sistemas de abastecimiento. Y a eso hay que añadir el reciente aumento del proteccionismo que podría afectar la evolución de las cadenas y trasladar las operaciones a los países de origen o a otros destinos. Pero también existen otros factores de transformación de las futuras cadenas de valor más cortas, con un renovado interés en una producción más diversificada y relocalizada que están vinculados tanto a las mejoras productivas y logísticas de la digitalización (robotización, inteligencia artificial), como a las mayores exigencias de sostenibilidad ambiental para reducir las emisiones de carbono, minimizar el impacto ecológico y aumentar la circularidad económica del ciclo recursos-residuos.

Particularmente, las implicaciones ambientales van a ser fundamentales para definir el cambio hacia cadenas de suministro locales y asegurarse de que no aumenten las externalidades negativas. Estas cadenas deben estar diseñadas para mejorar la capacidad de resiliencia genuina, reducir los impactos, aumentar la eficiencia de los recursos y lograr la máxima circularidad. La interrupción de un solo proveedor puede afectar a otros múltiples eslabones de suministro y es imprescindible proteger los activos, infraestructuras y tecnologías estratégicas y mitigar los riesgos que resultan críticos para apalancar las primeras fases de los procesos de transición de sostenibilidad.

PRIORIDADES EN LAS TRANSICIONES DE SOSTENIBILIDAD: ECONOMÍA CIRCULAR Y MATERIALES CRÍTICOS

La transición ecológica del modelo económico, inicialmente, debe ser tanto energética como de materiales y de bajo carbono en forma simultánea. Esta es una gran oportunidad para modernizar la economía europea y nacional con la necesaria “desmaterialización”, “desenergización” y “descarbonización” del sistema dominante. Por eso, las primeras fases transitorias tienen que cimentarse sobre acciones climáticas con bases energéticas alternativas y, en paralelo, sobre la eficiencia de recursos y la recuperación de materiales.

La mitigación del Cambio Climático, mediante y la transformación renovable del modelo energético, una movilidad más sostenible con el vehículo eléctrico y las nuevas tecnologías de la revolución digital, dependen, en buena medida, de la disponibilidad de materiales críticos escasos y de la capacidad de ser recuperados con rapidez para el proceso productivo, tal como se propone desde la perspectiva de la moderna Economía Circular. Esta alternativa innovadora al modelo lineal, como ya hemos señalado en anteriores artículos, aboga por un nuevo sistema económico esencialmente regenerativo a base de mantener los productos, componentes y materiales en su nivel más alto de utilidad y valor, bajo el principio de eliminar el despilfarro y no destruir innecesariamente los recursos para conservar el capital natural.

sostenibilidad

Las materias primas críticas son vitales para construir una sociedad sostenible, digitalizada, baja en carbono y con energías limpias. Pero se necesitan materiales económicamente valiosos y difíciles de sustituir, que no cuentan con un suministro fiable porque, generalmente, se importan de unos pocos países, algunos de los cuales son políticamente inestables. Muchos productos como ordenadores, teléfonos móviles, cerámicas avanzadas, coches eléctricos, microondas, fibra óptica, sistemas de iluminación, láseres, o satélites, necesitan para funcionar de alguno de los 17 elementos químicos que se conocen colectivamente como tierras raras. Entre los más importantes que se pueden citar, como el Galio, Indio, Germanio, Neodimio, Tantalio, las tasas de reciclado se estiman en menos del 1%. En otros casos como el Reutenio, la tasa es de aproximadamente el 15%. Asimismo, el manejo inadecuado de los desechos electrónicos está generando una pérdida significativa de materias primas escasas y valiosas, como el Oro, El Platino, Paladio y el Cobalto aunque las tasas de recuperación superan el 60-70%. Hasta un 7% del oro mundial puede estar contenido actualmente en desechos electrónicos, con 100 veces contenido en una tonelada de desechos electrónicos que en una tonelada de mineral. La recuperación, en todo caso, es una tarea complicada, tanto por las pérdidas inevitables por procesos disipativos de uso de estos materiales, como por la complejidad los productos compuestos que están formados por muchas sustancias diferentes, lo cual dificulta, finalmente, la separación, el desmontaje, la preparación y la eficacia-eficiencia de los procesos finales del recuperación-reciclado.

Así que, ante las limitadas reservas de las materias primas críticas y su dependencia externa (especialmente de algunos países, como China, que acaparan la oferta mundial el 80% de la producción global), sería conveniente pensar en “reservas estratégicas de materiales críticos”, haciendo previsión de una mayor demanda futura imparablemente impulsada por los nuevas transformaciones energéticas (vehículos eléctricos, baterías, energías renovables), las aplicaciones digitales y la industria 4.0.

