sábado. 27.04.2024
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La derecha en nuestro país sobreactúa demasiado, quizá para compensar su incapacidad para moldear y modular un relato razonable. No siempre ha de estar el arco tenso, recomienda Esopo, sin embargo, los conservadores carpetovetónicos viven en la crispación cotidiana con un discurso que cae en el vacío argumental puesto que está concebido para el hipotético fracaso del gobierno que no se ha producido, sino todo lo contrario y ante el inesperado, para la derecha, éxito del ejecutivo de coalición solo parece oxigenarles las meninges esa dialéctica guerracivilista de tierra quemada.

¿Qué motivos tienen las mayorías sociales de este país para votar a la derecha? ¿La abolición paulatina y sistemática de la sanidad pública? ¿El deterioro planificado de la educación universal y gratuita? ¿Los salarios de hambre? ¿El inmoral trasvase de rentas del trabajo al capital, que hace que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres? ¿Los niveles insoportables de pobreza con los hijos de las clases populares desnutridos? ¿Pensiones de miseria? ¿Los déficits democráticos inducidos, singularizados en las drásticas jibarizaciones de libertades y derechos cívicos? ¿La politización de la justicia? Los conservadores siempre esperan que las mayorías voten en contra de sus intereses, porque cuando los planteamientos ideológicos consisten en defender los privilegios de doscientas familias no se tienen votos suficientes para ganar unas elecciones.

Los conservadores siempre esperan que las mayorías voten en contra de sus intereses

Por ello, este año electoral los conservadores apelan al Armagedón de un país roto y depauperado por una izquierda torpe y malintencionada; nada nuevo bajo el sol de esa búsqueda impertinente y dolosa del voto alienado. Los poderosos mass media derechistas reinterpretan y publicitan la realidad engolfada en un maniqueísmo burdo y poco elaborado intelectualmente, si una elaboración intelectual fuera posible desde la manca finezza de las trincheras conservadoras. Y todo con el objetivo de que a las mayorías sociales les siga asaltando la imagen de Américo Castro sobre el “vivir-desviviéndose” del español. Como afirmaba Max Gallo en una coyuntura contenciosa de la vida pública francesa, no es lo mismo operar en la realidad con la idea de una Francia de De Gaulle que con una Francia de Pétain. De igual modo no es lo mismo operar con la idea de una España azañista que con la de una España franquista. Es por ello, que la trascendencia de las próximas elecciones generales adquiere una dimensión de ostensible gravedad puesto que si el franquismo sale bien parado en las urnas, la democracia puede pasar de nuevo a la clandestinidad de la simple apariencia.

Si el franquismo sale bien parado en las urnas, la democracia puede pasar de nuevo a la clandestinidad de la simple apariencia

Esa tendencia conservadora hacia el autoritarismo que, según Octavio Paz, desemboca en la dos formas predilectas de la esquizofrenia: el monólogo y el mausoleo, componen de forma determinante el propósito secular de los reaccionarios castizos de que los ciudadanos siempre tengan que vivir como presente momentos históricos destinados a pasar. Porque los conservadores, después de la experiencia social del gobierno de Sánchez, creen que ha llegado de nuevo la hora de la depauperación de las clases populares, la degradación del mundo del trabajo, el hundimiento de los derechos de los trabajadores, junto a los déficits democráticos formales y la imposibilidad de auténticas alternativas políticas y económicas, para componer un daguerrotipo en el que la anomalía entra en un bucle decadente y, por tanto, pierde toda su eficacia psicológica y sólo puede ser mantenida con la criminalización del malestar ciudadano y restringiendo los ámbitos de lo opinable con lo que el espacio dialéctico y el debate público se empobrece a costa de la marginación del acto político. Con la libertad no se puede jugar al escondite.

Los votos de doscientas familias no ganan unas elecciones