martes. 16.04.2024

Cuando acabe la pandemia y la guerra civil

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Javier Otega Smith, dirigente de Vox.

El franquismo desde un primer momento, aunque no inspirado en la metafísica futurista sino en el casposo y carpetovetónico autoritarismo de Fernando VII, operó bajo mecanismos de funcionamiento fascista, de manipulación y de exclusión de la realidad. Este planteamiento elevaba el genocidio a categoría ideológica donde al adversario político no se le reconocía su pertenencia a la nación, sino al contrario era la antipatria, el destructor de España, por lo cual había que exterminarlo para la supervivencia del país, del país atrabiliario y de los sepulcros blanqueados de los fascistas. Las consignas en este sentido eran claras, el muñidor de la rebelión, general Emilio Mola, ordenó que una vez declarada la sublevación militar había que "eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros"Y si alguien dudaba de si unirse al golpe o no, la instrucción del golpista Mola también era contundente: "Aquel que no está con nosotros está contra nosotros y como enemigo será tratado".

Muy al contrario Manuel Azaña apelaba: “no es aceptable una política cuyo propósito sea el exterminio del adversario… por mucho que se maten los españoles unos contra otros, todavía quedarían bastantes que tendrían necesidad de resignarse, si ese es el vocablo, a seguir viviendo juntos si ha de continuar viviendo la nación.” Pero para la fascistas vivir juntos era aquello que combatían, sólo ellos eran españoles y sólo ellos podían pastorear a la nación. Cuando Franco murió en la cama, las convicciones y devocionarios del Estado franquista estaban intactos y con ellos se construyó el régimen del 78 que no eclosionó desde un proceso de reconciliación sino de previa autodepuración ideológica y sometimiento de las llamadas fuerzas de izquierda. El Partido Popular, Vox y C’s, como devotos y recipiendarios del franquismo sin Franco, han votado en Madrid, retorciendo la norma y la historia, retirar la calle que recuerda a los históricos socialistas Francisco Largo Caballero (Presidente de la II República durante la Guerra Civil) en Ciudad Lineal y a Indalecio Prieto (Ministro de la II República) en Vicálvaro.

A la desaparición se sumará también la placa colocada en su honor en el distrito de Chamberí y las dos estatuas que se erigen en Nuevos Ministerios. La propuesta de Vox ha sido aprobada en el Pleno Municipal por las dos fuerzas del Gobierno de Madrid, Cs y PP. El concejal Javier Otega Smith ha defendido la propuesta frente a unos socialistas que considera "personajes siniestros", "criminales" y "antidemócratas. Los argumentos injuriosos y falsos de Ortega, tan en la línea del franquismo más pujante vienen a demostrar, una vez más, la imperiosa necesidad de la reconversión democrática real del régimen de la Transición.

Será inútil recordar a la derecha carpetovetónica que padecemos la realidad histórica. Baste conocer, a pesar de las diferencias ideológicas, la defensa que en momentos comprometidos y dramáticos para José Antonio Primo de Rivera hizo del creador de la Falange el socialista Indalecio Prieto. Como el mismo ministro republicano explica: “Sólo había cruzado la palabra con José Antonio Primo de Rivera en una ocasión – sería en la anterior bronca –. Fue en el Congreso, cuando me levanté a impugnar el suplicatorio para procesarle. Concluía yo de defender a mi correligionario el diputado Juan Lozano contra idéntica acusación de tenencia de armas. Me pareció que el rasero debía ser el mismo para amigos y adversarios, y defendí con igual vehemencia al fundador de Falange. Éste atravesó los bancos de los diputados de la CEDA [Confederación Española de Derechas Autónomas, de Gil Robles], dirigiendo duras frases a quienes de éstos votaron en contra, y llegando a mi escaño me tendió la mano y me dio las gracias muy conmovido.” Más adelante, el líder socialista insistió: «Primo de Rivera, no conforme con las palabras amables que entresaco del discurso –cuyo texto taquígrafo aparece inserto en sus obras completas–, terminado el debate y concluida la votación, que le fue tan adversa como a Juan Lozano, vino hasta mi escaño, donde estrechándome la mano, me reiteró su gratitud y pronunció en voz alta duros vituperios para los diputados derechistas que, contra él, habían unido sus votos a los del lerrouxismo».

Cierto es que, a raíz del encarcelamiento de Primo de Rivera, la simpatía de Prieto hacia él se intensificó. El presidente Manuel Azaña estaba interesado en salvar la vida de Primo de Rivera y el ministro de Defensa, Indalecio Prieto, apostaba por mantenerlo con vida para después canjearlo por un preso republicano. El propio Indalecio Prieto opinó premonitoriamente de este modo, en su “Convulsiones de España”, con ocasión del traslado de los restos mortales del monasterio escurialense al Valle de los Caídos, el 30 de marzo de 1959: “Era un hombre de corazón, al contrario de quien será su compañero de túmulo en Cuelgamuros. José Antonio ha sido condenado a una compañía deshonrosa, que ciertamente no merece, en el Valle de los Caídos. Se le deshonra asociándole a ferocidades y corrupciones ajenas".

La derecha sigue manteniendo unos perversos parámetros ideológicos sobre su concepción de España, de la ciudadanía estratificada en buenos y malos españoles y la criminalización de los que no comparten su mercancía doctrinal

La derecha sigue manteniendo unos perversos parámetros ideológicos sobre su concepción de España, de la ciudadanía estratificada en buenos y malos españoles y la criminalización de los que no comparten su mercancía doctrinal. Ello conlleva convertir la vida pública en un lodazal trufado de odio, mentiras y formas políticas predemocráticas. El conservadurismo español, en sus diversas ramas, respira en la visceralidad de los vencedores de la guerra civil a la que, por lo visto, no le bastó que estuviera cautivo y desarmado el ejército rojo. El mismo nada ejemplar rey emérito, refiriéndose a Franco había dicho: “El general Franco es verdaderamente una figura decisiva históricamente y políticamente para España. Él ha sabido sacarnos y resolver nuestra crisis de 1936.”

Todo ello se sustancia en la banalidad que como argamasa de la tendencia oligárquica de la vida pública produce una radical abolición del pensamiento como motor de la acción política que ha dejado de ser, como describía Azaña, un movimiento defensivo de la inteligencia, oponiéndose al dominio del error. Esta banalización de la política, el derrocamiento de la creación dirigida hacia el bien público, las tendencias oligárquicas como parte de un sistema cerrado y su consecuente desprestigio ante la ciudadanía, constituyen un profundo vacío en la racionalidad del diagnóstico y la solución de los problemas planteados por la crisis institucional y política que padece el país. La fatiga territorial del Estado de las autonomías es reflejo antinómico de las desviaciones de unas instituciones nacidas de un régimen de poder predemocrático que sufrió un proceso de adaptación, no de cambio. Los grandes proyectos nacionales no son frutos del pasado, de lo que se ha sido, sino del futuro, lo que se aspira a ser. No es una intuición de algo real sino un ideal, un esquema de algo realizable, un proyecto incitador de voluntades, un mañana imaginario capaz de disciplinar el presente. Y la Transición no ha sido el caso.

Cuando acabe la pandemia y la guerra civil