Mientras que nuestras sociedades son bastante conscientes de la dependencia energética externa (del orden del 50% en la UE y dl 75% en España), no se tiene conciencia del riesgo de dependencia de otras materias no energéticas, cada vez más sometidos a una fuerte competencia internacional. De aquí la importancia de impulsar la gestión de residuos partiendo de la prioridad jerárquica de la prevención, pero fortaleciendo de forma sostenible los sistemas de tratamiento final para la mayor reutilización de las materias primas secundarias “críticas y estratégicas”.

La situación actual exige mejoras sustanciales en la circularidad del ciclo espiral de recursos-residuos a fin de que se prolongue el uso de productos, la reutilización, el diseño para la durabilidad, el desmontaje, la reparación y el uso compartido. Pero aunque el esfuerzo prioritario se pueda concentrar ahora en la mejora del sistema de reciclado general, hay que avanzar mucho más en nuevas áreas de recuperación y refabricación como las relacionadas con las materias primas secundarias de los residuos electrónicos y los metales raros y preciosos. Y eso requiere fuertes apoyos institucionales y financieros para potenciar inversiones, infraestructuras y políticas de I+D+i específicas, incorporando paquetes de estímulo (incluyendo medidas fiscales) para aumentar la adopción de innovadoras tecnologías que refuercen nuestra autonomía y liderazgo en estas especiales cadenas de valor, remarcando que son acciones emblemáticas de la nueva estrategia de reindustrialización sostenible y circular.

En 2050 la generación de residuos electrónicos en los países más industrializados triplicará el volumen actual y alcanzará los 150 millones de toneladas al año. A nivel mundial, solo se trata el 20% de los desechos electrónicos de manera adecuada

Consecuentemente, por razones económicas, técnicas y geopolíticas, es prioritario apoyar e incentivar unos procesos de circularidad altamente innovadores. Por ello, es importante favorecer las cadenas de suministro de circuito cerrado para materiales críticos en los sectores considerados de prioridad estratégica para las transiciones de sostenibilidad. En tal sentido, es esencial establecer objetivos específicos de reciclaje y recuperación para diferentes categorías de residuos de equipos eléctricos y electrónicos (RAEE), incluso pensando en nuevos procesos derivados de la nueva la “minería urbana”, que, en algunos casos, se está volviendo más rentable que la minería virgen, en la medida que ahora puede ser más viable económicamente que la extracción de minerales metálicos del suelo. Si seguimos la tendencia actual, en 2050 la generación de residuos electrónicos en los países más industrializados triplicará el volumen actual y alcanzará los 150 millones de toneladas al año. A nivel mundial, solo se trata el 20% de los desechos electrónicos de manera adecuada.

Desde el Gobierno de España se ha señalado que la renovación y reconstrucción económica se quiere orientar hacia un cambio del modelo energético que sea renovable y descarbonizado, con criterios de sostenibilidad e inclusión social. En este sentido, se pretende avanzar con la Ley del Cambio Climático, el Plan de Energía y Clima, la Estrategia de Economía Circular, y los planes de movilidad sostenible. No obstante, como hemos planteado en artículos anteriores (Narrativas para el Cambio. Renovación pospandemia en clave de sostenibilidad y resiliencia), se trata de abordar una reconstrucción-renovación postpandemia sostenible y resiliente en el marco de una transición socioecológica modernizadora y socialmente justa con perspectiva de futuro, ambición climática y capacidad regenerativa. Con esta perspectiva, además de enfrentar la urgencia sanitaria, se necesita también con carácter preferente asegurar otras “reservas estratégicas de capital tecnológico y humano” en todos los sectores considerados como punta de lanza de la transformación ecológica y digital.

Más aún, con la aprobación del Real Decreto-Ley (23 de junio de 2020) para impulsar, la transición energética hacia un sistema eléctrico 100% renovable antes del año 2050 y favorecer la reactivación económica e industrial, se va en la buena dirección para el despliegue masivo de fuentes renovables y contribuir a la lucha contra el cambio climático. La vicepresidenta cuarta del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, en la presentación del citado real decreto ha manifestado que el sector de las renovables está consolidado y cuenta con capacidades innovadoras para su desarrollo, dado la evolución favorable en los últimos 10 años (el coste de instalar un panel fotovoltaico se ha reducido en España en más de un 80% y, el precio al que se vende la energía que genera se ha reducido en un 94%). Según información aportada en la comparecencia, la industria española ya es capaz de fabricar casi la totalidad de los elementos de un aerogenerador, el 65% de los componentes necesarios para que funcione una instalación solar y el 90% de los bienes de equipo necesarios para digitalizar las redes y garantizar la integración de las renovables en el conjunto del sistema energético.

Sin duda parece una información positiva y un buen punto de partida para apoyar la modernización ecológica de la industria y crear empleo sostenible. Pero hay que insistir en la puesta en práctica de políticas activas para garantizar el suministro y las reservas de materiales críticos y la propia viabilidad del sector de renovables. Y hay que hacerlo, además, de acuerdo con los principios de sostenibilidad y los criterios de economía circular a lo largo de vida de los productos y los materiales, asumiendo también el principio de precaución, en caso de no haber suficiente certeza científica. Cuando las evaluaciones del ciclo de vida están disponibles y se tiene una buena base científico-técnica para determinar los riesgos asociados, se puede comprar si una actividad económica es ambientalmente aceptable, aunque no necesariamente sostenible, siempre, que al menos, los daños que causa al medio ambiente se minimicen y sean socialmente asumibles y, en todo caso, sean sustancialmente menores que los beneficios que aporta, además de que se evitan perjuicios significativos a otros objetivos.

Precisamente, en el sector de renovables, en particular en el campo de la energía eólica, no dejan de sorprender que se produzcan ciertas situaciones contradictorias y conflictivas que precisan modelos de buena gobernanza. El caso de los residuos de las palas de aerogeneradores eólicos es llamativo a este respecto. Una industria de energía limpia tiene como contrapartida el aumento del impacto ambiental del ciclo de vida de parte de sus componentes principales. La dificultad del reciclado y la recuperación de las palas hechas de materiales compuestos (fibra de carbona, fibra de vidrio y resinas), hace que, finalmente, no tengan un tratamiento adecuado y se depositan en vertederos sin poder ser circularizados y reincorporados al sistema productivo. Un impacto indeseable, precisamente, por no haber considerado el ciclo de vida y el final de uso desde el origen del proceso con criterios de preventivos basados en el ecodiseño. De otro lado, los materiales aprovechables como materias primas secundarias son muy abundantes en los aerogeneradores. Un estudio en Dinamarca sobre las existencias y flujos de neodimio (Nd), un metal de tierras raras utilizado en imanes permanentes en una amplia variedad de aplicaciones, reveló que el material más relevante (en términos de cantidades) para el reciclaje eran las turbinas de viento, ya que contenían un stock de ese material superior al de todos los electrodomésticos combinados en ese país.

autosAl mismo tiempo, también se producen situaciones conflictivas para asegurar la viabilidad a largo plazo de las líneas de producción nacional de los componentes eólicos que, finalmente, inciden en la consolidación de una política de sostenibilidad del sector de energías renovables, siempre considerado estratégico para la transición ecológica. Por ejemplo, la reciente decisión unilateral de la multinacional germano-española SIEMENS-GAMESA de cerrar su planta de producción de palas de aerogeneradores para la energía eólica de Aoiz (Navarra), afectando a 239 puestos de trabajo, socava los cimientos de sostenibilidad, autosuficiencia y resiliencia del país en un sector clave para la política climática-energética. Con ello, se debilitan las cadenas de valor propias que permiten no solo evitar futuras perturbaciones, protegerse contra ellas y resistirlas, sino mantener empleo sostenible local cualificado y de calidad. También es llamativo que, por el momento, no se aprecia la misma atención política, mediática y sindical al problema de un sector de futuro en comparación con otros sectores clásicos como ocurre en los casos de los cierres de las plantas españolas de Nissan (automóviles) y Alcoa (aluminio).

Pero este es un momento clave para tomar decisiones valientes que apoyen acciones catalizadoras para el cambio definitivo del modelo productivo moderno, equilibrado y competitivo. Las propuestas de reconstrucción-renovación pospandemia deben priorizar una autonomía estratégica nacional capaz de promover círculos virtuosos sostenibles que combinen la recuperación y suministro circular de materias primas críticas, la eficiencia energética y las energías renovables con una reindustrialización limpia apoyada en cadenas de valor adaptativas, tecnologías facilitadoras y en una mano de obra bien cualificada y bien protegida.

Las nuevas crisis nos hacen ser más conscientes de la necesidad de fortalecer la resiliencia, la seguridad del suministro, la autodependencia colectiva y “amplias reservas estratégicas” para transitar con mayores garantías hacia la sostenibilidad. Pero sin olvidar nuestra dependencia intrínseca con el medio ambiente, aceptando el imperativo de los límites del crecimiento para desarrollar modelos de producción y consumo centrados en el bienestar de los ecosistemas y de las personas.


Luis M. Jiménez Herrero. Dr. Profesor Honorífico de la UCM. Presidente de la Asociación para la Sostenibilidad y el Progreso de las Sociedades (ASYPS). ExDirector del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE).

Reconstrucción sostenible: autosuficiencia, reglocalización y materias primas críticas